Línea 1 CDMX

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T. Lectura: 4 min.

Hace algunos ayeres trabajaba en la hermosa pero conflictiva Santa Fe. De lunes a viernes me desplazaba desde el metro Consulado hasta Candelaria y de ahí a Tacubaya donde salían camiones de “la empresa” que nos llevaban a nuestras “celdas” a trabajar. Ese mismo camión nos dejaba en el mismo lugar y tomaba la misma ruta hasta casa.

No niego que era un viaje largo pero que disfrutaba ya que siempre me iba en “la cajita feliz”. Para aquellos que no sepan que es: básicamente es el último vagón del metro donde encontraran a puro hombre tocando vergas y nalgas ajenas, aprovechando lo atascado que se pone un lunes por la tarde en hora pico en el metro de la CDMX.

Hasta este momento, los encuentros que he tenido han sido vestido de hombre. No pasaba de que se la sacaran y se las jalaba. Lo que realmente quería: ir en hora pico así tal cual pero vestida. La pregunta era: ¿cómo como le hago? Tenía que ir vestido de hombre al trabajo. Mil preguntas pasaban por mi cabeza:

¿Dónde me iba a vestir y maquillar? ¿Y si uno de mis compañeros se quedaba ahí en Tacubaya por algo y me reconocía?

Toda la semana estuve pensando y planeando desde la ropa que me iba a poner hasta el día que me iba a atrever a hacerlo.

El día decidí que iba a ser el viernes aprovechando que era quincena y que iba a estar más lleno de lo normal. Aquellos paisanos chilangos, sabrán a lo que me refiero.

La ropa:

Minifalda ajustada a medio muslo cuadrada negro con blanco y gris. De corte colombiano que realza las nalgas.

Blusa blanca ejecutiva semitransparente

Bra negro que resaltaba sobre la blusa pero de forma discreta. En cada copa, sus respectivos silicones.

Pantiliguero a la ingle negro, cachetero vino o como dice SHEIN: Burdeos. Botas a medio tobillo de tacón bajo.

El lugar donde decidí cambiarme era un hotel de paso afuera del metro Tacubaya.

Llegó el viernes y la hora Yaba-daba-Doo (generación x y posiblemente millenials entenderán la referencia de la hora)

Llegamos al metro, me despedí de mis compañeros y me disculpé porque “iba a pasar una amiga por mí”. Llego al hotel, los nervios al mil. Nunca había hecho tal barbaridad. No salir vestida y menos a lugar como el metro. Fume yo creo que media cajetilla de cigarros. Me decidí y salí.

Al momento que sentí como el aire se filtraba por mi falda, a lo mejor sonará raro, pero me dio más fuerza. Me hizo sentir por alguna razón: más mujer.

Muchos me volteaban a ver y hasta dos o tres piropos me llevé. Entro al metro y me voy hasta el último vagón, quedando en la esquina contraria de la puerta.

En Chapultepec se acabó de llenar el vagón. Sentía como me aplastaban mis chichis, no cabía ni un alfiler ya. Un güey se puso atrás de mí, pero no me pelaba, le estaba agarrando la verga a otro güey que la tenía de fuera. Pensé que no iba ser mi día.

Llegamos a Balderas y un movimiento grande entre los que salían y entraban. Los dos tipos atrás de mí siguen con lo suyo y pues yo tratando de mantener el equilibrio, abrazando mi mochila entre empujones.

Cuando nos volvimos a acomodar igual lleno y sintiendo en mis nalgas como el tipo se la jalaba al otro, sentí una caricia en mi pierna izquierda. No le había percatado que no era el mismo que estaba. Traje con corbata Godín, moreno, no feo.

Su mano migraba lentamente de mi pierna a mi nalga, apretándola como plastilina. No sé si mi oficinista pidió chance a los chavos de atrás, lo que sí sé es que no tardo mucho para ponerse atrás mío. De su pantalón de vestir ya se le sentía dura, me la embarraba entre las nalgas en el vaivén del metro y de los cuerpos dentro de éste.

Baje mi mano izquierda para sobársela por encima del pantalón, el muy atrevido metió su mano bajo mi falda, levantándola, viendo mi “lingerie”. Yo con la mano derecha trababa de bajarla por delante mientras me sabroseaba todas las nalgas. El güey que estaba adelante de mí, viendo hacia la puerta, imagino que sintió la falda subirse o yo luchando por bajarla, el caso es que baja la mirada, baja su mano y me la quita. Estaba completamente expuesta con mi falda como cinturón.

El calor del vagón y el calor de mi cuerpo tuvieron que ceder. Al fulano que me estaba embarrando la verga por encima de mi calzón pero aún en el pantalón, le bajé el cierre, me ayudó a sacarla empezándola a jalar. Se sentía rica. No muy gruesa, no muy larga, pero llena de venas, dura y babeando ya. Al de adelante repetí la misma operación. Se acomodó para quedar enfrente de mí. Le abrí el cierre, se la sacó y se la empecé a jalar. Los gueyes que estaban a lado se dieron cuenta, ya la atención era para este lado del vagón, lo cual si me daba algo de pena, pero que carajo!!! Tenía dos vergas en ambas manos y mi falda levantada, ahora ya con otros dos manoseándome las piernas. Si me sentía la más puta.

No habrá pasado dos ó tres estaciones, a la mitad de una el muy hijo de puta del oficinista, empezó a jugar con el encaje en mis nalgas, muy lenta y discretamente empezó a bajarlo. Al sentir esto, dejé la verga del de adelante, metí la mano a mi mochila y saqué un condón. Cuando se la deje de jalar, se sacó de onda, cuando le enseñe el condón, solo con los labios pronunció: “Que rico”.

Pasó el látex, siento que toca la entrada. Se la agarre más que nada para verificar que si

Se había protegido. Siento como con sus dedos me pone saliva en la cola y mientras el metro avanzaba, cada movimiento la sentía más adentro de mí. Sentía una desesperación por gemir, solo los ahogaba para no llamar más la atención de la que ya tenía bastante o eso creía yo.

Ya ni sabía en qué estación iba, ni me importaba. Me estaban clavando, tenía una verga en la mano y dos tipos manoseándome.

Llegábamos a una estación, poniendo atención de que nadie nos viera. No tardó mucho cuando sentí como explotaba dentro de mi entre estaciones. Solo dejaba salir pequeños pujitos que hasta se me hicieron tiernos. Llegamos a la siguiente estación que otra vez no vi por estarme arreglando. Cerrando las puertas, le pregunté al chavo que aún le agarraba la verga en qué estación íbamos. No me percaté en serio, pero ya había llegado a Pantitlán.

En el túnel antes de llegar a la estación, se detiene el metro bruscamente, se va la luz y por el altavoz se escucha al conductor decir que íbamos a estar parados y sin luz por 10 minutos. El fulano se acercó a mi oído y me dice: “¿No tienes otro condón?”

Mujer prevenida vale por dos y los condones los venden en paquetes de tres.

Ya sin tanta gente se puso atrás de mí, de un jalón me bajó el calzón y nuevamente mi cola volvió a recibir verga ese día. No necesito 10 minutos. Terminó en 5 y en el sexto minuto empezamos a avanzar.

Decidí tomar un taxi de sitio en Pantitlán. Lo que se me hacía raro es que sentía en mi panocha de Travestí así medio viscoso, resbaloso. Recordando y por las prisas, ya no cheque si se había protegido. Empecé medio a molestarme y preocuparme porque estaba segura que este cabrón lo pidió y ni se lo puso. Llegué a casa, al entrar me percaté que mi falda estaba llena de semen. Me desnudé en friega, tomé papel de baño para limpiarme de este bastardo.

Al pasar el papel, siento algo raro pero que podía jalar. Era el condón que se había atorado en mi culo. Mi paz regreso.

Gracias por leer.

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6 COMENTARIOS

  1. Que adrenalina Lia.. El saber que te están haciendo suya y al rededor usuarios viendo. Afortunadamente que bueno que no pasó nada ante tu nerviosismo de imaginar que no se había puesto condón. Me gustaría ir un día al metro y encontrarme contigo y si se diera la oportunidad que me dejaras ser mía. Te mando besos Lia.

    • Gracias por escribir. Por desgracia esa fue la última vez que me pasó algo en el metro. Solo fui esa vez vestida. Sin embargo, historias… ya con 40 años y siendo mi primera vez cuando aún era una adolescente. Ya imaginarás. Por cierto. Contaré también esa primera vez

  2. Hola y gracias por escribirme. Me encantaría poder intercambiar experiencias contigo. Tengo conectado mi Facebook a esta página. Mándame solicitud de amistad para estar más conectados. En caso de que no lo encuentres avísame y con gusto te lo comparto.

    Besos desde México!

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