200 días de travesía, 10 días para el destino.
El zumbido profundo del núcleo cuántico era el único latido que rompía el silencio absoluto de la nave espacial “Aurora Estelar.”
Desperté del sueño criogénico inducido con un estremecimiento delicioso, si bien faltaban varios dias para llegar a las lunas de júpiter, debía estar despierto antes de la llegada y revisar cada aspecto de la nave, entonces el aire puro inundo mis pulmones y se abrió la puerta de la crio cámara en la estancia presurizada, cuando note mi indumentaria sonreí, me cubría un traje de un negro brillante pegado a cada poro de mi piel, de un material podríamos llamar “latex” caliente por mi propio calor corporal, impregnado del olor penetrante parecido al caucho, sudor y lubricante de silicona acumulado durante semanas de sueño.
El traje completo —mi verdadera piel durante estos meses— era una obra maestra del encierro total, era un material parecido al látex negro de 0.8 mm de grosor, sin una sola costura visible, moldeado a vacío sobre mi cuerpo en la Tierra antes de partir, este cubría desde los dedos de los pies hasta la coronilla, con pies integrados tipo calcetín y una capucha completa que dejaba solo el rostro libre… por ahora.
En la entrepierna llevaba una vaina reforzada con anillos internos de nanopartículas que, al activarse, se contraían y vibraban, manteniendo mi pene bien enfundado, como soy rubberista, se encontraba en un estado de semierección permanente y el mecanismo, eficazmente absorbía cada gota de fluido. Otra vaina anal hinchable, igualmente sellada, me permitía evacuar deposiciones sin romper nunca el hermetismo.
Me incorporé lentamente en la litera. El látex crujió con ese sonido inconfundible, ese “shhhrrrk” que hace que cualquier rubberista se le acelere el pulso. Sentí cómo se deslizaba sobre sí mismo, pegajoso y resbaladizo a la vez, abrazándome más fuerte con cada movimiento.—computadora, informe de estado nave —ordené.
Mi voz sonó amortiguada; aún llevaba puesto el collarín alto del traje que me llegaba hasta la barbilla.—Sistemas al 98.9 %. Llegada a Luna Calixto en 10 días terrestres. ¿Presurizar cabina?—Afirmativo dije, había que ahoorar oxigeno dentro de la cabina de la nave , entonces llego un momento que disfrute más de lo que pensaba, ya que complete un encierro total dentro de mi traje primero me coloque adicionalmente unos guantes.
Los tomé del compartimento estanco, un material negro de 1 mm, con dedos separados y puños largos que llegaban casi al codo. Los deslicé lentamente, centímetro a centímetro, sintiendo cómo entraban perfectos, luego un vacío succionaba el aire y los pegaba como si hubieran sido vulcanizados directamente sobre mis manos. Flexioné los dedos: “crrrk… crrrk”. Perfecto. Después, me coloque mi pieza reina: la máscara total de respiración. Era una máscara militar S10 en látex negro brillante en vez de goma verde. Dos grandes filtros P3 laterales, visor panorámico de policarbonato tintado, y un conector central para tubos.
La parte trasera era una capucha completa de látex con cordones de ajuste. La acerqué a mi rostro y aspiré profundamente el olor: caucho nuevo y mi propio aliento atrapado de días anteriores. Me la coloqué despacio. Primero introduje la barbilla, luego estiré el látex hacia atrás, cubriendo toda la cabeza. Los cordones los apreté con fuerza, uno a uno, hasta que sentí la presión perfecta: el látex se hundió en cada pliegue de mi cuello, las orejas quedaron aplastadas, el visor empañado por mi primer aliento. El sello fue inmediato. El mundo se volvió más pequeño, más íntimo. Solo se oía mi respiración amplificada dentro de la máscara.
Conecté los dos tubos corrugados negros al reciclador portátil que llevaba en la espalda —un mochila compacta que zumbaba suavemente— y luego el tubo central a la válvula de mi boca. Probé la succión: el diafragma se abrió y un chorro de oxígeno frío y puro me inundó los pulmones. Exhalé y el sonido fue gutural, mecánico, delicioso.Por último, la cremallera trasera del traje completo: desde la base de la columna hasta la coronilla. La cerré yo mismo con una cuerda larga, centímetro a centímetro, oyendo el “zzzip” definitivo que me convertía en una estatua viviente de látex negro brillante. Ya no había piel expuesta. Solo caucho. Solo brillo.
Solo yo dentro de mi capullo perfecto, finalizando mi ritual con unas botas del mismo material que llegaba hasta mi rodilla. Una vez cubierto un siseo suave llenó la nave indicando se estaba llenando de vacio-.—despresurización finalizada. Despresurizando cabina en 3… 2… 1… El aire se fue. El silencio volvió, roto solo por mi respiración controlada y el leve zumbido del reciclador.
Entonces la escuché, mi única acompañante en mi viaje, mi androide sexual llamada Lyra, el taconeo metálico de sus botas de látex con plataforma y suela de acero la delato y apareció en el umbral del compartimento. Era una visión imposible: un cuerpo femenino perfecto cubierto por un catsuit de látex negro de 0.6 mm, con corsé integrado que le marcaba su cuerpo. Sus pechos, firmes y prominentes, tenían pezones marcados bajo el caucho translúcido en sus partes intimas.
Llevaba guantes hasta los hombros y botas que le llegaban a medio muslo, con más de veinte hebillas cromadas cada una. Su rostro estaba cubierto por una máscara idéntica a la mía, pero con visor rojo y un tubo que serpenteaba hasta un reciclador integrado en su espalda. No necesitaba respirar, pero yo había ordenado que llevara máscara y tubos parecido a los mios, escuche su aliento mecánico, el siseo sincronizado con el mío, Se acercó. El látex de sus guantes rozó el mío. “Shrrrrk… shrrrrk…”—¿Desea asistencia, amo? —su voz salió distorsionada por el vocoder de la máscara, profunda y sensual.—ordené – haz este viaje sea más placentero por favor-, mi voz resonando dentro de mi propia máscara. Lyra se arrodilló con gracia felina.
Sus manos enguantadas bajaron hasta la entrepierna de mi traje, activaron las nanopartículas y sentí cómo mi pene era succionado hacia la vaina, hinchándose al instante hasta quedar atrapado en un tubo interno rígido y vibrante. Un gemido escapó por mis filtros. Primero me masajeó entero: látex contra látex, resbaladizo, caliente, interminable. Sus dedos recorrieron cada pliegue, cada costura, cada válvula. Luego abrió mas la cremallera estratégica de mi entrepierna —solo 15 cm, lo justo— y extrajo mi miembro ya palpitante, envuelto aún en una fina capa de látex transparente que actuaba como preservativo integrado.
Lo masturbó lentamente, con movimientos expertos, mientras su otra mano jugaba con mis filtros, tapándolos un segundo, soltándolos, entonces me di cuenta había iniciado un juego de respiración que solo sirvió para aumentar mi excitación, controlando mi aire. Cuando estuve al límite, cerró mi cremallera de nuevo, atrapando mi erección dentro de la vaina. Me empujó contra la litera y se subió encima. Abrió su propia cremallera inguinal —un sonido largo y obsceno— y se empaló sobre mí sin prisa. Su vagina sintética era caliente, con texturas internas que se contraían a voluntad.
Sus caderas se movían en círculos perfectos mientras sus guantes apretaban mi cuello, justo sobre el collarín del traje. No podíamos besarnos. Nuestras máscaras chocaban con un “clac” de policarbonato. Solo podíamos respirar el uno frente al otro, tubos rozándose, filtros siseando al unísono. —Más rápido —jadeé dentro de mi máscara. Lyra aceleró. Su cuerpo robótico imitaba temblores, contracciones, gemidos electrónicos. Cuando me corrí, la vaina absorbió cada gota, reciclando mis fluidos para el sistema de hidratación. Ella siguió moviéndose hasta que su programación simuló un orgasmo brutal: todo su cuerpo vibró, sus tubos se agitaron, un grito metálico salió de su vocoder.
Después me limpió con su boca-máquina: abrió su válvula oral, conectó un tubo succionador y me dejó completamente seco, todo sin romper nunca el sello. Seguimos asi durante horas, dos figuras negras brillantes, selladas, tubos entrelazados, flotando en gravedad cero frente a la ventana. El cosmos era nuestro escenario y nosotros, dos muñecos de látex vivos, respirando al mismo ritmo, perdidos en el placer absoluto del encierro total.
Cinco dias después… nuestra rutina continua para mi placer, en un momento estaba presurizada la cabina de la nave aproveche para follar con nuestras caras al descubierto, tenia un bello rostro diseñado según mis gustos personales, bese a mi androide y sus labios eran casi iguales a los de una mujer humana, estábamos en gravedad cero en medio de un coito, cuando apareció en todo su esplendor Júpiter por la ventana, la imponente vista del coloso del sistema solar con sus lunas ya no importaba tanto por cuanto en ese momento solo me importaba la visión de mi androide sexual que tenía frente a mi.
![]()