Nosotras cuatro contigo (4): Nina

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T. Lectura: 7 min.

En el hotel de playa eran las 2 am. Todo oscuro. Dinora y Arteaga dormitaban en la misma cama. Nina estaba sentada en otra cama, completamente vestida, tratando de juntar valor para ir a hablar con Elías, que se veía como un fantasma pálido, meditando en el balcón.

—Duérmete, putita —le dijo Dinora, que jaló una cobija para taparse la cara. —Me estresa sentirte allí sentada.

Ese diálogo sacó por fin a Nina de su trance. Salió al balcón y cerró la puerta. Se frotó las manos. Sacó un encendedor de una de las bolsas de sus bermudas y prendió un cigarro.

—¿Fumas? —le preguntó a Elías.

—Normalmente no.

—¿Quieres compartir el mío?

Elías asintió con la cabeza, sonriendo tristemente.

—¿Por qué no nos echas del cuarto? —le preguntó Nina mientras le pasaba el cigarro. —¿O por qué no te vas, o le hablas a tu hermano? Creo que no estás bien aquí.

Elías lo pensó un momento e hizo un gesto de incomprensión con los hombros, mientras le daba una calada.

—Sabes que lo que dice Dinora sobre “ser hombre” no tiene sentido, ¿verdad? —le preguntó Nina. Sonaba molesta, pero en realidad sentía pena por él.

—Tú también lo dijiste —le recordó Elías.

—Estábamos en medio de… bueno, se supone que yo tengo que decir esas cosas… Además, cuando lo dije no esperaba que pasara esto.

Finalmente, Nina eligió mejor callarse. Le dio la espalda a Elías y no lo volteó a ver hasta que tuvo claro qué quería decirle.

—Al menos pudiste ver el mar.

—Sí. Pudimos ver el mar —dijo Elías, sonriéndole.

Nina le tomó el hombro con camaradería.

—Deberías entrar. Duerme un poco —le sugirió a Elías.

—No, duerme tú… gracias por venir a verme.

Finalmente, después de unos cuantos diálogos y gestos confusos, de mutua amabilidad, Elías y Nina se acostaron en la misma cama. Nina se dio la vuelta para no ver a Elías, pero se encontró con los ojos despiertos y penetrantes de Dinora, que le sonreía.

—Piensa que voy a hacerle lo mismo que ellas —se dijo Nina, y volteó hacia el otro lado.

—Perdóname —le dijo Nina a Elías. —Quiero dormir hacia este lado… no quiero verlas.

—Está bien —le dijo Elías. —¿Crees que se puedan ir mañana? No quiero tener que contarle esto a mi hermano.

Nina sonrió. Elías de verdad no lo veía como algo de lo que presumir. Asintió con la cabeza y contestó:

—Haré lo que pueda.

Justo antes de quedarse dormida, Nina escuchó que Elías le confesaba:

—Fue mi primera vez.

—Lo lamento —le contestó Nina. O quizá soñó habérselo contestado.

Al días siguiente, Nina se despertó con una serie de impresiones confusas. Primero, oyó ruidos raros y reconoció la luz del lugar. Entonces se agolparon en su cerebro las imágenes confusas de lo que había pasado la noche anterior.

Después, vio a Arteaga moviéndose en la misma cama que ella, sobre el cuerpo de Elías. Arteaga estaba con el torso desnudo, mientras masturbaba a Elías.

—Ya te vi, pinche Nina. No me lo vas a quitar —le dijo Arteaga, mientras la veía fijamente. Continuó con la mirada fija en ella cuando se metió el pene de Elías en la boca.

—¡Arteaga, por Dios! —exclamó Dinora, que estaba tendiendo la otra cama, con ayuda de Fer. —Ya déjalo.

Como si Dinora fuera su señora, y ejerciera sobre ella una especie de influjo mágico, Arteaga detuvo su mamada y se puso la camisa azul con la que había llegado.

Elías no parecía tener fuerza para volver a guardar su miembro erecto. Nina se sentía un poco incómoda por eso, estando tan cerca, pero no iba a reprocharle nada. ¿Cuándo había regresado Fer? ¿Dónde había estado?

—Ya casi nos vamos, compañero —dijo Dinora, sonriendo con una mezcla de contención y falsa inocencia. —Ya solo nos falta una cosita y todo queda en orden.

Nina volteó a ver alrededor del cuarto: las latas de cerveza y las colillas habían desaparecido. Todo se veía limpio; como si nunca hubieran estado allí.

—¿Falta que paguemos todo lo que tomaste del minibar? —preguntó Nina.

—¡Hasta crees! —le contestó Dinora, clavándole la mirada. —No. Quiero que te cojas al compañero, Nina.

—¡Pero por qué! —gruñó a voz en cuello Arteaga, que seguía en su arranque de posesividad.

—Porque ya todas nos lo cogimos ayer, por si no te acuerdas —la regañó Dinora. —Solo falta ella. Y no nos vamos a quedar disparejas. Así no funciona esto.

Así como Fer lo había hecho el día anterior, Nina intentó conversar con Dinora. Todo era inútil:

—Mira, es muy fácil. Si te lo coges, nos vamos antes de que llegue el hermano. Si no, Arteaga y yo nos quedamos, lo usamos un poquito y, cuando llegue el hermano, le armamos una escena.

Mirando fijamente a Dinora, Nina se quitó las bermudas y la ropa interior, con un gesto de molestia, y las arrojó al suelo.

—Acá te las guardo, putita —le dijo Dinora, con un aire vencedor.

Cuando Nina se sentó en la cama, Elías aún no había guardado su miembro. Nina de hecho lo veía aún más crecido que antes, pero quizá era su impresión. Primero, empezó a masturbarse. Pensaba en cómo había tenido sexo con Fer, tratando de borrar toda la porquería que había ocurrido antes y después. “Ay Elías”, pensaba. Luego de su conversación en el balcón, incluso Elías le parecía más guapo; también se masturbó pensando en cómo sería haber cogido con él en un escenario normal. Cuando se sintió bastante húmeda, hizo un acopio de fuerzas, suspiró y se sentó sobre Elías.

—¿Ni un buenos días antes? —se burló Dinora, y Arteaga se carcajeó horriblemente.

—Lo siento. Esto es lo más fácil. —le susurró Nina, para que Dinora no la escuchara, mientras comenzaba a restregarle la vulva. —No la metas. Intenta venirte así. Y, por favor, piensa algo agradable.

Elías le contestó musitando algo que no pudo entender. El miembro de él palpitaba en la vulva de Nina. Nina estaba excitada por la situación, pero necesitaba estarlo más para seguir con esa forma de contacto, así que empezó a masturbarse de nuevo. La punta de sus uñas tocaba accidentalmente, de tanto en tanto, el pene de Elías, que gemía. Después de eso, empezó a hacer como si estuviera cogiéndose a Elías: daba pequeñas embestidas y hacía movimientos en círculos con su cadera, para excitarlo más y terminar más rápido.

—¡Ya métetelo, pinche Nina! —le gritó Arteaga.

—¡Tú qué vas a saber! —la regañó Dinora. —Si a ti apenas te desfloramos ayer. La Nina sí le sabe. Fíjate en la cara del Elías. A los hombres les gusta que te les restriegues un poquito. Si no son muy brutos, hasta te puedes masturbar un poquito encima de ellos. Sirve que te humedeces más. Así, si entras más fogoneada, terminas antes y no te llevas desilusiones con ellos. ¡Ve cómo Nina mueve las caderas! No es de atrás a adelante, es como curveado.

—Pues así le hice yo ayer —se quejó Arteaga.

—¡Ándale sí, pinche mentirosa! Mejor aprende. La Nina sí le sabe. ¿No ves que hace años estuvo de arrimona con un güey que no la quería lo suficiente como para dejar a su novia? Por eso la llamamos “putita”.

Arteaga podía intentar molestarla, pero Dinora era mucho más inteligente. Nina sabía que no se iba a callar hasta que Elías la penetrara.

—Pásame un condón —le dijo a Fer, que así lo hizo.

Nina le puso el condón a Elías y trató de sonreírle.

—Piensa algo agradable —le repitió y tuvieron sexo.

Nina usaba la misma técnica que Dinora. En el caso de Nina, verlo era menos llamativo, porque sus pechos no rebotaban y no se veía cómo un trasero enorme perreaba sobre Elías. La técnica era la misma, pero Nina sabía que no producía en los hombres el mismo efecto sobrecogedor. Pero de inmediato sintió el pene de Elías crecer dentro de ella. Sintió cómo Elías la tomaba de las nalgas y la acariciaba. Sintió cómo subía por sus pechos con una mano y los iba tocando. Sintió cómo, desde abajo, Elías acompañaba sus embestidas, al ritmo que le ponía ella, pero con voluntad, con gusto.

Entonces Nina pensó que si cogían bien, las cosas podían arreglarse. Que, aunque seguramente Elías no la había pasado bien antes, probablemente sí quería coger con ella ahora.

—Lo haces bien —le dijo Nina, mientras disminuía un poco la velocidad.

Más lento, Nina podía controlar mejor la situación. Se restregó sobre Elías, mientras se mesaba su cabello negro (se permitió tomar prestado de Fer ese gesto). Puso su mano en el pecho de Elías y volvió a perrear sobre él.

—Por Dios, Nina —le espetó Dinora, que ya estaba preparándose para salir del cuarto. —Es una cogida de compasión, no le pongas tanto esfuerzo.

Pero a Nina ya no le importaba lo que dijera Dinora: quería disfrutarlo y que Elías lo disfrutara.

—¿Te gusta así? —le preguntó a Elías, que asintió con algo que a Nina le pareció una sonrisa.

Nina entonces se puso en cuclillas y empezó a dar saltos. Elías gimió descontroladamente.

—Esta posición me gusta… porque te siento muy profundo —le dijo, quizá como un consejo para alguna vez futura.

Entonces Elías tuvo un orgasmo, pero fue de esos orgasmo extraños en los que la erección se queda como atorada, y el hombre puede continuar. Las cuclillas habían cansado a Nina, que calló sobre él y siguió montándolo.

—¿Quieres seguir? —le preguntó Nina.

—Sí. ¿Podemos besarnos? —le preguntó Elías.

Nina asintió muchas veces con la cabeza. Se besaron hasta que ya no pudieron respirar. Hicieron una pausa y se besaron desesperadamente otra vez. Nina se abrazó al cuello de Elías e hizo una última carrera a fondo. Sus amigas ya no hablaban y el sonido de su sexo galopeando húmedo contra Elías se escuchaba en todo el cuarto. Nina gritó cuando tuvo un orgasmo. Al mismo tiempo, Elías se estaba viniendo otra vez.

Nina se quedó a descansar un momento en el pecho de Elías. Cuando se dio cuenta, sus amigas ya se habían ido. Se vistió corriendo y se fue.

Años después, Nina, como ya sabemos, se encontró a Elías en una panadería. Se había mudado de ciudad y estaba entrando en los treintas. Aún se delineaba los ojos de una forma que le parecía un poco gatuna y aún se sentía pequeña. Tenía un trabajo más o menos estable y hablaba con Fer de tanto en tanto. Un día no pudo más y la llamó por teléfono:

—Me encontré con Elías —le confesó, después de la cháchara de cortesía… sin acordarse de que “Elías” era un nombre inventado.

—¿Con quién? —preguntó Fer.

—Con el chico al que nos cogimos entre las cuatro en un hotel.

Se hizo un silencio de cinco segundos y finalmente Fer colgó.

Nina siguió yendo a la panadería, a esa misma hora, con la esperanza de encontrar a Elías. Durante días pensó una disculpa que tuviera el tamaño y el tono adecuado para lo que había pasado. No la encontró, pero estaba segura de que, si improvisaba de corazón, las disculpas saldrían finalmente de su boca en el momento justo.

Pero durante una semana no se encontró a Elías. Un día, desilusionada, estaba por regresar a casa, cuando vio que Elías la estaba observando desde el parque de enfrente. Lo saludó a lo lejos y se acercó a hablarle. Se sentó junto a él. Ni siquiera lo podía ver, mucho menos decirle lo que quería decir.

—¿Cómo ha ido tu vida? —le preguntó, cuando se sintió vencida.

—Nina, dejé de venir a esta panadería. Hace ocho años, falté a un congreso universitario, solo por saber que estarías tú. No sabes la fuerza que necesité juntar hoy para decirte lo que quiero decirte.

Nina suspiró. Todo estaba saliendo horriblemente mal, pero al menos no era ella la que tenía que hablar.

—Y ¿qué quieres decirme?

—No quiero verte, Nina. No sé si vives por aquí, y por supuesto que no te puedo pedir que te vayas si es así, pero no tienes por qué saludarme. No tienes por qué hablar conmigo. Yo mismo me iré en algún momento

Una lágrima rodó por la mejilla derecha de Nina y se sintió estúpida. ¿Por qué lloraba? Era Elías. Elías obviamente iba a pedirle eso.

—Ay, Nina. No tienes que llorar. No quiero verte, pero no te culpo —le dijo el hombre, intentando sonreír. —¿Recuerdas cuando, justo antes de que pasara… de que pasara entre tú y yo,… justo antes me dijiste que tratara de terminar rápido… y que pensara en algo agradable?

—Sí lo recuerdo.

—¿Recuerdas qué te contesté?

—Pues… es que la verdad no te entendí.

—Te dije que tú, Nina, tú eres agradable… y aún lo creo. Gracias por lo que fuiste para mí esa noche. Las veces que me han preguntado por mi primera vez, pienso en ti y contesto solamente que se llamaba Nina.

Se sonrieron un momento. Ella se forzó a no llorar.

—Hasta nunca, Nina —le dijo el hombre con tristeza, y le volteó la espalda.

—Hasta nunca —le dijo Nina, que ya jamás supo cómo se llamaba.

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2 COMENTARIOS

    • Muchas gracias por el comentario. Creo que mis relatos más nuevos han tenido menos éxito. Por favor cuéntame por qué te gustó éste para saber cómo seguir escribiendo.

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