Querido diario:
Tengo mucho sin escribir en ti, sin contarte una historia de esas que nos apasionan.
Hoy no te defraudaré, pues escribiré en tus páginas una historia fugaz, pero caliente, breve, pero placentera, una historia de sexo y pasión entre un par de compañeros de trabajo.
Ella, más joven.
Él, maduro.
Ella, nunca pensó fijarse en alguien que le lleva tantos años.
Él, nunca pensó traicionar a su esposa con nadie…
¿Alguna vez lo has pensado? Enredarte con alguien de tu trabajo, sé que sí. Sé cómo deseas a esa compañera, sé cómo miras a ese hombre que te atrae por su forma de ser
Es hora.
Bienvenido al ritual, es hora de ponerte cómodo, quitarte la ropa que estorbe, servir una copa de la bebida favorita o traer la botella entera. Prepárate a disfrutar esta historia llena de morbo y pasión. Si te apetece: Tócate junto a los protagonistas y vive con ellos la experiencia
Ante todos… y creo que nadie lo supo.
El negocio estaba lleno.
Empleados, clientes, risas, tela, pedidos, música en la radio.
Pero nosotros dos… solo nos teníamos uno al otro frente a todos, pero solos.
Tu llevabas un pantalón negro que me encanta y no dejaba mucho a la imaginación, deja entrever un poco pero no lo suficiente para ser vulgar.
Yo, un pantalón de fácil acceso que me comenzaba a apretar por la excitación qué ya me traicionaba y por la ganas que tenía de tus manos en mí.
Llevamos tiempo pensando, soñando e imaginando como sería.
Nos mirábamos con morbo, nos tocamos de forma casual: una mano en la espalda, un roce en la pierna, un susurro en el oído que no era inocente, una mirada qué lo dice todo.
—No aguanto más —te dije—. Te quiero ahora, sígueme.
Tú sonreíste.
Una mezcla de deseo y peligro te brillaba en los ojos.
Caminé.
Me seguiste.
Buscamos un lugar.
Yo ya tenía uno en mente.
La bodega estaba sola, Luis no había ido a trabajar, los demás estaban ocupados atendiendo clientes, estaban cerca.
Una puerta.
Una delgada pared qué nos separa.
Lo necesario para que no nos descubrieran.
Lo necesario para que nadie escuchara.
Ahí entre cajas, telas y rollos.
Te tapé con mi cuerpo.
Me puse detrás con mis brazos rodeando tu cintura.
Si alguien hubiera entrado parecería que abrazaba un rollo tiernamente.
Tal vez romántico.
Pero por enfrente… mis dedos se colaban entre tus piernas.
Te acariciaba por dentro del pantalón.
Y tú te dejabas hacer, con los ojos cerrados, mordiendo tu labio inferior para no gemir.
—Así… —susurraste—. Más… pero lento.
Yo fui explorando tu cuerpo para sentir tus reacciones, para saber los puntos donde te vuelves zorra, cuando supe lo necesario te toqué con maestría.
Ya sabía como tocar tu clítoris, como rozarlo para derretirte y convertirte en agua, como jugar con mis dedos, como hacerte vibrar sin que los cuerpos apenas se muevan, como sacar de ti esos gemidos qué me encantan, y ponen duro por igual, como jugar para que tus piernas fallen y tus caderas se muevan pidiendo más…
Para este momento ya te habías girado y yo te exigía qué me miraras a los ojos mientras el orgasmo llegaba y te derretías en mis dedos, tú te colgabas de mi cuello tratando de sostenerte.
—Mírame
Y me miraste, y tu mirada ya era otra, eran tus ojos pero con una mirada diferente que me encantó.
—Ya quiero que me cojas —me ordenaste en una súplica.
Y yo lo hice.
Te quite la bragas y te gire de nuevo para admirar tu culo.
Te deslizaste sobre mi falo como si flotaras.
En un segundo estaba clavado en ti, sintiendo tu calor, sintiendo como te abrías para mí, saboreando la invasión a tu cuerpo, disfrutando cada centímetro de tu humedad.
Para este punto estabas tan mojada que fue fácil penetrarte.
Soltaste el aire con fuerza y tuve que poner mi mano en tu boca para evitar que nos descubrieran.
Tú cuerpo se tensó, te sujeté fuerte pegando te a mi pecho, seguí moviéndome con suavidad, con precisión, con una cadencia tan lenta que casi era desesperante.
Solo nuestras respiraciones agitadas nos podrían delatar, mis ojos eran tuyos y tus gemidos míos.
Vi tus ojos vidriosos en el espejo, mis ojos estaban fijos en ti, devorándote…
Ya no podía con ese ritmo.
Tú tampoco.
Tus caderas me exigían más.
Así que aceleré y fui embistiendo más fuerte.
Como un par de animales en celo.
Como dos cuerpos bailando, jugando a no ser descubiertos, pero dejándose llevar por una corriente salvaje.
Gemías entre dientes.
Te tenía toda para mí.
Temblabas cada que mi cadera se movía, cada que mi cuerpo chocaba contra el tuyo, cada que me hundía en ti y tus labios chocaban con mis bolas.
Con la voz rota y la mirada sorprendida me dijiste que estabas por llegar.
—Córrete —dije en un susurro
—Es en serio… me vengo
—Córrete
Casi fue una orden.
Te abracé más fuerte en ese último empujón, apreté mi vientre a tu espalda, sintiendo tus nalgas en mi abdomen.
Y ahí, entre rollos de tela, con gente comprando a pocos metro, con compañeros de trabajo preguntando por qué no ayudamos, tú te corriste con un grito mudo qué se tragó mi mano.
Así los ojos cerrados me gustaste aún más.
Con el cuerpo entregado.
Mordiendo mi puño para no gritar.
Yo te seguí un par de empellones después.
Hundí el rostro en tu cuello, olí tu cabello, mordí tu hombro.
Y con una última embestida profunda, me derramé dentro de ti.
Salí despacio de tu cuerpo agua.
Pero tú tenías prisa, te diste vuelta y poniéndote de rodillas me chupaste la polla, limpiaste con tu boca la leche en mi falo… Tus ojos, de nuevo tu mirada mágica, tenías hambre y casi tuve que empujarte para que no siguieras, pero tú continuabas limpiando con tu lengua lo que salía de mí, fue mágico, nunca nadie lo había hecho.
Luego como si nada subiste tu braguita y volviste a vestirte.
Nos miramos.
Cómplices.
Aliados.
Desafiantes.
Excitados aún por lo que acababan de hacer.
—¿Crees que alguien se dio cuenta? —te pregunte, con una sonrisa ladeada.
—Tal vez esa cámara que está enfrente nos grabó —respondiste— pero no importa
Regresamos al trabajo uno después del otro como si nada.
Como si no acabáramos de romper las reglas del juego…
Y eso nos hace desear todavía más.
![]()