Primer amor

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T. Lectura: 3 min.

Éramos jóvenes y vírgenes. La pasión nos atrapó un otoño en los pasillos de la facultad y no podíamos dejar de besarnos sentados en cualquier banco.

Recuerdo aún el sabor de su saliva. Nos acariciábamos por encima de la ropa y nuestras manos, tímidas, se introducían bajo ella deseando más.

Era levemente pelirroja y sus menudos pechos se endurecían a mi contacto. Su suave y pálido cutis estaba cubierto de pequeñas pecas rosadas. Sus nalgas, grandes y duras, destacaban bajo sus jeans estrechos y soñaba con verla un día desnuda. Pero tenía novio en el pueblo de veraneo y ella no quería llegar más allá.

Mis erecciones eran inmediatas solo a la vista de sus ojos almendrados de color verde esmeralda. Cada noche, al llegar a casa, oliendo aún a su intenso perfume floral, me masturbaba con frenesí y me corría inmediatamente imaginándola tumbada en la cama solo con su diminuto tanga.

Un día al atardecer, ocultos en la penumbra del jardín de la facultad, mientras nos besábamos, su larga y fina mano se posó sobre mi bragueta y notó el enorme bulto; me bajó la cremallera.

-Solo quiero tocarte la punta -me dijo.

Me la hizo aflorar y, con nervios por si nos veían, pasó sus yemas por mi glande.

-Te la chuparía ahora mismo.

-Creía que no lo habías hecho nunca.

-Bueno, en los pueblos, en verano, se hacen muchas cosas.

Sentí celos retroactivos.

-Hazlo.

Era mi primera vez y el contacto de su lengua en la polla me hizo estremecer. Mientras me la mamaba, le bajé el sujetador y noté sus pezones erguidos. Cuando me disponía a comérmelos, un ruido inesperado nos interrumpió.

Las semanas transcurrieron entre escarceos y magreos inocentes.

Durante ese tiempo, descubrí que ella había hecho el curso anterior algo parecido con un amigo italiano que teníamos en común y yo no me había enterado de nada; creía, pobre de mí, que le daba clases de italiano:”Io bacio, tu baci”. Imaginarla haciéndole una felación me provocaba sentimientos encontrados. También supe de un amigo del barrio del que a veces me hablaba demasiado. Los celos incrementaban, sin embargo, mi deseo; ese culo portentoso me volvía loco a pesar de intuir que me estaba tomando el pelo, pero las hormonas no tienen neuronas.

Al cabo de unas semanas, asistimos, junto a otros compañeros, a un curso de verano. Una tarde calurosa, tras bañarnos en la piscina, nos escabullimos y acabamos en la habitación de la residencia de estudiantes. Pasé el pestillo al entrar y la abracé aún húmeda. Nos besamos y, sin su permiso, le quité la parte de arriba del bikini. No protestó así que, de un tirón, le bajé la braguita, dejándola totalmente desnuda. Pasé mi mano por su pubis. “¡Qué guay!”, dijo.

La eché sobre la cama y ella extendió los brazos hacia atrás y separó las piernas. Le comí el coño mientras ella gemía con la punta de la lengua sobresaliendo por la comisura.

Empalmado y con el sabor salado en mi lengua, la quise penetrar. “No, por aquí no. Aún no quiero” y, agarrándome el miembro, apuntó a su ano. La entrada fue más suave de lo que nunca hubiera creído. Ella jadeaba. “Sólo un poco”, decía mientras se masajeaba el clítoris. Pero fue a más y mis sacudidas aumentaron. Noté su orgasmo al mismo tiempo que yo eyaculaba dentro de su estrecho canal.

Con el transcurso de los días, tuve la sensación creciente de que me rehuía. Un día de principios de verano, me tumbé desnudo en su cama y me pegué a su espalda introduciéndole mi polla erecta entre las piernas. Cuando le quise bajar el tanga, sin girarse, me detuvo con una mano. “Hoy no me apetece”.

Las señales eran cada vez más evidentes pero no quería asumirlo; sentía un hormigueo en el estómago cada vez que la veía y parecía que una puerta tras otra se fuera cerrando frente a mí.

En la noche insomne, se me aparecían sus ojos verdes mirándome indiferentes y creía paladear el sabor de sus pequeños pezones y de su clítoris húmedo.

Poco antes de finalizar el curso, los más íntimos de la clase fuimos a cenar; también terminaba nuestra carrera universitaria. Ella no me hizo mucho caso durante el evento y luego, en la discoteca, ataviada con un corto vestido veraniego, tonteó con una amiga mientras bailaban muy juntas.

Ya de madrugada, apareció el amigo del barrio acompañado de otros chicos. A pesar de su juventud, lucía unas canas que lo hacían mayor, efecto multiplicado por su gran altura. En cuanto lo vio, ella corrió hacia él y lo besó en los labios. Desde la barra donde tomaba un vodka con naranja y me fumaba un pitillo, el corazón me dio un vuelco. “Mejor te llevamos a dar una vuelta”, me dijeron dos amigos.

No supe de ella durante unos días. Recordé que se iba de vacaciones a su pueblo y me presenté en la estación. Se sorprendió al verme. Intercambiamos unas breves palabras y al final:

-Creo que él no estaba previsto en el guion de la película -le dije de pronto.

-Quizás eras tú el que no lo estaba.

Nos despedimos. Mientras el ascensor se elevaba, dejé de verle primero las piernas, luego el torso, finalmente sus ojos mientras se daba la vuelta.

No la volví a ver nunca más.

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2 COMENTARIOS

  1. Gracias por el relato.

    Creo que es un acierto empezar con una narración más extendida en el tiempo, más general y difusa (la de los primeros tres párrafos), e irla volviendo poco a poco más concreta: el jardín de la facultad, los rumores y finalmente el viaje veraniego. Creo que esto consigue bien crear la atmósfera de esos grandes recuerdos dolorosos, que a veces nos llegan a la mente como momentos y otras veces como épocas.

    El tema de la distancia emocional después de la primera relación sexual me recuerda a “El principio del placer” y a la película coreana “Burning”. Pero me gusta la sencillez de este relato, porque, al no dar explicaciones y al casi no describir las sensaciones, al arrojarnos solo los actos a la cara, funciona como un mito de esos primeros amores, en el que cada quién va leyendo y recordando lo que prefiera.

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