-“Rafa, mi amor, acordate que esta noche tenemos reunión”.
-“Sí querida, no me olvidé, lo que no recuerdo es dónde nos toca”.
-“Es en la casa de María”.
Tres matrimonios tenemos una amistad de varios años, aunque las mujeres nos llevan ventaja pues la relación entre ellas viene de la facultad y nosotros nos agregamos al emparejarnos. María, casada con Marcelo, Claudia con Carlos y yo Rafael con Fernanda, todos hemos cumplido los treinta y todavía no llegamos a los cuarenta.
La relación de amistad de las damas está reforzada porque también comparten actividad laboral; tienen un estudio de traducción y son muy buenas en lo suyo por lo cual clientes no le faltan. Escritos en el soporte que sea o verbal y simultánea, afrontan la tarea con excelencia; el fuerte de las tres es el inglés y a poco de empezar vieron que convenía diversificar algo para ampliar la oferta y esa ampliación era incorporar otro idioma cada una por lo cual, a elección, aprendieron francés, italiano y alemán.
Los varones teníamos actividades que nos permitían un buen pasar y lo mejor era que nos podíamos relacionar agradablemente pues en lo importante, en lo sustancial, no existía disenso y eso permitía aceptar de buen grado las naturales diferencias.
En el edificio donde vivimos hay tres departamentos por piso, cada uno con diferentes comodidades, el más grande es de cuatro dormitorios y todos los espacios muy amplios con buena luminosidad, el que le sigue tiene dos dormitorios y un poco menor amplitud, y por último el más chico que tiene un dormitorio con un estar que también oficia de cocina-comedor, por supuesto que para un soltero es más que suficiente.
Nosotros ocupamos el mediano y durante algunos meses los otros permanecieron libres pues el matrimonio de edad que habitaba el grande se cambió a uno más reducido y acorde a ellos dos, que ya estaban solos pues los hijos habían formado su propia familia y vivían en otro lado. Nos dimos cuenta que a corto plazo iba a ser nuevamente habitado cuando llegó una mudanza y empezó a descargar.
Al nuevo lo conocimos por pura coincidencia al encontrarnos en el palier, nosotros llegando y él saliendo.
-“Parece que somos vecinos, yo soy Rubén y hace pocos días que ocupo el departamento”.
-“Hola, un gusto, mi señora es Fernanda y yo Rafael, ¿sos nuevo en la ciudad?”
-“Sí, me trasladaron en la multinacional donde soy gerente de área y aproveché la oportunidad de que esta propiedad se ofrecía a buen precio y la compré, espacio me sobra porque soy soltero”.
-“Bienvenido, espero que la pases bien”.
-“Gracias, hasta luego”.
El recién llegado es un tipo de nuestra edad, buena pinta y de porte cuidadoso, su vestimenta se nota de buena calidad, luce un reloj de marca, y en la otra muñeca lleva una pulsera dorada igual de gruesa que la cadena colgada en el cuello.
-“Qué te pareció el nuevo vecino, Rafa?”
-“En general bien, pero hay algo que me hace ruido”.
-“Típico de los hombres, ante un ejemplar bien pintón en seguida le encuentran algún defecto para salir mejor parados en la comparación”.
-“No creo que este sea el caso, en el poco tiempo que hablamos me pareció un tipo de muy buena pinta, educado y culto, así que nada en concreto puedo objetar, quizá eso que me hizo ruido y no puedo identificar, sea algo insignificante y circunstancial”.
-“Pienso que podríamos integrarlo al grupo de matrimonios para que no se sienta solo”.
-“Por el momento me parece prematuro, no lo conocemos más que del saludo, además debiéramos consultarlo con el resto”.
Unas semanas después de ese diálogo se me hizo la luz.
-“Querida, ya encontré lo que me hacía ruido del vecino y ahora sé a qué atribuirlo”.
-“Veamos a dónde te llevó la pesquisa”.
-“Rubén es el típico mancho aparentador, el tipo que busca resaltar, que enumera sus méritos para sentirse por encima del resto, y si se trata de mujeres encandilarlas para que terminen en su cama”.
-“Estás exagerando y no quiero pensar que es envidia”.
-“Te aseguro que no; cuando nos presentamos él dijo que era gerente de área en una multinacional y que el departamento lo había comprado; todo lo que usa es de marca conocida, su pulsera y la cadena que usa al cuello son de oro y groseramente gordas, sus logros los mide en dinero y no en mérito o esfuerzo. Pongamos un ejemplo cercano en el otro extremo, vos no te presentaste como una excelente traductora, de entre las mejores del ramo, que más de una vez hiciste de perito para la corte de justicia o al servicio del ministerio del exterior. Es así querida, hace memoria de lo que son sus charlas o de lo que muestra”.
Así fuimos adquiriendo confianza producto de frecuentarnos por mayor regularidad, naturalmente era él quien iniciaba los acercamientos producto de su soltería; como solía viajar con cierta frecuencia nos dijo de dejarnos una llave de su departamento para caso de emergencia, ya había sucedido que a un vecino ausente se le inundó el departamento por rotura del flotador del depósito del inodoro, obligando al administrador a recurrir a un cerrajero. Algo después recibimos una invitación.
-“Rafa este sábado Rubén nos invitó a cenar”.
-“Perfecto, ¿qué ofreciste llevar?”
-“Un postre que voy a hacer”.
Ese día nos recibió especialmente elegante y algo que me llamó la atención fue el dorado de su piel a pesar de estar saliendo del invierno; eso no podía deberse a que trabajaba al aire libre sino al prolijo cuidado de su aspecto, que probablemente incluiría una cama solar.
En esa comida al enterarse de la actividad de Fernanda le dijo que era común, para la empresa donde trabajaba, requerir los servicios de traducción cuando debían viajar o recibir extranjeros que no fueran de habla castellana, por lo cual la tendría en cuenta.
Poco contacto necesité para darme cuenta que el fulano era un superficial importante, su vestimenta, adornos, arreglo corporal, gestos, conversación y opiniones, confluían en una dirección, hacer crecer su ego y disfrutar todo lo posible, sin escrúpulos, sin límites, sean los que fueren.
Tiempo después se concretó el pedido de realizar una traducción simultánea con unos clientes de habla inglesa, con quienes además tenían previstas actividades sociales; en este caso el requerimiento fue para cubrir también ese tiempo pues, según ellos, en esas reuniones solían espontáneamente limarse detalles controvertidos, llegándose más rápido y mejor a los acuerdos del negocio que tenían entre manos.
Y como la información es poder, la mente tortuosa de los negociadores locales les hizo pensar que un medio apto, para estar al tanto de todo, era que algún participante en las reuniones informales simulara estar en pareja con una de las traductoras sin dar a conocer esa aptitud y así, de escuchar algo atinente, se los hiciera saber más tarde. Y por razón de cercanía y mayor confianza la elección recayó en Rubén y Fernanda.
No fue algo que sucediera a mis espaldas, al contrario, mi mujer me lo contó como algo ingenioso de parte de la empresa además de la importante retribución que recibiría por prestarse a la simulación. Ellas en general distribuían en partes iguales los ingresos específicos de traducción, pero cuando la contratación implicaba un esfuerzo o dedicación adicional, se cobraba por aparte y lo recibía la socia que había realizado esa tarea extra.
-“No dudo de la ingeniosidad para tener la mayor información posible ni lo rentable de la retribución que vas a recibir, sí tengo reserva sobre tu labor de acompañante, no por vos, sino por Rubén”.
-“No veo por qué”.
-“Mirá, los personajes como él son de desconfiar en relación con las mujeres, esos tipos sin compromiso, ciertamente pedantes, tratan de llevarse a la cama toda aquella que se les cruce. Vos sos una hermosa mujer, pero aún si fueras poco agraciada lo mismo te tiraría el anzuelo, la cuestión es conseguir un nuevo trofeo para alardear, por supuesto con alguna imagen que lo atestigüe”.
-“Lo decís con tal seguridad que parecieras tener experiencia en el asunto”.
-“No me da el cuero para eso, pero conocí algunos que se pavoneaban como si fueran héroes. Te voy a contar algo más, pero de manera cruda. Tienen la progresión habitual de cualquier levante, pero una vez que te llevaron a la cama y consiguieron hacer uso de tu boca con tragada de semen incluida, penetración de concha y culo sin tomar la debida precaución avanzan con exhibirte, tomarte en público y compartirte con dos o tres en simultáneo”.
-“Me parece que estás exagerando”.
-“Puede ser, pero seguro que poco, y lo más triste es que pasada la novedad, cuando ya no saben qué probar, abandonan a la mujer como si fuera un pañuelo descartable usado. Y, como nada serio los liga, en cuatro o seis meses se termina la cosa. Te digo más, esta gente cuando una mujer dice «no» ellos lo toman como un «sí» convencidos que, fingiendo pudor, la hembra se resiste un poco; la manera fácil de que entienda es que se lo diga un hombre en nombre de la mujer, y eso de manera tajante; en resumen, si no querés tener un problema te sugiero que, ante la mínima insinuación digas «no» y me avises de inmediato”.
-“No te preocupes que seguro voy a saber gestionar cualquier avance”.
-“Te ofrezco mi ayuda porque mi matrimonio vale mucho, y la historia es testigo de magníficas fortificaciones que sucumbieron a un perseverante asedio sin necesidad de ataque”.
Llegado el día, la traducción simultánea fue realizada por María y, a la noche, concurrió también Fernanda; en el momento de ir a una discoteca terminó la tarea de la primera comenzando la actividad de mi señora.
Eran las dos y media de la madrugada cuando escuché la llegada del ascensor y luego la puerta corrediza cerrarse; pensé que era mi esposa, pero al demorarse la apertura de nuestro ingreso me levanté a ver por la mirilla; era ella hablando en voz baja con Rubén que la tenía tomada de la cintura, al parecer tratando de que aceptara entrar a su departamento pues ella negaba con la cabeza y parecía decir «no, es tarde», lo que no impedía ser besada, estrujadas sus tetas y acariciada en la entrepierna; que se encontraba al borde de la claudicación era evidente porque una mano la tenía dentro de la bragueta del macho y la movía con ganas.
Cuando el miembro hizo su aparición de la mano de mi mujer y él le hacía bajar la cabeza en esa dirección, metiendo la llave en la cerradura hice como que abría la puerta, pero la saqué, la desesperación de ambos se manifestó de manera diferente; él la soltó como si quemara, abrió la puerta de su vivienda, entró y cerró; ella arregló su aspecto como pudo y lentamente caminó hacia nuestro departamento; yo satisfecho de haberles arruinado el encuentro me volví a la cama con el corazón tristísimo y lleno de bronca; ahí el entendimiento, seguramente por un milagro, trabajó al margen de los sentimientos y planeó el comienzo de la venganza, para lo cual hice un esfuerzo de imaginación y movimiento de mano para recibirla con la pija bien parada y dura.
Cuando llegó al dormitorio me encontró recostado sobre un almohadón mirando un canal deportivo.
-“Hola querido, qué raro encontrarte despierto a esta hora”.
Su frase tenía la entonación de quien no goza de tranquilidad, como esperando una contestación desagradable, algo comprobable, pues no se acercó a darme el beso habitual cuando nos reencontrábamos, sino que siguió camino al baño. Cuando volvió lo hizo con el camisón largo colocado y se metió a la cama dándome la espalda.
-“Querida, estuve mirando una porno, así que estoy con ganas”.
-“Semejante porquería, que además de ordinaria seguramente es barata, pues no se les cae una idea y donde todo se reduce a desnudez, chupar y meter”.
-“Esta vez tenía cierta línea argumental, una casada se lía con un conocido en la discoteca, bailan y franelean, pero ahí no podían avanzar y ella ya tenía que regresar; él se ofrece para acompañarla y en el palier la tenía a punto caramelo cuando un vecino que llega los hace quedar con las ganas. Cuando entra lo despierta al marido adormilado y se echan un polvazo con culo incluido.”
-“No es muy original”.
-“Es verdad, pero la mina es muy buena actriz o la calentura era real porque gozó como una yegua, y eso me motivó a esperarte”.
-“Hacete una paja que yo no tengo ganas”.
-“Entonces voy a hacer como el actor, que al principio la fuerza un poco, pero en seguida la hembra agarra el tranco”.
-“Ni se te ocurra”.
No había terminado de hablar cuando, tomándola de las nalgas la levanté para ponerla en cuatro, llevar su camisón a la cintura, correrle la bombacha y entrar al completo de un solo golpe; ningún ademán cariñoso, menos aún un beso, ni una palabra afectuosa, solo fuertes embestidas.
Si en ese momento no estaba bien lubricada, después de la metida de mano en el palier, era que se había lavado en el baño, cosa de la que me alegré pues no deseaba hacerla gozar; sus ayes y lágrimas fueron el mejor estímulo para pistonear aunque sin sentir placer pues me hallaba anímicamente devastado; cuando empezó a mejorar el deslizamiento en la penetración saqué la pija de la vagina, apunté hacia el orificio estriado y di comienzo a la entrada por el recto sin dar tiempo a la adaptación, simplemente forzando los esfínteres.
Ahí, después de unos cuantos bombeos secos, y resonando en mis oídos la hermosa música del llanto, simulé las contracciones de la corrida, saqué el miembro y, sin decir una palabra fui al baño a lavarme. Al regresar a la cama ella estaba en posición fetal dándome la espalda y sollozando.
-“Querida, no fue un buen polvo porque estabas demasiado tensa, pero igual gracias, me saqué las ganas”.
Y me arrimé como para darle un beso en la mejilla, pero interrumpí el movimiento cuando casi la tocaba.
-“Nena, tenés un olor raro en el cuello, espero que no sea, pero parece saliva, como si alguien se hubiera ocupado de chupártelo a conciencia; es repugnante así que ándate a dormir a la otra pieza”.
Al día siguiente, mal dormido a pesar del somnífero tomado, al levantarme la encontré en la cocina comedor desayunando, me preparé un café y me ubiqué frente a ella que se mostraba con unas leves ojeras; eso hacía pensar que su noche no había sido mejor que la mía.
-“Lo que me hiciste anoche fue una canallada”.
-“Es verdad, y te pido perdón, pero la calentura me desbordó”.
-“Pero además me echaste de la cama”.
-“También es verdad, pero el olor en tu cuello me generó un pensamiento insoportable, que a su vez me representaba tu imagen siendo besuqueada por un tipo que además te metía mano, pues vos te entregabas mansamente”.
Ruborizada y con la cabeza baja esgrimió su defensa.
-“Pero eso está solo en tu cabeza”.
-“Sí, pero asociado al olor que percibía, y espero que te lo hayas quitado, lo mismo debieras de hacer con la almohada, porque ya sabés qué sucede si lo vuelvo a sentir”.
-“Estás paranoico de celos”.
-“Si fuera así es porque te quiero y no acepto compartirte; cambiando de tema, ¿cómo te fue anoche en la simulación de pareja con Rubén?”
Nuevo rubor y mirada huidiza al contestar.
-“Bien, aunque la reunión fue algo prolongada”.
-“Se mantuvo tranquilo o mostró la hilacha?”
-“Nada raro, cada uno en su lugar”.
-“Entonces me alegro de haberme equivocado, así que lo voy a registrar para recordarlo”.
Y buscando mi agenda escribí en su presencia «Hoy, 16 de abril dejo constancia de mi equivocación al presumir que Rubén, de darse la oportunidad, trataría de intimar con Fernanda».
-“Parecés un viejo maniático”.
-“Puede ser, pero a veces la memoria falla, ojalá que todo siga así”.
No era razonable pretender mayor certeza para afirmarme en la convicción de ser un cornudo; había que seguir con el remedio. A mi primo y socio en el negocio le pedí desentenderme de todas las ocupaciones hasta tanto atisbara un principio de solución del problema que había puesto patas para arriba mi vida. Dos cosas debía decidir, qué hacer y cómo llevar a cabo lo pensado.
Decidido a reunir pruebas concretas hablé con Marcelo, que es dueño de una empresa de vigilancia electrónica, le conté lo que me pasaba y si era factible instalar, muy disimuladas, unas cámaras que me permitieran ver y escuchar, remotamente, lo que enfocaban. Su respuesta fue afirmativa, solo quedaba mirar el lugar para determinar cómo hacerlo.
Una semana después apareció el vecino para avisarnos que viajaba por unos días y pedirnos que en ese lapso le viéramos, de vez en cuando, el departamento. Casi, casi, doy un salto de alegría pues era la oportunidad que estaba esperando, así que apenas pude lo llamé a mi amigo para iniciar el trabajo, que convenía hacerlo cuando mi mujer estuviera en el estudio.
Esa noche, mientras esperaba el sueño caí en cuenta que debía vigilar no solo la vivienda del vecino sino también la mía, si bien era menos probable, no había que descartar que decidieran usar el dormitorio matrimonial; ese lugar suele ser un trofeo preciado para alimentar la egolatría del macho corneador.
Hecha la instalación prevista, comprobé la correcta recepción en mi ordenador, ahora tocaba esperar los resultados, eso sí con la firme convicción de vengarme bien de los dos, sin ninguna urgencia, tomándome el tiempo necesario para que la cosa fuera efectiva, aunque eso supusiera prolongar el sufrimiento.
Antes las imágenes que me torturaban eran producto de mi cabeza y sobre esas elaboraciones no podía basar mi actuar, ahora yo estaba viendo, sentado en el comedor de casa, lo que mostraba la cámara instalada en el living de Rubén, donde ella acababa de llegar y el macho la recibía con los brazos abiertos para besarla en boca, cuello y orejas, mientras una de sus manos entraba por debajo del vestido buscando la grieta entre los muslos. Habiéndole incrementado lo suficiente la calentura que ya traía, sacó el miembro y presionando desde los hombros la hizo arrodillarse para la consabida mamada que, en poco tiempo, puso al macho en ebullición; de ese estado la sacó mi llamada.
-“Hola mi amor, te escucho”.
Ella sabe, porque es mi costumbre, que nunca llamo por entretenimiento o cortesía de baja calidad, sino cuando hay algo de cierta importancia de por medio, por esta razón se cuida de pasar por alto mi llamada; ya una vez le sucedió que por no atender en el tiempo razonable se perdió un hermoso viaje pues necesitaba su número de documento para hacerlo constar en la reserva, en esa oportunidad intenté dos veces con un intervalo razonable, al no ser atendido no hubo una tercera, cosa que se lo hice saber.
-“Hola querida, estoy en casa y necesito que cuando regreses me compres un pendrive de buena capacidad.
Si mal no recuerdo hoy llega Rubén, así que en seguida iré a ver cómo está el departamento, ahora corto porque se me acaba la batería y lo pondré a cargar, por diez minutos estaré sin teléfono”.
Uno de los tantos espectáculos maravillosos de ver es la desesperación del tramposo, intentando salir del brete a punto de ser enganchado con las manos en la masa. Y eso mismo le paso a mi esposa que, después de decirme «mi amor», trataba de arreglarse y salir pitando para caminar los quince pasos que la separaban de nuestra vivienda. Dos minutos después se abría la puerta y entraba.
-“No me diste tiempo a contestar que ya estaba llegando”.
-“No hay problema nena, en otro momento será”.
Y sabiendo lo que iba a encontrar me levanté para tomarla de la cintura y besarla, pero por supuesto frené antes de hacerlo.
-“La putísima que la parió, de nuevo ese olor repugnante en tu cuello, pareciera que falta un buen lavado, caminá hacia el baño y desnúdate que te voy a lavar yo”.
-“Cómo se te ocurre, no lo voy a hacer”.
Fui a la cocina, busqué la esponja de lavar vajilla que tiene un lado de fibra dura, regresé, la tomé del pelo y, ya en el baño le arranqué la ropa, haciéndola entrar desnuda en la bañadera, largando luego el agua; me desvestí quedando en calzoncillos e ignorando su llanto, me dediqué a pasarle jabón por el cuello empleando la esponja abrasiva; terminada la tarea, secado y vestido reanudé lo que estaba haciendo antes de su llegada. Al rato se acercó.
-“Es la segunda vez que me maltratás”.
-“Es verdad, porque es la segunda vez que traés ese olor que me saca de quicio”.
-“Por favor, andá a la farmacia a comprarme una crema que me calme el ardor en el cuello”.
-“No preciosa, lo único que falta es que yo tenga que solucionar tus problemas”.
Y llorando, presumo que de impotencia, se puso un pañuelo tapando esa zona y salió. Era la oportunidad de comenzar el ajuste de cuentas con el que se creía El Barón de la Poronga; me vestí con ropa negra holgada, un pasamontaña con relleno arriba que me hacía unos veinte centímetros más alto, guantes apropiados y la manopla de acero; fui a la puerta del departamento toqué timbre y al abrirme, sin decir una palabra le di dos trompadas en el pecho que lo hicieron caer de espaldas, ahí una patada en las costillas, luego cerré la puerta y regresé a casa; menos de diez minutos me había llevado la tarea.
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Como es habitual tus relatos son excelentes
Gracias Sebastián por leer y comentar. Tu elogio me obligó a soltar el cinturón porque mi ego se movió hacia el abdomen y creció desmesuradamente. Mi afectuoso saludo.