Profanación en una biblioteca

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T. Lectura: 5 min.

Una tarde Afrodita fue a la biblioteca del Centro dónde trabajaba Ares, la excusa era que necesitaba entender mejor un tema para presentar un artículo científico en corto tiempo, pero en realidad su orgullo había sido tocado en su último encuentro con Ares. Hacía semanas que no se hablaban. Ella entró, saludo brevemente tratando de no hacer contacto visual con él.

El lugar olía a papel viejo y secretos mal guardados. Afrodita recorrió los pasillos como si buscara analizadores de iones, pero su cuerpo buscaba algo más primitivo: la electricidad estática que solo Ares generaba en su piel.

Se sentó en el mismo lugar como de costumbre y sintió cómo él se sentó frente a ella. Ambos se saludaron con la mirada como si nada hubiese pasado anteriormente. Intentaron hablar en susurros, se notaba que ya estaban completamente excitados. El ultimo relato que ella le había escrito a él fue demasiado aterrador. A pesar de la excitación había en el ambiente algo de cuidado en él y terror.

Ella sabía que no estaba permitido en ese lugar masticar chicle, mucho menos chupar una piruleta. Pero ella adoraba hacer cosas prohibidas, por lo que sacó un paletita roja de su bolso, se la ofreció a él. Él la rechazo con una cara de que aquí no puedes hacer eso. El chasquido del envoltorio de la piruleta resonó como un disparo en aquel templo de silencio. Ares contuvo el aliento: el rojo de la golosina empalidecía comparado con la lengua de Afrodita, que ahora se deslizaba sobre el dulce con intención obscena.

El encargado ni se inmutó. Ares solo observaba todo este espectáculo a unos centímetros de distancia. Experimentando un placer sin igual. Él imaginó esa misma lengua trazando ecuaciones en su abdomen, bajando, bajando…

Al pasar unos minutos, él fue agarrando más confianza, pensando que en ese templo de la cultura y la sapiencia no estaría mal practicar un poco de sexo. Después de todo, él sentía que ella estaba provocándolo para castigarlo, pero algo más ella estaba guardando. Un resentimiento que había descargado en su relato.

Fue acercándome poco a poco a su rostro y le dio un pequeño y suave beso en los labios. Arriesgándose a que alguien los viera. Ella abrió su boca y sacó su lengüita juguetona dándole a entender que quería más. Él le levantó el corto vestido notando sus bragas humedecidas.

Ares se levantó y caminó al final del pasillo principal, merodeó para comprobar que no había moros en la costa, regresó a la sala de lectura y le hizo una señal de que viniera. Ella lo rechazó con la cabeza mirando hacia el encargado que estaba levantándose en ese momento de su puesto.

Miró el reloj y se dio cuenta que era el momento del almuerzo. Ares se acercó al encargado diciéndole que podría irse, que ellos se quedaban, que ella había venido de lejos para buscar unos libros especiales. Obviamente de mala gana el hombre le dijo que en 30 minutos volvía. Ese era el plazo que podrían tener para disfrutar de esa fantasía sexual.

Tan pronto salió él encargado, él la tomó por la mano y la llevó rápidamente al final del pasillo principal dónde había merodeado minutos antes. Él deseaba hacerle una buena comida de coño.

Había una ventana, un escritorio, varias sillas y escaparates que ofrecían un oasis a estos amantes. Ella misma con un movimiento muy gracioso, se bajó las bragas y las tiró a un lado. Ares la cargó y subió a la mesa dónde le ordenó cerrar los ojos y no abrirlos hasta que él le permitiera.

Él le levantó el corto vestido, abrió sus piernas de par en par, encontrándose con su vulva totalmente depilada. Se acercó, le separo los labios vaginales con los dos dedos pulgares y metió su nariz, enterrándola en toda su raja cual arqueólogo desesperado por descifrar un jeroglífico de piel. Saco su rostro todo mojado, como si lo hubiera metido en una fuente. Ella solo jadeaba tratando de no hacer ruido, no vaya a ser que alguien los escuche.

Ares lamía de abajo a arriba como con la intención de secársela, pero consiguiendo el efecto contrario. Cuanto más lamía y chupaba más se le humedecía. El sabor de Afrodita —ácido y dulce como un manuscrito olvidado— lo enloquecía. Cada lamida era una corrección a su anterior error: borrar sus mensajes. Ahora, con la nariz empapada y los dedos anclados en sus caderas, reescribía su penitencia.

Él notando que ella ya estaba a punto de gritar de placer, la jaló hacía si provocando que su cabeza saliera un poco del escritorio dejándola en una buena posición para que ella pudiera hacerle sexo oral. Sacó su verga y se la metió bien adentro. Ella provocaba cosquillitas en su glande con su garganta.

De vez en cuando alguien abría la puerta de la biblioteca solo para fijarse que el encargado no estaba y que había un letrerito que decía “receso, vuelvo en breve”. Ambos se petrificaban del miedo, pero continuaban con su juego.

Él se la sacaba de la boca y ella aprovechaba para decirle cosas lascivas. Mientras ella se masturbaba y acariciar su clítoris, metiéndose un dedo, y luego dos, él acariciaba sus nalgas, jugando con su ano, sintiendo cómo su esfínter estaba un poco dilatado, animándose a meterle un dedo, y luego el otro.

Estaban tan calientes, que ya profanaban con sus bocas ese lugar.

—¡Ya me vengo papi!

Ella solo alcanzó a emitir un leve gemido. Él seguía bombeando cada vez que ella se prendía más, estimulando más tanto su clítoris como su ano.

Por fin ella abrió los ojos.

—No te he dado permiso aún —dijo él juguetonamente nalgueándola.

La cambió de posición, de espaldas a él y recostándola sobre el escritorio, sacó de su bolsillo un preservativo y se lo colocó. El reloj hacia tic, tac… La excitación se sentía en el aire, se la metió hasta la empuñadura, sintiendo como sus huevos chocaban con las nalgas de ella, era una sinfonía de sonidos que emitían gracias a todos los jugos de Afrodita. Ares estaba fascinado con lo que veía, su espalda arqueada, su vestido arremangado, sus nalgas expuestas vibrando, danzando, moviéndose rítmicamente al son de varios orgasmos. El escritorio se había convertido en un altar. Los libros alrededor testigos mudos de cómo un analizador de iones podía convertirse en un devorador de orgasmos.

Ella le pidió que le diera por el culo, él estaba esperando ese momento. Ella misma tomó su pene lentamente, muy despacio lo fue insertando, sudando, gimiendo y cuando ya estaba casi todo dentro él empezó a bombear, sintiendo ya como se contraía ella en otro orgasmo más.

Sintieron como la puerta de la biblioteca se abrió. Él empezó a bombear más rápido sentía que me iba a vaciar dentro de su culo. Él dependiente lo llamó por su nombre. Él solo pudo decir, ya voy. Ambos temblaban. Ella no podía moverse estaba petrificada. Él intentaba guardar la compostura, su erección era muy notoria.

Los pasos eran cada vez más fuertes, el encargado se estaba acercando, traía una pila de libros en sus brazos y los estaba colocando en diferentes sitios. Afrodita no encontró sus bragas, se sentó frente a Ares simulando que estaban desarrollando un problema matemático.

—Te quería pedir que me ayudes a mover el escaparate que está en la entrada, no puedo solo. —diciendo esto se dio la media vuelta, por lo que Ares aprovechó para sacarse el preservativo.

—Sí, si claro. Vamos.

Afrodita asustada por fin logró encontrar sus bragas justo en la sección de diccionarios.

Ares salió del lugar dándole un beso ardiente.

—Ya vuelvo —susurró.

Alguien entró y pidió al dependiente algo, ella pudo sentir los pasos y los sonidos de búsqueda entre las repisas. Al cabo de unos minutos Ares regresó.

—Aproveché para ir al baño a lavarme y no tengo más preservativo por lo tendré que venirme en tu boca.

Afrodita se hincó, pero él la volvió a acostar en el escritorio, esta vez la espalda de él daba hacia el pasillo y la cara de ella estaba vigilante por si alguien venía. El miedo de que alguien entrara y los atrapara hacía aún más excitante la situación. Ella empezó a mamarle la verga, él estaba tan entusiasmado que se la sacaba y metía totalmente. A la vez sus dedos, como neutros energéticos, exploraron su clítoris, midiendo las emisiones de su placer, pero al mismo tiempo él estaba obteniendo el placer necesario al tocarla.

—Quiero tu leche —susurró ella lascivamente.

Él ya no podía más, esa frase hizo estallar el volcán que ya no podía contener más esa lava. Comenzó a expulsar todo de él, a ella se le desbordaba la esperma por la comisura de sus labios, chorreando su descarga sobre su pelo y el resto de su cara y cuello. Ella quedó toda embadurnada, irreconocible.

—Uff, cómo me has dejado, voy a oler a ti todo el puto día —comentó, excitada.

Afrodita atrapó una gota de semen, que chorreó por su mentón y con el dedo la llevó a los labios de Ares.

—Tu firma —susurró.

Y en ese instante, entre diccionarios polvorientos, supieron que ninguna palabra describiría jamás aquella humedad compartida.

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