Me llamo Marta, soy profesora de instituto, concretamente de matemáticas, tengo 43 años soy morena, pelo rizado, ojos verdes, llevo unas grandes gafas, soy bajita de grandes pechos y caderas anchas. Doy clase a chicas de último curso, me gusta vestir, dentro de lo posible, sexy, así suelo llevar traje con falda corta y blusa. Soy casada, pero me gusta que me miren.
También me gusta ser bastante estricta en mi trabajo. Eso me llevó a lo que ahora voy a contarles.
Sara es una de mis alumnas, normalmente tienen 17 años, pero ella tiene 19 y es que ha tenido que repetir curso 2 veces porque no es una alumna aplicada, aunque sí bastante atractiva, aunque creía que no para mí, ya que yo me consideraba heterosexual. Aunque me dio un poco de lástima, de nuevo tuve que suspender a Sara, que una tarde de fin de curso acudió a mi despacho para revisar su examen. Sara es una chica alta y delgada, morena con el pelo muy corto, con poco pecho, casi se puede decir que tiene un aspecto masculino. Aquel día, como ya había llegado el calor, se presentó con un pantalón corto y ajustado de color azul y un top del mismo color que dejaba su ombligo al descubierto.
Me encontraba revisando cosas y preparando las actas de las notas para enviarlas, cuando se entreabrió la puerta.
-¿Puedo pasar, señorita Gutiérrez? -preguntó Sara con tono muy educado.
-Adelante, Sara -le respondí yo.
Ella entró y se sentó frente a mí.
-Me gustaría ver mi examen -me pidió Sara -he visto la nota y creo que se ha equivocado, señorita Gutiérrez.
-Me gustaría haberme equivocado, Sara -repliqué yo -pero no es así, tu nota es un 3 y medio y no te puedo aprobar, lo siento.
-El examen me salió bastante bien, señorita Gutiérrez.
-No, Sara, vamos a revisarlo. Y no llames señorita Gutiérrez, mejor Marta.
-Vale, Marta, pero he estudiado mucho para aprobar este examen.
-No lo dudo, Sara, pero eso, a veces, no es suficiente. Y tú llevas 2 años sin aplicarte nada.
-Eso es cierto, pero este año he cambiado, he aprobado todas las asignaturas, la mayoría con buena nota. La única que he suspendido es la tuya, Marta.
-Vamos a ver el examen, Sara.
Saqué los exámenes del cajón y busqué el de Sara.
-¿Ves? -le comencé a explicar -Las ecuaciones de segundo grado están mal resueltas, las de 2 variables igual y la derivada no tiende a cero, como pones tú, sino a infinito.
-Tienes razón, Marta, pero ¡me había esforzado tanto! Todo eso lo sé hacer bien, es que me puse muy nerviosa.
-Sí es así el año que viene aprobarás seguro, Sara, y con buena nota.
-Tú no lo entiendes, Marta, el año que viene no podré aprobar.
-¿Por qué no?
-Mis padres dicen que ya tengo 19 años y que, si este año suspendo de nuevo, me tengo que poner a trabajar.
-Sí quieres hablo yo con ellos, Sara.
-No serviría de nada, Marta. ¿No puedes aprobarme? Nadie se iba a enterar.
-A mí me gustaría que siguieras con tus estudios, pero no puedo hacer eso. Nunca lo he hecho y nunca lo haré, son mis principios.
Sara se levantó llorando de su silla y se puso tras de mí, suplicándome sin parar, pero yo me mantenía inflexible.
-No puedo ayudarte, Sara, lo siento mucho -sentencié yo -Ahora tienes que marcharte, me queda mucho trabajo por hacer.
Ella pareció resignarse y hacerme caso, sin embargo, cuando llegó a la puerta, echó el pestillo y bajo las persianas de los cristales.
-¿Qué estás haciendo, Sara? -pregunté yo un tanto indignada.
Ella no respondió, rápidamente, se volvió a colocar tras de mí y situó sus manos sobre mis hombros.
-Tienes que relajarte un poco, Marta, te voy a dar un masaje.
-Sara, comprendo que quieras quedar bien conmigo, pero este no es el camino para aprobar.
-Relájate, solo relájate, Marta.
Sus manos subían y bajaban suavemente sobre mis hombros, despacio, me gustaba la sensación.
-Tienes los hombros demasiado tensos, Marta -insistía ella -Quítate la blusa, por favor.
Mi primera reacción fue la de pedirle que se detuviera y se marchara, pero por alguna razón desconocida, decidí hacerle caso, así me quité la blusa, quedándome la parte de arriba de mi cuerpo cubierta tan solo por mi sujetador, y volví a sentarme. Sara sonrió, y siguió trabajando mis hombros con sus brazos, sus manos lograban que me sintiera relajada. Poco a poco, iban bajando y llegaron a mis pechos, con sus dedos cada vez más cerca de mis pezones. Yo lo notaba y decidí que la cosa no debía pasar de allí.
-Vale, Sara -le solicité -Esto ya ha ido demasiado lejos.
Sara parecía que, de nuevo, me hacía caso, sin embargo, también de nuevo, no fue así. Se colocó frente a mí, me sonrió y soltó mi sostén, dejando mis enormes pechos sueltos. Se quitó su top quedando también sus pechos al descubierto. Y se lanzó sobre mí, intentando besarme.
-¡Ya vale, Sara, ¡detente de una vez! -le ordenaba yo.
Pero ella insistía, su lengua buscaba penetrar dentro de mi boca, y sus pechos chocaban con Los míos. Aunque pedía a Sara que parara una y otra vez, aquello me estaba excitando mucho. Y ella lo estaba notando. Comenzó a besar mi cuello y mis pechos. Yo seguía pidiéndole que se detuviera, aunque cada vez con menos convicción.
-Me encantan tus tetas, nena -me decía Sara mientras mordía mis pezones.
Yo ya no decía nada, deseaba su lengua sobre mi cuerpo, mis pezones se habían puesto más duros que nunca. Sara me volvió a besar y está vez no me resistí, su lengua entró en mi boca y se encontró con la mía, mientras yo la abrazaba y la acariciaba. De repente, Sara se separó de mí.
-Creo que es hora de dejarlo aquí, Marta.
-¡No, por favor! -volví a suplicar yo -No puedes dejarme así.
-Un notable, Marta -pidió ella -Me vas a poner un notable. O me visto y me voy. Tú eliges, zorra.
-Tendrás tu notable, Sara, pero sigue, por favor.
Ella sonrió, me volvió a besar, y me quitó mi falda y las bragas, todo de vez, dejando mi depilado coño al descubierto, que estaba chorreando. Sara se agachó, abrió bien mis piernas, y comenzó a besar uno de mis muslos, despacio, luego hizo lo mismo con el otro, aquello me excitaba todavía más, si eso era posible.
-¡Qué coño tan hermoso tienes, Marta!
-¡Por favor, quiero sentir tu lengua allí!
-¡No imaginaba que fueras tan zorra, Marta! Y pareces tan seria.
Su lengua, por fin, llegó a mis labios vaginales, lo que provocó que se me escapara un fuerte gemido. Su lengua subía y bajaba por mis labios, a veces entraba dentro, sus labios mordían mi clítoris estirándolo. Sara me estaba trasladando a un paraíso de placer. Yo sujetaba su cabeza, acercándola todavía más a mi coño. No quería que se apartara de ahí, deseaba con locura el placer que me estaba haciendo sentir.
-¡Aah, aah, así, nena, así! -le pedía yo.
Ella seguía y seguía, me miraba a los ojos y lamía mi coño todavía con más avidez. Nunca nadie había logrado que sintiera lo que estaba sintiendo aquella tarde de verano.
De repente, Sara se levantó y se sentó a mi lado, comenzó a besarme, mientras 2 de sus dedos penetraban con facilidad dentro de mi coño. Cada vez más fuerte y duro, a lo que yo respondía con más y más gemidos, Sara lamía mi cuello y mis tetas, mientras sus dedos no dejaban de penetrarme.
-¡Dame más, nena, quiero mucho más!
-¿Te gusta así, amor?
-Me encanta, cariño, ¡nadie me había follado nunca como tú!
Entonces fui yo la que la besó, aunque tuve que sacar mi lengua pronto de su boca, porque no podía dejar de gemir.
-¿Te vas a correr ya, amor? -me preguntó Sara.
-No puedo aguantar más, cariño.
-Quiero que lo hagas en mi boca, amor, quiero saborear tus jugos.
Ella volvió a colocar su boca en mi coño, mientras sus dedos seguían penetrándolo con fuerza. Finalmente, no pude más y una terrible sensación orgásmica invadió todo mi cuerpo. No podía gritar demasiado, por si había alguien por el pasillo, así que tuve que morderme los labios. Pero fue algo maravilloso, nunca había sentido nada así con ningún hombre.
Sara se sentó sobre mí y comenzamos a besarnos.
-¡Eres maravillosa, nena! -le susurré yo.
-Tú también, cariño -me respondió ella -te deseo desde el primer día que me diste clase. Eres muy hermosa, Marta.
-Me ha encantado tu manera de ganarte el notable, realmente ha sido una matrícula de honor.
-Mejor lo dejamos en notable, Marta, no quiero que nadie sospeche nada, jajaja, Supongo que pronto volveremos a pasar evaluación, cariño.
-Cuando tú quieras, nena, pero en un lugar más privado que mi despacho.
Nos volvimos a besar, hasta que alguien llamó a la puerta, entonces tuvimos que vestirnos y despedirnos apresuradamente.
Aunque aquello fue la primera de muchas veces, quizás Sara no dominaba demasiado las matemáticas, pero era la mejor amante que había tenido hasta entonces.
![]()