Juré nunca más travestirme, pero eres mi dueño

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Recobré la consciencia. Soy un hombre. El fin de semana pasado fue un error. No entiendo y me arrepiento absolutamente ¿Cómo pude caer tan bajo de esa manera? Yo ¿usar prendas de mujer? Yo ¿estar contigo en la cama? Lo negaré siempre. Temeré que el mundo lo sepa, pero entérate: ¡jamás volverá a pasar!

Vine únicamente a tu apartamento a decirte esto: recobré la dignidad y la hombría. Lo nuestro nunca sucedió. No te atrevas a decirlo a nadie. Olvídate de mí.

Pero, al verte de nuevo, mis piernas tiemblan, mi respiración se agita y mi ano recuerda deliciosamente el dolor que sintió al ser inaugurado por ti.

Dominantemente me enfrentas con la mirada. Mi hombría desaparece inmediatamente. Mi feminidad aflora tímida. Dudo, vacilo, quiero arrepentirme e irme, pero me tomas de los brazos con esa fuerza de hombre, de varón que tienes.

Me das una cachetada en la mejilla derecha y de regreso otra en la izquierda. Eres más alto, musculoso y fuerte que yo. Me tomas de la cintura y me jalas hacia ti pegándome hacia tu cuerpo. Gimo por la sorpresa. Me agarras del cabello arriba de la nuca y fuertemente tiras de él hacia abajo, forzando mi cabeza hacia atrás y mientras gimo de nuevo y suspiro entrecortadamente por la boca, besas jugosamente mi cuello, mordisqueándolo, succionándolo con chupones de tus labios y repasándolo con tu lengua ardiente.

-¿Quién te crees? -Me dices.- Aquí y siempre, eres mi esclava.

Intento liberarme, pero eres más fuerte y me sometes sin dificultad. Te separas un poco de mi y con tus dos manos abres violentamente mi camisa. Me desabrochas el pantalón y lo bajas junto a mi calzoncillo hacia los tobillos.

Me tomas el micropene y mis minúsculos testículos y los aprietas. Grito de placentero dolor.

-¡No! Te lo ruego –te suplico sollozantemente. Me volteas y arrimas a la pared para luego darme una fuerte y excitante nalgada en cada lado.

Me doy cuenta de mis sentimientos, de la verdad y de la razón de estar allí: aunque quiero disfrazarlo de hombría, intentar huir y ocultarlo, es demasiado tarde, soy una esclava travesti. Lo acepto, lo reconozco y me entrego al deseo de mis pasiones más irracionales.

Me arrodillo ante ti, amo mío, estiro los brazos, sumisa, y bajo los hombros y frente al suelo, desnuda, imploro tu perdón y me entrego a tu voluntad.

-Perdóname, por favor –te pido lloriqueante.

-Así me gusta -me dices.- Te he comprado algo especial.

Me conduces a tu habitación y me entregas un uniforme de sirvienta. No es un disfraz, es un uniforme de verdad. Me visto con él y estreno también unas sandalias playeras color rosa que no solo combinan con mi piel, sino se sienten deliciosas al caminar femeninamente con ellas. Entiendo mi lugar, tu eres el patrón, yo la que obedece (me siento en ese momento tan mujer).

-Así debes verte -declaras triunfante mientras sonríes.

Me besas apasionadamente. Respondo con mi lengua hirviente al masaje de la tuya en mis labios. Te abrazo al cuello. Me llevas a la cama y me volteas de modo que quedo en posición de perro.

Me levantas la falda. -Así que querías escapar de mí. Espero que te haya quedado claro que eso es imposible -me indicas mientras me das dos duras nalgadas y te desvistes.

Jadeo del placer que esto me provoca. Delicia pura, fruto del deseo contenido de tantos años de ser un travesti de closet.

-Perdóname, te lo suplico, te lo ruego. Soy tu esclava, soy tu nena, tu princesa –te imploro humillándome, como debe ser y como tú te mereces al ser mi dueño.

Siento cómo te posicionas atrás de mí. Separas mis nalgas con las palmas de tus manos y mi raya del culo queda expuesta a tu merced y a tus deseos. Siento un morboso y delicioso placer cuando el viento libera y refresca mi ano que está empinado ofreciéndose a tu voluntad.

Escupes abundantemente en mi agujero para lubricarlo. Metes la punta de tus dos pulgares en mi orificio y, como si separaras los gajos de una naranja y la partieras en dos, me abres de par en par el agujero del culo, exponiéndolo a tus más pervertidos caprichos.

Me devano del dolor de fondillo, pero soy tuya, eres mi propietario y yo tu sirvienta. Siento la cabeza de tu verga dura como un roble acomodarse en la puerta de mi ano. La circunferencia de tu miembro es dos o tres veces más grande que mi cola, pero no te importa.

Súbitamente me penetras sin piedad metiendo tu larga, dura y hermosa verga hasta adentro. Las heridas dentro de mi recto, que empezaban a sanar de la noche de pasión de hace apenas la semana pasada, se abren nuevamente y sangro del culo como una virgen otra vez.

Siento el dolor alucinante, la sangre viva de mi agujero que desgarra sus músculos. Inmisericordemente entras y sales potentemente de mi cuerpo, mientras mi entrega es total, en cuerpo y alma.

Al estar allí entregando mi sexo a ti, me declaro absolutamente femenina, soy una nena, una princesa, una verdadera mujer siendo penetrada exquisitamente en el culo por ti, el hombre mas fuerte que encontré para dedicar todo mi secreto. Esa verdad oculta íntimamente que solo tu has descubierto, esa que dice que me gusta vestirme de mujer, olvidarme que la naturaleza me trajo al mundo con pene -micropene- y disfrutar la forma en que me haces hembra.

Siento la cabeza gruesa de tu miembro abrirse paso en mi recto. Luego, mi esfínter siente el paso lento y rápido del largo cuello de tu verga venosa, que masajea mi ano y mi intestino hasta sentir topar tus testículos en mis nalgas. Una y otra vez. Eres un semental incansable y yo una doncella abandonada a tus esclavizantes deseos que agradezco el privilegio de obedecer.

Sentir como entras y sales de mi cuerpo es una delicia y un placer. Grito, gimo, lloro, jadeo, suspiro llegando al orgasmo en mi micromiembro, luego en el ano, luego en el resto del cuerpo, estremeciéndome como un calambre delicioso de goce y sensualidad desde la punta de mis pies (que adoro ver en femeninas sandalias) hasta la coronilla. Mi cuerpo convulsiona con movimientos de látigo enajenándome, abandonándome totalmente y desfalleciendo finalmente ante la potencia de tus penetraciones.

Al verme rendida y débil de tanto que me has bombeado, estallas potentemente con un chorro de semen ardiente que perfora mis entrañas y te ahogas en un grito de hombre victorioso que, nuevamente has logrado que me convierta en tuya, solo tuya. Tu leche es ligosa, caliente, espesa y deliciosa.

Nunca me saques el pene del culo, quiero sentirlo dentro de mi siempre; no puedo vivir ya sin la sensación de que eres mi semental, mi macho, mi hombre, el que me ordenas y eres dueño de todo mi cuerpo, mi sexo y mi placer.

Nos desplomamos cansados en la cama, tu sobre mí, dominándome, como debe ser.

A ti que me lees, te dedico este relato. Mi hombre, mi amo y mi dueño podrías ser tú. No dejes de masturbarte en mi honor, como yo lo hago por ti. Tragaré cada vez mi semen, salado, lechoso y espeso, pensando que es el tuyo, y lo esparciré por mi cara y mi pecho, soñando que disfrutas mi cuerpo al pedirme que olvide que soy hombre y que me vista de hembra para ti. Y así, seré única y exclusivamente una esclava sexual travesti, solo para ti.

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