Julia, la farmacéutica (2)

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T. Lectura: 11 min.

Es por la tarde y acudo a la farmacia. No hace falta que te diga que únicamente voy para ver a la farmacéutica. Desde ayer que he estado pensando todo el rato en ella. Creo que me estoy enamorando. Y que a ella también le gusto. Si no, ella no hubiera permitido que ayer… Aunque es una mujer casada.

-Hola, ¿usted de nuevo por aquí?

-Buenas tardes, señor Boscos.

-¿Qué querría?

-Yo… esto… ¿no está Julia?

-Sí, está ahí dentro, atendiendo a un cliente.

-Ah, ya. Vale.

-Ya le sirvo yo. ¿Qué necesita?

-Bueno, es que… yo… ayer…

-Julia le miró la presión arterial –exclama sonriendo.

-Sí, y… bueno… hoy…

-Ella dijo que usted la tenía perfecta.

-Ya, sí, pero… bueno…

-¿Quiere que le volvamos a controlar la tensión?

-Sí, sí. Pero ya me espero a que Julia…

-Entiendo, vale. Pues siéntese allí mientras atiendo a los otros clientes.

Al cabo de unos diez minutos, por fin aparece Julia, junto a un señor bastante mayor.

-Vale, señor Rodrigo, pues quedamos así, hasta la semana que viene.

-Sí, Julia, eres un sol.

-Me gusta complacer a los clientes, señor Rodrigo.

-¡Y a fe que lo consigues! Gracias y hasta el miércoles, guapa.

-¡Adiós, señor Rodrigo! ¡Oh, hola, don carpintero!

-¡Hola, Julia!

-Este caballero lleva un buen rato esperando. Es que has tardado mucho con el señor Rodrigo, Julia.

-Ya, bueno, sí, pero es que él es muy mayor y… ya sabe, don Boscos.

-Entiendo, pero, ya ves. Hay mucha cola. Antes de atender al carpintero, tendrás que despachar conmigo a los otros clientes.

-Sí, sí, claro, don Boscos, lo que usted diga. Don carpintero, usted viene para que le mire la presión ¿verdad? –me guiña un ojo pícaramente.

-Bueno, yo…

-¿No le importará esperar un ratito, verdad? Después le atenderé muy bien –se pasa la lengua por los labios. Yo me ruborizo y noto una erección.

-Me espero, me espero. Haga, haga Julia.

Después de más de un cuarto de hora, solo quedan dos clientas por atender.

-Don Boscos, ¿le parece bien que vaya ahora con el señor carpintero a… mirarle la presión?

-Sí, sí, muy bien, Julia.

Entramos a la salita por la puerta al lado del mostrador.

-Estaba deseando que viniera, don carpintero.

-¿Ah, sí? ¿De verdad, Julia?

-De verdad. Mire dónde tengo la braguitas. –se las saca del bolsillo y me las enseña– Huélalas, don carpintero.

Y sí, claro que las huelo. Están muy húmedas y sin duda huelen a su chichi sabroso.

-¿Quiere lamerlas, don carpintero?

-¡Sí, sí, por supuesto! –las lamo y las beso y las vuelvo a oler y a lamer. Saben a ambrosía.

-Bueno, ¿y qué desea? ¿Qué le mire la presión como ayer? –se desabrocha los primeros botones de la parte de arriba de la bata y va descubriendo su irresistible escote.

-Ayer me encantó. Solo he pensado en ello toda la noche y todo el día, Julia.

-Sí, ya vi que le gustó –sigue desabrochando botones y muestra el ombligo y ya el pubis y… sí, se abre la bata completamente y me lo enseña todo– Pero debo decirle, don carpintero, que… solo la primera vez es gratis.

-¿Cómo?

-Que le puedo atender muy bien, cómo usted desee y lo que desee, y siempre que desee, pero que… no es gratis.

-Pero… yo… usted… ayer…

-A ver, me encantó mamársela y… seguro que usted se dio cuenta de que yo también tuve un orgasmo –sensualmente se quita el sostén y toma un pecho con cada mano, como si me los ofreciera.

-Julia ¿quiere usted decir que…?

-Que usted me gusta mucho y que desde que le vi… deseé atenderle en la salita, como un cliente muy especial –acerca una mano a su sexo y pasa un dedo por su rajita húmeda– pero que… bueno… que hoy ya no sería gratis –me ofrece el dedo empapado para que lo huela y lo lame, lo que hago con gusto.

-¿Y cuánto me costaría?

-Por ser usted… un precio muy especial, no se preocupe.

-Ya. Bueno. Esto…

-Aunque el gran bulto en su bragueta parece decir lo contrario, no le veo muy decidido. Así que… –empieza a abrocharse la bata.

-No, no, espere, Julia. Es solo que yo, bueno, nunca he pagado por estar con una mujer.

-Le entiendo. Pero apuesto a que nunca ha estado con una mujer como yo –sigue abrochándose la bata –¡Ya vengo don Boscos!

-Julia, no, espere, a ver… la deseo… quiero… ¿Cuánto debería pagarle?

-Ya le dije, un precio de amiga, de más que amiga. Pero claro, depende de lo que usted desee.

-Bueno, yo querría… a ver… desde la primera vez que la vi… andando por la calle… yo pensé que me encantaría poder…

-Follar conmigo, ¿verdad?

-Oh, no, yo… yo no quería decir eso… pero…

-¿A no? ¿Usted no quisiera follarme?

-Bueno… yo… pues sí, la verdad, claro que sí.

-Eso le saldría muy caro.

-Ya, me lo imagino.

-Pero bueno, podemos hablarlo –vuelve a desabrocharse los primeros botones –o quizá, también le gustaría a usted…

Se da la vuelta, se inclina, se arremanga la bata y me muestra el culo en pompa. Se mete los dedos índice de cada mano en el ano y abre el agujerito para mí. Sabe que es una visión irresistible.

-Le gustaría, quizá, ¿darme porculo?

-Oh, Julia, yo… -no puedo apartar la mirada y ella me mira con picardía.

-Eso la saldría también muy, muy caro. Aunque debo reconocer que seguro que me encantaría tener su polla en mi culo y que eyaculara en él.

-¿Sí? ¿De verdad? ¿En su culo? Julia, yo en realidad, nunca he… quiero decir que…

-¿No? ¿Nunca ha enculado a una chica? ¿Es que acaso le da asco?

-¡No! ¡Si es una de mis fantasías! ¡Le confieso que llevo semanas masturbándome imaginando que se la meto a usted por el culo y que me corro en sus entrañas!

-¡Oh, me encantaría, don carpintero! –cierra los ojos y se muerde los labios –Bueno, oiga, llevamos demasiado tempo aquí. Debo salir a despachar.

-¡Espere, Julia!

-No puede ser. Mire, usted se lo piensa y… ya sabe dónde encontrarme.

-No salga todavía. ¡Por favor!

-Mire, quizá usted solo desearía… pues como hoy, hablar un rato y que yo le enseñe las tetas o el chichi o el culo. Puedo hacerle striptease, sí, como hoy… Eso le saldría bastante barato. ¡Va, salgamos!

-No, Julia. Espere, a ver… no sé… por lo menos… -me agarro el paquete con las dos manos, como si se lo ofreciera a la chica. –Usted podría… es que estoy a punto de reventar.

-A ver, es que ha pasado mucho rato y el señor Boscos se va a enfadar.

-Ya, claro, quizá va a sospechar algo.

-No, no es por eso. Pero él no quiere que esté tanto rato aquí, con un cliente. A ver, podría hacerle una paja, pero ya le digo, gratis, no.

-Es que no llevo casi dinero en metálico. Solo unos treinta euros.

-Uy, con eso no le llegaría ni para que le enseñara una teta. Pero hay confianza. Ya lo pagaría otro día. Y si no, pues paga usted con tarjeta.

-¿Con la tarjeta?

-Espere, voy a hablar con el señor Boscos –sale con la batita a medio abrochar y sin bragas ni sostén debajo.

Vuelve al cabo de unos cinco minutos.

-Bueno, el señor Boscos deja que le atienda un ratito más. Comprende que, al ser la primera vez, debamos hablarlo y todo lleve más tiempo. ¿Así, qué? ¿Se decide, don carpintero? –me da un besito en los labios.

-¿Me decía que podría pagar con tarjeta?

-Sí, sí, sin ningún problema.

-¿Pero es que usted tiene un aparato de esos para cobrar un servicio tan especial?

-No, claro que no. Cuando terminemos y salgamos, le cobro con el aparato de la farmacia. Luego ya echamos cuentas con el dueño.

-¿Ah, sí?

-Sí, no se preocupe. A ver, es que el señor Boscos siempre se queda con una parte. Depende del servicio. Por una paja un ochenta por ciento. O por una mamada, un setenta por ciento. Por un striptease, un noventa. Si dejo que me mamen los pechos o que me los lamen o besen y eso, un ochenta y cinco. Si el cliente quiere ver cómo me corro con sus dedos en mi chocho o en mi culo, un sesenta. En cambio, si follamos con el cliente, él solo se queda un cuarenta.

-Oh, nunca habría pensado que el señor Boscos… Oiga, y si, por ejemplo, a usted la… quiero decir…

-¿Si me dan porculo? ¿Esto le ha llamado la atención, verdad? Pues mire, es lo que prefiero, porque en ese caso el dueño solo se queda un treinta. Y como a mí me gusta que me la metan en el culo, pues eso. Es que no sé, me excita un montón y me hace sentir muy guarra.

-Ya entiendo. Es lo que siempre decía mi exmujer. Que no, que no y que no. Que se sentiría como una cualquiera.

-La comprendo. Es como me siento yo. Pero me da morbo. Y como además, cuando me follan el culo me quedo con la mayor parte del dinero, pues eso. El cliente paga mucho y el dueño solo se queda un treinta por ciento.

-Así que el señor Boscos se queda con un menor porcentaje como más… digamos…

-Sí, como más fuerte es el servicio que hago al cliente. Claro, como es mucho mayor el precio, por ejemplo, de me follen, a él ya le está bien tener un menor porcentaje.

-Claro, ya entiendo.

-Aunque a veces, el señor Boscos prefiere… digamos… cobrar en especie, ya me entiende. A él le encanta mamarme los pechos, como un lactante, y después que yo le le haga una felación. Aunque, le confieso que él fue el primer hombre al que le permití que me enculara y que se corriera dentro de mi culo. Hasta entonces nunca se lo había dejado hacer a nadie. Me daba vergüenza y no me llamaba la atención. Pero reconozco que ahora me encanta que me den porculo. Pero sí, don Boscos fue primero en encularme.

-¡Vaya con el farmacéutico!

-Y sí, cumplió su palabra y me contrató. Se ve que le encantó bombearme el culo . Y a mi marido, desde que le dejé probar, también. Aunque él al principio tuvo algún reparo y le sorprendió que se lo propusiera. Pero después, ahora, es un adicto en darme bien porculo.

-¿Pero no le parece que don Boscos se propasó? Eso no me parece muy legal.

-Bueno, fue como firmar un contrato. Yo en eso momento no tenía trabajo. A ver, sí que tenía algunas ofertas de varios empleos, pero yo, al haber estudiado farmacia, quería ejercer de farmacéutica. Cuando tuve a las niñas, dejé mi trabajo en una farmacia. Con mis tres hijas y con el sueldo de mi esposo, íbamos muy justos. Y a mí siempre me ha gustado vivir bien, con lujos y eso. Es que mi familia es muy rica, ¿sabe? Pero yo me enamoré de quien ahora es mi esposo y mis padres no lo aprobaron. Y claro, ellos… pero bueno, eso es triste y muy largo de contar.

La cuestión es que cuando vine aquí a ver si me querían contratar y conocí al señor Boscos, él me dijo que gracias, pero que no necesitaba de mis servicios. Entonces él llevaba la farmacia junto a su esposa. Pero vi cómo me miraba y decidí volver al cabo de unos días. Me vestí muy sexy y fui muy amable con él. Pero nada, no me contrató. Cuando volví una semana más tarde, fui muy cariñosa con él, muy mimosa. Aunque notaba que le gustaba, me dijo que no me contrataba. Supe que los sábados por la tarde él estaba solo en la farmacia y conseguí que me diera una cita para el sábado siguiente, a la hora de cerrar por la tarde.

Yo me presenté con un vestidito que tenía de cuando salía de fiesta a los dieciocho años y con la ropa interior más sexy que tenía, sabiendo que el vestido no cubría gran parte del sostén y que por poco que me moviera dejaba ver mis bragas. Al cabo de unos minutos de hablar, pasamos a esta salita y dejé que me besara, que me tocara por todas partes, que me oliera… Aunque debo decir que me molestaba y casi me repugnaba, vi que era mi momento, que o entonces o nunca. Me quité las bragas, se las tiré, él las olió, le di la espalda, arremangué mi vestido para que viera bien mi culo y mi coño. Él babeaba. Luego le bajé la cremallera y le saqué su pene morcillón.

Se lo acaricié. Y se lo besé. Le pegué un lametón y vi su erección. Entonces le dije que si me contrataba, le haría la mejor mamada de su vida. Él me dijo que de acuerdo, que me haría un contrato por unos meses, a prueba, si se la mamaba. Yo le dije que no, que o era un contrato indefinido o que nada.

-Julia, ve terminando –exclama don Boscos desde el mostrador— Va, que ya llevas mucho rato.

-Sí, don Boscos, enseguida voy. Perdone usted. Debo salir a despachar.

-Espere, un momento. Me decía, Julia, que usted le dijo que no se la chuparía si no le hacía un buen contrato.

-Sí, le dije que debía contratarme para siempre si quería follarme bien la boca y que me tragaría todo su esperma. Entonces no sabía que eso le agradaba tanto, pero me lo imaginé. Pero él que no, que solo a prueba por unos meses. Yo sabía que él me echaría seguro después de unos días, con cualquier excusa. Pero entonces, él decidió jugar fuerte y me dijo que si dejaba que me diera porculo que me haría un contrato indefinido. Yo pensé que era un guarro, pero vi que era mi oportunidad para volver a ser farmacéutica y… pues, dejé que rompiera mi culo virgen.

-Pues nunca habría pensado que el señor Boscos…

-Ya. Pues no es lo que parece. Me la metió hasta el fondo, sin miramientos ni delicadeza. Me dio muy duro y no pude evitar sollozar e incluso llorar. Aparte del dolor, me sentía muy sucia. Además, don Boscos, mientras no cesaba de bombear mi culo, me llamaba de todo, desde puerca a puta, y guarra y marrana y ramera. Todo lo peor. Agarraba mis tetas y me las ordeñaba con fuerza. Me sentía muy humillada. Nunca había estado con un hombre aparte de mi marido, que es muy amable, atento y cariñoso.

-Usted fue muy fuerte y valiente, Julia.

-Ya. Pero lo sorprendente es que sin saber cómo, aunque Don Boscos no era nada amable ni cuidadoso y me trataba peor que a una fulana, empecé a sentir gusto y notaba que pronto tendría un orgasmo. Yo quería evitarlo, pero comencé a gemir y a chillar de gusto. Él, al ver que yo sentía placer, aún me decía palabras más soeces y me daba con más fuerza. No sé cuántas veces me corrí antes de que él acabara en mi culo. Lo mejor y lo peor es que empecé a lanzar chorros de squirt y eso fue la prueba de que me moría de gusto e hizo que él me dijera que sí que era una puta y una guarra. Y que me gustaba que me dieran porculo y ponerle cuernos a mi marido.

Al final, el muy cabrón me llenó el culo de su leche ardiente y abundante. Cuando ya no le quedaba ni una gota de esperma, me dijo que no me moviera, que siguiera con el culo en pompa y me tomó varias fotos, algunas con el ano rebosando semen. Después me dijo que me grabaría y me ordenó que debía decir a la cámara que me había encantado que me diera porculo porque era una guarra, que me gustaba engañar a mi marido y que dejaría que don Boscos me follara siempre que él quisiera y por dónde quisiera porque me había encantado ser su puta. Yo, claro, hice lo que me pidió.

Estuve más de una semana con los pechos enrojecidos y con el culo dolorido, pero por lo menos él no me engañó y me contrató. Y la verdad es que me trata siempre con educación y amabilidad. Menos cuando tenemos sexo. Entonces a él le gusta humillarme e insultarme, hacer que me sienta guarra. Se ve que eso le pone. Durante los primeros meses, dejaba que el señor Boscos me diera porculo cuándo él lo deseaba o se la chupaba y él me daba una buena cantidad de dinero extra por ello. Luego, al cabo de un tiempo, él me sugirió la idea de… bueno, de dar algunos servicios especiales en la farmacia, a algunos de sus conocidos.

Se trataba de viudos, de gente mayor, algunos que tenían las mujeres enfermas, también algún soltero o divorciado. Aunque no me gustó la idea, pensé que era una manera de ganar dinero fácil y poder llevar un buen tren de vida. Después ya ampliamos la clientela con hombres de cualquier edad. E incluso también con algunas mujeres. Aunque no me gustan las chicas, bueno, no me importa hacerlas gozar conmigo.

-Así, antes, cuando usted ha estado aquí en la salita con ese señor mayor…

-¿El señor Rodrigo? Es muy amable. El pobre viene cada semana. Sólo quiere que me quede en ropa interior y mirarme. Quiere que le haga posturitas. Y luego me huele y me besa. Pero ya está. Él no tiene demasiado dinero. Por eso le cobro poco. Aunque lo malo es que don Boscos se queda el noventa por ciento. Es el porcentaje que él se lleva siempre que el cliente no se corra. Bueno, y yo tampoco.

-Vaya, vaya, Julia, Nunca habría pensado que… ¿Y su marido?

-Él no sabe nada. Pero ve que no falta el dinero en casa y claro, está contento. Y ahora, con el coche nuevo, más todavía. Y además, le encanta darme porculo. Ah, y que yo eyacule. Nunca antes lo había hecho. Es que ni sabía que eso del squirt existiera.

-Así, sí, claro, es normal que tu esposo esté feliz. Así que tiene clientes con los que incluso folla y deja que le den porculo. Y lo prefiere porque así ellos pagan mucho dinero y el señor Boscos se queda una menor proporción, un cuarenta o un treinta.

-Es justo que él gane dinero porque el local es suyo, pone el buen nombre de la farmacia, un negocio muy respetable, cuida que no haya ningún problema, selecciona a los clientes que sabe que son buena gente, que tienen dinero, que son educados…

-Como yo. Quiere decir que fue él quien…

-Sí, sí, él aprobó que usted fuera uno de mis clientes especiales.

-Oh, yo pensé que… que usted…

-Oiga, es que además usted me gusta, don carpintero.

-Ya, bueno, no sé yo. Así que cobra mucho dinero por follar o por dejar que le rompan el culo.

-Sí, y además en esos casos el señor Boscos se queda menos porcentaje. Pero yo, por lo menos una vez a la semana, procuro que, al cerrar la tienda, él deje que se la chupe y le permito mamarme los pechos y así me llevo más dinero a casa. Aunque claro, se va haciendo mayor y cada vez tiene menos deseo. Así que suele quedarse una buena parte del dinero que consigo con mis trabajos extra, que procuro que sea solo un cuarenta cuando me follan o un treinta cuando me la meten por el culo. Bueno, y luego están los servicios muy, muy especiales. En ese caso solo se queda un veinte.

-¿A sí? ¿Y en qué consisten esos servicios?

-Uy, pues depende, son muy, muy especiales. Son carísimos. Pero… no hay confianza para explicárselo hoy. Quizá usted se escandalizaría o pensaría que soy una cerda.

-No, no, eso nunca, mujer.

-Y además, va pasando el tiempo y… el señor Boscos se va a enfadar si no… si usted no paga nada.

-Si le decimos que no hemos hecho nada…

-Se va a enfadar. Espere, a ver, ¿que le parece si, para ir rápido, me siento en su cara, sin braguitas, y usted me lame, me besa el coño y me chupa el clítoris? Y yo me corro en su cara. Eso a usted le va a excitar ¿verdad? Y además, mientras, le hago una paja. ¿Sí? Como me pondré muy cachonda, quizá le pueda lanzar algo de mi squirtcy usted lo puede probar. No sé, me dicen que es muy sabroso.

-Nunca he estado con una mujer que eyaculara. Lo he visto en algunos vídeos porno.

-A ver, va, ni me quito la bata. Solo me la desabrocho para que pueda acariciarme las tetas.

-¿Pero por eso tendré que pagar?

-Sí, claro. Por correrme en su cara tendré que dar un cincuenta y cinco por ciento al dueño. Usted tendrá que pagar doscientos euros, pero a mí me va a quedar menos de la mitad.

-¡Vaya! Pues dígale que, no sé, que hemos follado y así sólo tendrá usted que darle menos porcentaje.

-No, eso no, porque entonces usted tendría que pagar mucho más por ese servicio. ¡Mil euros! Pero es que además no tenemos más tiempo. Venga, va, sí, me siento en su cara, don carpintero.

-¡Sí, por favor, Julia!

Nunca nadie antes se había corrido en mi cara. Al cabo de menos de un minuto de lamerle el chichi, de sorber su rico flujo y de chuparle el clítoris, Julia empieza a ducharme con abundante squirt. Es que ni en los videos había visto a ninguna mujer eyacular así. Yo intento beber tanta ambrosía cómo puedo. Eso me excita tanto que me corro en sus manos.

Después de menos de cinco minutos ya salimos de la salita y yo pago el servicio con la tarjeta. El señor Boscos se enfada cuando ve que solo son doscientos euros y le dice a Julia que debería cobrarme mucho más por haber estado tanto tiempo conmigo. Ella se excusa diciendo que como es la primera vez que ya se sabe. Se despide con un “¡Hasta mañana, don carpintero!”

Me tiemblan las piernas cuando camino para casa. Julia es encantadora y en mi cabeza solo está el deseo de volver a estar con ella. Pero, aunque me duela saber que el dueño a veces le llama de todo, no puedo evitar pensar que algo puta si es. Tendré que trabajar mucho en la carpintería si quiero estar con ella a menudo. Y sí, quiero estar con ella muy a menudo.

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