La segunda vez

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T. Lectura: 9 min.

Dorita entró en mi dormitorio sólo con la ajustada braguita rosa. Sus pequeños pechos se movían ligeros como dos flanes de pezoncitos dorados, que estimulaban mi salivación como si fuera un perrito de Pávlov.

Hacía un calor intenso, y el bochorno de Castelldefels se pegaba en la piel. Yo estaba desnuda y una fina película de transpiración cubría la parte inferior de mis tetas. Dejé a un lado el portátil y unos rizos de mi pelirrojo vello púbico, que sobresalían por encima de la elástica de mi braguita, se mostró tentador para mí misma entre mis muslos rollizos.

—¿Quieres hacer el amor, Carolina?

Respondí sacando la lengua y deslizándola por los labios entreabiertos. Dori se echó a reír, se bajó la braguita y se tiró en la cama. Yo me quité las gafas dejándolas sobre la mesita. Se tumbó sobre mi abdomen, con las piernas abiertas como un compás. El corto cabello de mi pareja olía como siempre a heno y despertaba mi deseo sexual.

Tenía la cabeza de Dorita entre mis pechos; lo acaricié y ella ronroneó dulcemente, frotando la delicada boquita de su conejito contra mi muslo.

Pasé mis dedos por su mejilla, jugué con su naricilla respingona y terminé dibujando sus finos labios, que se abrieron con la facilidad de los pétalos de una rosa: yo deseaba los otros, los que estaban escondidos entre la rajita rosada de su sabroso chochito.

—Oye, quiero proponerte que le digamos a Luigi…

—Dori, debe estar durmiendo ya.

—No; estaba hablando con Armando. Oí al pasar que le decía tonterías románticas.

Los ojos almendrados de Dorita miraron los míos e hizo un mohín que sabía irresistible para mí.

—Muy bien…; si él quiere. Pero, la primera vez lo dejamos abandonado, mientras tú y yo nos corríamos. El pobre se tuvo que pajear… y ni siquiera lo miramos para calentarlo. Esta vez, lo haremos participar. Si se excita ¿te parece bien que nos ocupemos de darle placer a su pollita?, ja,ja,ja.

Dori se irguió y me besó en los labios. Le acaricié el culito y le propiné un cachete suave en cada nalga. Las circunferencias eran tersas y firmes.

—¡Cachonda! —le dije.

Se levantó y se dispuso a ir a la habitación de su hermano mayor. La forma de sus nalgas me encanta: dos esferitas separadas, exactamente iguales, con dos cráteres en medio. Acababa de cumplir veintiocho años y estaba en la plenitud de su belleza; yo hasta diciembre no cumpliría los treinta. Salió con paso decidido hacia el cuarto de su hermano mayor.

¿Estaría dormido Luigi? Me pudo la curiosidad y salté de la cama en pos de Dori.

Al salir del dormitorio vi al hermano de Dorita regresando del aseo. Llevaba un bóxer color carne; el bulto del falo se le marcaba. Dos semanas antes, en plan de broma, yo lo reté a un désavillé en trío, y para mi sorpresa aceptó. Entonces pudimos comprobar que disponía de un buen mandoble, del que disfrutaría su pareja indudablemente. Luigi era homosexual y mantenía una relación más o menos seria con Armando, un barman mucho más joven.

Él sabía de la relación sáfica de su hermana conmigo, y Dorita, por su parte, no tenía reticencias morales respecto a su hermano gay: respeto mutuo en cada campo… hasta mi provocativa propuesta. Entonces descubrimos que Luigi tenía la misma agitada pulsión sexual que la traviesilla de su hermana…

Ahora, Dorita que, una vez tuvimos la experiencia de sexo exhibicionista en trío con su hermano, admitió lo mucho que había disfrutado de un torrente de excitación sexual, de un aumento enloquecido de la libido, quería repetir la experiencia. Confesé que a mí me había ocurrido otro tanto.

Al cruzarme con Luigi lo saludé como si tal cosa y disimulé que iba al baño. Me giré, volviendo sobre mis pasos y lo seguí a su cuarto.

El alarido de Luigi cuando Dorita saltó sobre él desde su escondite tras la puerta del dormitorio, fue seguido de una blasfemia. Al llegar a la puerta vi que Dori estaba doblada en dos por las carcajadas… Me apoyé en el marco de su puerta y le dije a Luigi, yendo directa al grano:

—¿Te apetece un nuevo calentón a tres?

Dori se colgó de sus hombros y le rogó:

—¡Vamos…! nos pone cachondas tener un voyeur —le pasó la mano por el paquete— y tú nos haces una exhibición de esos genitales masculinos, —añadió riéndose agarrada al falo— Será mejor que la otra vez, ya verás. Te lo prometo, tete.

Luigi vaciló unos segundos, me miró contemplando mis voluminosas tetas con una extraña llamita de picardía en sus ojos, y después de retirar la mano de su hermana de su miembro colgante respondió con una sonrisa:

—De acuerdo. Primero seré vuestro espectador; después de vosotras, voy yo.

Dori le besó la mejilla, se descolgó y le condujo a mi cuarto. Fui tras ellos. Le hizo sentar en un puf, frente a los pies de la cama. Ella se tumbó con la espalda apoyada en la cabecera. Su chochito depilado como una apretadita línea vertical era una invitación para largos y subyugantes besos.

Yendo hacia la cama, pasé junto a Luigi y le palmeé el hombro.

—Vamos a desnudarnos. —Me acaricié la gruesa barriguita y señalé—: ¿Me las bajas?

Me paré ante él, con el pubis a la altura de su cara. Asintió y me cogió por la cintura con una mano; con la otra hizo resbalar con cierta dificultad la braguita muslos abajo. Ver cómo emergía mi musguito pelirrojo, desató mis ganas sexuales.

Vi el interés con que miraba Dori, que había bajado a los pies de la cama para observar la escena entre su hermano y yo. ¡Seguro que estaba cachonda y se estaba mojando su ardiente vagina! Con la exhibición de mi desnuda almejita frente a la mirada ajena de Luigi, pensar en lo que estaba sucediendo ante los ojos de los dos hermanos disparó al máximo mi intensidad libidinosa.

Debido al sudor, la braga se enrolló en los muslos. Luigi estiró de las elásticas por cada lado y las bajó completamente. Noté el cálido aliento en mi monte de Venus. Como nunca me depilo, mi felpudo rojizo recortado en forma de corazón, ya liberado de la prenda dejó ver los grandes labios exteriores de mi vulva. Me deshice de la braga y le dije:

—Te toca. —Me agaché y agarré el bóxer por la cintura. ÉI levantó el culo y el calzoncillo fue bajando. También estaba sudado; el ligero varonil olor de almizcle se esparció por mis fosas nasales. Le extraje la prenda por cada pie. Los testículos estaban juntos, en un lado, pilosos y gruesos; el mandoble estaba caído plácidamente relajado, pero yo conocía cómo era capaz de empalmarse y erguirse como el mástil de una vela cuando se excitaba.

Cuando me levanté, nuestros ojos se cruzaron. Capté un visible brillo malicioso en sus pupilas. No cabía imaginar que mis voluminosas tetas, mis anchas caderas femeninas y mi carnoso culo y vientre tuvieran un efecto sexual en Luigi; pero de alguna forma la situación debería de resultarle también a él excitante; además la insinuante situación incestuosa intensificaba el placer lúdico de la exhibición del sexo en grupo.

Me acerqué a los pies de la cama. Dorita se acercó y me besó el matojito de vello, buscando con su lengua la hendidura escondida de la vagina. Con los dedos abrió mi vulva y la penetró con la saeta mojada. Chupaba mis labios vaginales; recorría toda mi raja; paladeaba mi clítoris tieso de deseo… y yo comencé a jadear.

—Quiero comerte el conejito.—Le dije. Se dio la vuelta y me entregó sus hipnotizantes lunitas. Yo las acaricié golosa y fui lamiéndolas. Su espalda brillaba por la transpiración. Metí mis dedos entre el canal de las nalgas de Dori. Encontré aquellos apretaditos labios que adoraba hurgar para luego meter mi boca en el surco estrecho, chupándolos hasta notar el untuoso y salobre sabor.

Los apreté y froté entre sí. Me gustaba ver el pliegue rosadito, sentir la textura delicada de la carne oculta. Jugué con ellos y el flujo vaginal inundó las yemas de mis dedos. Dori estaba excitadísima, deseosa…, a punto de iniciar el camino del clímax.

De repente, tuve una idea.

—Espera cariño; en seguida vuelvo.

—Nooo; no me dejes así… —Protestó quejosa.

Pasé frente a Luigi. Su miembro estaba ciertamente colgando, pero vi que se había agrandado. Seguro que su lubricidad comenzaba a hacer aparición. Fui a la cocina. Cuando volví, el falo de Luigi estaba erecto y sus dedos acariciaban sus bolas. Le guiñé un ojo y él miró atentamente lo que traía en las manos. Dori se volvió y con los ojos abiertos de par en par, exclamó:

—¡Viciosilla! —Vamos…, ¡estás deseando!

Y las dos estallamos en risotadas. Introduje la punta del en el vaso de aceite. Dori, se colocó de espaldas, se abrió de muslos. Comencé a juguetear en la entrada de su agujero. Daba vueltas por su coñito, llevé la hortaliza verde a su joyita violeta y ella dejó escapar un suave sonido gutural.

—¡Fóllame, amor! —pidió jadeante.

Hundí el grueso miembro vegetal en el coño brillante, y aceitoso de Dorita y empecé a hundirlo una y otra vez. Ella gemía y se contoneaba cuando el calabacín entraba hasta el fondo de su vagina; entonces yo lo hacía girar, volvía a sacarlo y lo clavaba en el chochito deslizante.

Besé las esferitas de Dori, con el miembro dentro. Jugué a acariciar con mi lengua el ojete. Dori exhaló un largo suspiro e introduje la lengua en el ojo del culito tan adentro como alcancé.

En eso sentí la proximidad de su hermano, atraído por lo que estábamos haciendo. Ahora sí que el garrote grueso y largo de Luigi estaba completamente empalmado y se balanceaba en el aire. La lujuria iluminaba sus ojos verdes. El calabacín entraba y salía por el coño impregnado de aceite. Dori seguía moviendo la cintura, mientras la follaba con el mango vegetal.

—¿Quieres seguir tú? —invité a Luigi a continuar la penetración vaginal a su hermana. Me miró, titubeante y un segundo después se dejó vencer por el momento lujurioso y asintió con un movimiento de la cabeza.

Me eché a un lado y dejé que él continuara follando a Dorita. Con un movimiento rítmico, el casual instrumento sexual se hundía en el coño y salía, aceitoso, brillante.

Luigi manifestaba una habilidad inusual en el arte de la penetración anal. No creo que Dori se diera cuenta que ahora era su hermano quien manipulaba el interior sedoso de su vagina.

Unos segundos después, Dori elevó la nuca y dejó escapar un bufido suave. Con un espasmo que inmovilizó el miembro que tenía en la vagina. tuvo un intensísimo espasmo. Luigi y yo fuimos testigos de la oleada de placer sexual que la recorría, hasta que se dejó caer boca abajo sobre la cama, respirando fuertemente, todavía con el calabacín clavado dentro del chocho.

Pasados un par de minutos Dori se dio la vuelta, sacando el cilindro verde de su coño.

—Ven, vida… —me dijo— ahora quiero comerte la almejita sabrosa… ¡Ven!

Luigi tenía la tranca con una erección tremenda. Me fijé en sus cojones, apretados, subidos: debían estar repletos de semen. Tenía la cara enrojecida y los ojos vidriosos. Se sujetaba el falo y lo agitaba muy despacio. Subí a la cama acariciando con la palma de la mano, al pasar junto a él, la forma convexa de sus nalgas. Coloqué mis brazos a modo de almohada, bajo mi nuca y dejé que mi dulce amante me abriese las piernas como una uve.

Dorita se inclinó sobre mi peluso de color panocha y me abrió el higuito hambriento. Se abocó y comenzó un cunnilingus delicioso. Su lengua sorbía mis jugos, chupaba mi clítoris, recorría las paredes chorreantes de mi vagina. No tardé en correrme salvajemente, sosteniendo la cabecita de Dori entre mis manos. Cuando nos separamos, pudimos ver a Luigi pajeándose sin dejar de observarnos.

—¡Ahora es tu turno! —le dije— Su hermana se quedó sonriente, mirándolo. Señalé el calabacín y le pregunté—:

—¿Quieres probar? —Luigi miró algo turbado— ¿Te lo hago yo, o prefieres…?

Dorita cogió el improvisado instrumento del placer y lo sumergió en el vaso aceitoso. Algunas gotas chorrearon, volviendo al vaso.

—¿Quién prefieres? —interrogó.

—Tú, Carol —respondió.

Cogí el calabacín mientras él se arrodillaba en la cama. Nunca había hecho una penetración anal a nadie, y tampoco jamás había tenido tan cerca unos genitales masculinos. La vez anterior Dorita y yo nos mantuvimos a un lado, mientras él se masturbaba hasta correrse.

Las pelotas colgaban entre los muslos; desde detrás, el pene erecto no se podía ver. El vello corto y negro rodeaba el ojito de su culo, estrecho y radial. Coloqué la punta de la generosa hortaliza en el centro del ojete y empecé a dar vueltas en el orificio; luego empujé el calabacín, que se hundió con tanta facilidad como lo hizo en el coño de su hermana, minutos antes.

Luigi abrió del todo las piernas jadeante. Yo comencé a joder el culo con suavidad: dentro- fuera; una y otra vez, acompasadamente. Mis tetas golpeaban los cachetes con cada embestida. Entonces vi que Dori se acercaba y se puso delante de su hermano. Hasta entonces observó a cierta distancia cómo recibía por el culo, atenta, sin pestañear.

Inesperadamente, cuando los dedos de su hermana agarraron el cipote, Luigi se irguió, con el calabacín hundido en el recto.

—¿Qué haces? —exclamó.— ¿No lo quieres completo? —inquirió Dori con voz dulce.

Luigi no respondió. —Es sólo placer, Lui… mutuo. Estoy cachonda. Quisiera tocártelo, tenerlo en mis manos, apretarlo y darte placer —Su voz volvía a ser melosa, convincente—. Luigi se relajó y volvió a colocar los brazos contra el colchón.

Con mucho tacto, Dori empezó a manipular el prepucio, deslizó la mano por todo el miembro de su hermano; sujetó la cabeza del pene y la acarició. Yo volví a follarlo por detrás. Imaginaba los dedos de Dori masturbando la polla de Luigi. Algo raro me recorrió el vientre y con la mano libre clavé en el culo las uñas. Él emitió un leve quejido. Le hundí el calabacín hasta lo más profundo y me coloqué de lado, para ver qué le estaba haciendo Dori.

Ella daba vueltas al capullo morado de su hermano con una mano; con la otra sostenía la tranca gruesa y larga en el nacimiento del órgano, en el vientre velludo. Por alguna razón, Luigi trataba de evitar los gemidos de gusto ante el masaje de polla con que le satisfacía su hermana.

Me sorprendió notar mi flujo desparramándose por mi cavidad vaginal. Luigi observaba las evoluciones de Dorita en su verga tiesa. Entrecerraba los párpados y suspiraba. Disfrutaba de la visión de los dedos de su hermana masturbando su polla gruesa, caliente, de venas marcadas y borde del glande violeta oscuro.

Inesperadamente, Dori, sin soltar la verga dura y tiesa, se amorró sobre la polla de su hermano con la boca abierta… Luigi sujetó en ese momento su frente, impidiéndole el contacto de su miembro con los labios de su hermana.

–Una boca es una boca, bobo —Le dijo Dori—. Sólo, evita correrte dentro. Avisa cuando vayas a eyacular, ¿vale? —Luigi incapaz de oponerse arrastrado por la lujuria abierta, se dejó hacer.

Dorita besó el agujerito del capullo. Pasó la lengua por el frenillo rosado. introdujo la punta de la lengua en el meato. Yo palpé mi coño e inicié una masturbación mientras veía, encendida, la secuencia incestuosa y provocativa. Dori, que adivinó mi reacción libidinosa, me miró y me hizo un guiño.

Cuando Luigi notó que su polla era introducida en la boca de Dori, gimió. Yo dejé en el interior del recto la hortaliza y fui por detrás de ella y comencé a magrearle las tetitas, restregando mi felpudo húmedo en su trasero.

El sonido de la felación se escuchaba perfectamente. Doris succionaba toda la verga, era audible la saliva y los lametones. Dorita acariciaba los huevos de Luigi, también la próstata. Luigi gemía cada vez más fuerte. Dori lo miró y disminuyó el ritmo de su mamada. La extrajo chorreante de saliva y me hizo un gesto para que siguiera yo.

Directamente, me la metí en la boca. Estaba caliente, dura y tenía un ligero sabor y olor marino. Succioné un par de veces y chupé el capullo de textura de seda. Dori observaba sin perder detalle. Miré la cara de Luigi y vi que estaba ya en el clímax, a punto…

La saqué y seguí pajeándola hasta que con un grito se produjo la eyaculación. Varios chorros de leche saltaron salpicando mis tetas y alcanzaron mi mejilla. Era esperma espeso y ardiente. Luigi seguía con espasmos y su leche seguía brotando, discurriendo entre mis dedos.

Entonces ocurrió algo imprevisto: Dori se acercó, me besó y lamió de mis pechos el semen de su hermano y volvió a besarme. Las dos paladeamos el esperma.

Poco a poco, el órgano masculino fue aflojándose entre mis dedos hasta, quedar flácido y cubierto del fluido seminal.

Los tres nos tumbamos en la cama, sin decir ni una palabra, hasta que Dorita le preguntó a Luigi:

—¿Esta vez lo has pasado mejor, a qué sí?

Luigi giró la cabeza hacia ella y asintió. Noté asombrada sus dedos buscando mi pezón izquierdo; cuando lo encontró lo acarició y lo apretó.

Lo más sorprendente fue lo que añadió después casi tímidamente:

—¿Querréis que la próxima vez os folle a las dos? —y con una risotada añadió—: prometo correrme fuera… en las tetas de las dos.

Nosotras reímos con una astucia que Luigi nunca debería de descubrir.

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