¿Qué hago?

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T. Lectura: 3 min.

Era fin de semana, sábado. Todavía estaba en la cama cuando recibí un mensaje de Gustavo, en el que me preguntaba si tenía algo que hacer por la tarde. Respondí que no, y arreglamos para salir. Gus quería ir a ver autos. Me quedé pensando: ¿para qué quiere que lo acompañe? No estamos saliendo, no somos pareja… Después de la fiesta no nos vimos más, salvo en el trabajo. Algo no entendía, pero bueno. Me levanté, fui a ducharme, repasé la depilación, salí del baño y me puse crema corporal hidratante: piernas, muslos, pechos, brazos, abdomen.

Luego busqué la ropa: un conjunto de ropa interior negro con encaje diminuto, un short de jean que dejaba todas mis piernas a la vista y me levantaba el culo, una blusa de tonos suaves a cuadros y unas botas con un poco de taco. Me miré al espejo y dije: «Está bien, un poco putita, jajaja». Me maquillé levemente y dejé el cabello suelto.

Escuché la bocina, me asomé por la ventana y era Gus. Tomé los lentes oscuros y salí. Cuando subí al auto, nos saludamos y me dijo: «Wow, estás espléndida». Le agradecí. Pasamos por varias agencias de autos, pero Gus no encontraba lo que buscaba. En todas las agencias me reía; fui la anfitriona de todas las miradas. En uno de los lugares, un muchacho se agarró la entrepierna; me puse colorada, pero no le presté atención. Otro, cuando iba al baño, me dijo en tono bajo: «Te comería la cola». Un camión que pasaba me tocó la bocina. Es divertido cómo se ponen.

Por último, Gus me dijo que iríamos a otra agencia. Si allí no había nada, dábamos por terminado el día. «Okey», le dije. Esta agencia estaba sobre la ruta, un tanto apartada. Anduvimos un rato y llegamos a un playón con un galpón al fondo. Había dos empleados que se quedaron embobados cuando me vieron. Gus hablaba con uno de ellos mientras el otro me miraba y se mordía el labio. Yo me quité los lentes y le sonreí, pero sin prestarle mucha atención. Cuando Gustavo terminó de hablar, me dijo: «Voy con uno de los muchachos a ver unos autos que tienen en otro lado. Quédate, ya vengo». «Okey», respondí.

Gus se fue y me quedé en el playón. El muchacho que me miraba me dijo: «Oye, ¿quieres pasar? Van a demorar un rato». «Ay, gracias», le dije. Pasé delante de él hacia el galpón; obvio que me estaba mirando el culo. Me hizo entrar en una especie de oficina, me senté en un sillón y crucé las piernas. El muchacho estaba por demás cegado mirándome. Hablamos de cosas triviales, y en un momento me dice: «Aquí nos hace falta una chica como tú». Me reí y le dije: «¿Tanto trabajo tienen, o necesitan a una que se acueste con ustedes?». «Bueno, no estaría mal lo que dices», me respondió. «Eres muy hermosa. Si lo hicieras, sería solo conmigo», añadió. «Mira qué presumido», le respondí.

En un movimiento, él sacó su pene, que estaba a punto de explotar y era de buen tamaño. «Por favor, guarda eso», le dije mirando a un costado. «Anda, míralo, que te gusta, putita», se acercó donde estaba sentada y lo puso cerca de mi cara, moviéndolo. «Para de mover eso, por favor», le dije, pero lo agarré con la mano y me lo puse en la boca. Comencé a chupar, mirándolo a los ojos. Él gemía y me decía: «Sí, putita, así, chúpala toda».

Me agarró del cabello y la metió más adentro de mi boca. «Aaaggg, ¿te gusta?», me preguntó, y con la pija en la boca le respondí: «Shiii», afirmando con la cabeza. Me desabroché la blusa; él apretó mis tetas, pellizcó los pezones. Me saqué la pija de la boca, desabroché y bajé mi short junto con la tanguita. Él me apoyó sobre el escritorio, dándole la espalda. Mientras me daba unas nalgadas, me dijo: «Qué hermosa cola». Levanté el culo, él se agarró la pija, la apoyó en mi conchita y me ensartó de una, haciéndome dar un grito: «¡Aaay, hijo de puta, despacio!».

En realidad, me encantó; tenía la conchita húmeda. Grité para que se calentara más. Comenzó a bombear: «Aaahh, despacio, me partes». En eso, la sacó y la apoyó en mi ano. «Por favor, no me lastimes», le dije. Comenzó a entrar: «Aaaayyy, así, rómpeme el culo», le dije. Terminé de decir eso, y la enterró, moviéndose como desesperado. Sentí que descargaba toda la leche caliente.

Junté la ropa, pasé al baño, me limpié un poco y me vestí sin la tanga. Cuando salí, escuché que Gus estaba llegando. Rápido, le di un beso al flaco, le di la tanga y le dije: «Te dejo un souvenir». Fui al salón del galpón.

Nos despedimos y subí al auto de Gus. Cuando estábamos en la ruta, hablé con él: «¿Qué auto estás buscando? ¿Vas a cambiar este que tienes?». Me miró por un rato y me dijo: «Te quiero regalar un auto». Me quedé helada; no esperaba esa respuesta. «¿Por qué?», traté de averiguar.

Me dijo: «Mira, desde que ingresaste a la empresa, tus informes son realmente increíbles. Nosotros en la compañía tenemos una manera de emitir informes aproximados, pero los tuyos son reales. La persona que hacía eso antes entregaba resultados erróneos. No tengo más que agradecerte, y es por eso que quiero regalarte un auto». Me quedé sin palabras, más helada que antes. «Wow, agradezco mucho tu gesto, pero yo soy empleada en tu empresa, tú me pagas un sueldo por mi trabajo. Por otro lado, no somos amantes, ni novios, ni pareja.

Además, en la empresa todos se darán cuenta tarde o temprano de tu regalo, y a mí me señalarán como ‘la que se acuesta contigo’, que solo fue una vez y lo disfruté». En eso, no me di cuenta de que llegamos a mi casa. Lo invité a entrar, y me respondió: «Piénsalo, nos vemos».

Me desplomé en el sillón, con la cabeza dando vueltas. «Lindo lío te metiste, Andrea. Solita te metiste. Tienes un gerente que está tras de ti, uno en un taller que coge con una pija de locura. ¿Qué hago?». En el próximo relato lo sabremos.

Espero que les haya gustado.

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