Sara se despertó diez minutos antes de que sonase la alarma de su móvil.
Fuera todavía estaba oscuro y hacía un poco de frío.
En otra cama gemela dormía Juan, su novio con derecho a roce.
“Todavía faltan diez minutos” pensó justo antes de que el minutero avanzara.
En cierto modo le fastidiaba haber robado al sueño diez minutos, pero lo que sucedía en realidad era que no le apetecía nada eso de levantarse para ir a la oficina. Se estaba muy bien en pijama, en camita, calentita.
Miró a Juan que dormía.
Él tenía un horario mejor, entraba casi una hora más tarde a trabajar, no era justo.
-¿Estás despierto? -le preguntó en voz alta.
Si no lo estaba eso le despertaría de todos modos.
Juan salió del mundo de los sueños abruptamente. Se estiró bostezando y se tiró un pedo silencioso.
-Voy a tu cama. -dijo Sara.
Juan reaccionó.
-No hace falta que te muevas, ya voy yo.
Laura agradeció el gesto con una sonrisa. Juan siempre estaba dispuesto al roce. Aun así, desconocedora del incidente gaseoso, la sorprendió que él tomase la iniciativa de ir a su cama. Normalmente era ella la que se colaba en el lecho de su compañero.
El hombre retiró la manta que le cubría de un tirón notando inmediatamente el frescor de la mañana en sus velludos muslos. Al contrario que su “novia”, el no usaba pijama, y preferiría dormir en ropa interior.
La mujer observó todo con detalle. Incluso notó el bulto bajo los calzoncillos de Juan.
Estaba caliente y no era solo por el pijama.
Juan se coló en la cama de Laura y esta, inmediatamente, pegó su cuerpo al suyo, sujetó la cabeza del varón entre sus manos y le besó en los labios. Juan abrió la boca y Laura hizo lo propio y con su lengua recorrió con avidez aquella caverna de placer.
Había algo maravilloso en ese tipo de besos, una mezcla de sentidos, el sabor adictivo el otro, el tacto. Hablando de tacto, pasada la sorpresa inicial del beso y cuando aún sus labios no se habían separado en busca de aire, la mano de Juan se coló bajo el pijama y las bragas de Laura buscando culito. Las nalgas tiernas, la raja generosa y el sexo húmedo se sentían de manera deliciosa.
El pene de Juan comenzó a palpitar mientras Laura gemía, se apretaba más al cuerpo de aquel hombre y, copiándole, deslizaba la mano bajo los calzoncillos tocando nalga para, inmediatamente después, con dos dedos, tirar suavemente de los pelos que emergían de la raja del culo del varón.
Un rato después, Laura cambió de posición encaramándose sobre la cintura de Juan siempre de cara. Ahí, sentada a horcajadas sobre su chico, en posición dominante, levantó los brazos para que Juan la desnudase de cintura para arriba. Pronto, las tetas de la chica quedaron al aire, tetas maravillosas coronadas por erectos pezones que el hombre no tardó en chupetear. Laura disfrutó de aquella sensación.
El despertador sonó.
-Maldita sea. -protestó la fémina alargando la mano para hacer callar al maldito móvil.
-Rápido, que no queda tiempo. -apremió.
Juan observó como su compañera abandonaba su posición dominante, se tumbaba de lado dándole la espalda y bajaba apresuradamente, de un tirón, pantalones del pijama y bragas exponiendo su trasero.
El hombre se bajó los calzoncillos y sacó un preservativo del cajón. En un minuto se lo puso. Laura se llevó las manos a la vagina y comenzó a frotarse.
-Vamos… Juan… que estoy muy muy caliente.
Las palabras, la visión del culo preparado y la visible excitación de ella contribuyeron a que el miembro de él estuviese más que listo.
Separó las nalgas de Laura, posicionó la punta de su herramienta en el agujero correcto y empujó. La respuesta de placer de su pareja, junto a su propio jadeo, le animaron a seguir.
Penetró a Laura de manera vigorosa, empujando con determinación y ritmo creciente. Luego, como enloquecido, atrapado por el embrujo del momento, aceleró de manera casi salvaje, puro instinto. Y en su busca de placer, casi egoísta, en su desenfreno y locura, encontraron placer ambos amantes. El cuerpo de Laura alcanzó el orgasmo temblando. Juan, tras eyacular en la goma, se aferró a la piel de su compañera para disfrutar de sus convulsiones, oír sus jadeos, aspirar el imperceptible olor de sus feromonas.
Dos minutos después, más relajada, Laura se levantó de la cama, sacó ropa interior de un cajón y caminó desnuda hacia el cuarto de baño. Juan la siguió con la mirada.
El ruido de la puerta del baño… y luego el agua cayendo de la ducha.
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