Jorge era nuevo en la empresa y había que iniciarlo. Era un ritual que pasaba con todos los nuevos varones que entraban en la empresa y que cada fin de semana repetían, y Jorge tuvo la suerte de tener a su mejor amigo dentro desde hace tiempo, lo que le ayudó a entrar a él también tras llevar un tiempo en paro. Lo que Jorge no sabía era que, dicho ritual, lo haría sentir placer, un placer como nunca antes.
-Tú ya verás, tío, lo vamos a pasar en grande. Así que tranquilo, vale.
Antonio iba conduciendo por la autopista con Jorge de copiloto hacia el lugar donde pasaría todo.
-Eso sí -añadió con énfasis. Jorge lo miró de hito en hito-, no te asustes, vale tío. Ya te digo que será algo inolvidable. Aún recuerdo mi primera vez en ese sitio. Fue espectacular.
Jorge no sabía que pensar.
Cuando llegaron, Jorge se asombró de ver una gran mansión. Antonio le sonrió pícaramente. Aparcaron y un hombre con chaleco y pantalones con pinza cogió las llaves que Antonio le ofreció, y se llevó el coche. Los dos hombres entraron y un hombre trajeado, el mayordomo, los llevó a una zona de la mansión donde ya había otros hombres esperando, todos compañeros del trabajo. Se saludaron y jalearon a Jorge contentos de iniciarlo en su ritual semanal con ciertas ironías que le hicieron pensar en cosas inapropiadas. La estancia era una habitación amplia, bien iluminada y de paredes azul claro. Además, tan solo había, al final de todo el cuarto, una gran cama y otra puerta más justo al lado de esta.
-Vamos a presentarte a nuestra esclava -saltó uno de cuerpo fornido y algo de barriga con una lujuriosa sonrisa en el rostro.
-Anda calla -dijo otro de aspecto de poquita cosa-, no le estropees la sorpresa. Deja que lo descubra por si mismo.
Todos miraban a Jorge con una excitación inaudita. De hecho, hasta se pensaba que dicha “esclava” sería él. Visto la forma en que lo observaban y le sonreían, qué otra cosa podría pensar.
Pero se sorprendió cuando vio a sus siete compañeros de trabajo ponerse de espaldas a la pared, en fila. No solo eso: cada uno de ellos se abrió la bragueta, se sacaron las pollas erectas y se manoseaban.
-Vamos, Jorge -instó Antonio.
-¿Qué? -arguyó este completamente dubitativo.
-Que te la saques de los pantalones, hombre -le exclamó otro de los compañeros. Este era alto y musculoso y tenía muy buena polla. Aunque el poquita cosa aún la tenía más grande.
Nervioso obedeció, se puso al lado de Antonio y se la sacó, aunque flácida. Incitado por todos, Jorge comenzó a toquetearse su miembro y, sin saber muy bien por qué a causa de los nervios que tenía encima, en nada se le puso dura como una piedra.
-Ole -aplaudieron todos con orgullo.
Y, con parsimonia, todos los hombres se masturbaban. Intentando no dejar de tocarse, todos se quitaron la ropa como pudieron dejándola en el suelo como un guiñapo.
Jorge no sabía qué era todo aquello pero, al ver que no sería él la “esclava, comenzó a disfrutar de estar rodeado de siete varones mientras se pelaba la polla. Algunos gruñían y otros gemían del placer que se daban.
-eh, eh, con tranquilidad, señores -masculló el poquita cosa-. No queremos corrernos antes de tiempo, a qué no.
Algunos soltaron un gruñido como afirmación.
Entonces, de improviso, por la puerta al lado de la cama apareció el jefe de los señores. Era un hombre alto, con gafas y de planta elegante que iba completamente desnudo y, también, con el pene erecto. Iba sonriendo y llevando una cadena entre las manos. Del extremo de la cadena había una joven hermosa a ojos, no solo de Jorge, sino de todos. Ahora entendía lo de “esclava”. Era porque había una de verdad que todos se iban a tirar. Al menos eso es lo que le pasó a Jorge por la cabeza, cosa que hizo que su polla palpitara pidiendo sexo caliente con premura.
Se fijó en la chica por completo y se extrañó cuando vio que su piel era de un blanco verdoso y lechoso, con toques brillantes. ¿Verde? No podía ser. Además, no solo su piel era verdosa, su cabello largo le llegaba a arrastrar por el suelo, era ondulado de un tono marrón que recordaba las cortezas de los árboles, y tenía pequeñas hojas verdes enredadas en varias partes del cabello. Las cejas eran muy finas y del mismo tono amarronado que el pelo, los ojos diminutos tenían un fulgor verdoso y tornasolado, los labios eran de un tono verde más oscuro que la tez de la muchacha y con forma de corazón y labios gruesos.
Era de tamaño estándar. Su cuerpo delgado mostraba unos pechos turgentes que hacían que todos se relamieran del gusto, de igual manera que lo hacían tras ver su vagina, una vagina de labios gruesos y deseables. Jorge estaba cada vez más excitado. Aunque hubo algo que, en lugar de asustarlo y parar dicha excitación, ayudó a que fuera en aumento. Y a Antonio le agradó comprobar cómo su amigo era de fiar. Al cuerpo de la joven le seguían unas alas de mariposa grandes y traslucidas de un tono rosado que conjuntaba a la perfección con el verde lechoso de la piel. ¿Aquello era real?
-Sí -susurró Antonio en el oído de Jorge -, es real, nene. Te vas a follar a una hada.
Y aquello le gustó a Jorge.
El jefe obligó a la hada a echarse las alas hacia abajo, se puso detrás de ella y comenzó a manosearle las tetas, las aporreaba, las apretaba. Sus siete súbditos se masturbaban con más pasión y fuerza viendo aquello. El jefe se lamió los dedos y se dedicó a pellizcar, acariciar y retorcer los pezones oscuros de la muchacha. Ella no hacía nada, ni se quejaba aunque sí que se escuchaba un ligero y agudo gemido lastimero procedente de la garganta de la hada. Todos los varones se deleitaban con el espectáculo esperando con ansias su momento con la criatura mágica. Aquello hizo pensar a Jorge en algo y se le escapó en voz alta dichos pensamientos:
-Si es mágica, ¿cómo es que no se libera de las cadenas?
Antonio se dispuso a contestar pero el jefe se le adelantó:
-No puede. Sabe que si intenta algo, yo personalmente destruiré a su querida aldea. Sé dónde encontrarla, así la encontré a ella. Además, su fuente de poder es el polvo de hada y se lo tengo bien requisado -iba diciendo todo aquello sin dejar de torturar los pechos de la criatura-. Solo yo sé dónde lo tengo guardado, y resulta que la hadita que tenemos aquí aún es muy joven para generar el suyo propio sin necesidad de fabricarlo.
-Vamos que, por mucho que ella intente algo, no podrá deshacerse de nosotros -arguyó otro de los varones, el que estaba el primero en la cola.
-¡Jorge, te toca! -exclamó el jefe- Ya que es tu primera vez…
Y Jorge, con pasos temblorosos, se acercó hasta su jefe y la criatura sin dejar de observarla. Cuando estuvo justo delante, dejó que el jefe lo dirigiese cogiéndolo por la polla hasta posarla entre los labios vaginales. El corazón de Jorge iba a cien por hora. Siempre le había gustado la fantasía y se había masturbado pensando en cosas así y, ahora que iba a pasar de verdad, su cuerpo era todo euforia sexual. El jefe iba moviendo el pene de Jorge haciendo que este acariciara cada partícula del sexo de la criatura.
Está parecía apática pero, si te fijabas en los ojos, observabas que parecía gustarle estar ahí. El jefe volvió a centrar su atención a los pechos de la hada mientras Jorge movía la pelvis para que su polla siguiera adherida a la vagina. Lentamente comenzó a penetrarla. Aquello era placer puro. Las paredes vaginales se pegaban con fruición al falo y estaba lubricada de manera nunca antes sentida por el hombre.
-¡Joder! -exclamó.
La hada gemía y su voz era antinatural.
Jorge sostuvo su polla dentro hasta el fondo y, cuando vio que el jefe le daba el visto bueno, de forma nada amable, comenzó el ataque fuerte y agresivo a la vagina sobrenatural. Ambos gruñían del placer mientras el jefe seguía con los pezones, no solo de la hada, sino también de Jorge, quién se dejaba hacer mientras se follaba a la criatura. El resto observaba jaleando y animando a su compañero sin dejar de masturbarse frenéticamente. Uno de ellos no pudo más y se corrió viendo a Jorge follar violentamente a la joven pero, en cuestión de pocos minutos regresó a masturbarse otra vez. La excitación dentro de aquella sala era tal que obnubilaba la mente de todos.
Jorge, sin hablar, se comunicó con su jefe y, cuando vio que le daba permiso afirmativo, sin salir del hada, gruñó fuertemente eyaculando dentro de la criatura. Unos gruñidos que llenaban el espacio de forma que alentaba a los hombres a querer hacer lo mismo.
Violentamente, el jefe despegó a la hada de su trabajador y la llevó al primer hombre poniéndola de rodillas y obligándola a meterse le polla del hombre en la boca. Con una señal del jefe, Jorge volvió a ocupar su lugar en la fila con la polla erectando nuevamente. Cuando la tuvo dura de nuevo, al igual que sus compañeros, volvió a masturbarse frenéticamente recordando el placer que ofrece la cavidad del hada. Algo sin igual. Echando la vista atrás, ninguna mujer había hecho que sintiese ese placer tan extremo y extraño a la vez. Era un placer que se sentía antinatural y, del cual, te volvías adicto. Jorge quería, necesitaba volver a meterla ahí dentro pero, por gentileza, esperó a tener el turno de nuevo.
La hada no se atragantaba, como Jorge pudo comprobar mientras esta se la chupaba al primero, quien gemía del placer. El jefe no solo miraba, también obligaba a la criatura a chupársela a él. Primero la polla de uno, luego la del otro. De ambas regalimaba una especie de líquido rosáceo que Jorge intuyó que sería la baba del hada. Al final, el primero se corrió y el jefe la obligó a tragarse la lefa del hombre. El jefe la arrastró con violencia hasta posarla ante el poquita cosa, y repitieron la operación.
De la polla del poquita cosa también comenzó a regalimar aquel líquido rosa. En aquella ocasión, el jefe solo miraba deleitándose del gusto y con su rabo palpitando. Minutos después, el poquita cosa se corrió y manchó la cara de la criatura. Obligada por el jefe, la hada se limpió con los dedos y se los chupó.
Después le tocó el turno al musculitos. Este no solo se dejaba hacer, sino que también la agarró por la nuca y le folló la boca con fuerza. Jorge creyó que ahora sí que la muchacha alada se atragantaría, pero lo aguantó, aunque sí que escupía su saliva rosada que le caía por el mentón y por los testículos del musculitos. El fuerte gruñido que lleno toda la sala les hizo saber que se había corrido garganta abajo, y no dejó de temblar con espasmos. El jefe dirigió a su esclava hacia el fornido. Este, en cuanto tuvo permiso del jefe, la agarró y la obligó a chupársela soltando improperios y abofeteando el rostro de la chica.
Ella se dejaba hacer. Todos estaban cachondos y Jorge no podía más que sentir gratitud por estar allí. Cuando el fornido se corrió, la abofeteó aún más fuerte y la tiró al suelo. La hada no se inmutaba por ello. El jefe tiró fuertemente de las cadenas haciéndola gemir y la amodorró hacia el que estaba al lado. Ya casi le tocaba a Jorge.
El hombre se corrió, siendo mucho más amable, y le tocó el turno a Antonio. Antonio también fue bastante agresivo. Jorge no sabía que su amigo fuera así en el sexo, pero tampoco le extrañó recordando sus gustos en otras cosas denotando su lado más salvaje. Poniendo las manos sobre su nuca, Antonio meneó la pelvis con fuerza orgulloso de sentir aquella boca en su polla, viendo como regalimaba la babilla. Con fuertes aspavientos, al cabo de unos minutos, eyaculó y le dio un beso a la chica en la coronilla. Y, por fin, le tocó de nuevo a Jorge. Estaba excitadísimo.
Cuando el jefe la amodorró sobre su sexo, esta se metió el rabo de Jorge en la boca y, al igual que con la vagina, el placer que daba la hada se notaba sobrenatural; como si no fuera de este mundo. La criatura tenía cuidado de no hacer daño con los dientes y acariciaba, tanto con el paladar, como con la lengua, todo el falo. Cómo los demás, llegado el momento, Jorge eyaculó derramando todo su semen garganta abajo de la joven.
A continuación, el jefe arrastró a la hada hasta el borde de la cama, la sentó con agresividad y la obligó a engullir su falo. El jefe fue el menos amable de todos los que estaban en aquella sala con la criatura, según el criterio de Jorge. Y más viendo cómo con aquel ataque a su garganta sí lograba hacerla tener arcadas. Arcadas que, el jefe, ignoraba profusamente haciendo que la hada expulsase cada vez más segregación rosácea. En lugar de hacer que Jorge sintiese compasión por la criatura, aquello hizo que su polla regresase a estar dura, sintiendo una tirantez.
Mientras el jefe hacía, sus súbditos se pusieron alrededor de ellos sin parar de tocarse. Jaleaban a su jefe y manoseaban los pechos, y cualquier parte que pudiesen al ser tantos, de la criatura. Entre los sonidos de las arcadas y los jaleos de perversión, el jefe acabó derramando su semen dentro de la boca de la hada, quién no tuvo más remedio que tragar como con los demás que hicieron lo mismo.
-Toda vuestra -jadeó el jefe, algo agotado.
Y todos se echaron encima de la criatura con una violencia poco agradable. Aun así, la hada se dejó hacer, y Jorge volvió a vislumbrar el gusto de la chica a lo que le hacían, en sus ojos.
El primero en poseerla fue el poquita cosa, quién la cogió y la estiró en el colchón, le agarró las piernas y, abriéndoselas, entró en ella con fuerza y moviendo la pelvis con rapidez. La hada, aquella vez , sí que gimió más fuerte. Era una voz muy aguda y sobrenatural que erizaba los pelos de la nuca, a la par que ayudaba a que los hombres estuviesen excitados hasta la muerte. Ambas pelvis chocaban de manera que, los gritos de diversión y perversión de los hombres, lograban que no se escuchasen.
El fornido y el primero se pusieron alrededor de la cabeza y la obligaban a turnarse en chuparle las pollas a ambos; ahora un lametón al primero, luego otro al fornido. El resto se masturbaban y eyaculaban cuando no podían más y, sin dejar sus pollas descansar, pronto regresaban a estar cachondos.
El poquita cosa eyaculó y fue sustituido por el musculitos, quién tampoco fue nada amable con la vagina de la hada. Si cabe, hasta se movía más rápido que el poquita cosa, y lograba que los gorjeos de la criatura fueran en aumento. El poquita cosa ya estaba cachondo otra vez y se dedicaba a manosear la teta izquierda, tanto con las manos, como con la boca y la polla. La teta derecha era Antonio quien tenía la atención; la chupaba con fruición. Jorge eyaculó otra vez derramando el semen en el abdomen. No sabe quién fue, pero unos dedos cogieron el líquido blancuzco y lo puso en la polla del primero para que, al chuparla, la hada se lo tragara.
El musculitos se corrió, y fue el primero en entrar por la vagina, dejando su sitio a Jorge ofreciendo su polla a la boca de la criatura. Está chupó ambas pollas, la de Jorge y la del fornido a la vez, metiéndose ambas en la boca. El primero tardó nada y menos en eyacular y salió cansado de la chica, tal vez porque era el más mayor de todos. Jorge pensaba que, aquel hombre, podría tener bien unos setenta años. Entonces fue Antonio el que introdujo su miembro en la vagina. Cómo ya descubrió antes Jorge, a Antonio le gustaba el sexo salvaje y, con cada embestida, movía la cama. Eyaculó y otro lo sustituyó, quién duró como un segundo.
Jorge aprovechó y no dudo en meterse de nuevo en la criatura. Ésta no cesaba sus gritos antinaturales con cada hombre que se la follaba. Mientras Jorge volvía a sentir aquel placer indescriptible, observó como el jefe regresó al ataque sustituyendo a uno de sus súbditos en cuanto a la mamada; tenía su polla dentro de la boca de la hada. Cuando Jorge eyaculó dejando el grumo dentro, otro lo sustituyó y, descansando un poco, vio como todos sepultaban el cuerpo de la muchacha. Entonces fue cuando oyó una voz en su mente. ¿Aquello era posible, si quiera? Una voz hermosa que demandaba más placer. ¿Era la hada quién le hablaba?
-¿Me estás hablando? -preguntó.
-Sí -dijo la voz hermosa.
-¿Solo a mí?
-Sí -repitió.
-¿Por qué?
Pero no obtuvo respuesta. Solo sabía que la muchacha alada pedía más y más placer, en ese momento, con el jefe encima suyo haciéndola gritar del placer.
-No te preocupes por mí -dijo la voz-. Este es mi destino: ser esclava de los hombres.
Y Jorge quitó de en medio a su jefe, quién ya se había corrido por segunda vez, para echarse encima de la hada.
-¡Gracias! -entonó la voz en la mente de Jorge- ¡Gracias!
Y Jorge sonrió sabiendo que solo él estaba enterado de lo que quería la criatura.
Sin tener control del tiempo, uno tras otro de todos los hombres que estaban allí, se turnaron una y otra vez en penetrar a la hada, no solo por la boca y la vagina, también por el ano en alguna ocasión, siendo Antonio quien repitió por ese agujero más veces de las que se puede contar con una sola mano. Cuando todo terminó y se marcharon, el sol ya se había puesto.
Jorge observó el reloj en el salpicadero, en el coche de su amigo, y se sorprendió tras ver que habían estado follando más de cuatro horas seguidas sin parar.
-¿Qué? ¿Repetirás?
Y Jorge, sabiendo lo que sabía gracias a la propia hada, respondió con una perversa sonrisa:
-¡Ya te digo!
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Me ha gustado el relato, pero me quedo con la impresión de que no acabo de conectar con los personajes, ni el hada ni Jorge. Pero muy chulo.