El vuelo de regreso no fue lo único que subió (2)

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El día anterior no había visto a Roberto —o mejor dicho, Beto— por ningún lado, pero a la mañana siguiente, un golpe suave en mi puerta me sorprendió.

—Hola, Alma. Perdoná que te moleste tan temprano… —Beto estaba allí, con esa sonrisa tímida que ya me resultaba familiar—. Te quería invitar a desayunar. Ayer no te encontré.

—Hola, Beto —respondí, conteniendo una sonrisa—. Dale, dame unos minutos y salgo.

—Perfecto. Y por favor, decime Beto —agregó, riéndose nervioso.

—Bueno, Beto. Enseguida nos vemos.

Cerré la puerta y no pude evitar reírme… hasta que la voz de la razón apareció en mi cabeza: ¿Qué estás haciendo, Alma?

Pero la ignoré.

El desayuno fue encantador. Beto era divertido, atento, y cada palabra suya me hacía reír. Al regresar a mi habitación, noté en el reflejo del espejo del pasillo cómo sus ojos se detenían en mi trasero, ardientes de deseo.

Entré a mi cuarto con el corazón acelerado, tratando de convencerme de que no pasaría nada… hasta que revisé mi teléfono.

Mi esposo había respondido a mis fotos en lencería —poses ardientes, piel al descubierto— con su clásico:

«Estoy cansado, perdón.»

Esa fue la gota que colmó el vaso.

Día siguiente.

Después de entrenar y almorzar, me senté en el balcón con una taza de té, disfrutando del sol. Abajo, en la pileta, estaba Beto. Solo.

Le envié otra selfie a mi marido (que ahora parecía mi ex), y su respuesta fue aún más fría:

«Estoy ocupado, perdón.»

Sin pensarlo dos veces, me puse el bikini más sexy que tenía —un body verde con top rosa, diseñado por mi amiga—, me envolví en una bata y bajé.

—Hola, Beto —saludé, notando cómo sus ojos se clavaban en mis curvas.

—H-ho-hola, Alma —tartamudeó, casi atragantándose con su propia saliva.

—¿Te puedo hacer compañía? Me encanta darme un chapuzón a esta hora.

—Sí, c-claro. La pile está vacía.

Nos reímos, charlamos, y pronto estábamos jugando como niños, salpicándonos y riendo sin parar. Hasta que, sin darnos cuenta, terminamos demasiado cerca.

Y entonces lo sentí.

Algo enorme bajo su short.

—¿Pasa algo, Alma? —preguntó, notando mi expresión.

—No, no —mentí, sonrojada.

—A mí sí me pasa algo —susurró, acercándose más y agarrando mis caderas con fuerza.

Su erección se frotó contra mí, y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

—Ah… ¿y qué te pasa? —jugué, enredando mis brazos en su cuello.

—Que tengo que ser más animado, ¿no?

Le respondí con un sí moviendo la cabeza y, antes de que pudiera pensarlo, le robé un beso.

Fue electricidad pura.

Nuestros labios se encontraron con hambre, sus manos exploraron mi cuerpo como si lo conocieran de toda la vida, y yo me dejé llevar… hasta que escuché voces.

Gente llegando a la pileta.

El pudor me golpeó de golpe.

—Perdón, me tengo que ir —murmuré, escapando del agua antes de que me vieran así.

Última noche.

No podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Beto: sus manos, su boca, ese enorme pene que no dejaba de imaginarme.

¿Cómo alguien tan tímido escondía semejante bestia?

Al día siguiente, mi vuelta a Argentina me esperaba… pero antes, tenía que despedirme.

Me puse una lencería sexy —una tanga de encaje blanco— y un vestido transparente que había comprado para mi esposo.

Pero Beto lo merecía más.

Llamé a su puerta.

Él abrió, sorprendido, e intentó saludarme como siempre… pero le puse un dedo en los labios, callándolo.

Lo empujé hacia adentro, cerré la puerta con llave y lo besé con toda la lujuria acumulada.

—¿Estás segura? —preguntó, mientras sus manos recorrían mi cuerpo.

—Sí. Ya no nos veremos más.

—Entonces… a darle.

Me llevó hacia la cama, pero yo tomé el control.

Lo tiré sobre las sábanas, me subí encima y comencé un baile lento, sensual, dejando que mi cuerpo hablara por mí.

Me desvestí lentamente, dejando que su mirada ardiente recorriera cada curva de mi cuerpo. Cuando solo quedé en tanga, me moví hacia él en cuatro patas, como una felina acechando a su presa, y comencé a besarlo desde el cuello hasta la cintura. Pero él tenía otros planes.

—Quiero que pongas ese culo perfecto en mi cara mientras me chupas la verga —susurró entre gemidos, sus manos ya tironéandome del pelo con urgencia.

—Lo que ordene, papi —respondí, girando con sensualidad hasta posicionar mis piernas a cada lado de su cabeza.

Con un movimiento brusco, su nariz se hundió en mi entrepierna. Apartó la tela de mi tanga con los dientes y, mientras una mano me agarraba la cadera, la otra masajeaba mi trasero con dedos expertos.

—¡Oh, sí! Justo así… —arqué la espalda al sentir su lengua explorando cada pliegue de mi sexo.

Su timidez inicial había desaparecido, reemplazada por la ferocidad de su erección, que ahora liberé de su ropa. La tomé con ambas manos, admirando su tamaño antes de llevármela a la boca.

—Dios… qué grande la tenés —murmuré entre lamidas, saboreando cada centímetro hasta llegar a sus testículos, que succioné con voracidad.

Él gruñó, empujando mi cabeza hacia abajo.

—Más profundo, nena.

Obedeciendo, me moví arriba y abajo, alternando entre chupadas y caricias con mis pechos, que ahora apretaban su miembro en un hot sándwich improvisado.

—¿Te gusta, mi amor? —pregunté, mirándolo con ojos desafiantes.

—Sos una diosa —jadeó.

—Entonces cómeme toda.

Alcanzando un condón, se lo coloqué con destreza. En segundos, me empujó contra la cama y penetró con un gemido ronco.

—¡Aaah, sí! Así, duro… —grité, clavando las uñas en su espalda.

Cambiamos de posiciones una y otra vez: yo encima, controlando el ritmo; él detrás, azotando mis nalgas con cada embestida. Entre gemidos y sudor, el tiempo perdió sentido.

—¡Voy a acabar! —anunció, pero yo no le permití detenerse.

—Dentro de mí, papi.

Cuando ambos climaxamos, quedamos entrelazados, jadeando.

—Pensé que los tímidos no duraban tanto —bromeé, acariciando su pecho.

Él rio, tirándome de la cintura.

—Todavía no es de noche, y tengo tres condones más… ¿Te atrevés?

La respuesta fue un beso profundo mientras mi mano ya descendía hacia su erección renaciente.

En ese momento, mis manos ya recorrían su cuerpo con urgencia, deslizándome hacia su entrepierna mientras mis labios sellaban los suyos en un beso profundo. Poco a poco, fui bajando, dejando un rastro de besos ardientes por su torso hasta llegar a su virilidad, que respondió rápidamente a mis caricias. Con movimientos lentos al principio, luego más decididos, lo masturbé mientras lo miraba a los ojos, disfrutando de cada gemido que escapaba de sus labios.

Cuando lo sentí completamente erecto otra vez, no pude resistirme. Lo tomé en mi boca, saboreando su textura, jugando con la punta antes de hundirme más profundamente. Sus manos se enredaron en mi pelo, guiándome con una mezcla de ternura y desesperación.

No tardamos en volver a la cama. Con los condones que quedaban, pasamos la noche explorándonos una y otra vez, cada encuentro más intenso que el anterior. Él me dominaba, yo lo montaba, nos perdíamos en posiciones que hacían crujir los muebles del hotel. Tres veces más nos entregamos al placer, hasta que el agotamiento y la satisfacción nos dejaron sin aliento.

Antes de irme, compartimos una ducha caliente donde el vapor se mezcló con nuevos gemidos. Me empujó contra la pared fría de los azulejos y me penetró por detrás, sus manos firmes en mis caderas marcando el ritmo de nuestra despedida.

Cuando finalmente me vestí para partir al aeropuerto, mi cuerpo aún vibraba con el recuerdo de sus caricias. Fue una de esas noches donde el tiempo parece detenerse, donde no hay horarios ni responsabilidades, solo piel, sudor y placer compartido.

Una semana después, regresé a Argentina con la energía renovada y un apetito sexual que no conocía límites. Me quedan pocas historias que contar – aventuras que estoy segura les encantará leer.

¿Qué les pareció este encuentro? ¡Déjenme sus comentarios! Si tienen preguntas sobre mis relatos o quieren sugerencias para próximas historias, con gusto responderé. (¡no olviden dejarlo en los comentarios!).

Un abrazo fuerte y besos a todos. ¡Hasta la próxima entrega!

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11 COMENTARIOS

      • Si mucho. Leí todos los relatos. Muy lindos. Hay escenas muy eróticas cómo cuando subís la escalera y el te mira de abajo o como en la pileta que sentís la erección. Me gustan los diálogos que escribís durante el sexo. Las onomatopeyas o cuando decís papi.
        Me llamo la atención que tus parejas la tengan grande y eso lo escribís en los relatos. Cómo remarcando. No sé si fueron reales o lo pones a propósito por qué te gustan los penes grandes.
        Me llamo la atención que no mencionas cuando tus parejas acaban no describís ni decís la típica palabra leche. No sé si cuidas tu léxico o nones tan relevante para tu.narrativa.

      • Hola bella , muy bien relatoas , sobre todo que en ningún momento cae en exageraciones de sexo , sino en disfrutar lo rico que es el disfrute lento de la excitación y el morbo que da la incertidumbre de lo que puede pasar entre dos personas que se desean.

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