Me crucé con él una calurosa tarde de primavera. Al principio, fingí no verlo y miré el móvil para disimular. Pero él sí me vio. Clavó sus ojos en mí de esa forma tan suya, que no admitía ser pasada por alto.
Yo apresuré el paso y me metí en la boca de metro, seguida por él a cierta distancia. Pese a no verle la cara, sabía que estaba sumamente divertido por nuestro juego. Bajé las escaleras mecánicas que se hundían en la ciudad y me subí al tren.
Por el rabillo del ojo, vi que él se montaba en el último momento, entonces me di la vuelta y lo miré fijamente. Nos observamos, retadores. El metro arrancó y me agarré a la barra sin apartar la vista de él. Estábamos rodeados de gente, pero sentía que nos encontrábamos solos en el vagón traqueteante.
Decidí sentarme. Él sonrió y avanzó hacia mí, sorteando pasajeros hasta colocarse enfrente. Yo estaba sentada y él de pie, por lo que mis ojos no tenían más remedio que mirar su entrepierna, que me pareció ligeramente abultada. Yo llevaba una bolsa de gran tamaño, que escondía un vestido colgado en una percha y doblado por la mitad.
La coloqué sobre mi regazo cubriendo en su totalidad la parte de mis piernas que, generosamente, dejaba al descubierto la falda tejana que me había puesto. Una mujer a mi lado se levantó en la siguiente parada y él ocupó el asiento sin mirarme, como si no me conociera.
Y entonces empezó el juego de verdad. Cuando el tren arrancó, su mano se posó entre los dos, y avanzó hasta colarse debajo de mi bolsa. Él también había colocado sobre sus piernas una cartera de ejecutivo, de generoso tamaño, que llevaba consigo. Poco a poco, su mano se deslizó hasta mi regazo, y empezó a acariciarme la pierna, con suavidad, casi como por accidente. Sus dedos, fuertes y flexibles, fueron subiendo muy, muy despacio. Yo tuve un momento de pánico y pensé en apartarle, pero su contacto era demasiado tentador, así que dejé mi mirada perdida en el infinito y concentré mi atención en la sensación que me invadía.
Con pericia, fue deslizando su mano por mi muslo, arrastrando en su recorrido la tela de mi falda. Sentía sus dedos, avanzar en mi entrepierna, así que me moví ligeramente, levantando el trasero del asiento, como si me quisiera acomodar.
Aprovechó ese gesto, para avanzar en su recorrido y situarse entre mis muslos. Mi sexo empezó a humedecerse y me esforcé para mantenerme impávida, aunque la sangre me hervía.
Comenzó el infierno. Estábamos en un lugar público y mi excitación me hizo sonrojar. Sus dedos alcanzaron mi tanga, que ladeó con destreza y se posaron entre mis labios vaginales, abriéndolos, adentrándose, buscando… Yo clavé las uñas en el asiento. Me di cuenta de que la presencia de los demás pasajeros y el riesgo de que cualquiera nos descubriera en cualquier momento me ponían a mil. Mi respiración se agitaba, mi corazón latía con fuerza…
Él lo sabía y no paraba. Miraba hacia el frente como un pasajero más mientras su mano se agitaba en mi coñito. Sus dedos frotaban mi clítoris, cada vez más fuerte… cada vez con más intensidad… Abrí las piernas todo lo me permitía la falda tejana… El tren iba a parar y yo… yo no quería… pero estaba… a punto de…
Me corrí. El placer me inundó y me mojé entera y mojé el asiento del metro. El orgasmo duró varios segundos, durante los cuales me dejé llevar y dejé que el chirrido de los frenos del metro ahogara mis gemidos, que ya no podía ni quería reprimir.
Por fin terminó, justo cuando el vagón se detuvo. Sin aliento y muerta de vergüenza, miré a mi acompañante, que extrajo la mano y se puso en pie.
—Te veo en mi casa —me dijo con una sonrisa. Y se llevó los dedos a su boca, sorbiendo mis efluvios con vehemencia en el recorrido hacia la puerta, y se bajó del vagón.
En su casa, me tocaría a mí llevar a cabo la segunda parte de nuestro plan.
Y es que cuando dos preparan una fantasía con complicidad compartida, y la elevan a la realidad, produce un placer que solo se conoce cuando se vive.
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Cleo, una delicia leerte, espero seguir haciéndolo. Elegancia y sensualidad en cada párrafo. Espero pronto leer la continuación.
Gracias por tus palabras.