Follada bajo el sol de Tequila (2)

1
5338
10
T. Lectura: 9 min.

Cuando los albañiles ya empezaban a subirse los pantalones para vestirse, les solté una sonrisa pícara y les dije —¿Eso fue todo? Qué poquito me duraron—. Los miré directo a los ojos sintiendo cómo se encendía el fuego entre nosotros.

Ellos me respondieron con risas bajas y miradas hambrientas —¿Quieres más? — me preguntaron casi al unísono, la tensión creció al instante.

Sin pensarlo, les dije con voz firme y provocadora —¿Y qué acaso no me van a dar anal?—. En mi mente sabía que estaba lista para eso, después de todo, ya me había hecho mi limpieza y hasta lubricante me había puesto para que todo fuera perfecto y sin dolor.

Me coloqué frente al lavadero con las piernas abiertas, apoyando el torso con mis brazos y pecho, dejando mis nalgas alzadas hacia el cielo en la posición perfecta para lo que estaba por venir. Sentí cómo el albañil más alto se acercaba, la respiración pesada, la mano firme jalando suavemente de mi cabello para sostenerme, mientras su otra mano sujetaba mi cintura con determinación.

Entonces, sentí la punta de su verga caliente y gruesa rozando mi delicado ano ya lubricado. Se detuvo un instante para darme tiempo a acostumbrarme al contacto y entonces, de un empujón fuerte y decidido, me penetró profundo. Un gemido desgarrador, mezcla de dolor y placer, escapó de mi garganta —Aaay ufff síiii aaay—.

Su miembro me llenaba completamente, cada centímetro entrando en mí con fuerza y firmeza, arrancándome jadeos y suspiros ahogados. Sentía cómo mi ano se tensaban y luego cedía lentamente mientras él me poseía sin piedad.

Empezó a moverse en un ritmo frenético de embestidas, profundas y rápidas, golpeando mi ano con intensidad, haciendo que mi cuerpo chocara contra el borde del lavadero con cada impulso. Su mano seguía en mi cabello, tirando de él mientras sus labios susurraban en mi oído con voz grave —Así te quiero, puta y entregada.

Mi cuerpo respondía a cada movimiento con gemidos entrecortados —Aaah mmm sí sí sí aaay que rico— mientras la mezcla de dolor y placer me consumía, aumentando mi excitación. La lubricación hacía que cada embestida fuera un vaivén delicioso, húmedo y salvaje, con fluidos mezclándose, sonidos de piel contra piel y el roce fuerte contra el lavadero.

Cinco minutos de sexo anal frenético, un ir y venir que me hacía temblar, vibrar, perder la noción del tiempo y el espacio. Mis piernas abiertas, mis nalgas alzadas, el calor abrasador y la furia de sus embestidas me llevaban a un clímax inminente.

Finalmente, él bajó la intensidad, suavizando sus movimientos mientras me besaba el cuello, susurrando palabras que solo aumentaban mi deseo —Eres mía, nadie más podrá darte así—. Se retiró lentamente, dejándome temblando y con el cuerpo ardiendo, lista para lo que siguiera.

Cuando el albañil alto, terminó y se apartó para recomponerse, el albañil bajito se acercó con una sonrisa pícara y mirada llena de deseo. Aún sentía el calor dentro de mí, la piel sensible y mis nalgas alzadas, listas para más.

—¿Quieres que te dé más, hermosa? —me preguntó mientras sus manos fuertes me agarraban suavemente por las caderas, acercándome aún más al lavadero.

—Claro que sí —le respondí con voz baja y seductora—. Y no se te olvide que quiero sentirlo por aquí —dije señalando mi ano, recordando lo lista que estaba, lubricada y preparada para recibirlo.

Me sostuvo firme y acarició mi espalda, bajando su mano hasta mis nalgas para acomodarlas mejor, mientras su otra mano seguía jalando mi cabello, obligándome a mantener la cabeza baja y la mirada fija en el lavadero.

Sentí el contacto frío al principio de la punta de su verga contra mi ano, luego el calor abrazador que me llenaba con solo rozar la piel. Me dio un momento para prepararme, y después, sin aviso, de un empujón fuerte me penetró profundamente.

Un gemido escapó de mis labios —Aaay mmm síii  ufff — mientras él comenzaba a embestirme con un ritmo firme pero menos violento que el primero, sus movimientos eran controlados pero intensos, buscando darme placer y hacerlo durar.

Cada empuje hacía que mis nalgas chocaran con el borde del lavadero con un sonido húmedo, la lubricación haciendo todo suave y resbaladizo. Sus manos se aferraban a mis caderas con fuerza, tirando y empujando para que me abriera más y él entrara más profundo.

—Eres tan deliciosa así —susurró en mi oído mientras sus embestidas seguían—. Quiero que sientas cada parte de mí dentro de ti.

—Aaahh sí sí sí —contesté con voz jadeante, sintiendo cómo el placer crecía con cada movimiento—. Que rico, no pares —añadí, hundiendo las uñas en el lavadero para sostenerme.

Cinco minutos de un ir y venir apasionado, mi cuerpo temblando, los músculos del ano dándome una mezcla de dolor y placer exquisito, los gemidos llenando el aire mientras él me poseía con firmeza y deseo.

Al final, bajó la intensidad, susurrando en mi cuello —Eres mía, nadie más te va a tratar así— mientras se retiraba dejando mi cuerpo vibrando y esperando al siguiente.

Justo cuando el albañil bajito, se apartaba aún jadeante, el albañil barbón apareció con esa sonrisa traviesa y ojos llenos de fuego que me hacían temblar de anticipación. No perdí tiempo en decirle lo que quería.

—¿Y tú qué esperas para darme más cariño? —le dije mientras me mantenía inclinada en el lavadero con las nalgas bien alzadas, sintiendo la humedad de la penetración anterior aún caliente en mi ano.

Él me tomó de la cintura y con un tirón suave me obligó a arquear aún más la espalda, mientras con la otra mano acariciaba mi cuello y tiraba de mi cabello con cariño salvaje.

Sentí la punta de su verga presionando contra mi ano, esa mezcla de frío y calor, y justo antes de que comenzara, él me miró directo a los ojos y dijo:

—Prepárate para sentir lo que nadie más te ha dado —y sin más, de un empujón fuerte y decidido entró profundamente en mí.

—Aaay mmm aaau —salió de mis labios mientras sus embestidas comenzaban con un ritmo fuerte y constante que me hacía vibrar todo el cuerpo.

Sus manos agarraban firmes mis caderas mientras sus caderas chocaban con las mías en un vaivén perfecto, llenando el lavadero con el sonido húmedo de nuestra piel y el roce de sus movimientos.

Sentía cada centímetro suyo dentro de mí, cada embestida un placer brutal, mis músculos anales cediendo poco a poco para recibirlo con ansias y deseo.

—Eres fuego en este lugar —susurró en mi oído—. No quiero que esto termine nunca.

—Aaahh sí sí sí —jadeé, sintiendo la mezcla de dolor y placer mientras mi cuerpo se entregaba por completo—. Más fuerte, no pares —exigí, hundiendo mis uñas en el cemento del lavadero.

Cinco minutos frenéticos de entrega absoluta, de placer intenso, de un vaivén explosivo que me hacía perder el control y gritar cada vez más alto.

Cuando terminó, se quedó un momento pegado a mí, susurrándome al oído —Eres mía para siempre— antes de apartarse para dejar que el otro albañil tomara su turno.

El albañil con el gran tatuaje en el pecho se acercó sin perder ni un segundo. Su mirada era una mezcla de deseo y concentración que me hizo estremecer.

—¿Quieres que te demuestre cuánto puedo hacerte sentir? —me dijo mientras sus manos fuertes me agarraban de la cintura para ayudarme a inclinarme más sobre el lavadero.

Mis brazos y pecho descansaban sobre el cemento frío mientras mis piernas abiertas y mis nalgas levantadas lo invitaban a entrar. Sentí la punta de su verga presionando contra mi ano y con un empujón firme me penetró profundo, arrancándome un gemido fuerte de sorpresa y placer.

—Aaay que rico —exclamé mientras él comenzaba a embestirme con fuerza y ritmo constante.

El roce de sus caderas con las mías, la humedad y los sonidos de nuestro sexo llenaban el aire. Su mano se enredaba en mi cabello, tirando con delicadeza y al mismo tiempo con intensidad que me hacía perder el control.

Pero entre tanto movimiento y mis empujones involuntarios, el lavadero empezó a tambalearse peligrosamente. Sentí cómo se aflojaba y casi se cae conmigo encima.

—¡Ey para un momento! —le dije mientras lo miraba preocupada— creo que este lavadero no aguanta más.

El albañil sonrió divertido y asintió.

—Mejor seguimos en otro lugar —dijo mientras me ayudaba a levantarme.

Nos alejamos del lavadero hacia el pasto fresco del jardín, respirando y preparándonos para lo que vendría después.

El albañil se recostó boca arriba, el pasto fresco me rozaba la piel mientras me acomodaba encima de él, con toda la intención, abriendo mis piernas para dejar que su verga se deslizara lentamente dentro de mi vagina. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío y cómo su punta rompía la entrada de mi piel con suavidad primero, luego con más firmeza. Un gemido escapó de mis labios cuando su miembro entró profundamente, estremeciéndome de inmediato. Mis pezoncitos rosados se endurecieron al instante, asomándose al aire libre, tan sensibles que el viento me hacía cosquillas. Mi pecho se alzaba y caía con cada respiración agitada, sintiendo esa mezcla de placer y necesidad que me quemaba por dentro.

Los movimientos comenzaron lentos, suaves, y luego él aumentó el ritmo. Sentí cómo su verga entraba y salía de mí una y otra vez, llenándome, golpeando con cada empujón la parte más profunda de mi feminidad, haciéndome estremecer. Mis caderas se movían a su ritmo, mis manos aferradas a sus muslos, sintiendo cada vibración que recorría mi cuerpo. Era como un baile sincronizado de deseo y entrega total.

Pero entonces sentí detrás de mí otra presencia. Una verga que rozaba y presionaba mi ano con insistencia hasta que la punta se deslizó con lentitud, y de repente, de un empujón firme y profundo, me penetró analmente. Un gemido fuerte y mezclado de dolor y placer salió de mí. Mi piel se erizó y una oleada de fuego intenso recorrió mi columna, desde el centro mismo de mi feminidad hasta la punta de mis dedos. La sensación dual de estar llena por ambos orificios era casi abrumadora y exquisita.

Mientras él seguía entrando y saliendo de mi ano con ritmo y fuerza, sentía simultáneamente cómo la otra verga seguía haciendo lo mismo dentro de mi vagina. La combinación de esas dos sensaciones distintas, pero complementarias, me hacía perder el control. Mi ano se abría y cerraba a cada embestida, mientras mi vagina se contraía, atrapando cada movimiento, cada empuje, intensificando el placer hasta niveles casi indescriptibles.

Mis pezoncitos, expuestos al aire y duros como nunca, vibraban con cada golpe. La piel de mi pecho se tensaba y temblaba, y el aire fresco me rozaba con cada movimiento frenético de mis caderas y esos cuerpos que me poseían con tanta fuerza. El olor de la tierra y el calor del sol se mezclaban con el sudor y el deseo, y me sentía viva, poderosa, mujer en su máxima expresión.

No paraba de gemir, de sentir cómo el placer me invadía por completo, cómo esos dos cuerpos dentro de mí se movían al unísono, balanceándose en un ritmo frenético, profundo, entregado. Era como si cada embestida fuera una ola que rompía en mi interior, sacudiendo mi alma, despertando cada fibra de mi ser. Y yo me dejaba llevar, me abandonaba a ese vaivén salvaje que me hacía sentir completa, única, infinitamente deseada.

Seguimos ahí, en el pasto fresco que se sentía delicioso contra mi piel sudada y sensible. Ellos comenzaron a intercambiar posiciones sin pausa, con ese ritmo intenso que me hacía perder la noción del tiempo y del espacio. El que estaba debajo se levantaba para descansar un momento, mientras otro tomaba su lugar, y el que estaba detrás cedía su puesto al que antes estaba en frente. Así, todos iban turnándose para disfrutarme y hacerme suya de diferentes formas.

Yo seguía montada en la posición de amazona, mis piernas abiertas dejando que la verga caliente y firme de cada albañil se deslizara dentro de mi vagina, sintiendo ese ir y venir poderoso que me arrancaba gemidos profundos. A la vez, por detrás, la otra verga entraba y salía de mi ano con un ritmo que me hacía estremecer. La sensación dual me envolvía por completo, el placer me subía desde las entrañas hasta el pecho, mientras mis pezones duros y rosados se erizaban con cada movimiento.

Los dos albañiles que estaban arrodillados frente a mí recibían todo mi deseo en la boca. Mis labios se abrían ansiosos para recibirlos, y mi lengua se convertía en un instrumento de placer para ellos. Les lamía con hambre y delicadeza, jugando con la punta de sus vergas, succionando con fuerza y sabor, explorando cada centímetro, mientras sus respiraciones se hacían entrecortadas y sus manos se aferraban a mi cabello y espalda.

Me sentía infinitamente poderosa, siendo el centro de sus miradas y deseos. Sus gemidos me excitaban aún más, alimentando ese fuego que nos consumía a todos. Cada cambio de lugar traía nuevas sensaciones: ahora uno de los que antes estaba delante tomaba la posición trasera para la penetración anal, y el que estaba atrás bajaba frente a mí para recibir el placer de mi boca, mientras el que estaba debajo me daba golpes más profundos y vehementes.

El vaivén era frenético, fuerte, pero con una sincronía perfecta. Sentía mis músculos apretándose y relajándose al ritmo de sus cuerpos, la piel de mis muslos y abdomen estremeciéndose, y mis gemidos saliendo con fuerza, llenos de deseo y entrega. El calor subía sin freno, mi respiración se aceleraba y mis sentidos explotaban con cada caricia, cada empuje, cada roce.

Entonces llegó el momento en que el placer alcanzó su punto máximo. Un orgasmo poderoso me atravesó, un clímax que me hizo gritar y temblar, y de mi cuerpo salió un squirt abundante y liberador que sentí deslizarse por mis muslos. Me sentí femenina y plena, consumida por la pasión que había nacido entre nosotros.

Sin dar tiempo a la tregua, ellos se derramaron en mi boca. Sentí la cálida, dulce y salada leche de cada uno llenando cada rincón, mezclándose con mi saliva, mientras mis labios y lengua los recibían con devoción y agradecimiento. Era su recompensa para mí, su manera de decir que me habían disfrutado por completo, que yo era suya y ellos míos, unidos en ese momento de éxtasis y entrega total.

Cuando todo terminó, respiré profundo, satisfecha, con el cuerpo todavía temblando y el corazón acelerado, feliz y llena de un placer que nunca imaginé experimentar.

Después de que todos terminaron y se vistieron rápido, me quedé un momento con ellos en el pasto, todavía temblando por lo que habíamos vivido. Con una sonrisa un poco inocente pero coqueta, les dije:

—Oigan, ¿me harían un favor? El lavadero se cayó mientras me cogían ahí y, pues, si mi tía se da cuenta seguro me regaña… ¿Me lo podrían arreglar ustedes? No tengo dinero para pagarles, espero que no me cobren, porfa.

Me miraron con complicidad y uno respondió:

—Claro que sí preciosa, cómo crees, ahorita lo arreglamos no te preocupes.

Me fui a bañar y ponerme algo limpio antes de que llegaran mis tíos, para que no sospecharan nada. Cuando ellos llegaron con las bolsas del mandado, justo los albañiles estaban sacando cemento, herramientas y materiales para reparar el lavadero.

Les expliqué que se había roto mientras yo estaba lavando y que ellos me ayudaban con la reparación. Mis tíos se quedaron un poco extrañados de que no me cobraran nada, pero lo aceptaron como un favor amable de los vecinos, clientes de los albañiles.

Los albañiles les contaron que me vieron echándole ganas lavando y que cuando se rompió el lavadero decidieron ayudarme sin cobrarme nada. Lo tomaron como un gesto de buena voluntad, aunque fue raro, pero no preguntaron más.

Así, mientras ellos trabajaban en la reparación, yo guardaba en mi memoria cada roce, cada caricia, y el recuerdo intenso de ese verano que no olvidaría jamás.

Los albañiles terminaron de recoger sus cosas y, antes de irse, sin que mis tíos vieran, les di un beso de lengüita a cada uno.

—Muchas gracias por todo, de verdad que nos ayudaron muchísimo —dijo mi tío con una sonrisa.

—Sí, gracias, en serio, se pasaron —añadió mi tía.

Yo les sonreí coqueta y les dije:

—Gracias chicos, no sé qué hubiera hecho sin ustedes.

Ellos respondieron con complicidad:

—Para eso estamos, señorita. Cualquier cosa que necesiten, con confianza.

Nos dimos un último saludo y ellos se fueron dejando un aire de satisfacción y complicidad que todavía me hacía sonreír.

—¿Cómo les fue con el doctor? —pregunté a mis tíos mientras les ayudaba a meter las bolsas a la cocina.

—Bien, hija —respondió mi tía mientras colocaba unas cosas en la alacena—. Solo falta comprar unas medicinas y tomarse una radiografía para la próxima cita.

—¿Y no las compraron?

—No, ya no nos dio tiempo —dijo mi tío.

—Si quieren, yo voy —me ofrecí enseguida—. Me vendría bien estirar las piernas.

—¿Sí? Ay, gracias, hija. Aquí está el dinero —dijo mi tía, y me entregó el efectivo sin más preguntas. En casa me tenían plena confianza.

Salí a paso tranquilo, pero sabía muy bien lo que necesitaba hacer. Fui primero a la farmacia, pedí las medicinas tal como estaban en la nota, y luego, con toda la calma del mundo, pedí también la pastilla de emergencia. No fue necesario disimular demasiado. Ya tenía claro lo que iba a hacer: pedí los tickets por separado. No porque me lo pidieran… sino porque soy lista, cuidadosa, y sabía que era mejor no dejar rastros. Mis tíos confiaban en mí, pero yo no pensaba arriesgarme a que algo se malinterpretara.

De vuelta en casa, entregué las medicinas junto con el ticket correspondiente. Nadie me preguntó nada. Todo estaba en orden, como debía ser.

El domingo pasó sin novedad. Los albañiles no aparecieron. Y aunque una parte de mí tenía ganas de asomarse, de volver a ver esos cuerpos bronceados y sudorosos, me contuve. Sabía que era mejor mantenerme al margen. No quería levantar sospechas, ni correr riesgos innecesarios.

Por la tarde salimos a caminar al centro. Mis tíos me llevaron a comer unos tacos deliciosos cerca de la plaza. Caminamos entre turistas, música de mariachi y tiendas de tequila artesanal. Yo iba tranquila, pero por dentro, aún sentía el eco de todo lo que había vivido. Mi cuerpo seguía resentido, adolorido, como si me hubiera cruzado una estampida… pero con una sonrisa interior que nadie podía ver.

El lunes temprano hice mi maleta, me despedí de ellos con un abrazo sincero. Durante el camino de vuelta a casa, me coloque mi vibrador vaginal para ir disfrutando, al recordar cada momento, cada roce, cada gemido que me había estremecido.

Alexandra Love

Loading

1 COMENTARIO

  1. Híjole !
    Que bueno relatos te avientas, de verdad.
    Me mojo de tan solo leerlos.
    No tienes algún familiar que visitar en Puerto Vallarta? Jaja

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí