La casa que mi papá nos había dejado era bastante grande. Mi madre tenía la ilusión de que al casarnos siguiéramos viviendo juntos en la casa con nuestras parejas. Mi hermana mayor se casó, y a su esposo le ofrecieron una gerencia en otra ciudad. Esto rompió esas ilusiones.
Unos meses después, mi madre pensó que era demasiada casa para nosotros tres, y decidió que se vendiera.
Nos mudamos al otro lado de la ciudad. Dejé de ver a mis amigos, las promesas de seguirnos viendo se perdieron entre la distancia y la vida cotidiana. Pasaron seis años desde que vi a mis amigos por última vez.
A mi tía la operaron, los tres nos turnamos para cuidarla para que no fuera tan pesado para mi prima.
Muchas cosas habían cambiado y algunas se mantenían igual.
Pasaron unos días, seguíamos alternándonos para cuidar a mi tía. Una tarde que esperaba el autobús para regresar a casa escuche que alguien me llamo.
–¿Javier? ¿No te acuerdas de mí?
Me quedé viéndolo tratando de reconocerlo.
–Soy Ramiro, acuérdate, nos juntábamos en la calle de la tienda.
En ese momento lo recordé. Él casi no se juntaba con nosotros, era un ratón de biblioteca, el del cuadro de honor en la escuela. Pasaba más tiempo estudiando que conviviendo con nosotros.
Apenas platicamos de algunas cosas del pasado y actuales. Me comentó que la siguiente semana era su cumpleaños y que el sábado lo iba a festejar con sus amigos, me invitó para que viera a algunos de los viejos amigos.
Ramiro es hermano menor de Sandra. Quería preguntarle por ella, para no ser tan obvio le pregunté como estaban sus padres, me comentó que estaban bien, ya grandes, pero bien.
–Sandra se casó, tiene gemelos. Se divorció y se volvió a juntar, pero se acaban de dejar hace poco.
Era seguro que estuviera casada, aunque no me alegró, sentí alivio de saber que no tenía compromiso. Sandra debería tener treinta años, seguramente ya se vería aseñorada.
–Te espero el sábado, sirve que saludas a Sandra, va a ser en casa de mis papás, ¿si te acuerdas de la dirección?
Le dije que si recordaba y que lo vería en su casa.
El sábado llegué unos cuarenta minutos después de la hora que me había dicho. No quería ser el primero, o de los primeros en llegar.
La puerta de su casa estaba abierta, se escuchaba barullo y entré. Su casa tenía un espacio para estacionamiento, la construcción a un costado del terreno por lo que dejaba un amplio jardín en forma de “L”, al fondo había una pequeña construcción con dos cuartos de servicio.
Había unas 15 personas cuando llegué. No se me hacían conocidos. Vi a Ramiro platicando con unas personas y me acerqué a saludar, me recibió y me presentó a sus amigos. Buscaba alguna cara conocida pero no conocía a nadie. Veía a las personas, ya no tanto para tratar de reconocer a alguien si no para buscar a Sandra.
En esas estaba cuando salió de la casa, llevaba unos platos desechables que dejó en una de las mesas.
Llevaba un vestido azul obscuro entallado, mostrando una hermosa figura, conservaba la belleza de su cuerpo, apenas se notaban unos rasgos de madurez en su rostro, seguía luciéndose hermosa como en aquellos años. Sus senos se notaban firmes y con buen volumen. Sus piernas bien torneadas, desnudas, cubiertas con algún tipo de aceite que las hacía brillar. Normalmente hubiera tratado de imaginar cómo se vería desnuda, pero ya la había visto, recordaba muy bien como era su cuerpo al natural.
Quise levantarme e ir a saludarla, pero me iba a ver demasiado obvio por lo que mejor esperé el momento adecuado.
Nos dijeron que podíamos pasar a comer. Sobre las mesas había ollas con diferentes guisados para preparar tacos. Íbamos formados sirviéndonos al gusto. Aproveché para quedar junto a Sandra.
–Hola, soy Javier, ¿cómo has estado?
Me miró tratando de reconocerme.
–Amigo de Tavo, y de Irma.
–No recuerdo. Ahorita platicamos si quieres. ¿Me ayudas a traer unos refrescos? Por favor.
Después de que casi tuvimos sexo, que no me recordara era un golpe fuerte al orgullo. Peor que un balde de agua fría. La seguí para ayudarla.
–¿Eres amigo de mi hermano?
–Si, lo encontré hace unos días y me invitó.
Llegamos a la cocina y se agachó para sacar unas botellas de una hielera. Su trasero se veía muy bien, se lucía con ese vestido entallado que llevaba.
–Oye, ¿te puedo preguntar algo? –Dijo Sandra.
–Si claro, lo que quieras.
–¿Sigues de ojete cogiéndote a las primas de tus amigos? Para advertirle a mis primas que tengan cuidado contigo.
No me esperaba esa pregunta. Después de un segundo que me pareció una eternidad Sandra soltó una carcajada.
–¡Es broma!
Reí nerviosamente.
–Conmigo no hay problema, ahorita te las presento y me dices con cuál te quieres acostar. Ya, en serio, ayúdame con esta hielera.
Cargué la hielera y salimos al jardín nuevamente. No recordaba que Sandra tenía un humor un tanto ácido. Platicamos sobre lo que había pasado en el tiempo que no nos vimos. Recordamos un poco a vecinos y viejos amigos. No tocamos el tema de la vez en casa de Tavo, aunque si hablamos de él y de Irma.
El tiempo pasó muy rápido. Ramiro había tomado demasiado y se quedó dormido. Casi todos los invitados se habían marchado ya.
Entre la esposa de Ramiro, Sandra y yo lo llevamos a su cuarto. Sandra me dijo que ya era tarde, que podía quedarme en uno de los cuartos de servicio. Le agradecí, pero rechacé la invitación.
Regresamos al jardín y Sandra me dijo que tomáramos un último trago antes de que me fuera. Nos quedamos platicando y tomamos más de dos tragos. Sandra insistió en que me quedara.
–Quiero que hagamos lo que no pudimos hacer hace tiempo. Irma me dijo que coges muy bien. No sé porque te fuiste ese día.
Sandra rondaba los treinta años. Su cuerpo se veía como en aquel entonces. Su rostro tenía unas líneas de expresión muy leves, el tiempo la había tratado muy bien.
–Anda, sería una bonita forma de cerrar este día, celebrar este reencuentro.
–Nada me gustaría más Sandra. Hay que cerrar ciclos y no dejar cosas incompletas. –Le contesté
Se levantó, metió las manos por debajo de su vestido y deslizó hacía abajo una pantaleta negra.
–No la voy a necesitar, ve al primer cuarto, ahorita estoy contigo.
Sandra entró a la casa, tomé la prenda que dejó, la guardaría como un recuerdo y me dirigí hacia el anexo.
El lugar estaba limpio, había apenas unas cosas, por supuesto una cama, una mesa, una alacena, me llamó la atención un sillón que parecía ser de un gigante, aparentaba ser individual, cabían perfectamente dos personas, respaldo ancho y alto.
Sandra entró con unos cobertores para tender la cama. Estiró uno de ellos sobre el colchón, su vestido entallado dibujaba su hermosa figura, al estirarse para acomodar el cobertor, su trasero, su cadera y sus nalgas redondas se veían bastante provocativas. Con el movimiento, su vestido se alzó lo suficiente para ver la parte baja de sus glúteos.
Se hincó sobre la cama para alcanzar las esquinas, su vestido subió un poco más, en la posición que estaba podía ver la línea de su vagina y su ano. Toda esa estimulación visual me la habían puesto dura, acomodé mi miembro y me acerqué a Sandra.
–No has cambiado Sandra, sigues igual de hermosa, estás igual de buena que antes.
–No es cierto, estoy más buena, y tengo más experiencia. –Dijo Sandra mientras volteaba la cabeza para verme provocativamente.
Se puso de pie frente a mí tratando de acomodarse el vestido. Me miró fijamente con los labios entreabiertos. Nos besamos al tiempo que recorrí con mis manos su cintura hasta su trasero. Al pegar nuestros cuerpos sintió mi erección.
–¡Que dura la tienes Javier!
La aventé hacia la cama, ella entendió y abrió las piernas. Pasé mi lengua por su rayita, besé sus muslos y regresé para que mi lengua se abriera paso en su vagina. Mientras lo hacía saqué de mi cartera un condón, desabroché mi pantalón, desenvainé mi pene, lo enfundé en el condón y me incorporé, no le di tiempo a Sandra de decir nada. Me puse entre sus piernas, pasé la punta de mi pene en su vagina para impregnarlo de su fluido, apunté a su entrada y gentilmente lo fui metiendo.
Sandra suspiró mientras entraba poco a poco en ella. Levanté sus piernas para acomodarnos mejor y la penetré profundo.
–Que rica verga tienes Javier, sí que traes ganas.
–Te traigo ganas desde esa vez, desde que te volví a ver quise continuar con lo que dejamos pendiente.
–¿Y el cachondeo? Andas urgido, ¿hace cuanto que no coges?
–Ya lo tuvimos, ya nos acariciamos, ya toqué tus senos, tu trasero, me la chupaste, me faltaba metértela.
–Es cierto, recuerdas bien ese día en casa de Tavo. Dame fuerte, ensártamela toda.
Quién nos hubiera visto pensaría como Sandra, que hace tiempo no tenía sexo. Apenas le había levantado el vestido, yo no me había quitado los pantalones y ya estaba encima de ella.
Sandra apenas tenía su vagina lubricada para penetrarla, fui sintiendo como se calentaba, como poco a poco mi pene se deslizaba más fácilmente para entrar y salir. La penetré profundo, sus suspiros ahora eran ligeros jadeos que esbozaban que disfrutaba sentirme adentro de ella.
Sus piernas se abrazaban a mi cintura, sus manos acariciaban mi espalda, Sandra ya estaba encendida, su rostro reflejaba placer.
En todo ese tiempo casi no había cambiado, su rostro seguía hermoso, facciones finas, se conservaba bastante bien.
–Mmm, cuanta energía tienes, pareces un adolescente.
Seguí moviéndome, rápido y profundo, me sentía como ese adolescente de dieciocho años que se quedó con las ganas de tenerla.
Sentí como su lenguaje corporal indicaba que no faltaba mucho para que llegara a su orgasmo, estando casi a punto cambié el ritmo, me mantuve sobre ella dejándole a su cuerpo poco movimiento, sus manos recorrían toda mi espalda casi rasguñándola, sus piernas se movían inquietas, errantes, tratando de encontrar ese ritmo que le estaba dando tanto placer.
–¡Cógeme duro, como lo estabas haciendo!
Apenas me moví, Sandra tuvo su orgasmo, sus gemidos disminuían y su cuerpo empezaba a relajarse. En ese momento subí la intensidad nuevamente llevando la punta de mi pene hasta su entrada y deslizándolo con firmeza y profundidad, rápido, una y otra vez calculando el movimiento preciso para que no se saliera.
–¡Así, así, no pares, cógeme así, dame duro!
De inmediato tuvo otro orgasmo, no dejé de moverme hasta que abrió los ojos, su mirada era una mezcla de placer, satisfacción y agradecimiento.
Nos miramos por unos segundos, sentía las contracciones de su vagina, nos besamos suavemente, nuestras lenguas jugueteaban. Nos besábamos como si apenas estuviéramos iniciando el cortejo.
Bajé por su cuello siguiendo un camino que me guiara a sus senos. Chupé y mordí suavemente sus pezones, pasaba de un seno a otro, dándome tiempo de disfrutar cada uno. Lamí toda su redondez.
La respiración de Sandra poco a poco regresaba a la normalidad.
–¿Te quieres venir en mis tetas cariño?
–Quiero recordar tu cuerpo, quiero disfrutarlo. –Le respondí.
–¿Primero me cojes y luego me cachondeas? ¿No debería de ser al revés?
No le respondí, le sujeté las piernas para acostarla y me sumergí entre ellas para lamer su vagina. Acarició mi cabello, presionaba mi cabeza contra ella.
–¿A qué sabe mi panocha?
–A placer. –Le respondí.
–Te la vas a acabar o le vas a dejar algo a tu verga?
–Hay suficiente para todo.
Continué disfrutando, besando, lamiendo, recorriendo su sexo, percibí como su respiración se intensificaba, sus piernas se apretaban, sus dedos se enredaban en mi cabello.
–Vamos al sillón. –Dijo Sandra.
Me incorporé, ayudé a Sandra a levantarse. Caminó hacia el deforme sillón, subió una de sus piernas al asiento y se inclinó hacia adelante para apoyarse en el reposabrazos.
Su cuerpo seguía en buena forma, igual que como lo recordaba de la casa de Tavo. Su trasero levantado era una clara invitación a penetrarla.
Me acerqué blandiendo mi miembro como si fuera una espada. Lo apunté hacía su entrada y empujé para abrirme paso.
–Mmh, si, que rico.
–Que delicioso trasero tienes, creo que estás más buena.
Con el vaivén de mi cuerpo pegando en su trasero se escuchaba ese clásico sonido, “fap fap fap”. Sandra gemía más fuerte. Su espalda se arqueaba para levantar su trasero.
–Qué rico te mueves, dame así, más.
Acaricié sus senos, bajé mis manos a su cadera para sujetarla e incrementar el vigor al penetrarla en un movimiento continuo.
–Siéntate, quiero darte unos sentones.
Me senté, por las dimensiones del asiento prácticamente quedé acostado, Sandra se montó en mi pene, bajaba lentamente sobre él, ver como mi miembro se perdía adentro de ella visualmente era excitante, sin dejar de lado el placer que su movimiento me estaba dando.
Mis manos en su cintura acompañaban sus movimientos. Sandra pasaba la punta de sus dedos sobre mi escroto, la sensación era más intensa, era apenas un roce, pero la sensación se acrecentaba.
Jalé a Sandra en uno de los sentones, esto la desbalanceó, hizo sus manos hacía atrás tratando de encontrar en dónde apoyarse.
Puso sus manos en mi pecho y siguió moviéndose, más intensa. Moví mis manos a sus nalgas, como ayudándola a guiar sus sentones. Sentí que esa posición la cansaba, estaba a punto de decirle que cambiáramos cuando puso uno de sus pies en mi pierna con lo que recupero el ritmo que llevaba, en un momento subió el otro pie a mi otra pierna.
Retomó el control y la intensidad, era una posición nueva para mí, sus movimientos eran bruscos, muy placenteros. Sandra jadeaba más, estaba imparable.
La excitación y el placer aumentaban en cada movimiento, pero también la fuerza de Sandra disminuía, conforme se acercaba a su orgasmo le era difícil mantenerse en esa posición. Se acostó sobre mi cuerpo, bajo los pies y a partir de ese momento tomé el control, moví mi pelvis, la penetré con fuerza para que llegara a su orgasmo.
Sandra gemía mucho, subía la intensidad, dejó caer totalmente su cuerpo al tener su orgasmo, su cuerpo se estremecía. Los dos sudábamos y jadeábamos.
Su cuerpo resbaló al sillón, quedó de lado y giré hacia ella. Levanté su pierna y hundí mi pene en su vagina.
–Javier, no tienes llenadera, ¿más?
–Hasta dónde tú quieras Sandra, estás bien buena, quiero disfrutar más.
Por un fugaz momento pensé en que como anfitriona en la fiesta de su hermano y los preparativos estaría cansada.
Seguí penetrándola, no tardaría en venirme. Había pasado mucho tiempo desde que estuve a punto de tener sexo con ella. Había perdido la oportunidad de hacerlo con una de las tres chicas más deseadas de mi antiguo barrio. No pensé nunca que finalmente tendría la oportunidad de estar con Sandra.
–Acuéstate Sandra, quiero venirme en ti en posición de misionero.
Se acostó, vi su cuerpo de 10. La tomé de los tobillos para levantar sus piernas, admiré sus pantorrillas bien formadas, su vagina con sus labios bien abiertos.
Me encanta ver los senos cuando el empuje en la penetración los hace moverse en círculos.
–Vente papito, así que rica cogida.
Sandra me animaba, me miraba fijamente como esperando que tuviera mi orgasmo.
–Qué rico coges, qué rico trozo tienes. ¿Quieres darme por el culo corazón?
No le contesté, seguí penetrándola con intensidad hasta que ya no hubiera vuelta atrás.
–Ya Sandra…
–Si papito, dame duro, qué rica verga.
Estaba dando las últimas estocadas antes de quedarme paralizado por tanto placer. Mientras, Sandra gemía fuerte, intensamente.
–Yo también papi, yo también me vengo…
Nuestros gemidos se entremezclaban, me descargué un poco antes que Sandra llegara.
–Así papi, hasta el fondo.
Empujé con fuerza, mi cuerpo estaba recargado en el suyo mientras terminaba de vaciarme.
–Así quédate papi, empuja, quiero sentir como se va quedando dormida tu verga.
Nos miramos un momento, no era que estuviéramos enamorados, de esa manera fue como nos agradecíamos por lo que nos habíamos hecho sentir mutuamente.
Cuando se la saqué se le quedó viendo a mi pene.
–Recordaba que la tenías pequeña, está muy bien, muy gruesa también.
–Es que, si la comparas con la de Tavo, cualquiera parece pequeña.
–Si, yo creo que por eso me quedé con esa idea, al fin me cogiste, después de cuánto tiempo, si hubiera sabido como cogías…
Nos quedamos acostados en el sillón, cuando desperté por la mañana tenía puesto un cobertor, Sandra no estaba. Me vestí, no sabía que hacer, ¿debería irme?, ¿ir a la casa para despedirme?, ¿o esperar a que Sandra me buscara?
–¿Estás despierto Javier?
Era Ramiro que tocaba a la puerta, abrí y me dijo que pasáramos a desayunar. A la mesa estaba su esposa, sus padres y Sandra. Me sentí un tanto incómodo, asumí que tal vez se dieron cuenta de lo que había pasado.
Al terminar Sandra me dijo que me podía dar un aventón en su coche.
–Vámonos Javier, te quiero presentar a unas primas.
Sentí que me puse de mil colores, aunque creo que nadie entendió porque hizo ese comentario.
Sandra y yo nos vimos unas veces más, en plan de diversión y por supuesto unas buenas sesiones de sexo.
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