Ya habían pasado seis meses desde mi última visita al odontólogo. Así que, como acostumbro hacer cada seis meses, nuevamente tenía que agendar una cita para una profilaxis y revisión de rutina.
Mi prima, una chica de 26 años, había abierto su consultorio hace un par de meses atrás, y ya había recibido de su parte una tarjeta en la que ofrecía sus servicios de salud bucal.
Busqué la tarjeta y copié el número de teléfono en mi celular para enviarle un mensaje y agendar una cita, la cual me la dio para el día siguiente.
Pero antes de todo, les daré algo de contexto…
Mi prima, como mencioné antes, tiene 26 años. Mide aproximadamente 170 cm. Es de piel algo clara. Ojos y cabello negro. Va al gimnasio. Tiene unas piernas hermosas, y del resto del cuerpo ya ni hablar.
Yo, en cambio, tengo 23 años. Soy de piel más o menos morena. Ojos almendrados color café claro. Cabello ondulado castaño claro, y apenas rebaso los 165 cm.
Pero bueno…
Al día siguiente me presenté en el consultorio. Toqué el timbre y abrió la puerta.
Estaba usando un uniforme negro algo ajustado. Yo no pude evitar mirar sus pechos.
—Hola, Víctor. Pasa.
La saludé, entré al consultorio y tomé asiento. Me pidió que la esperara unos segundos; yo le dije que sí.
Después de un par de minutos pasé para revisión y limpieza. Me acosté en la unidad dental, la echó hacia atrás y encendió la lámpara. Me hizo algunas preguntas de rutina y procedí a abrir la boca. Después de unos 20 minutos regresó el sillón a una posición vertical y me hizo un par de preguntas más.
—Bien, Víctor. ¿Cómo te sientes?
Me preguntó mientras se quitaba los guantes de látex.
—Bien, Vale. Gracias.
Su presencia, para ser honesto, me causaba algo de ansiedad. Mi prima es bastante linda, y con el uniforme se veía aún más atractiva.
—¿Sentiste sensibilidad en algún momento?
Yo respondí que no. Y ella solo se limitó a decir “bien”. Me pasó un espejo y me pidió que lo pusiera frente a mí.
—Mira, Víctor. Envidio tus dientes. Todos encajan a la perfección. Tus encías están sanas y no tienes caries.
Mientras miraba mi reflejo en el espejo no podía evitar mirarla a los ojos mientras me hablaba.
Me levanté y la seguí a su pequeña oficina. Se sentó en su escritorio y yo frente a ella.
—Víctor, felicidades; tienes una excelente higiene bucal.
Para ser honesto, yo no me esperaba eso. Así que me quedé mudo por un momento.
—¿Enserio? Gracias, Vale.
—De verdad. Tus dientes tienen el tamaño y color perfectos. Solo espero que mi trabajo te haya gustado.
Me sentí en confianza con ella así que le comenté que a partir de ahora ella sería mi dentista por lo que me quedara de vida.
Mientras hablábamos ella comenzó a hablar sobre el clima.
—Víctor, estoy aquí en el consultorio y tengo frío, pero me pongo a trabajar y entro en calor. Mira como estoy sudando.
Cuando dijo eso se bajó el cierre del uniforme. Traía puesta una blusa de cuello redondo, pero todo el pecho lo tenía casi descubierto. Así que al bajarse el cierre pude ver gran parte de su piel y un poco de sus senos cubiertos por un brasier negro.
Yo no supe que hacer en ese momento. Ella me estaba mirando mientras mantenía su uniforme abierto para que yo viera que estaba sudando.
—No te espantes, Víctor. Somos primos.
De nuevo no sabía que responder.
—Yo tengo un poco de frío, Vale. Y ya me estaba quedando dormido ahí en el sillón.
—¿En serio? Me hubieras dicho y nos acostábamos los dos un rato. Yo también tengo mucho sueño y la siguiente hora la tengo libre. Hasta podíamos ver una película en la pantalla de la unidad dental.
Nuevamente su comentario me tomó por sorpresa.
—Me habría gustado, Vale, pero será para la próxima.— le respondí de manera algo sarcástica.
—Está bien, Víctor. Entonces te veo en seis meses para tu próxima limpieza, ¿verdad?
—Sí, por favor.
Me levanté y caminé junto a ella hacia la salida. Al llegar a la puerta me tomó de la mano derecha y me puso un paquete con algunos utensilios de higiene bucal.
—Toma, Víctor; un regalo de mi parte.
Mientras me tomaba de la mano la miré al rostro. No sé por cuánto tiempo la miré, pero me quedé perdido en el color negro de sus ojos.
—Tus dientes también están muy bonitos, Vale. Tienes una sonrisa bastante linda.
Ella se sonrojó y comenzó a sonreír.
—Gracias, Víctor. Espero verte pronto.
Abrí la puerta, y antes de salir, me detuvo y me dió un beso en la mejilla.
—Adiós, Víctor. Cuídate mucho.
Ese beso también me tomó por sorpresa, pero al final yo también le di un beso en una mejilla.
—Adiós, Vale. Espero verte pronto.
Bajé las escaleras, puesto que su consultorio estaba en el segundo piso de una pequeña plaza, junto a un gimnasio.
Durante todo el trayecto a mi casa no podía dejar de pensar en ella.
Durante la noche noté que ella había publicado una historia en WhatsApp. Ella ya me había agregado a sus contactos, cosa que creí que jamás pasaría.
Al día siguiente yo publiqué un meme sobre el miedo a los dentistas en una historia y a los diez minutos me llegó un mensaje de ella:
“jajaja ¿en serio?”
Yo lo había hecho con la intención de que ella reaccionara a mi historia, pero jamás me imaginé que la fuera a responder. Así que no tuve más remedio que responder su mensaje.
—Sí Vale. En serio.
—Pero miedo de qué?
—Hay dentistas que me dan miedo, sobre todo si es una dentista guapa
—¿Cómo yo?
—Mmmm sí. Te veías muy linda con tu uniforme negro
—Bueno, pues cuando vuelvas a venir te voy a atender sin ropa para que no tengas miedo
—Jajaja bueno, bueno
Lo veía y no lo creía. Pero ahora tenía que esperar seis meses para volver a ir. Sin embargo, a la semana siguiente le escribí para que me hiciera un aclaramiento dental, y la cita, nuevamente, me la dió para el día siguiente, por la tarde.
Así que en punto de las cinco de la tarde llegué al consultorio. Llegué tan solo para encontrar las puertas cerradas con candados. Supuse que había ido a comer, así que me senté en las escaleras, justo a un lado del gimnasio. De repente mi celular sonó…
—Hola primo. Dame cinco minutos
—Claro, Vale
Como a los tres minutos escuché su voz detrás de mí. Era ella que venía saliendo del gimnasio ya con el uniforme y recién bañada, con una maleta cargando de un hombro.
Caminé detrás de ella y al llegar comenzó a abrir el consultorio.
Me pidió disculpas por el retraso, y yo solo le dije que no se preocupara.
Al entrar me pidió que le diera unos minutos. Después me llamó a la unidad dental, y al acostarme sucedió lo inimaginable.
—Entonces, Víctor, ¿con o sin ropa?
Yo me quedé mudo mientras el corazón se me aceleraba a mil por hora.
—No te asustes, primo; ya me bañé.
Mientras me decía eso último, abrió el cierre de su mochila, metió la mano y me mostró la ropa que se había quitado después de bañarse en el gimnasio. Pero yo seguía mudo.
Estaba a punto de responderle cuando tocaron el timbre del consultorio. Ella volvió a meter la ropa en la mochila y me pidió que la esperara un minuto.
Era una señora, venía con una emergencia. Mi prima regresó conmigo y me preguntó que si me podía esperar una media hora. La señora debía ser atendida de inmediato. Yo le dije que sí. Que primero atendiera a la mujer y yo podía regresar otro día.
Me levanté de la unidad dental y caminé hacia la puerta. La mujer me miró…
—Joven, de verdad, discúlpeme.
—No se preocupe, señora. No pasa nada.
Me despedí de mi prima y salí. Ya iba bajando las escaleras cuando ella me alcanzó corriendo.
—Toma, Víctor. Para que te acuerdes de mí.
Sacó algo de la bolsa de su uniforme y lo metió rápidamente a una de las bolsas de mi sudadera.
—Adiós, Víctor.
Regresó corriendo a su consultorio. Yo metí la mano a la bolsa de mi sudadera y traté de adivinar lo que era. Toqué con la yema de los dedos y pude sentir una tela muy suabe. Revisé con cuidado y…
¿En serio? Mi prima había metido en mi bolsa su brasier color rosa. Pero había algo más. Revisé bien y no solo era eso, había guardado el conjunto de la ropa deportiva que acababa de usar. Regresé a mi casa y entré a mi habitación. Saqué la ropa. Todo el conjunto era color rosa. Lo olí, pero es imposible describir el olor que ahí había.
No olía mal. Era su olor natural. Lo revisé y tenía una mancha transparente. Lo olí a detalle. Era un olor indescriptible. No pude evitar pasar la lengua por ahí.
Después, inevitablemente, lo puse sobre mi cara mientras me masturbaba.
Al terminar, guardé la ropa en mi ropero, sin poder creer aún lo que tenía en mi poder.
Por la noche mi prima me escribió preguntando si me había gustado su regalo. Yo le expliqué todo lo inexplicable que había sentido al tener su ropa entre mis manos.
—¿En serio? Ay Víctor. ¿Vas a querer cita para mañana?
Yo, desde luego le dije que sí. Pero está vez la cita me la dió hasta las siete.
—Solo tengo disponible a las 7 pm. ¿Está bien?
—Sí, Vale. A las siete está bien.
Al final de una larga conversación me pidió que fuera preparado.
Durante la escuela no pude dejar de pensar en ella. Al llegar a mi casa me metí a bañar. La hora ya casi llegaba y yo cada vez estaba más nervioso.
Cuando dieron las 6:45 pm salí de mi casa. Subí las escaleras y toqué el timbre. Después de diez segundos abrió la puerta.
Esta vez no traía uniforme. Tenía puesto una sudadera de mezclilla desabrochada, dejando ver un brasier negro con encaje. Tenía un piercing en el ombligo. Me tomó de la mano y me metió al consultorio. Cerró la puerta, y esta vez no me hizo esperar. Por encima del consultorio se escuchó la lluvia que comenzaba a caer. Apagó las luces y solo dejó encendida la luz de la estación dental. Me acosté en la estación y ella se sentó sobre mí. Le bajé la sudadera y comenzamos a besarnos.
Recuerden, amigos. Visiten a su odontólogo de confianza por lo menos dos veces al año.
Si les está gustando este relato, por favor, háganmelo saber para así publicar la siguiente parte.
Esto es 100% real.
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Que chida esperiencia
Gracias. ¡¡¡Próximamente la segunda parte!!!