Al otro día me propuso ir a una fiesta:
—Dale, Alma. Solo una vez. No tenés que hacer nada si no querés —me decía Camila mientras elegíamos ropa frente al espejo.
—¿Y si me encuentro con algo que no quiero ver? —pregunté, con media sonrisa nerviosa.
—Entonces das media vuelta y te vas. Pero te aseguro que te va a volar la cabeza —dijo ella, ajustándose un vestido rojo tan ajustado que parecía pintado.
Me puse algo discreto… dentro de lo posible. Un vestido negro al cuerpo, con escote sutil y un tajo en la pierna. Obvio, encima me puse un saco largo. Todavía no me animaba a mostrarme del todo.
La fiesta era en una casa grande, moderna, alejada de la ciudad. Iluminación tenue, música envolvente, cuerpos hermosos moviéndose con soltura, como si estuvieran en otro plano de libertad.
—Acá nadie juzga a nadie —me susurró Camila en la entrada—. Algunos son creadores, otros empresarios, algunos vienen a mirar, otros a jugar. Vos hacé lo que sientas.
Yo asentí, medio abrumada. Caminamos entre gente hermosa, algunos con ropa llamativa, otros directamente en ropa interior, o menos. Parejas besándose sin pudor, miradas intensas que te recorrían de arriba abajo.
—¿Querés algo de tomar? —me ofreció Camila, mientras se le acercaba una chica que la saludó con un beso más que amistoso.
Tomé una copa de vino espumoso y me quedé en una esquina, observando. Sentía las mejillas calientes, la piel más sensible, como si el ambiente entero me rozara.
Un hombre alto, de barba prolija, se acercó.
—¿Primera vez? —me preguntó con voz suave.
—¿Se nota tanto? —le dije, con una sonrisa tensa.
—No lo digo como algo malo. Es hermoso ver a alguien descubriendo este mundo.
—Solo vine a mirar —aclaré.
—Mirar también es jugar —dijo él, y me guiñó un ojo antes de alejarse.
Me quedé helada. Respiré hondo. Camila pasó a mi lado, dándome un toque con el hombro.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Todo… muy intenso.
—¿Te gusta?
—No sé. Me confunde. Pero me excita —confesé, con un hilo de voz.
En eso, lo vi. Marcus estaba en el fondo, vestido con una camisa negra arremangada, pantalón ajustado. No hacía nada fuera de lugar, solo observaba… pero sus ojos se clavaron en los míos y mi cuerpo reaccionó solo.
Hubo otros intentos de seducción. Una mujer preciosa se me acercó, me elogió el perfume y me dijo que le encantaría bailar conmigo. Un hombre me ofreció “mostrarme algo interesante” en una de las habitaciones privadas.
Yo sonreía, agradecía, pero no. Algo dentro mío me decía que no era con ellos. Que si en algún momento iba a perder el control, tenía que ser con él.
Cuando sentí que la cabeza me ardía de tanto estímulo, salí al patio a tomar aire. Estaba oscuro, pero sentí que alguien se me acercaba. Me giré. Marcus.
—¿Estás bien? —me preguntó, serio.
—Sí… creo —dije, con una sonrisa cansada.
—¿Querés que te lleve?
Lo miré. No lo pensé. Asentí.
—Sí. Llevame.
El auto avanzaba por las calles oscuras. Marcus tenía una mano en el volante, la otra descansando relajada sobre su muslo. Su perfil recortado por las luces del tablero era puro control y presencia.
Yo miraba por la ventana, todavía algo aturdida por la fiesta.
—¿Te incomodó? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.
—No sé si es incomodidad lo que sentí… —respondí con honestidad—. Fue como si me hubieran sacado de mi cuerpo. Todo… tan abierto, tan libre.
—Pero no participaste.
—No. No era el lugar. No era con ellos.
Me miró de reojo.
—¿Y conmigo sería?
Lo miré. Le sostuve la mirada por primera vez sin escapar.
—No lo sé —dije. Pero mi voz ya no sonaba firme. Sonaba… expectante.
Él volvió la vista al frente, pero una sonrisa leve se le dibujó en la boca.
—Alma, vos me mirás como si quisieras decirme algo hace tiempo. Y cuando lo hacés, te arrepentís a la mitad.
—¿Y si te dijera que sí? ¿Que quiero algo, pero tengo miedo?
—Te diría que no tenés que tener miedo conmigo. Que no voy a hacer nada que vos no quieras. Pero si me das una sola señal… —dijo, con la voz grave— …no pienso contenerme.
El resto del camino fue silencio tenso, cargado. Una electricidad espesa flotaba en el aire.
Cuando llegamos al garage, bajé sin hablar. Caminé hacia el ascensor. Él me siguió. No me tocó. Ni una palabra.
Entramos a mi piso. Me saqué el saco, dejando que mi vestido al cuerpo hablara por mí. Me giré hacia él.
—Marcus… —dije, con la voz casi quebrada—. Necesito ayuda con algo.
—Decime.
—Subí conmigo.
Él asintió, y subió los escalones detrás de mí en silencio. Su respiración era profunda, controlada, pero sentí la tensión en su cuerpo como una fuerza detrás mío.
Cuando entramos al cuarto, me di vuelta. Lo miré.
—¿Sabés cuántas veces imaginé esto? —susurré.
Marcus cerró la puerta con suavidad. Se acercó despacio, como una fiera que mide cada paso.
—¿Y en qué parte te detenías? —me preguntó, con la voz oscura.
—En la parte donde te besaba. Y vos me agarrabas como si se te acabara la paciencia.
Eso fue todo. En un segundo, su boca se estrelló contra la mía con una urgencia cruda, sin ternura ni permiso, solo hambre. Su cuerpo, enorme, duro, se apretó contra el mío como una muralla caliente. Sus manos fuertes rodearon mi cintura y me alzaron como si no pesara nada.
Me sostuvo contra su pecho, sus labios aplastados contra los míos, y yo me abrí a él como si mi cuerpo lo hubiera estado esperando desde siempre. El beso fue húmedo, sucio, salvaje. Lo deseaba con una desesperación que no sabía que tenía.
Me llevó hasta la cama sin dejar de besarme, dejándome caer con una suavidad que contrastaba con la violencia de su deseo. Se agachó sobre mí, su mirada encendida, feroz.
—Estás tan buena, Alma… —gruñó, como si fuera un secreto que ya no podía guardarse.
Le acaricié la cara con dedos temblorosos, mi cuerpo ardía.
—No te contengas —susurré, jadeante—. No vine a que seas suave.
No necesitó más. Me arrancó el vestido, literal, lo bajó de un tirón y lo dejó caer al suelo. Yo no me opuse. Me quedé en ropa interior, con la piel erizada, la respiración entrecortada y el centro palpitando de deseo.
Su mirada me recorrió, lujuriosa, devorándome. Se agachó y empezó a besarme el cuello, bajó lento, su lengua dibujó un sendero ardiente entre mis pechos, por mi abdomen, hasta el borde de la bombacha.
—No sabés las veces que me imaginé haciéndote esto —murmuró, con voz grave.
Me quitó la ropa interior con los dientes, rozándome apenas. Yo me retorcí, ya empapada, jadeando.
—Quiero sentirte —le dije, sin pudor—. Toda.
Cuando se sacó la ropa, contuve el aliento. Su cuerpo era brutal: piel oscura, músculos marcados, el torso amplio. Pero lo que tenía entre las piernas me dejó sin habla. Era grande. Más que eso. Era intimidante.
Él lo notó. Sonrió.
—¿Te asusta?
—Me calienta —le respondí, sin pestañear.
Me abrió las piernas con esas manos enormes, firmes. Me tocó sin apuro, con conocimiento, con precisión. Cuando me penetró, lo hizo despacio, estirándome centímetro a centímetro, haciéndome gemir con fuerza, sintiendo cómo mi cuerpo se rendía, se abría, lo aceptaba.
Era demasiado. Y era perfecto.
Sus embestidas fueron profundas, rítmicas, implacables. Me empujaba con fuerza, sujetándome de las caderas, haciendo que lo sintiera hasta el fondo. Yo gritaba, me aferraba a él, lo arañaba, lo insultaba entre jadeos.
No era amor. Era puro sexo. Crudo. Real. Necesario.
Me giró. Me tomó de espaldas, de rodillas, con una mano en mi cintura y otra en mi nuca, controlándome. Yo gemía como nunca antes. Me sentía suya, usada, llena. Y lo adoraba.
Cada estocada era una descarga. Cada vez que me decía mi nombre entre gruñidos, me corría otra vez.
Me hizo acabar más de una vez. Me temblaban las piernas, me dolían los muslos de tanto apretarlo con ellos. Pero él seguía. Incansable. Dominante.
Cuando terminó, me llenó con una explosión profunda, caliente, mientras enterraba el rostro en mi cuello y murmuraba mi nombre como un mantra.
Quedamos tirados, transpirados, jadeando. Yo con la mirada perdida en el techo, aún con espasmos en el cuerpo.
Él me acariciaba la cintura, pero yo ya había vuelto a mi eje.
—Fue increíble —dije, sin emoción—. Eso es todo lo que quería.
—Lo sé —respondió, sin molestarse.
Y en silencio, me giré para dormir. Sin abrazos. Sin promesas. Solo con el cuerpo satisfecho como nunca antes.
Volver a Buenos Aires después de ese viaje fue como despertar de un sueño que no sabía si era húmedo o pesadilla.
Me sentía vacía. Culpable. Sucia y, a la vez, poderosa. Como si hubiera vivido algo tan intensamente que ya nada después pudiera igualarlo. Pero también sentía que no podía seguir así. Mis hijos crecían, y no quería que un día me vieran como esa mujer rota, desbordada, perdida entre excusas y mentiras.
Entonces elegí el camino que creí correcto: volví a mi casa, cerré todas las puertas que llevaban a ese pasado, y me propuse reconstruirme. Dejé las aventuras, los deslices, los cuerpos ajenos. Le fui fiel a mi esposo. Me hice la mujer ejemplar que la sociedad adora. O al menos lo intenté.
Pasaron seis años.
Hasta que el año pasado, una tarde cualquiera, me llegaron unas fotos al celular. Eran de Camila. No mandó ni una palabra. Solo imágenes.
Era mi marido. En Italia. Con una mujer. Caminaban por la costa, abrazados. Él reía. Ella también. Y no estaban solos: dos niñas pequeñas jugaban alrededor de ellos.
Mi mundo se quebró.
Me dolió, claro. Mucho. Pero lo que más me golpeó fue la conciencia de que yo no era la mejor persona para indignarme. Había hecho lo mismo. O peor. Lo dejé pasar. Hasta que volvió de su viaje.
Esa noche no grité. No lloré. No rompí nada. Esperé a que los chicos durmieran y lo cité en la habitación. Solo él y yo. A solas, después de años de silencios acumulados.
Le mostré las fotos.
—¿Desde cuándo? —le pregunté.
Él bajó la mirada. Y habló.
—Desde antes de conocerte —dijo sin rodeos—. La conocí en una excursión del colegio, ¿te acordás? Vos también estabas. Te juro que no pensé que se sostendría tanto. Pero tuvimos dos hijas. Y con el tiempo… bueno, no pude dejar ninguna de las dos vidas.
Me quedé muda.
—¿Y por qué te casaste conmigo? —dije casi sin voz.
—Por tu belleza —respondió sin dudar—. Y por el dinero de tu padre. Tenía miedo de que, si te dejaba, él dejara de invertir en mí.
Me partió. Pero no terminé de caer hasta que me soltó lo peor:
—Y sí… lo supe todo. Marcus. Camila. Todo. Hablé con ella. Le pedí que cuidara de vos. Que te distrajera. Que te hiciera bien. Pensé que… si vos también hacías tu vida, todo estaría más equilibrado.
Me dejó sola esa noche. Ni disculpas ni reproches. Solo una verdad cruel.
Y así me sentí: usada. Toda mi vida.
Ya no tenía ganas de conocer a nadie. Ni de fingir. Pero algo adentro necesitaba salir. No sabía cómo sacarme esta mochila de encima hasta que entendí que escribir era mi única forma de liberarme. Así empecé a contar mis relatos, mis recuerdos, mis deslices… mis verdades. A veces, mientras escribía, me excitaba. Me tocaba. Me emocionaba. Otras veces lloraba. Porque sabía que, por más placer que hubiese, siempre volvía ese pensamiento amargo:
—fui un objeto en la vida de los hombres que más quise.–
Y así llego al final. No sé si esta historia me redime, pero al menos me deja en paz.
Me despido de ustedes, mis fieles lectores. Algunos fueron compañeros, otros casi confesores. A todos, gracias. Gracias por leerme, por no juzgarme, por estar.
Todo llega a su fin. Esta soy yo. Esta fue Alma Carrizo.
Un beso grande.
Y hasta nunca.
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Hola gracias por sus comentarios, no tengo mas historias que contar por lo tanto es la ultima historia…. Y mis historias son reales si quieren creerme o no es cosa de ustedes. Besos !!
Te creemos. Espero hayas recuperado tu energía sexual ante los hombres , luego de tremenda experiencia. Me encantó imaginar a Alma Carrizo y a su titiritera. Hasta Siempre!!
Puedo afirmar que Alma Carrizo vivio, dentro de una persona hermosa con un corazón herido. Seguramente H……. Podrá recuperar el lado bueno de Alma, solo necesita de alguien que toque la tecla correcta. Espero haber sacado una sonrisa para ayudar a aflojar un poco su corazón . Vi tu mail , respondí , pero tus cuentas ya no existe.
Ahora estoy…
Confieso haber dudado . Existirá una mujer con tanta belleza?. Inteligente, empresaria millonaria, que vuela en avión privado, engañada por un esposo que apenas puede satisfacerla y protagonistas de las mejores escenas eróticas. Jamás lo sabremos.
Quien será su titiritera?.
Muy lindo y exitante tú relato , me éxito mucho y deseo seguir leyendo otros más un beso Bella Dama.
No perdí detalle, los dos relatos muy interesantes, eróticos. Con la crudeza de las dificultades has sabido cruzar la la meta, adelante, te seguiré leyendo.