Saliendo del placard

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T. Lectura: 2 min.

Desde que conocí a quien es mi novio, me sentí atraída por su forma de hablarme. Es muy caballero y delicado conmigo. Resalta todo atractivo físico que yo pueda tener y no menciona nunca mis defectos desagradables.

Es un hombre de aspecto masculino. Siempre vestido formalmente. Tranquilo y pulcro.

Nuestra diferencia estaría es importante. Yo tengo 22. Él 45 años.

Físicamente también somos diferentes. Él mide 178, pesa 80 kilos. Su cabello es negro. Su piel morocha clara.

Yo mido 160, peso 58 kilos. Y mi piel es blanca. Mi cabello es castaño.

En la calle soy un chico común de barrio.

En la intimidad de mi casa me convierto en la mujercita que espera ansiosa la llegada de su novio.

Todos los días lo espero bien higienizada, perfumada y con ropa sensual. Me visita cuando sale de su trabajo. Siempre estoy ansiosa por verlo. Y espero sus palabras de halagos a mi ropa femenina (hasta hoy somos novios únicamente en la intimidad).

Al llegar, él se ducha. Dice que debe estar limpio para sentirse bien a mi lado.

Luego de bañarse.

Con una toalla ceñida a la cintura, se sienta a mi lado. Compartimos café y charla de novios. En todos los encuentros nos damos infinitos besos y caricias que nos conducen a un estado muy alto de excitación sexual.

El movimiento de sus manos inquietas debajo de mi ropa indica que su deseo a llegado a un punto sin retorno. Entonces, entre beso y beso, me quita la ropa. Yo ayudo con mis manos a que caiga la toalla ceñida a su cintura.

Luego él, ya desnudo me carga en brazos llevándome hasta la cama. Yo disfruto la visión de su pene erecto por mí. Porque desperté en él, el deseo de hacerme suya con urgencia y con mucha vehemencia. Cuando se deja caer sobre mí, me hace sentir pequeña e indefensa, bajo el peso de su cuerpo en la cama.

Confío ciegamente en que no me causará daño. Y me entrego en cuerpo y alma.

Hasta fundirnos en un solo cuerpo que palpita al unísono.

Sincronizamos nuestros movimientos cadenciosos acompañados por suspiros y gemidos de gozo. Hasta explotar él dentro de mis entrañas, para luego recuperarnos.

Mientras disfrutamos las mieles orgásmicas, hablamos del morbo que me provocaría salir a la calle vestida como una mujer y actuar como tal.

Mientras estoy entre sus brazos en posición de cucharita. Él me acaricia la piel. Su respiración pesada y pausada resuena en mi oído y la brisa de su aliento me acaricia la nuca y cuello. Así hablamos sobre mi transición.

Esas conversaciones me calientan mucho y a él le provocan una fuerte erección… por lo que terminamos entregándonos a la batalla del amor una vez más hasta quedar destrozada pero feliz

Besos Berta.

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2 COMENTARIOS

  1. Gracias Belu. Las chicas que somos así por el deseo de serlo..tenemos menos opciones placer para brindará nuestra pareja sexual. Somos muy exigidas a usar bien los dos únicos recursos para la penetración.

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