Follada bajo el sol de Tequila (1)

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T. Lectura: 11 min.

Este verano estaba siendo un infierno de calor y aburrimiento. Vivir en Zapopan tiene su encanto, pero a veces me siento atrapada en la rutina, deseando un cambio, un escape. Recordé entonces que mis tíos de Tequila, Jalisco, me habían dicho varias veces que podía visitarlos cuando quisiera, que su casa era como la mía. Así que decidí tomarles la palabra y emprendí mi viaje en camioneta.

El viernes por la noche hice la maleta con algunas cosas que siempre llevo conmigo: mis dildos favoritos, lubricante y mi enema para limpiezas anales, porque para mí sentirme limpia es esencial, sobre todo cuando quiero disfrutar sin preocupaciones. También metí ropa fresca, perfecta para el calor del verano.

Cuando llegué a la casa de mis tíos, me recibieron con los brazos abiertos. La casa olía a limpio, a hogar, y me sentí al instante más tranquila. Nos sentamos a platicar y a ponernos al día; ellos estaban encantados de verme y yo feliz de estar ahí, rodeada de ese aire relajado que sólo el campo puede dar.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, se empezaron a escuchar ruidos fuertes desde la parte trasera de la casa. Mis tíos me contaron que estaban levantando un segundo piso en la casa de al lado, pegada a la suya, y que unos albañiles llevaban ya varios días trabajando.

—Alexa —me dijo mi tía entre sorbos de café—, tus tíos salen temprano al médico y luego a hacer la despensa. ¿Quieres venir con nosotros o prefieres quedarte?

El sol ya calentaba mucho y la idea de salir no me atraía en absoluto. Además, saber que esos hombres estaban cerca me despertaba una extraña curiosidad y algo más.

—Creo que me quedo a ayudar con la casa —contesté con una sonrisa—. Puedo lavar ropa, hacer un poco de aseo y luego, si quieren, salgo con ustedes.

Mis tíos me miraron con confianza y me desearon que me cuidara. Salieron de la casa y me dejaron sola en ese espacio que pronto se sentiría mío por completo.

El silencio quedó, sólo roto por los sonidos de la construcción y el calor que ya pesaba en el aire. Estaba sola, con mis pensamientos y ese cosquilleo que empezaba a crecer dentro de mí.

Apenas mis tíos salieron y cerraron la puerta, un silencio delicioso invadió la casa. Por fin sola. Me senté un momento en el sofá, escuchando a lo lejos los sonidos de la construcción detrás, como un zumbido constante, metálico, algo que comenzaba a despertar en mí ese calorcito que llevaba tiempo acumulando. Me mordí el labio sin querer. No era casualidad que me hubiera quedado. Ya desde anoche, cuando llegué, la idea de saber que había hombres trabajando ahí, en plena obra, encuerados bajo el sol, me rondaba la cabeza. Y ahora tenía la casa para mí sola. Qué peligro.

Me levanté decidida y me fui directo al baño. Lo primero que hice fue poner música desde mi celular, algo suave pero con ritmo, como para entrar en ambiente. Me desnudé frente al espejo, contemplando mi figura al natural. Me gustaba lo que veía. Mi piel blanca resaltaba más ahora que el sol empezaba a colarse por las ventanas. Mis pezones, rosaditos y erguidos por el ligero cambio de temperatura, parecían saludarme. Mi cintura delgada, mis caderas marcadas, mis nalguitas firmes… sí, estaba lista para ponerme linda.

Abrí mi maleta y saqué lo que había traído a propósito: mis juguetes, mi lubricante favorito, y mi kit personal de limpieza anal. Sí, lo acepto, soy una ninfómana. Me encanta jugar, explorar, provocar. Y por supuesto, cuando planeo algo, lo hago bien. Esta no era la excepción.

Antes de bañarme, me dirigí al baño secundario con todo lo necesario. Ahí, con la puerta bien cerrada, me hice una limpieza anal completa usando el enema que siempre llevo conmigo. Agua tibia, tranquilidad, paciencia… lo hice como siempre, asegurándome de quedar totalmente limpia por dentro. Sabía que si todo salía como lo imaginaba, no quería dejar ningún detalle al azar.

Después de eso, me metí a la regadera. Dejé que el agua cayera por todo mi cuerpo, deslizándose por mis senos, mi vientre, mi espalda. Me lavé con un jabón suave, perfumado. Me tomé mi tiempo. Me depilé con cuidado: axilas, piernas, y por supuesto, toda mi zona íntima. Quedé suave, lisa, perfecta. Cuando salí, me sequé con una toalla y apliqué crema humectante en todo mi cuerpo, masajeando lentamente desde los tobillos hasta el cuello, sintiendo cada curva, cada centímetro. Me encantaba prepararme así. Me daba poder. Me daba antojo de carne y sed de semen.

Fui al tocador y me arreglé el cabello, me lo solté completamente. Me maquillé con lo justo: labios ligeramente rojos, un delineado fino, un poco de rubor. Y me vestí con lo que ya sabía que iba a usar desde antes de venir a este viaje: un shortcito de mezclilla diminuto que dejaba a la vista la mitad de mis nalgas, una blusita blanca de tela ligera, muy corta, que dejaba ver mi ombligo y transparentaba un poco. Debajo, me puse un conjunto negro de encaje: brasier y tanguita. Para completar, unos Converse blancos. Me miré al espejo. Perfecta.

Antes de salir al patio, fui a la cocina y me serví cuatro caballitos de tequila. No quería emborracharme, solo soltarme, fluir. Me los tomé uno tras otro, sintiendo el calorcito recorrerme el pecho, la garganta, la entrepierna. Ya estaba cachonda y lubricando de excitación.

Con jabón, suavizante, ropa sucia y todo lo necesario, salí al patio trasero. Ahí estaba la gran pileta con el lavadero, y junto a ella, la lavadora automática. Me sentí emocionada. De fondo, los ruidos metálicos de los albañiles seguían presentes, cada vez más nítidos.

Comencé a separar la ropa: blanca por un lado, de color por otro. Encontré pantalones, camisas, ropa interior de mis tíos… y mientras lo hacía, me agachaba y me movía con naturalidad, sabiendo exactamente lo que estaba mostrando. Mi tanguita se marcaba claramente por debajo del short, y la blusa dejaba ver el encaje de mi brasier al menor movimiento. No hacía falta exagerar, yo ya sabía cómo provocaba sin siquiera mirar.

Sabía que me observaban. Lo sentía. Desde una de las ventanas podía ver el reflejo de lo que pasaba al otro lado: los albañiles habían bajado el ritmo, hacían pausas largas, hablaban entre ellos en voz baja, soltaban risas. Estaban atentos a cada paso mío. Y yo, fingiendo que no me daba cuenta, disfrutaba el efecto que causaba. La ropa giraba en la lavadora, y mientras tanto, yo tendía lo que ya estaba limpio. Mis movimientos eran lentos, sugerentes. Levantar los brazos, agacharme, ajustar mi blusa… todo era parte del juego.

Sabía que en cualquier momento alguno de ellos se animaría a decir algo. Y ese momento, lo estaba esperando con ansias.

El calor de Tequila no daba tregua. Me sentía húmeda por dentro y por fuera, pero no era solo el clima… era la mezcla de tequila en mi sangre, la soledad de la casa, y las miradas que sabía que se clavaban en mí desde la construcción trasera. Ellos pensaban que yo no notaba nada, pero cada vez que pasaba cerca del lavadero, escuchaba los murmullos, los silencios incómodos, las risitas ahogadas. Sabía perfectamente que les gustaba lo que veían.

Ya había terminado de tender la ropa de mis tíos, pero la camiseta blanca y el shortcito de mezclilla que llevaba puestos estaban algo húmedos por haberme salpicado, así que tuve la excusa perfecta para quitármelos y enjuagarlos también. Lo hice con toda la intención, claro. Despacio. Sensual. Me deslicé la blusita por encima de la cabeza, y luego bajé el short dejando que rozara suavemente mis muslos, dejando ver mi lencería negra de encaje. Me encantaba cómo contrastaba con mi piel clara, cómo se marcaba mi cintura, mis nalgas respingadas, y cómo se notaban mis pezones a través del brasier ajustado.

Apenas me quedé así, escuché la reacción inmediata.

—¡Mamacita! —soltó uno, sin disimulo.

—¡Güey, ven, asómate! —gritó otro—. ¡No mames, tienes que ver esto!

Yo fingí que no los escuchaba. Me acerqué al lavadero con mi ropita en las manos, jugué un poco con el agua, la espuma… y me mojé más a propósito. El encaje empezó a pegarse a mi piel. El brasier ya estaba más mojado que seco, y eso lo transparentaba aún más. Sentía las miradas quemándome la espalda, y eso me excitaba como no tienen idea.

Entonces, simulando un poco de titubeo antes de quitarme el sostén, volteé hacia la entrada de la casa para asegurarme que no viniese nadie y, después, me desabroché el sostén y lo dejé caer. Me quedé de espaldas, pero sabía que al menor giro, ellos lo verían todo. Y lo hice. Me giré, de lado, dejando ver mis senos al natural, firmes, pequeños, con los pezoncitos rosados y duros por el contraste del agua y el deseo.

Un silencio lleno de tensión se apoderó del ambiente. Y para coronarlo, deslicé lentamente mi tanguita hacia abajo, quedando completamente desnuda bajo el sol. Mi cuerpo brillaba, entre el agua, el sudor y el deseo. Me dirigí sin prisa al tendedero, colgando cada prenda mientras movía las caderas con naturalidad, dejando que mis curvas hablaran por mí.

Entonces, decidí mirar. Levanté la vista hacia ellos, con una sonrisita traviesa en los labios y los ojos entrecerrados. Me hice la tímida, cubriéndome apenas con mis manos.

—¿Qué tanto miran? —dije, divertida.

Uno de ellos soltó una risa nerviosa.

—Perdón, señorita… es que… está muy bonita.

—¿Sí? —dije, fingiendo sorpresa—. ¿Les gusta lo que ven?

Los tres asintieron sin dudar. Sus ojos me recorrían con hambre, y sus rostros no ocultaban nada.

—Pues si les gustaría divertirse un rato… estoy solita —les dije, ladeando la cabeza, mordiéndome el labio—. Si se animan, solo toquen el portón… y yo les abro.

No hubo que repetirlo. Desaparecieron en segundos y, poco después, escuché los toquidos en la entrada.

Caminé desnuda por el pasillo, segura, sintiendo cómo cada paso me encendía más.

Abrí el portón sintiendo el calor del metal en mi zona intima, quemaba ligeramente mi cuerpo, mostrando la mitad de mi silueta con vista a la calle. Ellos estaban ahí, cuatro figuras fornidas que me miraban como bestias hambrientas, con ojos llenos de morbo y ansias contenidas.

Me recorrieron de arriba a abajo, devorándome con la mirada, mientras sus respiraciones se hacían más pesadas y sus cuerpos se tensaban con un deseo primitivo.

Sin decir una palabra, los invité a entrar con una sonrisa pícara y una mirada cargada de promesas. Mis caderas se movían con una lentitud provocativa, cada paso un desafío, cada gesto una invitación al fuego que ya sentía arder dentro de mí. Ellos me siguieron con pasos seguros, respiraciones agitadas, y manos ansiosas que no tardaron en rozar mi piel.

Estaba yo a merced de esos cuatro sujetos. El primero alto, de hombros anchos y brazos marcados por el trabajo duro; el segundo, más bajo pero fornido, con una mirada que devoraba. El tercero lucía una barba espesa y desordenada, y el cuarto, con un tatuaje en el pecho bajo su camiseta sucia y sudada, tenía algo salvaje en la forma en que me miraba.

Al llegar a la pileta del patio, me recargué en ella y comencé a tocar mis senos y pezones duritos, mientras les preguntaba provocándolos:

—¿¡y entonces, solamente me van a ver o me van a coger!?

De inmediato, se dejaron ir sobre de mi como bestias, y pude sentir sus manos fuertes y toscas palpando mis muslos, rozando mis nalgas, mi piel erizándose bajo sus caricias. Una mano se atrevió a deslizarse hasta mis senos, pellizcando mis pezones rosados con hambre, haciendo que un gemido involuntario escapara de mis labios.

—Aaay síii —susurré, arqueando la espalda, sintiendo la presión crecer.

El albañil barbón fue el primero en bajar la mirada hacia mis orificios, explorando con la lengua mi vulva y luego mi ano, probándome, mojándome con su boca voraz. Su lengua se movía experta, mezclando el dulce sabor de mi piel con su propio aliento caliente, mientras yo me entregaba entre sus dedos y su boca, gimiendo sin control.

Los otros tres me rodeaban, sus manos hambrientas buscando cada rincón de mi cuerpo, sus respiraciones pesadas y jadeos a mi alrededor aumentando la tensión en el aire.

Cuando el momento llegó, el albañil alto —el más fuerte y fornido de los cuatro— me tomó con decisión y fuerza. Me condujo hacia el lavadero de cemento, un poco bajito, perfecto para lo que tenía en mente. Me incliné con delicadeza, apoyando mis brazos y pecho en el borde frío y áspero, arqueando mi espalda para que mis nalgas se levantaran hacia el cielo, firmes y suaves, expuestas, invitándolo.

Él me agarró de las caderas con manos firmes, apretándome contra el lavadero mientras sus dedos se hundían en mi piel. Me jaló del cabello con fuerza, haciendo que girara la cabeza hacia atrás para mostrarle mi cuello y mi cara llena de deseo.

—Aaay, que rico, más fuerte —gemí con voz temblorosa y jadeante—. Síii, así, no pares.

Su polla dura buscó mi entrada con hambre, y con un empuje decidido penetró mi vagina, haciendo que mis labios vaginales se abrieran para recibirlo, cálidos y húmedos, lubricados por mi deseo. El contraste del frío cemento contra mi piel y el calor de su cuerpo crearon una mezcla exquisita que me hacía temblar.

Cada embestida fue un vaivén fuerte, rápido y constante. Su cuerpo golpeaba el mío con potencia, sus manos apretando mis caderas para hundirse más profundo. Sentí cómo sus movimientos arrancaban gemidos profundos de mi garganta, mi cuerpo respondía temblando y arqueándose, entregado al placer brutal y absoluto.

—Aaauuu, sí, más, así —jadeaba, aferrándome al borde del lavadero mientras sus uñas clavaban un poco en mi piel—. Ufff, que rico, ufff, no pares, me vuelves loca.

Su ritmo era salvaje, un martilleo constante que golpeaba mi placer y mi resistencia. Me jalaba del cabello con fuerza, tirando de mí hacia atrás mientras me penetraba sin piedad, obligándome a mostrarle mi entrega total. Mi piel se erizaba, mis pezones se ponían duros, y mi vagina se apretaba alrededor de él, succionándolo con cada empuje.

Los fluidos que nos unían brillaban bajo el sol, mezclando su sudor con mi humedad, el sonido húmedo de nuestra unión resonando en el silencio del patio. Cada embestida era un golpe directo a mi placer, un choque intenso entre dos cuerpos que se consumían en deseo.

—Aaay, mmm sí, ufff, más fuerte, más profundo —jadeé, perdiendo el control, temblando, sintiendo el clímax acercarse con fuerza.

Su cuerpo se tensó, y con un gruñido de aviso, aceleró aún más, llevándome al borde de la locura. Me dejé caer más sobre el lavadero, abierta y vulnerable, mientras su semen caliente llenaba mi interior, inundándome con su calor y su esencia.

—Aaay, síii —susurré con voz entrecortada, sintiendo cómo su calor me envolvía—. Gracias… ufff.

Cuando terminó, me soltó con cuidado pero firmeza, dejándome temblando, apoyada en el lavadero con las piernas aún abiertas y el cuerpo henchido de placer y satisfacción. Miré hacia atrás, jadeando, esperando el siguiente, mi cuerpo aún palpitando por el deseo, lista para lo que siguiera.

El albañil bajito, se acercó con una determinación que hizo que mi piel se erizara de inmediato. Sin perder tiempo, tomó mis caderas con firmeza, elevándome un poco para que mis nalgas quedaran aún más expuestas, abiertas, ofreciéndole sin resistencia mi vagina, ese lugar que solo él iba a habitar ahora.

—Vamos, muéstrame lo mucho que te gusta —susurró con voz grave y cargada de deseo justo detrás de mí.

Incliné mi cuerpo sobre el lavadero, apoyando mis brazos y pecho contra el frío cemento, mientras él se colocaba detrás. Sentí cómo su mano me jalaba del cabello, apretando con fuerza, mientras su miembro comenzaba a rozar mi entrada vaginal, húmeda y lista para recibirlo.

Con un empuje firme y decidido, su pene entró en mi vagina, lento al principio, explorando, acomodándose dentro de mí, despertando cada fibra de mi cuerpo. El roce de su piel contra la mía, la humedad que nos unía, el aroma y el calor hicieron que mis gemidos escaparan casi sin control.

—Aaay síii —gemía mientras él comenzaba a moverse con un ritmo firme y profundo, llenando mi vagina con cada embestida— mmmm qué rico —susurraba entre jadeos, sintiendo cómo su cuerpo golpeaba el mío, sus manos apretando mis caderas, guiándome en cada vaivén.

Sus embestidas eran constantes y potentes, el vaivén perfecto para hacer vibrar mi vagina, para que cada roce dentro de mí se convirtiera en fuego puro. Sentí cómo la lubricación natural facilitaba cada movimiento, cada entrada y salida que me hacía retorcer de placer y soltar gemidos incontrolables.

—Aaauuu sigue así —jadeé mientras él aumentaba el ritmo, empujando más profundo— ufff me vuelves loca —mis dedos se aferraban al borde del lavadero, mi cuerpo entregado a ese placer vaginal intenso, absoluto.

El albañil no soltaba ni un segundo la firmeza en mis caderas ni el tirón de mi cabello, lo que hacía que cada embestida fuera aún más salvaje y excitante. Yo me movía con él, dejando que su ritmo me llevara, que cada golpe dentro de mi vagina me consumiera de deseo y fuego.

—Aaay que rico me coges —gemía con la voz rota mientras sentía que el clímax se acercaba— mmmm síii —cada movimiento suyo dentro de mi vagina era un latido de pura pasión.

Cuando finalmente jadeó un aviso, me arrodillé para recibir su semen, saboreando la dulzura salada en mi boca, un cierre perfecto para ese intenso y delicioso turno vaginal que acababa de regalarme.

El albañil el barbón, llegó con una sonrisa pícara que me hizo estremecer desde el primer instante. Sin perder tiempo me acercó a la pila con esa fuerza que solo sus músculos curtidos por el trabajo podían dar.

—Prepárate que esta vez te voy a hacer sentir como nunca —dijo mientras sus ojos brillaban con deseo.

Me incliné sobre el lavadero con mis brazos y pecho apoyados, mis piernas abiertas, nalgas elevadas y listas para que él me tomara, sintiendo cómo su mano firme se posaba en mi cadera para sostenerme.

Con delicadeza pero con la certeza de un hombre que sabe lo que quiere, me jaló el cabello hacia atrás y me susurró al oído:

—Te voy a llenar hasta el fondo mi reina.

Su pene comenzó a rozar mi vagina, húmeda y preparada por los embates anteriores, y con un movimiento lento y decidido penetró suavemente. Sentí cómo llenaba mi vagina, cómo cada centímetro de su cuerpo entraba en mí, mientras un gemido profundo escapaba de mis labios.

—Aaay síii mmm —susurraba mientras él comenzaba a moverse con un ritmo firme y constante, profundo, que hacía que mi vagina se apretara y se abriera a su vez para recibirlo mejor.

Cada embestida era un vaivén entre dulce y salvaje, sus manos firmes apretaban mis caderas mientras sus golpes dentro de mi vagina eran cada vez más intensos, acelerados, haciéndome perder el control.

—Uffff aaauuu que rico —jadeaba entre gemidos mientras sentía la lubricación natural que facilitaba cada movimiento, el roce húmedo y cálido que nos unía, ese contacto que me hacía explotar en placer.

El barbón no dejaba de morder suavemente mi cuello mientras sus embestidas penetraban mi vagina con fuerza y pasión, yo me movía con él, entregada a la sensación, dejándome llevar por ese placer salvaje que nos consumía.

—Aaay sigue así —jadeé con voz rota— mmm síii aaauuu —cada embestida dentro de mi vagina me llevaba más cerca del éxtasis, mientras sus manos firmes se aferraban a mis caderas para guiarme en ese baile íntimo.

Cuando sentí que el clímax se aproximaba, me aferré con fuerza al lavadero y solté un último gemido potente, mientras él seguía empujando dentro de mi vagina, lento y profundo, hasta llegar a su propio clímax, derramándose dentro de mí.

—Aaay ya me tienes toda —susurró entre jadeos mientras sus movimientos se ralentizaban, y yo me quedé temblando, completamente satisfecha.

El otro albañil apareció con una presencia imponente, su gran tatuaje en el pecho era lo primero que llamaba la atención, esa mezcla de fuerza y misterio que me hizo estremecer apenas me miró. Sin perder un segundo, me acercó otra vez al lavadero donde seguía apoyada, piernas abiertas y nalgas levantadas, listas para ser tomada.

—Esta vez vas a sentir algo diferente —me dijo con voz grave mientras sus manos fuertes agarraban mis caderas con firmeza.

Me incliné aún más, dejando que mis brazos se apoyaran bien en el borde del lavadero, sintiendo el frío del cemento contra mi piel caliente, mientras él me jalaba suavemente del cabello hacia atrás para mantener mi cabeza erguida y atenta a cada movimiento suyo.

Su pene comenzó a acariciar la entrada de mi vagina, que ya estaba sensible y húmeda por todo lo que había pasado antes. Con lentitud, pero sin dudarlo, me penetró de nuevo, llenándome con ese volumen y fuerza que solo él tenía.

—Aaay síii —gemí mientras sentía cómo su cuerpo se unía al mío por completo, cada embestida profunda y firme hacía que mi vagina se apretara y se abriera para recibirlo mejor.

El ritmo que marcaba era diferente, una mezcla de potencia y control que me hacía perder la noción del tiempo, sus manos me apretaban las caderas, guiando cada movimiento mientras yo respondía con suaves jadeos y gemidos:

—Mmm aaay que rico —decía mientras él aceleraba, cada penetración dentro de mi vagina era una ola de placer que me llevaba más y más lejos.

El tatuaje en su pecho parecía cobrar vida con cada golpe que daba, y yo me entregaba por completo, sintiendo la lubricación natural que hacía todo más suave y delicioso, el roce húmedo que me hacía temblar.

—Aaay sigue así —susurré sin poder contener más mi excitación— ufff mmm síii aaauuu —cada embestida profunda en mi vagina me hacía explotar en placer, mientras sus manos seguían firmes en mis caderas, dominando nuestro ritmo.

Cuando el clímax se acercó, me aferré al lavadero y solté un último gemido profundo, mientras él seguía dentro de mí con movimientos lentos y largos hasta que se derramó adentro de mi vagina, llenándome con su calor.

—Aaay ya estás toda mía —murmuró jadeando, mientras nos quedamos temblando, enlazados en ese instante perfecto.

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