Los cuernos duelen más ¿al salir o al crecer? (1)

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T. Lectura: 11 min.

Narración de David.

Somos cuatro matrimonios amigos, los ocho en la treintena, que nos reunimos con frecuencia; la relación entre las cuatro parejas es fruto de la suerte, porque es raro que el cimiento esté en los varones, y sucedió por obra del azar pues nuestras compañeras, ya en el noviazgo, encontraron afinidad, en tanto que los hombres traíamos esa amistad desde los tiempos del secundario.

Las cuatro se asociaron en una agencia de publicidad y, con inmensa suerte, les va bien. Los varones tenemos un buen pasar, yo bioquímico que tengo un puesto público y mi laboratorio privado, mientras los otros tres son comerciantes que encontraron el rubro apropiado y tienen ingresos muy superiores a los míos; esta situación desahogada nos permite una periódica dedicación a nuestra común pasión, la pesca.

La relación entre mi mujer y yo es buena aunque para afuera pueda parecer opaca, ella cada vez que llega a casa me besa con esa deliciosa mezcla de amor y pasión que únicamente pone de manifiesto cuando estamos solos, pues suele decir que las cosas íntimas a ningún extraño le interesan; y eso abarca todos los aspectos de su vida, arreglo personal, vestuario, adornos y conversaciones; esto resulta especialmente llamativo ya que es muy linda, y no solo de cara, pues su cuerpo proporcionado posee todas las curvas compatibles con su delgadez, donde los pechos medianos resaltan y son un imán para cualquier hombre.

Esa postura hacia el exterior hace que generalmente vista pantalones holgados, prendas superiores con reducido escote y nada ajustadas, pero en el interior del hogar usa ropa cómoda sin importarle que alguna parte de su cuerpo quede expuesta; a tal punto su negativa a la tiranía de la moda que no le conocí otro peinado que media melena de pelo lacio, pegado al cuero cabelludo y tirante en una coleta; tiempo atrás al comienzo de la convivencia la pregunté la razón de esa diferencia y su respuesta fue clara y contundente.

-“No hay que mostrar aquello que no está a la venta, adentro ando como quiero porque solo me ve el dueño de mis deseos”.

Un día, minutos antes del almuerzo llega mi esposa con expresión particularmente alegre y me da el consabido beso algo más largo.

-“Hoy llegás con más alegría que otros días”.

-“Es que sin buscar ni ofrecer nos llamó un cliente poderoso interesado en saber sobre la agencia, tiene varias empresas y podría generar buenos ingresos”.

-“Y cómo llegó a ustedes”.

-“Simplemente la suerte, nos dijo que andaba buscando agencias, y entre ellas estaba la nuestra, de la cual algunos trabajos le habían gustado, por otro lado era la única a cargo de mujeres y que eso lo había decidido, pues, según él, somos menos especuladoras y más pasionales lo cual redunda en mayor entrega al trabajo”.

-“¿Ya está decidido?”

-“No, mañana iremos a verlo pues quiere conocernos y saber cómo solemos trabajar”.

A la tarde del día siguiente estaba por salir para el laboratorio cuando llegaron a buscarla a mi mujer sus compañeras Beatriz, Lorena y Paula, pues iban a reunirse con el probable cliente; las recién llegadas estaban primorosamente vestidas y, sin ser exageradas, como para atraer miradas masculinas sobre piernas y escotes, pues tanto blusas como faldas podían enseñar algo si había un descuido; Marcia salió vestida y arreglada como de costumbre, las miró haciendo un gesto de perplejidad y se fueron.

Cuando nos juntamos nuevamente, antes de la cena, le pregunté sobre el resultado de la entrevista.

-“Creo que nos fue bien a juzgar por los comentarios que hizo, aunque estuvo más pendiente de mis tres socias”.

-“¿A vos te ignoró?”

-“De ninguna manera, me prestó suma atención a lo que le decía, pues las otras estuvieron más pendientes de mostrar lo menos posible por esa vestimenta que eligieron, en cambio yo tuve que atender nada más que a la conversación”.

-“O sea que esta experiencia te da una vez más la razón en cuanto a atuendo”.

-“Totalmente, además creo que es un pícaro, el despacho es enorme, calculo que en él entra cómodamente nuestro estudio y, en ese espacio, hay tres juegos de sillones, mesa para una docena de asistentes, su propio escritorio, etc.; sin embargo, nos llevó al juego que tenía los asientos más bajos, lo cual obligó a las tres mujeres a ejecutar malabarismos para impedir que las respectivas bombachas estuvieran a la vista del anfitrión”.

-“¿Y cómo es su aspecto?”

-“Un cuarentón muy bien conservado, alto, físico y vestimenta muy cuidadas y ciertamente pintón; no le vi alianza, pero eso, hoy día, nada significa”.

-“¿Y en qué quedaron?”

-“Vamos a hacer la prueba con un producto y, si queda conforme, nos hará más encargos; como prácticamente llevé todo el peso de la charla decidió que yo fuera el contacto, pues siempre conviene que haya un solo interlocutor, aunque después el trabajo se distribuya entre varios”.

-“¿Cómo se llama?”

-“Jeremías Sotelo, seguramente en internet debe haber más información sobre él”.

Unas semanas más tarde Marcia volvió del trabajo muy contenta, la prueba de publicidad para el nuevo cliente había sido aprobada y, en consecuencia, ya tenían dos nuevos encargos aunque eso significara mayor carga de trabajo; por supuesto me alegré con ella ofreciéndole todo el apoyo que estuviera a mi alcance y su pedido fue que la reemplazara en algunas tareas hogareñas cuando se le alargase el tiempo de trabajo; es sabido que la preocupación por alguna responsabilidad inmediata va en contra de la concentración necesaria para realizar bien la tarea en desarrollo.

Unos días después me sorprendió, cuando para ir al trabajo, eligió un vestido a media pierna, holgado según su costumbre y un escote ligeramente mayor a lo habitual, por lo cual la felicité pues, siendo hermosa, hoy lo estaba más.

-“Gracias mi amor, es que las chicas me convencieron diciendo que nuestra apariencia redunda en beneficio del negocio; de todos modos acepté hacerlo pero cada tanto, pues más cómoda me siento en pantalones”.

Y esa rutina se verificaba solo una vez por semana, cosa lógica pues era introducir una modificación en un hábito ya arraigado.

Reflexiones de Marcia.

La primera vez que fui a verlo sola me recibió con un beso en la mejilla un poco más duradero de lo usual y luego, en un intervalo para servir café, medio en broma me dijo.

-“Si fuera mujer no permitiría que mi marido me imponga limitaciones en la vestimenta”.

-“Y vos pensás que esa es la causa de yo use estas prendas”.

-“Es que no encuentro otra razón para que vos ocultes un cuerpo que, si responde a la cara, debe ser precioso”.

-“Lamento decepcionarte, pero mi esposo más de una vez alabó mi aspecto cuando llevo vestido o falda; uso pantalón y camisa holgada porque es la manera de despreocuparme de los mirones que, por desgracia, abundan, y así puedo enfocarme en lo que esté haciendo”.

-“¿Y yo podré tener el privilegio de verte con esa vestimenta típicamente femenina? Me encantaría sentirme en la obligación de darle la razón a tu marido”.

-“Ya veré más adelante”.

Ese comentario, a primera vista inocuo, me estuvo rondando la cabeza toda la semana y cuando se avecinaba la próxima reunión me dije ; y así, sin excepción, dejé de usar pantalones cada vez que debía ir a verlo. Fin de la reflexión

Narración de David.

Debo reconocer que la contribución hecha para aliviar la tarea de mi esposa fue mínima, pues era raro que su carga horaria en la agencia se incrementara; muy esporádicamente se retrasaba y en ese caso siempre avisaba. El cambio importante se dio en el entusiasmo con que afrontaba el trabajo y la consiguiente alegría al obtener buenos resultados, lógicamente por el esfuerzo conjunto.

Evocaciones de Marcia.

Al llegar a la primera reunión llevando vestido, después de mirarme detenidamente, me saludó con un beso en la mejilla, no solo más largo de lo común, sino que posó los labios ligeramente entreabiertos para juntarlos teniendo entre ellos un pedacito de mi piel, para luego decirme con voz queda.

-“Estás preciosa”.

Ese contacto y el susurro apenas audible me produjeron un escalofrío que hizo tambalear mi habitual aplomo en el desempeño propiamente laboral, lo que no me impidió percibir un cambio en el despacho, ya no estaba la mesa de trabajo anterior sino una redonda para cuatro personas y con superficie de vidrio transparente. Al sentarnos se ubicó de manera que la parte inferior de mi cuerpo fuera bien visible para él. Luego de un rato de trabajo, en que nada pudo ver, hicimos un intervalo para tomar algo y estirar las piernas; ahí volvió a la carga sobre mi atuendo.

-“Ese vestido es demasiado largo, pienso que debiera llegar apenas por encima de las rodillas”.

-“Si así fuera, al sentarme el ruedo estaría a medio muslo, y en lugar de trabajar tranquila, tendría que estar pendiente de no dejar a la vista la bombacha; además a vos no te conviene que decline mi atención sobre la tarea por la cual estás pagando”.

-“¿Me permitís una confesión que no puede salir de estas paredes?”

-“Si es algo incómodo para mi o mis socias, o deshonesto respecto del trabajo no quiero escucharlo”.

-“Ninguna de las dos cosas, es simplemente contar lo que siento”

-“Entonces te voy a escuchar, pero me reservo el derecho a estar en desacuerdo y decírtelo”.

-“Es que hoy, al verte tan femenina y hermosa el trabajo pasó a segundo plano”.

-“Gracias por el elogio, pero el trabajo sigue siendo lo más importante y eso es lo que nos reúne”.

Habiendo declinado el café y bebiendo un jugo de fruta me acerqué al ventanal ubicado al costado de su escritorio, atraída por la preciosa vista hacia un parque totalmente verde.

-“Qué hermoso paisaje se divisa desde acá”.

-“Es verdad, y desde acá también”.

Iba a contestar algo cuando, en el reflejo del vidrio, lo veo mirando fijamente mis nalgas; aunque el comentario hizo crecer mi ego, no debía reconocerlo, así que me guardé la sonrisa de satisfacción que pugnaba por salir y, girando empecé a caminar hacia la mesa de trabajo.

-“Bueno, se acabó la vagancia, a continuar en lo que estábamos pues los términos hay que respetarlos”.

Había dado dos pasos cuando me frenó, él sentado en un sillón y yo de espaldas al ventanal.

-“Por favor, ¿cumplirías un deseo que me come por dentro desde que llegaste?”

-“Primero tendría que saber cuál es”.

-“Ciertamente algo sencillo y casi infantil, ¿levantarías tu vestido más arriba de las rodillas? así resuelvo la incógnita de la belleza de tus piernas”.

El pedido en cierto modo me paralizó, aunque estaba en línea con su actitud general de admirar mi cuerpo, cosa que íntimamente me agradaba, y ahí permanecí inmóvil pero seria, sabiendo que él estaba enfocado en mi silueta que la fuerte luz exterior mostraba a través del vestido.

-“Lo voy a hacer solo para darte algo de tranquilidad y así enfocarnos en lo que tenemos pendiente”.

Con espontánea lentitud tomé el vuelo desde la mitad y empecé a subirlo para frenar habiendo superado las rodillas; él estaba mirando esa parte de mi cuerpo, mordiéndose el labio inferior con la expresión de quien está frente a un tesoro; al percibir la detención habló con voz suave a modo de ruego.

-“Un poquito más, por favor”.

Yo, aunque por fuera pareciera insensible a su patente excitación, me había contagiado, y le di en el gusto hasta que me di cuenta que había llegado a medio muslo; solté de golpe la tela y fui a sentarme; por supuesto que el intento de ambos por retomar el trabajo fue infructuoso, el impacto del momento vivido seguía presente y hacía inútiles los esfuerzos por sobreponernos al nivel de excitación alcanzado.

Ante eso le dije que necesitaba retirarme y disculpándome me comprometí a compensar el tiempo perdido; me acompañó hasta la puerta donde hizo el ademán del beso habitual de despedida, pero no fue así, pues tomándome de la cintura con una mano, con la otra inmovilizó mi cara cubriendo con sus labios los míos; mi inicial parálisis se transformó en aceptación y permití que su lengua ingresara a entrelazarse con la mía y mansamente dejé que su miembro presionara mi vulva, hasta que sus manos, apretando desde mis nalgas intentando subir el vuelo del vestido, me hicieron recapacitar sobre lo que estaba haciendo; ahí me separé y salí sin decir una palabra. Fin de la evocación.

Narración de David.

Cuando llegué a casa, algo temprano porque había concluido rápido lo pendiente, me encuentro con mi amada, llamándome la atención su cara seria con gesto de incomodidad.

-“Hola mi amor, te noto apagada, ¿pasó algo que te hizo regresar un poco más temprano?”

-“Hola tesoro, siento algo raro en el abdomen y un gusto desagradable en la boca, por eso no te recibo como siempre”.

-“Quizá sea un simple desarreglo digestivo y mañana ya te hayas compuesto, si querés meterte a la cama yo me encargo de la cena y te llevo aquello que quieras. Antes que me olvide, ya pasó bastante tiempo desde el último descanso de las pastillas anticonceptivas, así que podés comenzar otra interrupción y, mientras tanto, yo uso preservativo”.

Durante la noche se movió mucho, con algunos sobresaltos, pero al día siguiente fue a trabajar, aunque no con la buena disposición de costumbre.

Recuerdos de Marcia.

Después de la reunión donde nos besamos con Jeremías me sentí tan mal que inventé una excusa y, en lugar de regresar al estudio, me fui directamente a casa. Al poco rato llegó David y me encontró en ese estado de ánimo lamentable, pues la conciencia taladraba mi cabeza reprochando el reciente proceder, el resto de la tarde estuve en cama y la noche fue un infierno de pesadillas.

En los siete días que pasaron, hasta la nueva reunión semanal con el empresario, de manera pausada, sin pensar ni buscar, fui transitando de la culpa a la tranquilidad, luego al entusiasmo por la tarea y por último a la ansiosa espera de que llegara el momento.

El día para la prevista reunión semanal de coordinación, después de vestirme, caí en cuenta que inconscientemente, había elegido cada prenda en función de esa cita; la blusa abotonada que permitía graduar el escote, la falda con elástico en la cintura que podía subir o bajar a gusto, zapatos de taco medio cómodos para moverme y también la ropa interior, un hermoso conjunto transparente regalo de David.

Puestos los pies sobre la tierra me recriminé, pues mi conducta era la de una puta que, juntando flujo en la toalla higiénica de la biquini, corre con desesperada arrechera a los brazos del amante.

Esa mañana cuando llegué al estudio, apenas me vio Paula me llevó a su despacho, cerrando la puerta para hablar en privado.

-“Amiga, hace años que nos conocemos, y hay indicios apuntando a que estás en peligro”.

-“¿Por qué decís eso?”.

-“Porque pareciera que, transgrediendo la vieja costumbre de vestirte extremadamente recatada, has hecho un cambio notable coincidiendo con las veces que te toca ir a verlo a Jeremías; y no solo eso, sino que lentamente vas avanzando en mostrar más. Te lo digo porque no quiero que salgan perjudicados tanto vos como David; la pendiente, cuando es suave, te lleva al fondo sin que te des cuenta”.

-“Ya te entendí, voy a volver a lo viejo, gracias”.

Miré el reloj cuando entraba a la secretaría, faltaba un minuto para la hora convenida y al verme la joven que atendía hizo una seña de saludo y me anunció; estaba terminando de hablar cuando se abrió la puerta apareciendo en el marco el hombre que buscaba; daba la sensación de haberme estado esperando del otro lado de la hoja de madera lustrada. Ambos serios nos miramos y él, movió el brazo dándome paso para después cerrar.

-“Temía que no quisieras volver”.

-“Este es un trabajo, y mis compañeras no tienen la culpa de lo sucedido”.

-“Te agradezco esa disposición y que nuevamente hayas optado por la vestimenta que me encanta y, por supuesto, la que hace justicia a tu belleza”.

-“Gracias”.

Los dos, veladamente, pues no lo decíamos con palabras, estábamos haciéndole saber al otro la excitación que llevábamos a cuesta, y probablemente sucedía por el temor que anidaba en él de avanzar más rápido de lo esperado, mientras yo pretendía conservar un mínimo de dignidad; mi concha aplaudía de ganas pero no lo podía reconocer.

Con paso no del todo firme fui hasta el lugar de costumbre ocupando el sillón giratorio. No quería darle la oportunidad de pegarme a su cuerpo, pues eso me llevaría a una segura claudicación. Igualmente se ubicó a mis espaldas mirándome desde arriba.

-“Recién me dijiste que esto es un trabajo y como tal estás decidida a realizarlo; me encantaría saber si además viniste porque te resulta placentero”.

-“Sí, también fue por eso”.

La vergüenza de aceptarlo me llevó a hablar con cabeza y voz baja, pareciendo que ese era el aviso esperado para continuar el asedio, porque puso las manos sobre mis hombros presionándolos suavemente, luego bajó a soltar dos botones de la blusa dejando a la vista el corpiño.

-“Qué preciosura lo que veo, pero solo a modo de anticipo”.

Y soltó dos más.

-“Ahora sí están a la vista dos maravillas, aunque todavía cubiertas, pero ya lo arreglamos”.

Y deslizó la blusa hacia arriba sacando los faldones para dejar todo el pecho al aire. Inmóvil, sin oposición, con la mente en blanco, deseando solamente gozar en manos de ese hombre, cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás apoyando el cuello en el borde del respaldo; ahí fue cuando deslizó los breteles hacia los brazos y fácilmente bajó el corpiño dejando los pechos desnudos para apretarlos con fuerza y retorcer los pezones.

Mi quejido, respondiendo a esa mezcla de dolor-placer, lo calló con su boca que empezó comer la mía mientras continuaba con la caricia-tortura de mis tetas; terminado el beso, su voz me llevó a abrir los ojos.

-“Hoy comenzó lo bueno putita, y vas a recordar por mucho tiempo el placer que viniste a buscar y te vas a llevar, arremanga lentamente la falda hasta que llegue a la cintura, perfecto, preciosa esa transparencia, ahora hay que hacerla a un lado; impecable esa almejita rodeada de vellos castaños, solo falta separar los labios para que pueda apreciar el tesoro completo”.

-“Madre mía, no puedo creer lo que estoy haciendo para darte en el gusto”.

-“Sin duda debo agradecer al inventor del sillón giratorio, ya que con una simple rotación de noventa grados tengo a centímetros de mi boca el manjar que, esta antigua esposa recatada, me ofrece para hacer progresar los cuernos que ya porta el esposo”.

La tarea de labios y lengua me llevaron rápidamente a un estado de enajenación, donde lo único que quería, y se lo hacía saber, era correrme; sin embargo el muy infame, cada vez que me veía al borde del orgasmo frenaba y sostenía mis manos para que no lo sepultara en mi vagina; por eso la acabada fue muy intensa dejándome exánime durante unos minutos; volví a mis cabales cuando lo escuché.

-“Ahora vas a recibir la ración de pija que viniste buscando”.

-“¡No, eso no, por lo que más quieras!, dejalo para más adelante, hace unos días deje de tomar anticonceptivos, no me puedo arriesgar, te pajeo, te la chupo, pero no me la metas”.

-“No solo me la vas a chupar sino que te vas a tragar todo lo que salga; esta vez te salvás pero la próxima vas a recibir carne del derecho y del revés. Por ahora tu marido es cornudo al diez por ciento por el beso, apoyada y tocada de culo del otro día; hoy mamada con leche bebida es un treinta por ciento más, así que te queda sesenta por completar, treinta de concha y treinta de culo, vení que no quiero correrme de pie”.

Y me llevó casi a la rastra, se desnudó de la cintura para abajo y me dijo.

-“Te quiero solo con la falda arrollada en el medio de tu cuerpo, arrodíllate sobre el sillón de manera que, mientras chupas mi pija, yo pueda meterte mano por detrás y ver el trabajo de labios y lengua”.

En cierto modo fue una tortura, porque había momentos en que me apretaba la cabeza provocándome arcadas, pero compensaba con dos dedos que entraban rítmicamente en mi concha mientras el pulgar traveseaba en mi culito; así llegué a correrme mientras tragaba la leche depositada en mi boca.

Con el maxilar bañado en esperma y el flujo empapando mi entrepierna quedé tendida y laxa sobre el sillón; una dama, generalmente cuidadosa de su aspecto, recatada en el vestir, pudorosa en sus posturas y digna en sus actitudes, ahora se mostraba despatarrada, las nalgas en el borde del asiento, la falda en la cintura, mostrando la vulva mojada en la unión de las piernas abiertas, la cabeza ladeada con los ojos cerrados y los labios entreabiertos largando saliva y esperma por una de las comisuras.

Esa fue la imagen que tomó el celular de mi seductor, y me la mostró cuando recuperé la cordura al entregarme unos pañuelos descartables para secar un poco los líquidos, pues hubiera resultado desagradable caminar hacia el baño dejando el reguero de cremas resbaladizas.

El trabajo había brillado por su ausencia y, ya repuestos después de aplacar la urgencia del deseo ciego, volvió a la carga mi conciencia con una embestida salvaje.

Esta vez no me animé a regresar a casa para reponerme, di vueltas dando tiempo a que mis compañeras se hubieran retirado a sus casas para ir al estudio, tomar algo y componerme un poco; por supuesto antes le avisé a mi marido que hoy iba a demorarme, y el recibir su amorosa comprensión empeoró mi estado.

Fin de los recuerdos.

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4 COMENTARIOS

  1. Me encantó la historia y la forma de redacción de la escritora, un verdadero manjar oara los que nos gusta este tipo de historias

    • Gracias Hans Verger por leer y comentar. Debo reconocer que mi seudónimo es ambiguo y por eso tu apreciación. En realidad, soy un joven de setenta y algo aproximándome a los ochenta. Tus palabras me causan una alegría inmensa obligándome a soltar el cinturón, pues mi ego creció de manera desmesurada. Recibe mi cordial y agradecido saludo.

    • Gracias Sebastián por leer y comentar; me alegran muchísimo tus palabras, recibe mi cordial saludo.

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