
Grabarlo y editarlo supone mucho trabajo, por esto me gustaría conocer tu opinión y si te resulta útil.
Escúchalo narrado por su autora
Relato
Hace tres días, la última noche de agosto de 2024, mientras mi novio se hallaba lejos por negocios, mi hermano Álex me regaló el placer que mi cuerpo anhelaba con desesperación. Nos entregamos en el balcón del dormitorio, bajo el manto de la noche, en un espectáculo improvisado para un voyeur. Lo descubrí acechando entre las sombras, sentado en un banco frente a nosotros. Lo presenció todo, y mi mente se elevó en una fantasía ardiente, imaginando cómo seduciría a ese desconocido para fundirme en éxtasis con él.
La noche siguiente, la del domingo, mis ojos no se apartaban de la calle, fija en ese banco que prometía el fuego del deseo. Mi hermano estaba en casa conmigo, y sabía cuáles eran mis intenciones, pero albergaba dudas.
-No entiendo tu manía de follar con desconocidos -dijo-. ¿No te conformas conmigo, o con tu novio, o con los dos al mismo tiempo?
-Follar es siempre lo mismo -respondí, como lo haría una mujerzuela-. Siempre es lo mismo, se reduce al mete y saca, con mayor o menor intensidad, pero siempre lo mismo. Últimamente, ya no me conformo solo con eso. Cada hombre es un mundo, su morbo y motivación son únicos, diferentes a los del resto, y esto es lo que me motiva, la novedad. Para una hembra ansiosa como yo, una zorra que prefiere recibir, y que el macho lleve la iniciativa y me domine, todo lo anterior es importante. De todas formas, no tienes de qué preocuparte, porque, cuando termine con el desconocido, seré tuya el resto de la noche para que hagas conmigo lo que quieras.
Mi hermano cedió por fin, y se retiró al dormitorio de invitados, donde permanecería sin hacer ruidos que delataran su presencia.
Desde la ventana de la cocina, envuelta en la oscuridad, volví a espiar y allí estaba él, el desconocido que había invadido mis fantasías. Rápida como un suspiro de viento cálido, corrí al dormitorio y me desnudé junto al balcón. Luego me apoyé en la barandilla, encendí mi cigarrillo habitual y lo fumé con languidez. Fingía contemplar el horizonte, pero mis ojos devoraban sus reacciones, bebiendo de su mirada fija. El momento era un elixir perfecto. Mientras exhalaba nubes de humo, mi mano derecha trazaba senderos de fuego sobre mi piel, lenta, deliberada, demorándose en las curvas que gritaban mi desvergüenza. Mis pechos, suaves y tersos, temblaban bajo el roce, y de los labios escapaban gemidos suaves. Eran como invitaciones flotando hacia él. Finalmente, alcancé el epicentro de mi deseo, donde los dedos, con masajes lentos y constantes, desataron corrientes eléctricas que recorrieron mi ser entero. Estaba al borde, madura y lista para ofrecerle todo.
Con pereza felina, entré en la habitación y regresé arrastrando una butaca al balcón, que coloqué mirando a la calle. Me senté en ella, las piernas entreabiertas en una promesa sutil. Di una última calada profunda, lancé el cigarrillo a la oscuridad y me sumergí en la danza erótica. Primero, jugué con mi cabello, enredando el dedo índice en mechones sedosos, siguiendo su caída con los ojos entrecerrados.
Apenas había comenzado, y ya el fuego del deseo me consumía por dentro. Cubrir mis pechos con las manos fue un torrente de excitación, caricias lentas pero firmes, pellizcos juguetones en los pezones que me arrancaban suspiros de puro placer. Abrí más las piernas, me recliné en una pose que invitaba a la lujuria, y los dedos exploraron la humedad cálida entre los muslos, dedicando devoción especial al botón sensible que latía con vida propia. “Un ratito más”, me susurré, percibiendo el clímax que llamaba a las puertas, amenazando con desbordarme en un río de calor irresistible. Y llegó, con tal intensidad que los gemidos se tornaron grititos desesperados, al tiempo que me contorneaba sobre la butaca.
Cuando el clímax me abandonó como un eco disipándose en la brisa, me incorporé en la butaca con un suspiro profundo, y me puse en pie. Extendiendo el brazo hacia adelante, le mostré los cinco dedos de la mano, separados. Acto seguido, me toqué la muñeca, como si señalara un reloj invisible, y repetí los gestos con una sonrisa cómplice. Luego corrí por el dormitorio y bajé al garaje. Allí cogí un par de pelotas de tenis, cinta adhesiva, un bloc de notas y dos bolígrafos. Con todo en la mano, regresé al dormitorio y me senté en la butaca. Arranqué una hoja y escribí con caligrafía firme y temblorosa por la excitación:
“Eres un pervertido y yo una golfa insaciable. Esta es la segunda vez que vienes a espiar, y eso me enciende hasta el delirio. No imaginas los orgasmos que me provoca saber que estás ahí, devorándome con los ojos.”
Doblé la nota, la pegué a la pelota con la cinta adhesiva, junto con un bolígrafo, y lo lancé al otro lado de la calle con precisión. El tipo leyó mi mensaje y garabateó una respuesta que me devolvió con un tiro certero.
Desplegué el papel, con el corazón latiendo como un tambor, y lo leí:
“No era mi intención incomodarte. Ayer paseaba a Dona, mi perra, y te vi fumando en el balcón como Afrodita emergiendo de las olas. No pude resistirme a contemplarte, ni a regresar esta noche. Esto no me convierte en un pervertido, sino en un admirador cautivado.”
Sus palabras me arrancaron una sonrisa lasciva. ¿Afrodita? Qué cursi y qué deliciosamente encantador. Había en su tono una mezcla de timidez y erudición que me humedecía aún más. Mi siguiente nota fue directa, un desafío envuelto en seducción ardiente:
“Lo de Afrodita, diosa de la belleza, la sensualidad y el amor —entendido como sexo puro—, me encaja a la perfección. Ven a la puerta del garaje; te la abriré para que entres. Esta noche estoy sola y podrás hacerme lo que Ares le hacía a Afrodita en sus encuentros apasionados”.
Lancé la nota, corrí al garaje y abrí la puerta apenas lo suficiente para verlo acercarse, su silueta recortada contra la luz ámbar de las farolas, un aura de misterio que aceleraba mi pulso.
—¿Estás seguro de que quieres entrar? —pregunté, mi voz un susurro ronco que ocultaba mi propia incertidumbre temblorosa.
—Solo si tú lo deseas. Pero ten en cuenta que vengo acompañado por Dona, mi perra —respondió, su tono tan dulce que disolvió cualquier sombra de duda, dejando solo un calor líquido entre mis muslos.
Miré a la perra, una pastora alemana de ojos brillantes que me conquistó al instante con su lealtad inocente. Sin embargo, un impulso involuntario me hizo girar la vista al otro lado de la calle, detectando un bulto redondeado acechando tras el árbol junto al banco.
—Quiero hacerte unas preguntas rápidas —le dije a través de la rendija—. Si no respondes antes de tres segundos, te cierro en las narices y me consuelo sola… o llamo a cualquier amigo con ganas de acción salvaje.
La primera pregunta era sobre su edad, pues me parecía casi un niño de rostro fresco. Respondió que 18 años, y respiré aliviada, un suspiro que liberó la tensión acumulada. La segunda era menos predecible, pues no podía esperarla. Pregunté si había venido acompañado por otro, y si estaba escondido tras el árbol. Tardó cuatro segundos en mi conteo mental, confirmando la sospecha, pero no era cuestión de castigarlo por un mísero segundo de vacilación.
—Creo que has sido sincero, y esto me excita —le dije, abriendo la puerta un poco más—. Pero dime ahora si tu amigo alberga las mismas esperanzas lujuriosas que tú.
El joven se rascó la cabeza, señal de los nervios que bullían bajo la superficie, pero respondió con voz entrecortada.
—Esta tarde le conté lo de anoche, y solo vinimos con intención de mirar. Pero te ha visto y está que arde, subiéndose por las paredes.
—Entiendo que también le gustaría follarme —deduje, esbozando una sonrisa perversa. Afirmó con un movimiento de cabeza y un tímido ‘sí’—. Entonces, llámalo para que venga y montamos un trío salvaje. Una golfa como yo nunca rechaza dos machos ansiosos.
Cuando el otro llegó a la puerta, me pareció que tenía la misma edad fresca y tentadora, pero le pregunté igualmente, y respondió que 19 años, su respuesta un susurro que aceleró mi pulso.
—Entrad antes de que alguien nos vea —ordené, tirando de sus brazos con una urgencia febril que no admitía réplicas.
Una vez dentro, la luz del garaje reveló con nitidez sus rostros juveniles, agraciados y apetecibles, su timidez, un velo que confirmaba que podría confiar en ellos y entregarme sin reservas. Sin embargo, sus ojos pícaros se clavaban en mi desnudez, devorándome con un apetito mudo, que hacía que mi cuerpo se humedeciera todavía más.
—Imagino que no estáis acostumbrados a que las mujeres os reciban así —bromeé con una risa ronca, restando importancia mientras mi cuerpo se exhibía sin pudor—. He venido corriendo para no hacerte esperar. Además, después de lo que habéis visto, no creo que vayáis a desmayaros.
Sin darles tiempo a responder, comencé a subir las escaleras. Acentué, con una cadencia hipnótica, el movimiento de mi culo perfecto, —esculpido a base de sudor y esfuerzo en el gimnasio—. Balanceaba mi cuerpo como una invitación pecaminosa, y presentía sus miradas ardientes clavadas en cada curva. Me alcanzaron en la puerta del jardín, donde Dona podía corretear libremente. Envueltos en una energía erótica, los llevé al dormitorio. Allí, la timidez de ambos se desvaneció ligeramente. Pero una voz susurraba en mi interior, me decía que uno de ellos podría ser virgen, o posiblemente los dos. Si este fuera al caso, sería un delicioso pleno para mí, una conquista que me convertiría en legendaria. Les pregunté abiertamente, sin tapujos, con la misma norma implacable de los tres segundos. Los dos respondieron al unísono, uno afirmativamente, con un rubor encantador, y el otro, el mayor, negando con la cabeza. Su experiencia era un misterio que avivaba mi fuego.
Con el corazón a punto de salirse del pecho, latiendo con deseo, me moría por comerles la polla. —No recuerdo cuando me vino esta afición, pero es algo que me vuelve loca. Con una verga en la boca, me siento poderosa. Me gusta jugar con ella, besar y lamer el glande, y succionarlo hasta que adquiere un tono más oscuro. luego la trago entera y comienzo a mamarla, primero despacito, luego con ansia—. Con un suspiro de rendición, me arrodillé en el suelo, pero, cuando me disponía a bajar los pantalones al más joven, el virgen, caí en la cuenta de algo que había pasado por alto con mi prisa lujuriosa.
—No me habéis dicho vuestros nombres —dije, alzando el rostro, mis ojos clavados en los suyos con una intensidad que prometía devorarlos—. Yo soy Laura, tengo 22 años y estoy lista para todo.
El de 18 años respondió que Toni, el otro Bernat, sus nombres rodando en mi lengua como promesas dulces. Ahora nada se interponía entre mis ansias devoradoras y el miembro de Toni, mi primer admirador, aquel cuya curiosidad había prendido una llama que me quemaba por dentro, un fuego que exigía ser apagado. Su juguetito no era impresionante en tamaño, pero suficiente para mí, palpitante y ansioso entre mis manos, prometiendo un placer crudo y puro.
Lo orienté hacia mi boca con dedos temblorosos, y besé el glande, brillante y suave como un capullo tierno y prohibido. Toni gimió al primer roce de mis labios carnosos, un sonido ronco que me impulsó a elevar la apuesta, tragando el cabezón hinchado y succionándolo con repetidos pulsos de calor húmedo. Sus ojos, azules como un mar en calma infinita, me sostenían la mirada con una intensidad que ardía, hasta que el placer lo forzó a cerrarlos, rindiéndose al éxtasis que yo tejía. Finalmente, lo engullí entero, entregándome a una felación más intensa, mi lengua danzando en espirales voraces alrededor de su longitud palpitante.
En esto estaba, cuando sentí algo rozando mi mejilla derecha, con insistencia. Miré de reojo y era el miembro erecto de Bernat, impaciente y desnudo de cintura para abajo, un pilar de deseo que clamaba atención. Lo abracé con la mano, acariciándolo con movimientos lentos y firmes mientras mamaba la verga de Toni con devoción. Pero no planeaba prolongar este preludio tortuoso. Mis rodillas protestaban, y mi cuerpo ardía en deseos de sentirlos hundiéndose en mí, llenándome por completo. Así que, con un giro gracioso y felino de mi cuello, Bernat recibió el calor abrasador de mis labios, envolviéndolo en un beso profundo. Mientras tanto, Toni disfrutaba de la agilidad experta de mi mano izquierda, que lo mecía con promesas de más emociones. “Unos segundos más”, pensé, un susurro de anticipación, antes de lanzarme a la cama con un suspiro impaciente.
Desde allí, tumbada bocarriba con las piernas abiertas y flexionadas en una invitación descarada, el panorama entre ellas era un banquete tentador, igual que una flor exuberante, desplegada, esperando a una abeja traviesa. Bernat, más experimentado y audaz, introdujo la cabeza entre mis muslos temblorosos y comenzó a regalarme un cunnilingus que me hizo ver estrellas danzantes, no tanto por su técnica, sino por la entrega feroz con que su lengua exploraba mis pliegues húmedos.
Mientras tanto, Toni me dedicaba caricias alternas en ambos pechos, sus dedos trazando senderos de fuego sobre mi piel sensible. Consumida por el placer devorador que Bernat me infligía, con olas de calor subiendo por mi columna, pedí a Toni que me pellizcara también los pezones, esos botones endurecidos que clamaban por un toque áspero. Me tenían al borde de la locura, un precipicio de éxtasis que me hacía arquear la espalda, pero contuve el tono de mis grititos para no alterar innecesariamente a mi hermano. Jadeando descontrolada, con el aliento entrecortado y el cuerpo en llamas, supliqué a Bernat que me la metiera ya, que me penetrara con urgencia salvaje.
Cuando lo hizo, hundiéndose en mí con un movimiento fluido que me llenó por completo, y comenzó a moverse con un ritmo hipnótico, aferré la verga de Toni y tiré de ella levemente, invitándolo con una mirada lasciva a situarla al alcance de mi boca ansiosa. La tragué entera, mamándola con avidez, usándola para amortiguar los sonidos de placer que burbujeaban en mi garganta, escapando ahora como gemidos nasales roncos. Fue un esfuerzo en vano, porque Bernat me embestía con una pasión que me deshacía, y mi válvula de escape fueron gemidos descontrolados que llenaban el aire con mi rendición. Pero procuré que Toni no se resintiera por mi distracción, pajeándolo con la mano en los momentos en que no tenía su verga envuelta en el calor de mi boca, alternando entre su placer y el mío en un baile de deseo interminable.
Y llegó lo inevitable, un orgasmo intenso que me sacudió, como una tormenta eléctrica, tras un rato de entrega salvaje y absoluta. Bernat era todo un hallazgo, un tesoro de resistencia y pasión. Seguía embistiendo sin desfallecer ni un instante. Su ritmo era implacable, y mi cuerpo, fusionado al suyo, se abandonaba al clímax, arqueándome en olas de placer que me desbordaban. Mi voz, rompiéndose en gemidos roncos, llenaban la habitación con el eco de mi rendición total. Entre jadeos, le hablé a Toni.
—Si no sabías cómo se hace, ahora ya lo has visto. No te pido la fogosidad ardiente de Bernat, aunque la agradeceré si logras igualarla, pero procura no correrte, porque la noche promete más emociones.
Al principio, comenzó titubeando, como si buscara la posición perfecta, pero, cuando lo logró, se entregaba con una devoción absoluta, y cada penetración era una sinfonía de chapoteos sensuales. Eran fruto de mis propios jugos, que encharcaban el interior con un calor líquido.
—Métela por el agujerito ahora —le ordené con un susurro ronco, acelerando mi placer con dedos que danzaban sobre mi clítoris hinchado y sensible.
Alcé las piernas todavía más, hasta que las rodillas besaron los pechos en una curva de rendición total. Toni miró extasiado el orificio expuesto, Bernat me miró a los ojos con la misma expresión de deseo crudo. Ninguno era capaz de articular palabra, como si no supieran que el sexo anal es un deleite común entre muchas mujeres, un secreto ardiente que se susurra en la oscuridad. La impaciencia me consumía por dentro, y mis dedos ya tejían oleadas de placer, pero anhelaba su miembro hundiéndose en mí, así que insistí enérgicamente, suplicando con voz entrecortada que por favor lo hiciera. Había costado, y me estremecí cuando por fin se decidió. Un ratito de tensión deliciosa, primero, y otro más de invasión feroz, así hasta que me vi superada por un nuevo orgasmo.
Estaba fatigada, mi cuerpo temblando en las secuelas del clímax, y busqué una postura más cómoda para que Bernat me diera también por el culo, un reclamo profundo y prohibido. Rápidamente, me di la vuelta y quedé con las piernas totalmente extendidas y los muslos juntos, una línea de tentación. Él se sentó sobre ellos, dirigió su polla endurecida y la fue hundiendo con lentitud hasta que sus pelotas rozaron mi zona genital, cálida y húmeda, y comenzó a moverse dentro de mí con un ritmo hipnótico. Respecto a Toni, sin que yo le dijera nada, se sentó delante con las piernas abiertas en una invitación muda, y se la chupé con frenesí, mi boca envolviéndolo en un remolino de calor, mientras el otro me arrancaba alaridos de placer.
Ya no me importaba que mi hermano se alarmara, pero no hacía falta, porque allí estaba, observando entre la rendija de la puerta entreabierta, su mirada un fuego que avivaba el mío. Lo miré con deseo ardiente, mis ojos una promesa susurrada de lo que tendría cuando los otros se marcharan, un banquete exclusivo para él. Entonces tuve una revelación, una idea que había fraguado en mi mente tiempo atrás. La verga de mi hermano y la de mi novio son de tamaño considerable, por esto nunca me atreví a una doble penetración vaginal, y mucho menos anal, un territorio inexplorado de placer extremo. Pero con las de Toni y Bernat, más asequibles y manejables, me decidí a probar, con el morbo latiendo en mis venas. Con una sonrisa perversa, les sugerí la idea, y esta novedad les atrajo como un imán. Sus ojos brillaban como luceros ilusionados, y los imaginé presumiendo con sus amigos, narrando su hazaña como si fueran los héroes del barrio.
La postura más cómoda y eficaz sería con Toni tumbado en la cama, yo encima pegando mi espalda en su pecho cálido, con su verga dentro de mi coño, un ajuste perfecto que me hacía jadear. Así Bernat lo tenía fácil, su miembro pugnando con el del otro, y me resultó gracioso que ninguno hiciera remilgos por rozar la suya con la del compañero, un roce accidental que añadía un toque de tabú delicioso. Este hecho me hizo reír con una carcajada ronca. Pero colaboré, ajustando mi cuerpo con movimientos fluidos, hasta que tuve, con menos inconvenientes de los esperados, las dos vergas dentro del coño, un llenado que me hacía sentir completa y desbordada. No supe si fue por el morbo que bullía, o porque los dos se sincronizaron como un reloj preciso, pero aquella experiencia, nueva para todos, resultó de lo más excitante.
Poco más tarde, abrumada por el morbo y las sensaciones, lancé un buen chorro de fluido, un squirt en toda regla. Lo recibió el vientre de Bernat con una cascada cálida, justo antes de alcanzar uno de los orgasmos más intensos hasta la fecha. El clímax me sacudió hasta el núcleo de mi ser. Quedé destrozada por el esfuerzo, mi cuerpo temblando en éxtasis, pero ellos seguían insistiendo, con una resistencia admirable, y temí que pudieran correrse en ese momento de delirio.
—Tomemos un descanso, estoy agotada, bañada en sudor y necesito refrescarme —dije, tratando de recuperar el aliento entre jadeos.
Yo entré delante en el cuarto de baño del dormitorio. Ellos lo hicieron acto seguido y me pillaron orinando. Repentinamente se giraron. Yo solté varias carcajadas y les dije:
-Nunca entenderé a los hombres. Habéis visto mi coño, y lo habéis follado. También el ano, y me habéis dado por el culo. No entiendo de qué os asustáis ahora, solo soy una chica meando. Daos la vuelta y venid a mí -les ordené-. Ahora me ha dado morbo chuparos la polla, sentada en la taza.
Toni y Bernat obedecieron, y les hice mamadas cortas y alternas, mientras ellos, animados, se inclinaban para sobarme las tetas o pellizcar los pezones. Cuando pensé que era suficiente para mantener la llama, les hablé como un juez implacable.
-Debéis prometer no correros dentro. Hablo muy en serio. A cambio, podéis hacerlo en la boca. Me fascina recibir la leche y tragarla. Juro que será una imagen inolvidable para vosotros.
Ambos clavaron sus ojos en los míos, atónitos, luego intercambiaron miradas cómplices entre ellos. Yo los veía tan felices, que propuse seguir un rato más, para terminar como les había prometido. Volvimos a la cama, pero yo tenía un desafío que latía en mi mente, averiguar si mi ano admitiría dos pollas al mismo tiempo. Nuevamente Toni se tumbó, yo encima, mirando hacia él, con mi botecito de gel lubricante en la mano, y pedí a Bernat que me embadurnara el orificio sin escatimar. Sus dedos esparcieron el fresco ungüento en círculos tentadores, y lo intentamos un par de veces, pero yo no era capaz de admitirlo, mi cuerpo resistiéndose al límite. Luego, aprovechando la postura, cada uno me penetró una entrada, y la doble penetración contentó a todos, un vaivén de placeres duales que me hacía gemir. Para mí fue una de tantas, pero la disfruté tanto como ellos, cabalgando las olas hasta que me corrí por última vez, un clímax que me dejó extenuada.
Era tiempo de que ellos se coronasen, pero la cama no me pareció lugar apropiado. No era higiénico que las sábanas se mancharan con restos de semen. Entonces, recordando lo ocurrido en el cuarto de baño, se me ocurrió una idea morbosa. Tomé a cada uno del brazo, y tiré de ellos invitándolos a seguirme.
En el aseo, me senté en la taza y los situé delante de mí. Primero empecé con Toni, el debutante. Cogí su verga menuda, la engullí en la boca e hice maravillas con ella, al tiempo que acompañaba con la mano. Yo no apartaba los ojos de los suyos, buscando en ellos la señal que indicara que se iba a correr. Cuando intuí que iba a suceder, retiré la verga palpitante, abrí la boca, saqué la lengua como una invitación obscena, y seguí pajeándole con insistencia. Finalmente, recibí varios chorros tibios y salados. Uno entró limpio en la boca, los otros cayeron en la lengua. Lo aglutiné todo en el interior, mirándolo fijamente, y tragué ante su atenta mirada saboreando cada gota. Luego me relamí con deleite felino, y succioné su capullo del mismo modo. El pobre novato estaba como flotando en una nube, con los ojitos cerrados y los músculos faciales en tensión.
-Ya puedes presumir de que no eres virgen -le dije con un hilo de voz y añadí una palmada en su nalga.
Con Bernat fue diferente. Se la chupé, le miré a los ojos esperando la señal, pero no me dejó soltar su verga. Se mostraba furioso, sujetando mi nuca para que la cabeza no cediera, y me folló la boca hasta que descargó en el interior. Cuando se sintió satisfecho, la sacó y tragué con la boca abierta para que lo viera.
La moraleja del cuento se resume, sin más, en lo que soy, una adicta al sexo que prefiere dos mejor que uno, o tres mejor que dos y así hasta donde el cuerpo aguante. A mi hermano lo dejé al margen por no asustar a Toni, luego a los dos cuando surgió Bernat.
![]()
Todos estos son relatos de escritores, mucho se nota lo no real, o casero.
Lo bueno sería leer historias o relatos, hechos por los mismos protagonistas, más aún si se trata, de personas de diferente edades……
Yo tengo varios reales cien porciento