Mis vacaciones laborales (4 – final)

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T. Lectura: 10 min.

Regresé al hotel… aunque hubiera deseado no hacerlo. Al querer abrir la puerta recordé que había dejado la llave en el otro pantalón, toqué una y mil veces y nadie salía. Recurrí a recepción para que me puedan abrir, claro no sin antes hacerme esperar un rato.

Al entrar noté algo raro: había maletas bajo la cama y un olor a sexo inconfundible. Las sábanas casi en el suelo, y mi llave, en la mesa de la cocina.

Entonces escuché un grito arriba. El grito provenía de la habitación de Sergio, aquel grito de pronto se convirtió en un gemido intenso. Alcancé a reconocer el gemido que suele hacer Pamela.

Salí enfurecido. El ascensor no respondía; fui por las escaleras. La puerta de la habitación de Sergio estaba abierta. Reconocí os gemidos de Sergio que ya los había escuchado y los de Pamela que eran largos y suaves por ratos. Me acerqué y veo la puerta del dormitorio estaba entreabierta. Vi lo que ya imaginaba.

Pamela estaba encima de él, dándome la espalda, cabalgándolo. Su cuerpo me impedía ver a Sergio, solo sus piernas velludas y desnudas asomaban por debajo.

Sergio: Ahhh güeritaaa… chingada madre … -jadeando, mientras la sujetaba de la cintura- cómo me encanta chingarte así…

Pamela: Sii papitooo… sigue así… así, más fuerte – su voz entrecortada por el vaivén- hazme tu puta Sergiooo… chíngame más, no pares… chíngame.

Pamela se balanceaba sobre él, sudorosa, mientras Sergio la alzaba desde abajo, metiéndosela con más fuerza. Sergio hundía el rostro en sus pechos, besándola con hambre.

Pamela: Mmm… ayyy… ¿te gustan así cabrón?

Sergio: No mames… esos pezones están bien pinches grandotototes… -mordiéndola suavemente-.

Yo no sabía qué hacer. Verlo con mis propios ojos era distinto. Había sospechado, sí… pero estar ahí. Encararlos era lo primero que pensé en hacer, como aquella vez con Julio, pero verla engañarme de nuevo con otro hombre… me paralizó.

Solo reaccioné cuando escuché la puerta de la habitación cerrarse de golpe y pasos acercándose. El miedo de que me descubrieran me hizo meterme en la habitación contigua, abierta por suerte. Ni siquiera me escondí bien: solo entré y recé para que no me vieran.

Los pasos descalzos se oían cerca, mientras Pamela seguía gimiendo con Sergio como si nada hubiera pasado.

Pamela: ¿En… encontrasteee?… – gritó jadeante desde la cama–.

…: No hay ni mierda en tu maleta.

Esa voz me atravesó como un cuchillo. Julio.

Pamela: Uffff Sergiooo… la puta vaselina está bajo la cama…- apenas podía hablar cuando Sergio aceleraba el ritmo- pero este salvaje no me deja ni hablar… ¡ahhh!…

Escuché un golpe seco cuando Julio dejaba caer su short en la puerta.

Sergio: ¿Por qué chingados tardaste tanto carnal?… Ahhh… ya estoy por venirme…

Julio: Pasé donde Ángel, tampoco tenía.

No solo me engañaba otra vez… lo hacía con Julio de nuevo, delante de otro. Y encima hablaban como si nada, como si fuera natural. Y ese detalle… vaselina. Nosotros nunca habíamos usado eso… jamás lo pedí, pero, ¿entonces para qué la tenía?

Sergio: Vas a tener que esperar tu turno carnal… ahhh…

En eso, los labios de Pamela comenzaron a sonar, succionando.

Julio: No es necesario… Ufff qué labios tienes…

Sergio: Aunque estos labios conmigo está mejor… -al ritmo de los golpes contra su cuerpo- Ahhh… perra…

Pamela: Mmm… -solo se le escuchaba succionando el pene de Julio… mmm…

Sergio: Ven aquí chiquitaaa… ahhh… -soltó un gemido profundo acabando- Qué rico, mamita.

Pamela seguía jadeando cuando Sergio terminó, aun así, jadeando exhausto dijo con voz cansada.

Sergio: Y todavía me falta probar ese culote…

Pamela, sin embargo, seguía gimiendo. Julio no tardó en ocupar su lugar, se la montaba sin pausa, el sonido de las embestidas llenaba el cuarto.

Pamela: Ayyy bestiaa… mmm… Juliooo… ayy… no tan fuerte… -se quejaba con un gran gusto-.

Sergio: Tranquilo carnal. No me la mates.

Julio: Tú no la conoces como yo carnal… esta perra goza cuando le doy así, ¿verdad? – le soltaba nalgadas-.

Pamela: Juliooo… mmm así nooo…-mientras gemía con más intensidad–

Las palmadas contra su piel sonaban hasta donde yo estaba. Sergio reía, animando como espectador.

Tras largos minutos, un gemido de Julio marcó su clímax. Después, los tres comenzaron a hablar entre risas, como si compartieran un secreto.

Sergio: ¿Así que ya te la estabas chingando desde antes, cabrón? No mames, si no los veía arriba, ni me la creo.

Julio: Hace rato que no la probaba… pero siempre vuelven, ¿no, mi amor? – le dio una palmada cariñosa pero sonora en el culo-.

Pamela: Jajajaja… soy su vicio, pues.

Sergio: Te entiendo güey… desde que la vi me traía loco. No sabía que hubiera peruanas así de pinches deliciosas…

Pamela: Soy una excepción papi… mitad angelita para uno, mitad puta para otro… u otros -reía satisfecha-.

Julio: Jajaja, que tal conchuda… pero cierto. Agradece que te la comparto carnal.

Sergio: ¿Son swingers o qué pedo?

Pamela: Jajajaja, ¿con Julio? Nooo, cómo crees…

Julio: No, no soy su pareja. Solo… -le dio una palmada juguetona- de vez en cuando nos damos un gustito.

Sergio: Mejor así. No me hubiera querido meter en su relación… Pero si así se porta -sonaba otra palmada- chingada madre, hasta me lo pensaba.

Pamela: Diosss… qué fascinación tienen con mi culo, cabrones.

Sergio: Sabes lo que cargas, güerita… y todavía no me lo das.

Pamela: Sin lubricante no me lo vas a meter, papito… y tú la tienes muy gorda, lo sabes.

Julio: Vámonos abajo otra vez, si o qué carnal.

Pamela: Nooo… acá estamos más cómodos. Además, ¿y si entra Saúl y nos ve así?…

Sergio: Pues cerramos con llave morra… y luego lo dejamos entrar pa’ que disfrute también… ¿qué dices, güerita?

Pamela: No papi… suficiente con ustedes dos. – se escuchó un beso- Tú… – otro beso – Julio… – otro más – y yo.

Sergio: Si me besa así, cómo le digo que no…

Los besos se mezclaban con jadeos. Pamela se entregaba otra vez, y Julio parecía volver a montarla sin pausa.

Pamela: Ayyy síí Julio… – sonaba otro beso – asíí…

Sergio: No me la muevas tanto, güey… déjame saborearla… – mientras Julio la empalaba, Sergio parecía comerle la boca-.

Siguieron los tres en su faena. Ya no aguantaba más. Quería huir, pero el miedo a ser descubierto otra vez me detuvo. Solo me quedaba escuchar cómo

la mujer que conmigo era dulce y suave, con ellos hablaba tan sucia y ardiente.

Veinte minutos después, Julio salió del cuarto. Pamela y Sergio continuaron, hasta que él acabó otra vez, esta vez en su boca.

Sergio: Ahhh… sí, amor, trágatelo todo… como te gusta dejarme bien limpia la verga.

Pamela: -con una risita entre sorbos- Ya te dije que te sabe rico…

El silencio llegó después. Pensé que dormían, y busqué la forma de huir. Entonces escuché de nuevo la cama crujir. Pamela salió apurada hacia la cocina, abriendo el caño. Un instante después, Julio regresaba a la habitación.

Pamela: ¡Dime qué pasaste por la habitación!

Julio: Claro que sí, estuve ahí.

Pamela: ¡¿Y?!

Julio: Saulito llegó hace rato.

¡¡Mierda!! Me temblaron las piernas, ¿qué pude haber dejado? ¿Ya sabrá que estoy acá? Carajo, empecé a pensar alguna excusa… lo que fuera.

Julio: Es broma, jajaja.

Pamela: Eres un idiota.

Sentí alivio… qué ironía, alivio después de presenciar lo que acababa de ocurrir.

Julio: Llamé al hotel de Teodoro, Rómulo me dijo que aún no regresan.

El señor Rómulo era el asistente personal de don Teodoro, con él había llegado a México.

Pamela: ¿Acomodaste?

Julio: ¿Qué cosa?

Pamela: ¡Julio!… Hubiera ido acomodando.

Julio no respondía

Pamela: Julio no empieces, salte…

Julio: ¿No escuchaste? Te digo que tenemos tiempo.

Pamela: Pues yo no.

Julio: ¿Qué pasa? ¿Crees que puedes darme la espalda con este culote como si nada? – le da una nalgada -.

Pamela: ¡Julio! Sergio está durmiendo.

Julio: Tanto pedías que te ayude con él y ahora lo quieres dormido.

Pamela: Sí, justo eso. No te confundas. Solo te dejé tocarme porque quería tu ayuda con Sergio.

Julio: ¿Ah sí? ¿Y arriba? ¿Y ayer?… Sergio no era quien te cogía.

Pamela: … Ya salte.

Julio: Además sabes que sin mí no tienes tan libre a Saulito. Así que mientras sea así – le da un beso forzado – voy a aprovechar.

Pamela: Ya lo hicimos mucho hoy. Y Saúl no debe demorar, anda con las antenas bien paradas.

Julio: No es el único con cosas paradas… ¿lo sientes?

Pamela: Jajaja… Nunca voy a entender cómo te recuperas tan rápido.

Julio: Sácate la tanguita, amor… Saúl tiene mínimo una hora.

Pamela: – sonando excitada- ¿Estás seguro?

Julio: Tan seguro como amo este culo.

Pamela: Jajaja… mmm… supongo que 100% seguro entonces.

Julio: No seas vanidosa… solo un 99%.

Enseguida comenzó a sonar el choque de su pelvis contra el trasero de Pamela.

Pamela: No sé cómo sigues con la pinga así de dura… ayyy, mmm…

Trataban de no hacer ruido, pero los gemidos de Pamela se escapaban, secos, entrecortados.

Julio: Sé muy bien que me extrañabas.

Pamela: Mmm… rápido Julio.

Julio: Ya sabes por dónde termino rápido – decía jadeante-

Pamela: Pero no trajiste el lubricante.

Julio: Y tampoco lo necesitamos… ¿ya no recuerdas como lo hacíamos antes?

De pronto dejaron de sonar las embestidas. Ahora se escuchaba un sexo oral ruidoso, húmedo, con Pamela entregada.

Julio: Ufff, amor… no has perdido el toque. Métele más saliva, así, así…

Fueron varios segundos de ella chupando con fuerza.

Julio: Bien, ya está… párate. Aaaa, qué rico.

Pamela: ¡Au! No, Julio… espera – quejándose de dolor –

Julio: Ya casi, tranquila.

Pamela: No, me duele… ahhh no puedo, para.

Julio: Ya entró… ufff ya está.

Pamela: Mmm, ayy Julio… ahhh.

Julio: Puta madre, Pamelita, qué apretada estás.

Ella se limitaba a lanzar gemidos fuertes, ahogados, seguramente tapándose con algo.

Julio: No sabes cómo extrañaba esta cola.

Cada segundo era más sonoras las embestidas de Julio.

Pamela: Yo también… ahhh, yo también.

Con el paso de los minutos, las embestidas se fueron apagando, reemplazadas por besos húmedos, largos, susurros apenas perceptibles. Después, solo silencio.

Pasaron eternos minutos cuando después de solamente oír susurros y besos. Alguien salía. A Julio enseguida lo escuché en la sala, encendiendo el televisor. No tenía forma de salir.

En mi shock pensé, claro, ya había sorprendido a Pamela engañarme, pero nada, nada se comparaba con lo que acababa de presenciar. No tenía pruebas – no había smartphones, nada para grabar -. Pero en mi mente ya no había dudas: ese matrimonio debía terminar.

Perdido en esos pensamientos, escuché un portazo: Julio salió del cuarto. Me atreví a salir despacio. No sabía dónde estaba Sergio, hasta que lo encontré en la cama, completamente desnudo, boca arriba, casi como el hombre de Vitruvio. El tipo tenía el miembro muy grueso, tal vez hinchado por lo que venía pasando. No le di más de un vistazo, tanto por pudor como por razones heterosexuales, ver algunas prendas de Pamela desparramadas me confirmó que no era la primera vez.

Eran las cinco de la tarde. El pasillo estaba vacío, pero temía toparme con ellos. Esperé el ascensor, dudando, sabía que ninguno de ellos dos era capaz de tomar las escaleras a pesar de ser un piso así que mejor me lancé por las escaleras de emergencia. Respiré hondo y toqué la puerta de mi cuarto…

Julio fue quien me abrió, no sé cómo pudo mirarme a los ojos.

Julio: ¿Dónde estabas?

No quería responderle, pero menos quería parecer sospechoso.

Yo: ¿A qué te refieres?

Entré y para mi sorpresa estaba don Teodoro sentado en el sofá, en eso salía Pamela con una taza de café.

Pamela: Amor – me saluda mientras dejaba las tazas en la mesita – ¿Dónde has estado? don Teodoro llegó hace unos minutos.

¿Te habrá encontrado desnuda? ¿O tal vez “ordenando”?

Yo: Recién llegué hace como media hora, pero estuve abajo… olvidé la llave.

Pamela: Pero el señor Teodoro dice que regresaste temprano.

Yo: No, no… pero si me regresé con él. -En eso miré fijamente a don Teodoro en señal de ayuda, quien entendió perfectamente-.

Don Teodoro: Oh es cierto, regresó para almorzar con todos nosotros.

Tanto don Teodoro conmigo, como Pamela con Julio nos dimos miradas de alivio. Parecía increíble que haya sido yo quien se encontraba dando

explicaciones.

Don Teodoro nos dio la noticia de que todo había salido bien y ya podíamos liberarnos de ese cargo. ¡Por fin!, pensé para mí. Este terremoto llegaba a su fin. Lo acompañé hasta el lobby.

Don Teodoro: ¿Me dirás dónde estabas?

Yo: Estuve aquí realmente.

Don Teodoro: Lo sé, pero ¿por qué no lo sabían ellos? Había tensión ahí arriba hijo.

Yo: La verdad estuve con alguien más – no supe con qué rostro decirlo -.

Fue lo primero que se me ocurrió, una excusa perfecta pensé. Pero a don Teodoro no le cayó nada bien.

Don Teodoro: ¿Cómo así?… ¿Con otra mujer?

Yo: Aproveché el momento extra que tenía y bueno… hay una linda mujer aquí – intenté sonreír lo más airoso que pude –

Don Teodoro: -noté la decepción en su mirada- No le puedes reclamar nada a Julio ahora, ¿no es cierto?

Además de mi matrimonio y dignidad, ahora también había perdido la imagen que tenía con él. En el fondo prefería eso a que me viera como un cornudo nuevamente.

Subí a la habitación y me abrió Pamela. Su mirada era extraña, pensé que iba a interrogarme sobre dónde había estado, pero no fue el caso. Cruzamos algunas palabras y nada más. A mí se me dificultaba disimular todo esto.

Tenía tanto que decirle, sobre la fiesta, su atuendo, su ropa interior… Ya habíamos pasado situaciones similares, sí, pero ninguna se sintió tan mal

como esa. Estábamos casados, con hijos, y ella parecía no tener remordimiento. No le dije nada, estaba agotado mentalmente.

Salí a prepararme un café cuando suena la puerta. Abro y veo parada a una chica de unos 25–30 años, con el vestido verde de Pamela en el brazo.

Chica: Hola… ¿Esta es la habitación de Pamela?

Yo: Sí… ¿Quién le digo que la busca?

Chica: Dígale de Sara por favor.

Así que ella era la famosa Sara. Justo Pamela salió antes de que pudiera avisarle.

Pamela: ¡Sara! Qué pasa – la saludó con un beso en la mejilla -.

Sara: Hola, reina, te traje tu vestido… Vine más temprano pero no había nadie.

Pamela: Ahh sí sí, ven, pasa… ya salgo – me dijo girando la cabeza -.

Se fueron las dos al cuarto. Yo me quedé en la sala. A los minutos salieron y Sara se retiró.

Yo: ¿Por qué tenía tu vestido?

Sin fuerzas para querer saber más, pero curioso pregunté igual.

Pamela: Anoche se me derramó vino y Sara me prestó ropa.

Lo dijo rápido y se fue como quien no quiere hablar del tema.

Pasaron los minutos y Julio regresó con los pasajes como le había dicho, Pensé que iba a quedarse, pero sacó pasaje para los tres. El vuelo era para las 3 de la tarde, lo más temprano según él.

Un rato después Pamela salió campante, con otro vestido puesto, diciendo que iría donde Sara a despedirse. Le sorprendió que no me negara, pero ¿qué sentido tenía? Solo era una raya más al tigre.

A los minutos Julio hizo lo mismo. Pensé lo peor, que se habían ido juntos, pero me aliviaba no escuchar nada arriba. Igual, la imagen de la tarde no se me borraba.

Miré el reloj: 10:15. Mi orgullo me ganó, decidí ir a buscarla. Fui a la habitación de Sara. Toqué varias veces, nadie respondió. Bajé un piso, escuchaba música, parecía fiesta. Entré a mirar, pero ni Pamela ni Julio estaban. Pregunté y me dijeron que algunos habían ido a la piscina de arriba, pero la verdad me extrañaba que esté ahí Pamela, había salido con un vestido.

Subí y ahí apareció: en el otro extremo, con un bikini blanco, mojada, conversando feliz con un grupo del que solo reconocí a Sergio, que la tenía agarrada de una nalga.

Me vio enseguida. Le susurró algo a Sergio y salió rápido. Yo la seguí.

Yo: ¿Qué haces acá? – le dije en un tono amargo -.

Pamela: ¿De qué? Subí un rato solamente.

Yo: Y estás toda mojada, ¿qué haces con ese bikini?

Pamela: ¿Con qué más voy a entrar pues? Bueno vamos bajando ya – Ya estaba cinco escalones abajo antes de que pudiera reaccionar

Yo: ¡Espera, Pamela! – le dije siguiéndola

Recién un piso más abajo bajó la velocidad.

Yo: ¿Qué pasó? Me dijiste que irías donde Sara y te encuentro acá con este bikini.

Pamela: Sara me prestó el bikini y me dijo que subiera un rato.

Yo: ¿Y dónde está Sara?

Pamela: No sé… debe haber bajado ya.

Yo: No me abrió cuando toqué a buscarte.

Pamela: Estará en otro lado entonces. no lo sé.

Ni me prestó atención. Llegamos a nuestro piso, entramos, se metió a la ducha y después se echó en la cama como si nada.

A la mañana siguiente al despertarme, giré y noté que Pamela estaba arreglándose en el baño. Pasaban ya las nueve. Salió con una blusa de tirantes celeste y un short blanco veraniego que dejaba verle la tanga. Apenas me vio dijo que iría a devolverle el bikini a Sara.

Julio: ¿Irás vestida así?

Pamela: Hace un poco de sol, ¿porque no?

Julio: Recuerda que hoy nos vamos. En Lima debe estar haciendo viento, Pamela.

Pamela: Sí, ya sé. Dejé afuera la ropa con la que viajaré. Ya regreso.

Me vestí como siempre: camisa larga, pensando en el frío limeño. Eran las diez y media y Pamela aún no regresaba. No le pregunté nada a Julio; no iba a mostrarle mi preocupación. Empaqué lo último cuando Julio me decía que vayamos bajando las maletas, eran ya las 11.

Yo: Pero todavía no llega Pamela.

Julio: -sonriendo- Tranquilo, ya vendrá.

Bajamos las maletas y dejamos todo en recepción. Pamela seguía sin aparecer. Pasaron unos minutos y entonces la vi llegar.

El impacto fue inmediato, venía aún con el short blanco, sandalias y el mismo top celeste. El cabello mojado, chorreando todavía, los pezones marcados como nunca.

Pamela: ¿Qué hacen acá? -dijo incrédula

Yo sin poder procesar aún la forma en que estaba, me quedé mudo.

Julio: Pero si ya nos vamos jaja. Más bien ahí justo viene el auto – decía mientras llevaba algunas maletas-.

Yo: Pamela, ¿dónde estabas?

Pamela: Me estaba despidiendo pues – respondió a la defensiva, cruzándose de brazos-. No sabía que nos íbamos tan temprano.

Yo: Te lo dije en la mañana. Ni siquiera regresaste a cambiarte… ¿cómo vas a estar así? -al verla más de cerca noté que no llevaba sostén-

Pamela: Me quedé conversando con Sara y se me pasó la hora. – Se cubría el pecho con los brazos-.

El cabello mojado, sin sostén, más de dos horas fuera… era claro de quien y como se estaba despidiendo.

Cuando Pamela subía al auto aproveché a verle el trasero, y tal como lo imaginaba, aquella tanga que se le marcaba en la mañana ya no estaba. Ninguna duda: venía desnuda abajo también.

Durante la hora de camino se limitó a cubrirse el pecho con los brazos. En el aeropuerto tuve que comprar un pantalón, medias y una casaca para disimular. En el avión evitó cruzarme la mirada. Julio tampoco habló, pero su sonrisa insinuaba demasiado.

Yo no dije más. No había nada que preguntar. Ese viaje había terminado, y con él también -aunque no nos separamos hasta tiempo después- mi matrimonio. Pero puedo decir que ese fue, sin duda, el inicio del divorcio.

Este fue solo un episodio de tantos que me tocó vivir. Una historia amarga, sí, pero también una que me mostró lo ciego que puede ser el amor. Quizá no tenga todas las respuestas, pero con este relato dejo parte de lo que fue ese tiempo.

Si llegaron hasta aquí, me encantaría leerlos: saber si esta historia les tocó de algún modo, o si quisieran conocer otras experiencias que aún guardo. Sus comentarios o un mensaje a mi correo siempre serán bienvenidos. Gracias por acompañarme hasta el final.

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5 COMENTARIOS

  1. Excelente relato, pero las señales eran muy claras y llegó el punto de pensar que eras masoquista, que te gustaba que pisotearan tu dignidad.

  2. Buenos días Saúl gracias por tu respuesta. Deseo poder leer el castigo de Julio por tu parte y que tu no seas un consentidor!!!

  3. Muy buena historia espero
    Hayas seguido adelante y mostrarle de lo que se perdio si hubiera dicho la verdad desde el principio

  4. Un relato excelente. Seria interesante saber que le paso a sergio y julio al regreso del viaje. Merecen un castigo

    • Gracias por el comentario, y en respuesta, a Sergio realmente no lo ví más después de eso, y con Julio creo que me podría alcanzar uno que otro relato.

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