Johnny se merecía un momento mejor de mi vida. Todavía recuerdo esos ojitos pequeños, como de animalito perdido; él sabía sonreírme con los ojos. No te voy a contar dónde nos conocimos, cómo empezamos a vernos o cómo llegamos a fajar en los parques, cuando caía la noche. Yo elegía una banca y él me abrazaba. Me soltaba el brasier y me metía la mano, tratando de cubrirme con la chamarra. Con el tiempo, yo dejé de usar brasier cuando lo veía.
Sus dedos eran tan suaves: parecía que la vida aún no había pasado por ellos. Le gustaba no tocar mi pezones: hacerme sentir que podía tocarlos en cualquier momento, pero más bien sentir el peso de mi pecho en sus manos, sentir sus formas, como si tratara de acariciar la sombra de mi pecho. Y de pronto la yema de su dedo pasaba rápido por mis cimas, y yo daba un saltito respingado. Me mordía los labios y me sentía derretirme.
Él me besaba la cabeza y dejaba su boca recargada sobre mi cabello; me susurraba cosas que yo no escuchaba, pero que descifraba por la manera en la que vibraban. Lo veía a los ojos sin decirle nada, y él sabía que mis ojos vacíos significaban «vamos a un lugar en el que puedas cogerme». Los pájaros regresaban a sus casas en grandes bandadas y yo le había dejado mi olor en la mano. Pero yo no iba a hablar de esto.
En el cine llegábamos a hacer más. En el cine, si la película era aburrida, podía mamársela un poco. Íbamos entre semana, muy de noche, cuando nadie va al cine. Elegíamos cualquier asiento, porque elegir los de atrás siempre es sospechoso. Entonces era yo la que lo tocaba. Le quitaba el cinturón, intentando que no hiciera ruido, y le abría el pantalón. Sentía su miembro por encima de la ropa interior: me gustaba cómo se curvaba hacia un lado, cómo saltaba y palpitaba y crecía. Y sólo finalmente fingía que me estaba quedando dormida, y me recostaba en su regazo. No podíamos hacer muchos movimientos, entonces solamente me lo metía en la boca. Tenía que ser hábil. Sólo podía usar la succión y la lengua para hacerlo correrse.
Me gusta mucho el verbo “correrse”; aquí nadie lo usa, pero es lindo, tiene esa “rrrrr” que es tan lasciva. “Acabar” suena a poncharse, a “venirse abajo”. Correrse no era “venirse abajo”, era “venirse en mí”. Y lo lograba, ¿sabes? Dos veces logré que Johnny se corriera así. Casi se muere cuando vio cómo me tragaba su semen. Al instante se le volvió a parar y tuvo que penetrarme en el acto.
¿Cómo que cómo me penetró, si estábamos en el cine? No, no: esa vez no estábamos en el cine: estábamos en su casa. Tienes razón, estoy embrollándome mucho. Mejor regreso al cine. Se la mamaba así, quedito, sin mover el cuello, solamente con los labios en su tronco, con la lengua en el glande y jugando con mis mejillas. A veces lo volteaba a ver cuando presionaba su pene contra una de mis mejillas y notaba que eso le gustaba mucho.
Y así estábamos, en la oscuridad del cine. ¿No me crees? ¡Te juro que nadie va los noches entre semana a ese cine! ¿Y si sí? Pues éramos muy jóvenes y era muy otra época. Él de pronto me decía:
—Julieta… vámonos —y entonces nos íbamos a un motel o a su casa.
Una vez hasta lo hicimos en una iglesia. Allí no sólo se la mamé: me la metió y todo. Pensar en eso aún hace que… ¿Te parece de mal gusto? Bueno, si quieres mejor no te cuento eso.
Yo no le pedía nada a Johnny, ¿sabes? Habría sido muy hipócrita de mi parte. Él me contaba de las chicas que le gustaban. Y tenía un muy buen gusto. A mí también me gustaban esas chicas… pero él era muy torpe: nunca se le armó nada. Sé que, mientras estuve con él, él sólo estuvo conmigo.
¿Yo? Bueno, yo me moría por Indira. Después de una época en la que viví como vampiresa, sin salir de mi casa y casi sin recibir un rayo de sol, sintiéndome morir, empecé a ver a Indira: era fiestera y trotadora, y yo me desvivía por seguirle el paso. Indira no me dejaba estar deprimida, y yo, con tal de tirármela, hasta intentaba estar alegre. Je, exagero un poco eso de “tirármela”. La mitad de mi cabeza sí planteaba algo con ella, y la otra solamente quería su compañía.
Era una chica mediana de estatura, fuerte y de piernas grandes y firmes. Sus pechos eran mucho más grandes que los míos. Así me gustan las chicas: tocables. Y ella además tenía una bonita piel. Recuerdo la primera vez que se la toqué. Era su fiesta de cumpleaños, en 2016. Nos besamos en unos retos. Había muchos hombres, pero no eran de esos hombres de gritan pendejadas cuando dos mujeres se besan. Eran de esos hombres que te sonríen con complicidad, sintiéndose felices por ti, aunque obviamente piensan “más tarde me masturbo pensando en ellas”.
Eso me gustó: había silencio en nuestro beso. Ambas sabíamos que iba a pasar tarde o temprano, y por eso ni lo apuramos ni nos sentimos torpes. Empecé tocando sus mejillas tersas, acariciándole el cuello. Ella me sonrió y nos pusimos frente con frente, nariz con nariz. No fue un beso húmedo ni candente, pero tampoco fue un beso inocente. Sus labios estaban tiernos. ¿Has sentido esas flores polvorosas, con olor a casa de abuela, que sientes que se deshacen entre tus manos, pero que tienen un tacto fresco y suave? Así eran los labios de Indira… bueno, sin el olor a casa de abuela, obviamente.
Nos fuimos a dormir juntas, claro. Los hombres que quieren fantasear con mujeres siempre están dispuestos a dejarles un cuarto. Logísticamente, nuestra primera vez no fue lo mejor del mundo. Yo disfruté mucho sus pechos y me quedé chupándoselos en cama un buen rato. Ella gemía, pero no era un gemido de satisfacción y yo sabía que querría otra cosa. Me conozco bastante bien, y sé como me gusta que me masturben… pero no sabía si sabría masturbarla a ella. Igual nos comunicamos bien. La hice humedecerse, comiéndomela a besos, le acaricié esa linda florecita que tenía, impresionada por los colores y por la humedad. La dedee quedito; encontré dónde hacerla sentir bien, por dentro, y me quedé allí, columpiando mis deditos un buen rato.
Lo más difícil fueron las tijeras. Por alguna razón no nos conectábamos. Cuando ella me presionaba la vagina, yo no presionaba la suya. Estuvimos un buen rato intentando, hasta que se desesperó y decidió mejor comerme la vulva. Cuando hicimos el 69, ella se puso arriba. La primera en terminar fue ella, que se había casi sentado en mi casa, y que se estaba esforzando más en cogerme la boca que en darme placer. Tenía algo de morboso, debo admitir; me gustó. Cuando iba a alcanzar el orgasmo, nada más se detuvo y se entregó a la sensación, echó la cabeza para atrás y me dijo, llena de dulzura:
—Ay, Julieta, te amo.
Ya que por fin había terminado, la tumbé en la cama y yo me senté sobre ella: me le restregué casi vengativamente, y pensar en que me la estaba pagando me puso muy caliente. Ella se dio cuenta de eso y se esforzó en meterme la lengua, en hacerme botar las nalgas alrededor de su cara.
Esa noche, cuando estábamos orgasmeadas, medio dormidas, pero tratando de no cerrar los ojos para pasar más tiempo juntas, hablamos de Johnny por primera vez.
—¿Quién es ese chico con el que te veo tanto últimamente?
Y yo le conté. Le conté que era dulce; que me leía para que me quedara dormida, que cocinaba conmigo, que siempre empezaba el sexo comiéndome la vulva, porque le daba miedo correrse antes de haberme satisfecho. Le conté que con él había tenido más orgasmos seguidos que con nadie. No me creyó cuando le dije cuántos. A ti no te voy a decir, ¡hasta crees! Eso me lo quedo para mí.
Me hizo enseñarle fotos y pude ver cómo se lo sabroseaba con la vista. Me hizo presentarlos:
—Quiero saber con quién estás —me decía.
Y se cayeron bien los dos. Yo de entrada me moría de pena. Con Johnny era completamente honesta, y él sabía que por fin me había acostado con Indira. Pero mis temores parecieron falsos. Por un día hubo mucha madurez: comimos juntos, vimos una película y nadie hizo comentarios raros.
Pero la próxima vez que hablé con Indira, me dijo de pronto:
—¿No sabes si le gustaría un trío?
—¿Cómo voy a saber eso? –le respondí, ruborizándome mucho.
—Pues es un hombre, con el que hablas muy bien, que sabe que te acostaste conmigo, y que ya me conoció… ¿no crees que quiera un trío con las dos?
—Más bien tu quieres un trío con nosotros —le dije, tratando de que sonara como un chiste.
Indira se rio, pero levanto las cejas para confirmármelo. Se lo empecé a sugerir poquito a poco a Johnny. Le contaba cómo era Indira en la cama. Eso lo excitaba mucho. Lo montaba de inmediato, y aprovechaba para decirle, en medio del acto:
—Deberías aprovechar.
El no se daba por aludido y me empujaba hacia abajo las caderas para empalarme hasta el fondo.
—Deberías aprovechar —seguía yo, que gemía, sintiéndolo a él adentro mío, enorme por la perversidad de lo que seguro estaba pensando. —Me urge coger con ella y ella quiere que te lleve para que se la metas… así, bien adentro… como me tienes a mí ahora. Imagínate que soy ella. Anda, te doy permiso. Imagina que te la estás cogiendo a ella.
Entonces él me hacía cambiar de posición, me tumbaba en la cama de espaldas y me la metía, en la vagina pero desde atrás. Yo estaba prácticamente acostada y él me azotaba desde arriba con sus embestidas. A juzgar por la manera en la que me cogía, sí se estaba imaginando a Indira.
¿Suena muy brusco? ¡No, no! Es que no conociste a Johnny. Cuando se ponía así, intenso, pasional, era todavía más tierno y más delicado. A veces lo gritaba de placer y él se deshacía en disculpas, pensando que había lastimado.
Y creo que estábamos a punto de lograrlo. A Indira y a mí se nos iba a hacer coger con Johnny, las dos. Pero nunca pasó. Fue por Rogelio. Sí, en esa época aún estaba con Rogelio. Era mi novio… “el de verdad”, e íbamos a cumplir dos años. A Rogelio nunca le gustó la idea de que tuviéramos una relación abierta y… bueno, yo no iba a aceptar otra cosa.
¿Qué le voy a hacer? Yo nunca he podido ser fiel. A veces pienso que es por mi padre… a veces creo que no, que nada más soy así. A veces digo que la sociedad será mejor cuando nadie te cuestione por las vergas que quieras o no dejar entrar en tus territorios. A veces pienso que solamente me digo eso porque me hace sentir tranquila. En punto es que nunca he podido ser fiel. Alguna vez vi una película en la que un pendejo le decía a una chica infiel “¿por qué te comportas como un hombre?”. ¿Me creerías que me han dicho eso más de una vez? Pero bueno, ¿qué te voy a contar de esto a ti, verdad? Ya sabes como soy… y sabes que lo siento.
Rogelio era lo opuesto a Johnny. Era alto y fuerte, y tenía los ojos llenos de… de nada. Negros, negros. Y unas manos grandes y callosas. Calzaba del 33. ¿Sabes lo que significa eso, no? 33, te digo. ¿Recuerdas cómo me cogió Johnny cuando fantaseamos con Indira? Bueno, pues así me cogía Rogelio al menos una vez a la semana. A veces me levantaba en sus brazos y me cogía en vilo, y cuando se cansaba me ponía contra la pared. Y yo me apagaba, ¿sabes? Lo dejaba hacer.
Las primeras veces con él, tuve orgasmos enormes, largos y bestiales. Luego, cuando me empecé a sentir usada, dejé de tenerlos y tuve que fingir. Pero él aprendió a distinguirlo, y le enfurecía que fingiera. Él tenía una muy buena condición y mucha continencia, ¡y no terminaba, el maldito! Teníamos que estar allí, peleando, cuarenta minutos, hasta que él de pronto tenía un orgasmo. A veces, en la furia que había acumulado, se quitaba el condón, me restregaba el pene en la cara y se corría encima mío. Alguna vez se quitó el condón y me la volvió a meter, sólo para correrse adentro. Lo quería matar, y al día siguiente tuve que ir por una pastilla.
Por eso es que te lo digo: Johnny se merecía un momento mejor de mi vida. Rogelio empezó a sospechar que algo pasaba. Que Johnny estaba demasiado presente en mi vida como para ser otro amigo. No me di cuenta de cuánto empezó a seguirme, pero de pronto sabía dónde vivía Johnny… y sus horarios, y su teléfono. Johnny no sabía nada de esto y yo no quería asustarlo.
Recuerdo que un día, vi por la ventana de su edificio a Rogelio. Fumaba con ira en la calle. ¿Qué estaba esperando hacer? Ese día resolví que todo tenía que parar.
—Es nuestra última vez —le dije a Johnny.
Al principio pensó que estaba haciendo un chiste, pero vio que yo estaba triste y me abrazó. No lloramos. Pusimos una película tonta y nos acurrucamos juntos. Empezó a frotarse con mi trasero, me bajó los pantalones y empezó a masturbarse entre mis nalgas. ¿Era un deseo animal? ¿Era la costumbre? Quizá así suena…, la verdad es que en ese momento me pareció una despedida.
No me dejó mamársela. Nos besamos. Me abrió la camisa de botones que llevaba ese día y me besó los pechos. Primero uno, largamente; luego el otro. Parecía que no se quisiera ir de allí. Luego bajó al ombligo.
Le había enseñado exactamente cómo me gustaba el sexo oral: besos en los extreños lengüetazos en los labios menores, un besito en pinza sobre el clítoris. Él había innovado en mi gusto, metiéndome un dedo, atrapándome el clítoris entre índice y cordial, y comiéndome el clítoris despacio, mientras me masturbaba. Yo amaba que hiciera eso.
Le dije que iba a masturbarlo, que se tendiera en la cama. Pero le mentí. Me subí encima suyo y me introduje su pene sin condón. Vi en su cara que no le gusta la idea, pero no intentó detenerme. Entendí que era algo de una única vez. Su pene me quemaba: nunca lo había sentido a pelo. Sentí que me humedecía más y más en torno a él. Me humedecí tanto que me dio vergüenza. Y así puesta, empezar a cogérmelo fue casi automático. El fuego que me estaba metiendo me hacía cabalgarlo con más enjundia de la que recordaba haber usado nunca en el sexo.
Me esforcé en que le gustara, intenté contraerme por dentro, le giraba, saltaba en su pene para que sintiera mis nalgas botar contra sus piernas. Y él no gemía: sólo me sonreía. Sabía que le gustaba porque me tocaba con mucha emoción los pechos, mientras yo lo montaba… pero la escena en realidad era un poco triste.
Me esforcé tanto que me cansé muy rápido. Él no notó y me reemplazó. Primero muy muy lento. Me besaba un poquito la boca, los pechos, los hombros. Parecía como si la penetración fuera sólo un acompañamiento del resto de sus caricias. Luego, poco a poco, empezó a cogerme más rápido de lo que me había cogido nunca. Esa velocidad en realidad me recordaba un poco a Rogelio, y me hacía sentirme rara. Pero entendía que era la forma que tenía él de quererme. Mientras él empezaba a bufar, y su pene iba creciendo más y más, le quité la camisa e intenté memorizar su pecho y su cara.
—Córrete dentro —le dije, exagerando las erres.
Era irresponsable, ya lo sé. Y él lo sabía. Ni siquiera debía estarme dando así, al natural. Pero yo quería darnos ese permiso, esa pequeña imprudencia, y que pasara lo que tuviera que pasar. Ahora que lo pienso, fui una estúpida. Y Johnny también, pero no tanto.
—Córrete dentro —le repetí, gimiendo como si me doliera.
Pero Johnny ya sabía interpretarme, y me siguió dando con su cariño pasional, con su delicada furia medida. Aceleró un poco y bajó a besarme. Sus estocadas se volvieron más cortas, más concentradas, más curvas. Me quejé por debajo del beso, que me robaba la palabra; con una mano le arañé la espalda sin querer y con la otra me aferré a la cama. Me contraje en torno a su verga, hirviente, y mi humedad le dejó brillando el vello público y las piernas.
Me dio diez segundos de descanso y me la metió de nuevo, más rápido todavía que la vez anterior. Ahora era completamente al revés. Esta vez no nos besábamos. Él estaba casi completamente erguido y hacíamos un ángulo de 90 grados. Johnny me levantaba las nalgas y me acercaba a él. Lo metía entero y luego salía casi por completo… y ¡fum!, de nuevo me tenía empalada.
Me faltaba una estocada más para llegar a mi segundo orgasmo, cuando él me dijo que estaba a punto de correrse. Yo intenté repetirle que se corriera adentro, pero él me calló con su velocidad. Todavía alcance a apretarlo un poco, cuando tuve el orgasmo, pero de inmediato él se salió y se corrió en mi vientre. Trajo un poco de papel, algo de agua y una toalla… y me limpió.
Desaparecí un tiempo y le di suficiente información a Rogelio como para que tratara de encontrarme. Supuse que si iba detrás mío, no le prestaría atención a Johnny. Y lo conseguí. Y pasaron muchas cosas malas después de las que no quiero hablar. Pero ahora estoy… no, quizá no estoy bien, pero algo así.
Lo he visto varias veces, desde entonces… a Johnny, quiero decir. Se mudó, pero aun así he llegado a verlo sin querer me di cuenta de dónde trabaja. Creo que es la oficinita casera de un partido político; sale con un maletín de cuero, como si fuera un pequeño oficinista. Ayer lo vi con una chica muy linda: rizada y morena, con una sonrisa ancha y un trasero lindo. Tiene cara de enamorado cuando la ve.
Yo también tengo novio. Y lo amo… mucho; aunque no me lo creas. Con él, creo que por fin soy feliz. ¿Y que por qué estoy aquí, contigo? No tiene nada que ver con mi novio; te juro que no. Es sólo que mañana se cumplen ocho años de mi última vez con Johnny.
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Muy lindo relato, y mejor que a pesar de ocho años aún recuerdas lo bien que la pasaban