En casa todo se descontroló, pasamos de tener una vida tranquila y cotidiana a disfrutar del sexo como nunca antes lo imaginamos.
Hace 2 años volví a casarme, su nombre es Claudia. Luego de 6 meses de relación ambos decidimos dar ese paso nuevamente.
Cada uno tuvo su matrimonio previo, en mi caso no tuve hijos anteriormente, en el caso de ella si, Sofia, 25 años, estudiante de abogacía.
Con Claudia si tengo un hijo en común de un año, y hace 3 meses contratamos una niñera que nos ayuda con el pequeño. Vino recomendada por Sofia, ya que era compañera suya en la universidad, y le convenía tenerla en casa seguido ya que se ayudaban con los estudios.
Todo venía bien, tranquilo, cotidiano, hasta que comenzaron a suceder cosas, cosas que nunca pensé que iba a vivir, que ninguno de nosotros imaginó que iba a experimentar, y que nos abrió mucho la cabeza.
Era sábado por la mañana y la casa estaba tranquila. Claudia se había ido al trabajo, y yo disfrutaba de mi día de descanso, ocupándome de nuestro hijo pequeño y compartiendo un rato con Sofía.
La casa tenía ese ritmo pausado de fin de semana: el aroma del café recién hecho flotaba en la sala y la luz del sol entraba por las ventanas, iluminando suavemente cada rincón.
A eso de las 9 llegó Valentina, la niñera, como siempre puntual, con su energía tranquila y confiable. Una mujer de 28 años, morocha, de ojos marrones y curvas atractivas.
Saludó con una sonrisa y se acomodó, lista para hacerse cargo del pequeño y para ayudar en lo que fuera necesario.
Pasaron un par de horas y el pequeño se durmió, dejando la casa más silenciosa. Valentina lo dejó en la cuna conmigo y, aprovechando que no había interrupciones, se dirigió al cuarto de Sofia para estudiar.
Hasta ese momento, todo parecía perfectamente normal: una mañana tranquila, con rutina y responsabilidades compartidas.
Pasaron unos treinta minutos y escuché risas provenientes del cuarto. No alcanzaba a distinguir de qué hablaban por la distancia, así que me levanté y me dirigí hasta allí para pedirles que bajaran un poco la voz; no quería que el pequeño se despertara.
Al acercarme a la puerta, intenté prestar atención lo más que pude sin acercarme demasiado. Lo que escuché me dejó helado: Sofía le estaba contando a Valentina que, sin querer, nos había visto a Claudia y a mi teniendo sexo.
Lo más impactante fue el detalle con que hablaba. Hacía mucho énfasis en mí: en mi físico, en mi verga, describiéndolo con una mezcla de asombro y excitación. Valentina, lejos de sorprenderse, le confesó que yo le parecía atractivo, y que a veces, estando en su casa, se masturbaba pensando en mí.
Sentí que mi cabeza empezaba a dar vueltas; estaba completamente impactado por lo que escuchaba. Quise seguir escuchando un poco más, intentando procesar cada palabra.
Justo en ese momento sonó mi celular que había dejado en la sala. Corrí a contestar y era Claudia, avisándome que llegaría un poco más tarde porque iba a almorzar con una compañera de trabajo.
Luego de colgar, me senté en el sillón tratando de procesar todo lo que había escuchado. Encendí la tele intentando aclarar la mente, pero el morbo era más fuerte; las palabras de Sofía y Valentina seguían dando vueltas en mi cabeza.
No sé si pasaron quince minutos, pero la curiosidad me ganó. Me levanté y me dirigí de nuevo al cuarto para seguir escuchando. Al llegar, casi me paralicé: se escuchaban sonidos de besos.
Dije para mis adentros: “No puede ser”. Sabía que Sofía era lesbiana, pero no tenía idea de que Valentina también lo fuera. O tal vez solo estaban experimentando, no lo sabía. Lo único que atiné a hacer fue acercarme muy despacio hasta la puerta entreabierta, necesitaba ver eso con mis propios ojos.
Lo que vi fue una imagen que nunca imaginé: Sofía y Valentina besándose y acariciándose con pasión, como si estuvieran solas en la casa y nada más importara. Verlas así fue tan sorprendente como excitante; no pude evitar que la pija se me empezara a poner dura.
Sofía le sacó la remera a Valentina, y comenzó a chuparle las tetas con una desesperación deliciosa. Le mordía los pezones, se los lamía enteros, mientras Valentina gemía bajito, con la cabeza para atrás, los ojos cerrados, apretándole la cabeza contra su pecho.
Las manos de Valentina bajaron hasta el culo de Sofía, se lo agarraba fuerte mientras se restregaban una contra la otra. Al rato Sofía le bajó el short y la bombacha de un tirón, dejando a Valentina totalmente expuesta. Sin perder tiempo, se tiró de rodillas y le empezó a chupar la concha. Le pasaba la lengua de arriba abajo, chupándole el clítoris.
Valentina se retorcía en la cama, se tocaba las tetas con una mano y con la otra le apretaba el pelo, empujándola contra ella. Los gemidos de Valentina eran cada vez más fuertes, como si estuviera a punto de acabarse.
Yo no podía creer lo que veía, la pija me latía a punto de explotar.
De repente, Valentina la empujó suavemente y le dijo con la voz entrecortada:
—Ahora me toca a mí…
Se acomodaron rápido: Sofía se recostó y Valentina le abrió las piernas, se tiró encima y empezó a chuparle la concha con unas ganas tremendas, metiéndole la lengua hasta el fondo y al mismo tiempo metiéndole dos dedos, haciéndola gemir como loca.
Sofía no tardó en devolverle la jugada: se giró un poco y le metió también la lengua a Valentina. Quedaron en un sesenta y nueve perfecto, las dos con la cara enterrada en la concha de la otra, chupándose.
En un momento cambiaron de posición, se subieron una encima de la otra y empezaron a frotarse directamente. Movían las caderas con fuerza, las conchas mojadas chocando, el sonido húmedo llenaba la pieza. Se agarraban de las tetas, se mordían el cuello, gemían sin pudor, como si estuvieran solas en el mundo.
Yo miraba estupefacto, la pija ya me dolía de lo dura que estaba. Era la escena más morbosa y excitante que había visto en mi vida.
Me la saqué la verga del pantalón y empecé a pajearme ahí mismo, en la puerta, viendo todo ese panorama, pensando en nada más que en estar ahí con ellas.
El morbo me nubló completamente la cabeza. No podía seguir siendo un simple espectador. Con el corazón latiéndome en la garganta, abrí la puerta de golpe y quedé ahí, parado frente a ellas, con la pija dura en la mano.
Se quedaron quietas apenas un segundo, sorprendidas. Sus miradas bajaron directo a mi verga empapada de paja. En lugar de taparse o gritar, se sonrieron entre ellas, cómplices, y Valentina me dijo con voz jadeante:
—Pasá…
Crucé la puerta sin pensarlo. El olor a sexo me golpeó en la cara, un perfume húmedo y caliente que me hizo temblar.
Sofía me miró a los ojos, con la boca todavía brillante de los jugos de Valentina, y me dijo:
—Mostranos qué tan caliente estás…
Me quedé de pie al borde de la cama, la verga apuntando hacia ellas, se arrimaron despacito, como dos gatitas. Valentina fue la primera, me miró fijo a los ojos y le pasó la lengua por toda la cabeza, despacito, saboreándome, hasta que se la tragó hasta el fondo. Sofía no se quedó atrás: se inclinó desde el costado y empezó a chuparme la base, su lengua caliente deslizándose por la vena gruesa.
De pronto se miraron entre ellas, con la pija todavía entre sus labios, y se dieron un beso sucio, compartiendo mi sabor. Yo gruñí de placer, no podía creer lo que estaba viendo.
Después de ese beso fue Sofía que se la tragó entera, y me hizo gemir otra vez. Mientras Sofía chupaba, Valentina se encargaba de mis huevos, lamiéndolos con ganas.
También, cuando Valentina me la chupaba, Sofia la pajeaba a ella lentamente, y viceversa. Ese ir y venir era un show morboso.
Sin decir palabra, me tiré boca arriba sobre la cama, la verga empapada por la chupada que me habían dado. Apenas me acomodé, Valentina subió sobre mí, agarró mi pija con una mano y se la encajó despacio, dejándose caer hasta que la tuvo toda adentro.
Soltó un gemido ronco, arqueando la espalda, mientras yo sentía cómo su concha caliente me envolvía apretadísima.
Sofía no perdió tiempo: se acomodó sobre mi cara, abriéndose de piernas para que yo le chupara esa concha mojada. Apenas me rozó con su olor, me aferré a sus muslos y le pasé la lengua de abajo arriba, haciéndola gemir fuerte.
Ellas quedaron de frente, las dos montadas sobre mí, y se besaban con desesperación, mezclando saliva y gemidos. Valentina cabalgaba mi verga con movimientos cada vez más intensos, haciendo que mis huevos rebotaran contra ella, mientras Sofía me restregaba la concha en la boca, pidiéndome más con cada gemido.
Ellas se agarraban de las tetas, se pellizcaban los pezones, se manoseaban entre sí, todo sin dejar de besarse. Yo me volvía loco.
El ritmo se volvió frenético. Valentina se hundía cada vez más fuerte en mi pija, cayendo con todo su peso, y Sofía se corría contra mi boca, gemidos húmedos, convulsionando encima mío.
Valentina salió de arriba mío, se dejó caer sobre la cama con las piernas bien abiertas. Se acariciaba las tetas, jugaba con sus pezones, y su mirada iba directo a Sofía, la estaba llamando. Ella se acomodó entre sus piernas y le hundió la cara de lleno, chupándosela con desesperación.
Sofía quedó en cuatro frente a mí, la cola bien arriba, la concha goteando. No me lo pensé, quería cogerme a mi hijastra. Me puse detrás de ella, primero le rocé la concha con verga un ratito, preparándola, luego le agarré las caderas y de un solo movimiento le clavé toda la pija.
El grito que pegó se mezcló con el gemido ahogado de Valentina, que la tenía succionándole el clítoris sin parar.
La escena era brutal: Sofía con la cara enterrada en la concha de su amiga, gimiendo con la boca llena mientras yo la cogía duro desde atrás. Mis embestidas hacían que su lengua se hundiera más en Valentina, que se retorcía de placer en la cama, con los ojos cerrados y la boca abierta.
El choque de mis huevos contra ella sonaba fuerte, el cuarto se llenaba de gemidos, y jadeos.
Valentina se arqueaba, se agarraba las tetas con desesperación y le gritaba a Sofía que no parara, que la siguiera chupando. Yo, cada vez más caliente, la embestía más rápido, sintiendo cómo la pija se deslizaba empapada en esa concha ajustada que me apretaba como una loca.
Pasado un momento, ellas se acomodaron juntas, una al lado de la otra, las dos en cuatro frente a mí, las colas bien arriba, provocándome. Se miraron, se dieron un beso rápido, y fue Sofía la que me lanzó la frase entre jadeos:
—Hacenos la colita…
No necesité nada más. Me puse detrás de Sofía, le escupí un poco el culo y le clavé la pija de a poco hasta que entró entera. Ella pegó un grito ahogado, se aferró a la sábana con las uñas y enseguida Valentina le buscó la boca, besándola con fuerza mientras yo empezaba a cogerla por atrás. Cada embestida hacía que sus tetas se bambolearan y que su lengua se hundiera más en la de Valentina.
El morbo era tremendo: Sofía gimiendo con la pija adentro del culo, Valentina chupándole la lengua y metiéndole la mano entre las piernas, haciéndola acabar más rápido.
Le di duro un buen rato, disfrutando de esa colita ajustada que me apretaba con cada movimiento, hasta que la saqué con un gemido salvaje.
Sin dejar que se apagase el momento, me puse detrás de Valentina. Le abrí bien las nalgas y le empecé a meter la pija en el culo, despacio primero, hasta que me la aceptó toda.
Su cara se transformó, los ojos cerrados, la boca abierta, y Sofía aprovechó para besarla, para meterle la lengua y tocarle las tetas mientras yo la partía.
El ritmo fue creciendo, las dos en cuatro, dándose besos sucios, y yo comencé a turnarme entre sus colas calientes, clavándoles la verga y haciéndolas gritar juntas. El cuarto se llenaba con ese coro de gemidos y el ruido húmedo de la piel chocando, un espectáculo que me tenía al borde de estallar.
Yo ya no daba más, el calor del momento me estaba por reventar las pelotas. Les dije que estaba por acabarme.
Ellas, jadeando, se dieron vuelta y se acomodaron frente a mí, de rodillas en la cama, una al lado de la otra, las bocas abiertas, las lenguas listas, mirándome con hambre.
—Danos toda la leche en la boca… – me pidió Valentina, mientras Sofía se tocaba la concha y asentía con los ojos llenos de deseo.
Me puse de pie, puse mi verga entre sus caras y me pajeé, hasta que sentí el estallido subir desde el fondo.
Gemí fuerte y empecé a descargar. El primer chorro le dio de lleno a Sofía en la lengua, que se lo tragó enseguida; el segundo a Valentina, que lo recibió con un gemido y dejó que se le escurriera por la comisura de los labios.
Yo seguía tirando leche caliente a las dos, que abrían más la boca y se besaban entre ellas, pasándose mi acabada de una a la otra, mezclándola con sus lenguas. Verlas compartir mi leche me terminó de desarmar, saqué hasta la última gota.
Ellas se lamían mutuamente, como si no quisieran desperdiciar nada, mientras yo quedé ahí, respirando agitado, con la pija todavía dura y brillosa después de semejante acabada.
Luego del polvo quedamos un rato jadeando, las tres respiraciones mezcladas en ese cuarto cargado de olor a sexo y sudor.
Agarré mi ropa del piso y empecé a vestirme despacio, todavía con la pija pesada, brillando de la calentura que había quedado.
Antes de salir, Sofía me miró con esa carita de nena traviesa y dijo entre risas entrecortadas:
—No le digas a mi madre…
—Por supuesto que no —le contesté, con una sonrisa que le marcaba que aquello quedaba entre nosotros.
Valentina, más seria, se tapó con la sábana y me dijo con un dejo de miedo:
—Espero que esto no afecte mi trabajo…
Le sonreí y le susurré:
—Tranquilizate… creo que hasta te merecés un aumento de sueldo.
Cuando abrí la puerta para salir, me di vuelta una última vez. Ellas seguían pegadas, tocándose suavemente como si no pudieran dejar de estar calientes. Esa imagen me la llevé grabada en la cabeza.
Cerré despacio la puerta, me quedé quieto unos segundos y pensaba en lo ocurrido, acababa de concretar la fantasía muchos hombres maduros, cogerse a su hijastra.
Lo que no imaginé es que ese fue el comienzo del descontrol en casa.
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