Romina vio por la mirilla. Afuera, Tristán esperaba con las manos metidas en las grandes bolsas de una chamarra color verde olivo, viendo nerviosamente a ambos lados. Enfadada pero respirando lento para tranquilizarse, Romina lo dejó allí y volvió al cuarto. El sol de la tarde entraba por el gran ventanal del balcón, se colaba por la delicada cortina anaranjada e impregnaba todo en el cuarto: los bordes de dos camas individuales; la guitarra de Romina, momentáneamente detenida sobre su cama; los hombros desnudos de Miranda.
Romina dio una vuelta por la habitación, rápida, como un gato remolón que estuviera eligiendo dónde acostarse. Finalmente, quitó la guitarra de su cama, se sentó y se la puso en el regazo. A su lado, Miranda estaba ensimismada en el bajo; calcaba un ritmo que estaba en su mente, y que iba midiendo con los giros de su cabeza hacia un lado y hacia otro. Su pelo negro hacía olas con el movimiento.
Tocaron a la puerta de nuevo.
—Puede estar allí toda la tarde, Romina —le advirtió su amiga.
—Ya lo sé —le contestó ella, llevándose las manos a la cara. —¡Carajo!
Romina se levantó, fue a la puerta de nuevo y, sin abrir, preguntó con una voz grave y fuerte:
—¿Qué quieres, Tristón?
—Hola, Romi. ¿Está Casandra contigo?
—Y, si estuviera, ¿qué?
—Lo siento, Romi, de verdad no vendría a verte así, pero es que no sé por qué está molesta conmigo.
Cuando Romina le abrió la puerta. Lo primero que vio Tristán fueron los brillos anaranjados que llegaban de las cortinas de la sala y del cuarto. A esa luz, los rizos cortos de Romina, entre castaños y pelirrojos, parecían fuego y su cara harta era como la de un querubín que quisiera fulminarlo.
—Tristón, Casandra no está molesta contigo…
—¿Puedo pasar? —la interrumpió Tristán —Me serviría mucho hablar contigo.
Puede parecer por este diálogo que Tristán no le temía a Romina… ¡y sí que le temía! Ocurre que Tristán siempre encontraba lo bueno en las personas. Cuando Romina abrió la puerta, y después de su espanto inicial, interpretó que ella quería darle un consejo. Pero no. Romina solamente se había cansado de hablarle a la puerta y quería despacharlo pronto:
—No, no puedes entrar —le dijo, con voz definitiva. —Estamos en ensayo.
—¿Entonces Cassy sí está? —dijo Tristán y, por un segundo sus ojos ansiosos se iluminaron, como si le hubieran quitado un peso de encima.
Romina tuvo que poner un brazo sobre la jamba de la puerta, preocupada de que Tristán intentara entrar. Es verdad que eso no era algo que Tristán, tan tímido… pero no quería arriesgarse.
—No. Cassy no está aquí. Hoy no llegó al ensayo. Estamos sólo Miranda y yo.
—¡Hola, Miru! —gritó Tristán, aunque no podía verla desde donde estaba.
—¡Hola, Tristón! —le contestó Miranda desde adentro, con un tono risueño que buscaba molestar a Romina.
Y consiguió molestarla. Romina cerró los ojos y pensó: “¿qué haces, Miranda? Saludar así de alegre a este infeliz es como invitar a entrar a un vampiro”.
—Ya conseguí el disco que me pediste —siguió gritando Tristán. —Justo lo traigo.
—¡Gracias, Tristón! —gritó de vuelta Miranda.
A Romina le aterraba que su amiga y Tristán continuaran con su penoso diálogo de larga distancia, así que se recargó en la jamba con hartazgo y le hizo un gesto al chico para que pasara al departamento. Él fue directo al cuarto (“como Pedro por su casa”; Romina tenía la esperanza que no pasara de la sala), sacó un disco viejo de su mochila y se lo dio a Miranda. Ella se limitó a sonreírle… pero a Tristán le gustaba que Miranda le sonriera, con esa boca grande y esos ojitos cansados. Así, de alguna manera, era el pago que esperaba. A Tristán, tan emocionado por las épocas pasadas, le gustaban los discos, y a Miranda le gustaba mandarlo a buscar cosas.
Caminando muy lento, Romina llegó al cuarto y se tiró a la cama con pesadez. Viendo alternativamente a las dos amigas, Tristán empezó a explicar su punto:
—Chicas, necesito su ayuda. Son las mejores amigas de Casandra… hace seis días que no me responde. Estuve tocando a su puerta el otro día…
—Sí… eso hemos oído —le dijo Romina, con algo de pena ajena.
—De verdad no sé qué hice.
—No hiciste nada, Tristón —le recordó Romina, cansada de tener que repetirlo. —Pero no eres el novio de Casandra. No le interesas así.
—Pero ella y yo llevamos casi dos meses…
—¿Qué? —le interrumpió Romina. —¿Cogiendo?
Tristán se puso colorado. Casi sin querer volteó a ver a Miranda, que evitó su mirada, con una cara de vergüenza, como si quisiera decir “sss…, esa fue una verdad terrible”.
—No la entiendo, chicas.
“Este tipo no entiende nada”, pensó Miranda.
—Un día me pide que vaya a verla, a las once de la noche. Otro día me dice que soy un estorbo —dijo Tristan, tomando la guitarra de Romina y tocándola cariñosamente. —Dice que a veces necesita mi compañía, pero que le harta que siempre esté allí para ella. Dice que soy demasiado y demasiado poco.
Romina estaba estupefacta: mientras oía a Tristan, solamente podía pensar “mi guitarra… este infeliz, ¿qué se cree?”. Miranda, que veía a Romina pálida y desencajada, se reía para sus adentros. Cuando Tristán por fin terminó, Romina le arrancó la guitarra de las manos, diciéndole:
—¡Epa! Vuelves a tocar mi guitarra y te vas a la verga de aquí.
—Lo siento Romi… extraño tocar la guitarra —empezó Tristán. —¿Les he dicho que estuve en una banda indie en la preparatoria?
—Tristón, literalmente estudié contigo —le contestó Romina. —Oí a tu banda tocar en todos los eventos de los que no pude escaparme.
—Yo no. Cuéntame —se apresuró a decir Miranda, para molestar a su amiga.
—Bueno, empezamos con cóvers de…
—¿Les parece si regresamos a lo de Casandra? —dijo Romina, picándose los ojos y con el ceño fruncido.
Miranda no pudo evitar reírse. Tristán, que sentía que las chicas iban a empezar a aleccionarlo, se sentó en flor de loto sobre el suelo. Desde allí abajo, veía a una y a otra, aún sentadas en sus camas respectivas, y las escuchaba con mucha atención.
—A ver, Tristón —empezó Romina, tratando de tener paciencia. —Hace dos meses tuvimos nuestro concierto más importante hasta ese momento. ¿Entiendes? Incluso después de la gira, cuando regresamos, no esperábamos poder llenar ese lugar. Y fue una puta maravilla. Nunca nos habíamos sentido tan vivas. ¡Qué público! Y claro… era en casa. En la fiesta que siguió a eso estábamos un poco idas, y… bueno, Casandra necesitaba un festejo.
—¡Sí, estaba muy alegre! —confirmó Tristán, inocentemente.
—Y tú le gustaste, sí… a lo lejos. Y me pidió que los presentara… ¡Dios, no sé por qué pensé que sería una buena idea!
—Ella también me gustó desde el primer momento —dijo Tirstán, como si estuviera jurando sobre la Constitución.
—Tristán —concluyó Romina. —Ella sólo quería un “cojín”.
—¿Cojín? —preguntó Tristán, entre extrañado y ofendido.
—Un amigo en plenitud de derechos —trató de arreglar Miranda, al ver el efecto que las palabras de Romina estaban teniendo en Tristán.
—Un compañero en la folladuría —trató de bromear Romina.
—Una noche de pasión —añadió de nuevo Miru.
—Una aventura inolvidable —precisó Romi.
—Y ahora…
—Después de estos meses…
—Sólo quiere que la hagas sentir especial.
—Sólo quiere que le digas “de verdad te necesito”.
Esta secuencia cómica puso de muy buen humor a Romina, que se olvidó por un momento de las torpezas e impertinencias de Tristán. A él, por otro lado, la conversación lo estaba incomodando y excitando a la vez. No pudo evitar fijarse en cómo iban vestidas. Romina llevaba una playera gris muchas tallas mayor que ella, que le volaba sobre unas bermudas color lila. Miranda usaba unos shorts diminutos negros y una blusa de tirantes azul claro, que le dejaba ver sus hombros delicados y el primer tercio de su pecho. De las dos, solamente Miranda se dio cuenta de la manera en la que Tristán estaba viéndola. En sus ojos brilló una chispita de curiosidad y se dirigieron a los labios carnosos de él.
—Siento que no la hago sentir especial —dijo Tristán
—Nada repetitivo es especial, Tristón —le aclaró Romina. —La estás aburriendo.
—Lo que necesitas —aventuró Miranda, —es precisamente no pensar en ella. Tomar algo de sana distancia.
—Conectar un poco contigo mismo —añadió Romina.
—Tendrías que poder soñar con otra persona —concluyó Miranda.
—Y así, eventualmente, Casandra se dará cuenta de que no eres una molestia.
Tristán se quedó pensativo un rato.
—Mira, Tristón… —lo interrumpió Romina. —Lo ideal es que dejes de tomarte tan a pecho esta relación. Pero, si no puedes, al menos finge. Dile que conociste a una chica interesante… no, no guapa… sólo, qué sé yo, interesante. Y que has pensado (y no es que sea tu responsabilidad decírselo a Casandra, porque no son pareja, pero has pensado)… no lo sé, probar un poco de la fruta del Señor.
—¡Ay, Romina! —se rio Miranda. —Tristón es un pésimo mentiroso. ¿Te acuerdas cómo hace un mes nos arruinó la fiesta sorpresa de Cassy? Llegando a casa de Indira, justo antes de que todos brincáramos a decirle “¡feliz cumpleaños!”, se puso nervioso y se empezó a reír como un pug con enfisema.
Todos rieron al recordar. Miranda los vio y sonrió Se golpeó los muslos con las palmas de las manos, y se levantó. Los otros dos la siguieron, porque parecía muy decidida.
—Bueno… —empezó a decir Miranda; Romina por un momento pensó que iba a echar a Tristán de la casa. —Si no puede ser fingido…
Miranda se acercó a Tristán hasta estar a unos centímetros de su cara. Luego se quedó allí, unos segundo, sonriéndole con cariño y mirándolo a los ojos. Al ver que Tristán no la besaba, le preguntó, falsamente ofendida:
—¿Que no te gusto?
Tristán empezó a tartamudear una respuesta que tenía que ver con Casandra. Miranda lo tomó del cuello, lo atrajo hacia ella y lo calló con un beso.
—Bueno… ésa también es una opción —comentó Romina, riendo.
Después del primer beso largo, siguieron otros besos más breves. Las frentes y las barbillas cambiaban de posición, y Miranda se deleitaba en apretarse contra los labios carnosos de Tristán.
—Este parece un beso de secundaria, Tristón. Así no vamos a resolver tus problemas con Cassy. Anda, tómame de la cintura.
Al decir esto, Miranda tomó las manos de Tristán y las llevó a su cintura, al mismo tiempo que dejaba caer su pelvis contra la de él. Le echó los brazos al cuello y volvió a besarlo. Así, Tristán no pudo evitar tener una erección. Cuando Miranda la sintió, se le salió una sonrisa que interrumpió el beso e hizo que Tristán de ruborizara. Finalmente, ambos se rieron.
—Ese sí fue un beso —confirmó Miranda. —Es buen material para que pienses, cuando quieras acordarte de Casandra y sientas que tienes que ir a buscarla.
Siendo que sus shorts eran tan cortitos, a Miranda le impresionaba que Tristán no estuviera intentando tocarla más abajo de la cintura. Sus manos parecían algo agarrotadas. Pasaron un rato besándose, frotándose un poco las piernas en frente de Romina, hasta que Miranda decidió dar el siguiente paso. Se puso detrás de él y se pegó a su espalda. Le pasó los brazos por debajo de las axilas, tomándolo de los hombros en un abrazo extraño. Así agarrado, lo hizo girarse a ver a Romina.
—Tiene labios muy dulces —le dijo a ella.
—No me vas a convencer —le contestó Romina.
—Anda. Ven. Yo sé lo que digo —insistió Miranda.
Romina conservaba una cara de hastío, pero ya bastante fingida. Se acercó y puso su mano sobre el pecho de Tristán. Miranda recargó su barbilla sobre el hombro de Tristán, para escuchar el beso de cerca. Romina acercó sus labios a los del chico y los mantuvo así un momento, luego los pasó cerca de su mejilla, alejándose poco a poco. Y besó a Miranda.
Miranda tomó a Romina de la nuca, encantada, y comenzaron a besarse apasionadamente con Tristán en medio.
—¡Ay, Tristón, es sólo un beso! —le dijo Romina a Tristán, sonriendo con ternura, al sentir que la erección de Tristán creía. —Imagínate cómo estarías si nos estuviéramos tocando.
Dicho y hecho, Miranda, todavía desde atrás de Tristán, metió una mano por debajo de la larga playera de Romina. Al principio sólo acarició cariñosamente el ombligo y la silueta, pero después subió y tomó el pecho. La playera caía sobre el brazo de Miranda, de forma que, salvo por un flashazo de la piel del vientre Tristán veía a Romina completamente vestida.
—Ojalá pudieras ver lo que estoy tocando ahora, Tristón —dijo Miranda.
Romina volvió a besar a su amiga y se quitó la playera. Los pechos de Romina, ni grandes ni pequeños, tenían la forma de una mitad de durazno y, cobijados por la luz de la tarde, a Tristán le parecieron tan flamígeros como su cabello pelirrojo. Sin embargo, no los tocó. Ese no era el estilo de Tristán.
A Miranda le gustaba Tristán. O podía gustarle, de cierto ángulo. A Romina no, pero le halagaba mucho sentirse deseada. En ese sentido, quizá se parecía un poco a Casandra. Además, le gustaba la idea de compartir un hombre con Miranda. Por eso, en ese momento dijo:
—Ojo por ojo.
—Sí, Tristón, prenda por prenda —confirmó Miranda.
Entonces Tristán, con sincera urgencia, se soltó el cinturón, se desabotonó, se bajó el cierre y se quitó los pantalones. Los dedos curiosos y delgados de Miranda bajaron hasta su miembro y, tras dibujarlo sobre la ropa interior, lo sacaron. De inmediato, la mano derecha de Miranda lo agarró con fuerza desde la base.
—¡Se siente fuerte, Romi! —exclamó.
—¡Muy bonito, Tristón, muy bonito! —agregó Romina.
Romina se sentó en su cama e inspeccionó el pene. Tristán se recordaba el vello muy corto (para Casandra, probablemente), lo que hacía que el amigo de Tristán pareciera más grande. El prepucio se había retraído por la misma erección, y el color morado brillaba a la luz de la tarde.
Romina acercó los labios al miembro de Tristán, los mantuvo allí, vio a los ojos al chico y dio un besito en el aire. Al sentir el soplo de ese beso, el pene de Tristán dio un brinco involuntario, que hizo reír a Romina.
—¡Qué animado está “el amigo”! —se burló Romina.
—Ahora imagínate que te lo soltara —le dijo Miranda, ligeramente amenazante.
Romina finalmente retiró la cara y se tumbó sobre la cama. Empezó a hacer gestos lascivos, mordiéndose el labio inferior, pasando la lengua por los dientes y, por último, tocándose el pecho. Mientras hacía todo esto, Miranda empezó a masturbar a Tristán.
—¿Cómo te vas a acordar de Casandra, teniendo esta belleza en tus pensamientos? —le susurró en el oído. —Romina es una diosa. Mira esos pechos, ese cabello
—¿Vas a fantasear hoy conmigo, Tristón? —le preguntó Romina, con un tono anhelante, mientras seguía tocándose.
Romina empezó a acariciarse los pezones en círculos y a gemir bajito. Miranda subió la velocidad con la que masturbaba a Tristón. Algunos cabellos, ligeramente húmedos por el clima, le caían a la chica sobre la cara.
—Uff, hasta yo me caliento viendo esto, Tristón.
Romina también necesitaba algo más. Se desabotonó las bermudas, se las bajó y se empezó a masturbar. Como la ropa le incomodaba para abrir las piernas, casi de inmediato se quedó desnuda por completo. Con las piernas bien abiertas y una mano agarrándose el pelo, Romina veía directamente a Tristán y, de tanto en tanto, a Miranda. Las chicas cambiaban miradas cómplices y se reían.
—Me gustaría mucho verlos coger —dijo Romina.
—¡No, no! —se apresuró a decir Miranda. —No puedo. Yo tengo novio.
—¡No, Miru; no digas eso! ¿Para qué llegamos hasta acá entonces? —se rio Romina.
—Pues, amiga, hay otra bonita pared donde podríamos poner esta escoba —mientras Miranda decía esto, jalaba el pene de Tristán hacia un lado y hacia otro.
Romina asintió. Miranda y Tristán, pegados aún, el pecho de ella con la espalda de él, caminaron pasitos siameses hasta Romina. Miranda acercó el pene de Tristán al cuerpo de su amiga. Primero, lo presionó contra un muslo y lo masturbó fuertemente a todo lo largo del tronco. Luego, lo puso sobre el vello pelirrojo de Romina y, agarrándolo firmemente de la base, le acarició el glande. Miranda temía que Tristán se corriera en el estómago de su amiga… por suerte no pasó. Romina sentía en su vulva como los testículos de Tristán se contraían al ritmo de la masturbación.
Finalmente, Miranda llevó el pene de Tristán a la vulva. Lo frotó una y otra vez, hasta que el glande, por la propia geografía del sexo de Romina, se detuvo en la entrada de su vagina. Miranda lo detuvo allí. Ella no presionaba y Tristán no empezaba la penetración. Ese no era el estilo de Tristán.
—Miru, si lo empujas y haces que me la meta… te mueres —dijo Romina en un tono juguetón.
Mientras, abría más las piernas y, con una mano, se separaba los labios vaginales. No porque, en esta posición, Tristán hubiera tenido algún problema en penetrarla si no los abría, sino porque quería hacer ese gesto. Le gustaba que Tristán la viera y la sintiera abierta. Estaba a punto de pasar.
De pronto, sonaron unas llaves, luchando por abrir la puerta.
—¡Casandra! —gritó Miranda, soltando de golpe el pene de Tristán.
En medio de la confusión, el chico se metió debajo de la cama de Miranda. Justo cuando estuvo ya metido, Casandra entró al departamento. Romina se puso el pantalón y pateó la ropa de Tristán para esconderla. Como Miranda vio que Romina no tendría tiempo para llegar hasta su playera y ponérsela, ella misma se quitó la blusa de tirantes.
En el cuarto entró una chica más alta que las otras dos, cuidadosamente maquillada, con una ombliguera y una chamarra de cuero que se quitó en el mismo momento de entrar. La chamarra cayó en la cama de Miranda y una de sus mangas quedó justo frente a los ojos de Tristán. Casandra no le estaba prestando mucha atención al resto de su banda; tenía cara de haber pasado por un día largo. En un solo movimiento, dejó su estuche en el piso, sacó su guitarra y se la puso al hombro.
—Perdón por la tardanza. Mi madre necesitaba que… —entonces se dio cuenta de que sus amigas tenían el torso desnudo. —¿Ensayo en topless?
—Estamos en nuestra casa, Cassy. No es un crimen destetarnos cada tanto, ¿verdad? —le dijo Romina, con la voz vibrándole por la tensión y la culpa.
—Pfff, no —aclaró Casandra, horrorizada de siquiera pensar en que alguien la juzgara—. Claro que no. Ustedes hagan lo que quieran. Que para eso estamos aquí.
Romina y Miranda le sonrieron con sinceridad. No sólo les gustaba saber que la banda era un espacio más o menos fuera de las reglas del mundo… también pensaban que podrían usar esa frase para justificarse si lo de Tristán se descubría. Romina hasta consideró terminar, más tarde, lo que habían dejado en pausa. En realidad no era un mal chico y su devoción tenía algo muy excitante.
Pero ahora era momento del ensayo.
—Bueno, ya. ¿Qué canción estaban tocando? —preguntó Casandra, y Miranda tuvo que mover la cabeza de un lado a otro, para llevar el ritmo y acordarse.
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