Nosotras cuatro contigo (2): La estación terrible

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Dos años antes del viaje, Dinora y Nina habían tomado clase con una maestra anciana y pelirroja, de pechos puntiagudos, que les había dejado la tarea de investigar el significado de sus nombres. Dinora llegó con una inocencia casi infantil al día siguiente y se los señaló a Nina, escritos en su cuaderno con una caligrafía garigoleada:

—Dein-óora —leyó con lentitud y satisfacción. —”La estación terrible”.

Pasando los años, Nina no podía dejar de pensar en esas palabras. Pensaba en los chicos a los que cazaban las cuatro amigas… en los chicos que atrapaban en un medio círculo, con la idea de que Dinora los excitara con su belleza y su cercanía para luego arrojárselos a Arteaga. Para esos chicos, la vergüenza quedaría para siempre unida al deseo, y viceversa; Dinora estaría por años en sus fantasías y en sus pesadillas. Además, se sabían feos precisamente por haber sido elegidos por Arteaga como sus presas. Su deseo siempre les recordaría lo vulnerables que eran.

La misma Nina había sido siempre utilizada por los hombres. Ella sabía algo de todo esto… ¡Qué frágil es la juventud! Para esos chicos la primavera sería una estación terrible.

En el hotel de la playa, Nina se había sentado en una de las dos camas y veía la escena que seguía desarrollándose. Elías tenía la cabeza apoyada contra la pared y miraba al techo. Dinora, a su lado, le respiraba en la mejilla, apoyando sus pechos contra el hombro de él. Arteaga le había bajado el pantalón hasta las rodillas, y lo masturbaba de pie, mientras le besaba el cuello. Nina intentaba no mirar el pene de Elías, que estaba completamente erecto en la mano derecha de Arteaga… pero no podía no mirar. Cada tanto el glande salía por arriba del pulgar de su amiga, con un electrizante color púrpura, coronado por una bandita de color rojo.

Fer había ido a asaltar el minibar del cuarto y le trajo a Nina una cerveza. Nina tomó a Fer del brazo y le susurró:

—¿Esto te parece bien?

—¿Que Arteaga vaya a coger?

—Que vaya a coger… así.

—Es un hombre, Nina —dijo Fer, como si estuviera diciendo la cosa más natural del mundo.

—¿Eso qué se supone que significa?

—¿Cómo que qué significa? ¿Ya te olvidaste de cómo te trató el Rodrigo? Todos los hombres son así. Míralo: ni dice nada. Se está así, quieto, dejando que le hagan. Ve que hasta mira al techo. No le voltea la cara a Dinora. ¿Sabes por qué? Porque Dinora lo excita. Porque Dinora me excita, te excita… Dinora es excitante, pues.

Nina torció la boca; por un momento sintió que empezaría a llorar. Fer le sonrió con un poco de condescendencia. Luego le frotó las mejillas con el dorso de los dedos y puso su frente en la de Nina.

—Te he visto verme. Sabes que soy feliz. Aquí, lejos de todo, puedo ser feliz. ¡Soy libre, Nina! Y me sentí especial con una persona especial. ¿No quieres eso para Fani?

A Nina toda la argumentación de Fer le parecía muy insuficiente… hasta que llamó a Arteaga por su nombre. La ternura entre amigas le podía mucho al corazón de Nina.

—A lo mejor Dinora necesita un relevo en algún momento. Bebe —concluyó Fer y Nina bebió la cerveza hasta el fondo.

Dinora se le acercó más a Elías y le mordió delicadamente una oreja, pasándole después los labios. Arteaga tomó eso como una indicación, se puso de rodillas y empezó a chuparle el pene a Elías… Nina se dio cuenta de que cuando Arteaga escuchaba “chupar”, pensaba que era justo así. No tenía mucha idea de lo que estaba haciendo. Daba lengüetazos erráticos a miembro de Elías, y se metía un costado del tronco a la boca, para succionarlo, como si así se comiera también las paletas heladas.

Mientras Nina veía esto, Dinora se fue al minibar y tomó una cerveza para ella misma.

—Parece que esto va bien —dijo. —Hay que dejarlos un rato.

Pasado ese rato, Elías no terminaba. Aún veía al techo y su erección, aún considerable, había empezado a disminuir. Arteaga no quería molestarse, porque la estaba pasando bien, pero en lo profundo de su corazón se sentía ofendida. Se irguió, se quitó la ropa interior y comenzó a besar a Elías.

—¡Len-gua, len-gua! —volvieron a corear las amigas, incluso Nina.

Esta vez Arteaga consiguió que Elías abriera la boca. Le succionaba los labios y buscaba su lengua para que la correspondiera. Elías, quizá porque aún quería no ser grosero, le correspondió un poco, lo que animó a las amigas y las hizo acercarse.

Mientras pasaba todo esto, Arteaga se había empezado a restregar, sin ropa interior, contra Elías. Le había metido el muslo entre las piernas, y frotaba desde abajo su miembro, que se había erguido nuevamente, hasta rozarle a ella la panza, sobre la camisa.

Fer entonces tomó una de las nalgas de Arteaga y le dijo:

—¡Esa Arteaga! Nos has estado escondiendo este culito, que no está nada mal.

Mientras manoseaba a Arteaga, Fer llevaba el mismo ritmo con el que Arteaga frotaba a Elías. La empujaba un poco y hacía que su pierna lo estimulara más a él. Pero no era sólo eso. Fer se sentía feliz de manosearla y Arteaga lo consideraba parte normal de la seducción.

Dinora también comenzó a tocarla. Tomaba una nalga entera y la hacía batirse en el aire. Nina se sintió feliz de que Arteaga recibiera algo de cariño de sus amigas, y empezó a tocarle el pecho, sobre la ropa.

Al sentirse rodeada de sus amigas, Arteaga quitó la pierna del miembro de Elías. Este, discretamente, fue a sentarse en una de las camas, viendo a las amigas. Fer besó a Dinora, con una intensidad inusitada. Dinora desató el traje de baño de su amiga y cayeron en su manos dos pechos grandes y redondos, con un pezón muy compacto, muy oscuro y muy erecto. Dinora se agachó a besarle una vez cada pecho. Luego se puso detrás de Fer, la hizo voltearse hacia Elías y le tomó los pechos desde la espalda, haciéndoselos botar, lanzando un pecho contra el otro, pellizcando el pezón entre las falanges de dos dedos.

—¿Te gustan los pechos de nuestra amiga Fer? Tienes que admitir que está muy buena.

Fer se empezó a reír de la situación, de la vergüenza que se pintó en la cara de Elías cuando les desvió la mirada. Cuando Elías volteó a verla, ella misma se tocó los pechos y le lanzó un beso al aire. Mientras Fer excitaba a Elías con ese espectáculo, Dinora le bajó la parte inferior del traje de baño, dejándola completamente desnuda.

Fer, realmente enojada, pero también entre risas y muy excitada, comenzó a insultarla y a forcejear con ella, para dejarla también desnuda (para ese momento Dinora aún usaba su falda azul claro y tenía su traje de baño completo). Llegaron a la cama; Fer tiró en la cama a Dinora y le quitó la falda. Elías las veía con más estupefacción que excitación.

Mientras todo esto pasaba, Nina se había quedado con Arteaga,

Nina no podía decir si le atraían las mujeres (más adelante concluiría que, en general, no), pero sí sabía que la situación la excitaba mucho. Le gustaba tocar los pechos de su amiga y encontrarlos lindos. Le desabotonó la blusa y le besó las clavículas. Arteaga se dejaba hacer y daba suspiros cada tanto. Sólo le quedaba puesto un brasier, que Nina no quería hacer grande metiendo la mano, así que, cuando acariciaba sus pechos, sólo acariciaba los márgenes.

Arteaga notó esto, y se sacó los pezones del brasier aún puesto, para que Nina pudiera lengüetearlos de arriba a abajo, besarlos y mordérselos con cariño. Nina se sentía muy orgullosa de darle placer a Arteaga, aun cuando no tenía experiencia con mujeres. Se limitaba a hacerle las cosas que a ella misma le gustaban en el sexo, y parecía que eso le estaba funcionando bastante bien.

Pero ocurre que Nina también había tomado los pechos de Arteaga con la intención secreta de separarla de Elías. Sentía pena por él. El chico estaba rentando ese cuarto con su hermano, no podía sencillamente dejárselo a unas casi desconocidas. No podía irse y ya. La esperanza de Nina era que Arteaga se aburriera de él, y prefiriera el contacto de sus amigas. El problema es que Arteaga veía la situación exactamente igual que Nina: su orientación sexual podía hacer una concesión para fajar con sus amigas, pero su principal objeto de interés seguía siendo Elías.

En el momento en el que Fer tiró a la cama a Dinora, Arteaga quitó la vista de Nina y la llevó a las camas: en una estaba sentado Elías, en la otra, sus dos amigas se debatían entre el forcejeo y el faje. Caminó a la cama de Elías, con Nina detrás de ella. Se sentó junto a Elías; Nina había intentado quedar en medio de ambos, pero tuvo que resignarse a sentarse del otro lado de Elías, dejándolo a él en medio. Los tres veían a Fer intentando desvestir a Dinora, mientras ésta le hacía cosquillas para tratar de imponerse.

—¿Te gusta todo esto? —le preguntó Arteaga.

Nina se preocupó al ver que Elías no respondía, y le preguntó:

—¿No es esto lo que querrían ver todos los hombres?

Su pregunta no era retórica, iba en serio, pero se escuchó como si ella misma lo creyera. Leías solamente se encogió de hombros.

—Esto es lo que muchos hombres querrían ver —Nina intentaba disculparse por lo que había dicho, pero cada vez sonaba peor.

Arteaga tomó el miembro de Elías y empezó a masturbarlo muy lentamente. Ella misma, de pronto, se estaba masturbando con la mano que le quedaba libre. Al notar esto, Nina desvió la mirada. Prefirió mirar a Dinora. Fer no había conseguido quitarle la parte de arriba del traje de baño, que Dinora había protegido celosamente, pero sí consiguió quitarle la parte de abajo. Mientras seguían forcejeando, una pierna de Dinora quedó entre las piernas de Fer que, finalmente, dejó de forcejear con ella para besarla. Dinora la besó también. Fer llevó su mano al sexo de Dinora y empezó a masturbarla. En ese momento, Nina no pudo más: abrió el botón metálico de sus bermudas, metió la mano, hizo a un lado su ropa interior y comenzó a masturbarse también

Dinora gimió muy profundamente, cuando vio por el rabillo del ojo a sus dos amigas y a Elías. Detuvo un momento a Fer y puso una almohadas contra la pared. Después, le indicó a Fer que siguiera. Con este cambio, una Dinora más erguida podía verlos a todos. Ahora, mientras Fer le besaba los pechos y terminaba por dejarla completamente desnuda, Dinora dijo:

—Tú hazme lo que quieras, Fernanda. Ahorita que Arteaga suelte la verga del Elías, vas a ver.

—Yo no voy a dejar que me la meta —gruñó Fer, de forma tajante. —No me gusta la verga… de pendejitos como este.

Nina no pudo dejar de notar que Fer aún no podía nombrar su deseo. ¿Estaba pensando en ese momento que era bisexual? ¿No había pensado nada aún? Nina estaba pensando todo esto cuando sintió que algo se hundía en la cama y escuchó que Elías dio un quejido. No quiso voltear en ese momento. Cerró los ojos. Luego dio un suspiro y los abrió. Arteaga se había subido en Elías, se había metido el pene de un solo golpe y se lo estaba cogiendo. Lo último que Nina pudo ver fue que Elías, con los brazos tensos y extendidos, se aferraba al borde de la cama.

Nina se levantó. Se preguntó si sería bueno que saliera. Si a Elías le serviría más que en el cuarto hubiera tres invasoras y no cuatro. Igual ella no había podido hacer nada por él.

—No te vayas a correr, puto, que te las estás cogiendo a pelo. Te sales antes —escuchó que le gritó Fer a Elías, con los oídos zumbándole y como si su voz viniera de muy lejos.

Cuando Nina tomó su segundo aire y pudo ver lo que estaba pasando, vio que Fer y Dinora, completamente desnudas, estaban a cada lado de Arteaga. Cada una le sostenía un pecho y ambas le empujaban las caderas, para hacer que la penetración fuera más profunda. Fer incluso había empezado a masturbarla mientras tanto.

Nina se acercó. Era natural. Estaban en medio círculo. Ella tenía un lugar allí. Dinora noto lo afectada que estaba Nina y le dio un beso en la frente, seguido de un abrazo. Elías ahora se tapaba la cara con ambas manos y gemía sordamente.

—¡Va a acabar, salte! —le dijo Dinora a Arteaga y entre ella y Fer la hicieron quitarse.

La misma Dinora se arrodilló y empezó a masturbarlo, intensísimamente.

—Ahora, te vamos a dar un premio especial. ¿En qué tetas quieres acabar? Pueden ser las mías o las de Fer… o hasta las de Nina.

Fer entonces tomó por encima de la ropa de Nina sus pechos, breves y cálidos, como si quisiera decir “puedo desvestirla en dos segundos”. Pero Elías seguía gimiendo, con la cara tapada por las manos, sin decir nada.

—¡Pues no acabes si no quieres! —le espetó Dinora, y lo dejó, allí, erecto, al borde del orgasmo y gimiendo.

Fer quitó las manos de los pechos de Nina. Las chicas se pusieron sus calzones y camisas, se terminaron sus cervezas y sacaron más del minibar.

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