Sometida por la profesora de mi hijo

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Salí del trabajo apresurada, despidiéndome de mis compañeros con un escueto saludo, fui a buscar mi vehículo y me cambie los zapatos por unas cómodas chanclas, el tráfico en Santander estaba congestionado, pero confiaba en llegar puntual.

A pesar de ser primeros de junio, hora punta y tener que aparcar en un lugar alejado llegué bastante temprano, las luces estaban apagadas y pude distinguir la silueta de una mujer que hacía la limpieza, golpeé el cristal con insistencia hasta que se dio cuenta de mi presencia, me abrió la puerta y me indicó donde tenía que ir, subí por el pasillo y busque el despacho, no tuve dificultad en encontrarlo, era el único que tenía la luz encendida, me asomé y la vi hablando por el móvil, me hizo una señal con la mano, me senté en un banco y esperé.

Mientras esperaba repasaba los acontecimientos, me había llamado la profesora del instituto para acordar una cita y hablar de mi hijo. Miré las chanclas de color negro con una plataforma redonda, mis uñas estaban recortadas y pintadas de un tono marrón oscuro, era una de las zonas de mi cuerpo de la que me sentía muy orgullosa, llevaba una falda vaquera que me llegaba hasta las rodillas y una camiseta de tirantes desflecada y me hizo dudar si era lo apropiado.

Mi nombre es Pilar y todo el mundo me conoce cómo Pili, tengo 41 años, mido 1,58, pelo castaño hasta los hombros, una cara pecosa, con un cuerpo voluminoso pero proporcionado y una barriga pronunciada, unas nalgas anchas con buen culo y unas tetas ni grandes pero tampoco pequeñas.

-Buenas tardes… ¿Pilar verdad? – dijo ella con una sonrisa.

-Todo el mundo me llama Pili – le contesté de forma educada.

-Isabel y todos me conocen por Isa – me dijo al tiempo que me hacía un gesto con la mano para que pasará al despacho -¿Té importa que nos tuteamos?

Me senté en una silla que había enfrente de una mesa de despacho, al típica mesa llena de papeles desordenados, con una pantalla de ordenador, un teclado y ratón, las paredes eran de un símil de madera de color muy vivo y con un pequeño sofá a un lado.

Isabel se sentó y pude observar su cuerpo, era delgada, atractiva, de unos 30 años, vestía un pantalón liso que resaltaba sus nalgas, una camisa desenfadada que dejaba entrever que no llevaba sujetador y dejaba marcados sus pezones, mediría aproximadamente 1,70 y su rostro era jovial y llevaba su melena negra recogida, no pude evitar mirarla descaradamente y pensar que era la mujer que todo adolescente le gustaría follar.

-Disculpa que te haya convocado a estas horas – dijo ella comenzando a hablar – pero tenemos que tratar un tema sensible y delicado.

-No entiendo – dejé ir con preocupación – si saca buenas notas y estudia cada día en casa.

-El problema ahora mismo es de actitud y no de estudios.

-¿Cómo? – Dije visiblemente alterada – Es su último año y quiere ir a la universidad.

-Ahora mismo eso no va a ser posible – susurró ella – no va a tener suficiente nota de admisión.

-¡No lo entiendo! – dije titubeando.

-¡Háblame de vosotros! – inquirió Isabel.

-Vivimos en un piso pequeño y me he divorciado hace unos meses – dije con los ojos llorosos – desde entonces él ha cambiado y se ha vuelto más problemático.

-¡Ahí está el problema! – Dijo ella – tu hijo no para de molestar a sus compañeros, asediar a sus compañeras e intentar atemorizar a sus profesores.

-Crees que va a ser un impedimento para ir a la universidad – le pregunté con voz temblorosa y por primera vez dejando caer lágrimas por mis mejillas.

-¡Mira! – Dijo haciendo el gesto para girar la pantalla del ordenador para que pudiese verlo con mis propios ojos – Tengo una cámara instalada en el retrovisor de mi coche.

Mire la pantalla aterrada y vi como un joven se acercaba a un vehículo cercano y le rallaba la puerta con las llaves, al alejarse pude ver claramente el rostro de mi hijo y solté un sollozo.

-¡Ese es el vehículo del director! –apostillo ella.

Me mostro otra imagen que me resulto familiar, era del mismo despacho donde me encontraba ahora mismo, y un individuó forzó la puerta y abrió los cajones por el suelo y esparció todos los papeles por el suelo, rompiendo el teclado de un golpe seco, al salir volvió a ver la cara de mi hijo y estallé en llanto.

Dejé caer mi cara entre mis manos y estuve un rato lloriqueando, sin darme cuenta que ella se había levantado y ahora estaba de pie delante mío con su trasero apoyado en la mesa.

-Las imágenes solo las tengo yo – susurró en posición ventajosa – y los daños que me produjo son mínimos, pero si sumó todo esto a su comportamiento no va a superar este curso y lo van a expulsar.

-Lo siento – tan solo fui capaz de balbucear -¡Te pagaré los desperfectos!

-Me lo pagas…. ¿Y ya está? – Dijo ella en tono burlón – y me olvido de todo.

-¿Puedo solucionarlo de alguna manera? – susurré en actitud conciliadora.

¡Eso es inusual! – Dijo ella -¿qué me puedes ofrecer?

-¿Qué quieres? – le susurré sorprendida.

-¡Me fascinan las gorditas! – Murmuró poniendo la yema de su dedo en mis labios -¿Cuánto hace que no follas?

La miré enfurecida, sorprendida, no podía describir lo que sentía en aquel momento, ella me sujeto la barbilla con una mano y metió su dedo lentamente en mi boca, me paralicé y le chupe el dedo, inconscientemente accedía a sus pretensiones, mi cuerpo reaccionaba de manera opuesta a cómo esperaba hacerlo y noté como mi coño se humedecía y mis pezones se ponían duros.

-¡Contéstame! – dijo sacando el dedo de mi boca.

-Hace ya más de un año – contesté de forma involuntaria sin poder evitar que mis palabras salieran de mi boca.

-¡Pues quiero follarte! –murmulló ella llevando su cara hacía la mía y me beso en los labios y su mano se metió por debajo de mi falda buscando mi entrepierna.

Sus labios buscaban los míos y yo los mantenía cerrados y giraba la cara, entonces ella empezó a darme tiernos besos en el cuello, su mano me acariciaba el coño por encima de las bragas, sus movimientos fueron lentos, pero empezó a frotar su mano contra mis bragas, deje escapar algún ligero gemido y mi cuerpo sufrió un escalofrío y una descarga que iba desde mis pies hasta mi cabeza.

-¡Basta ya! – le grité mientras la apartaba y me ponía en pie y me dirigí a la puerta, mi mano apretó el pomo dispuesta a salir de allí.

-Entiendo que no quieras – dijo ella volviendo a apoyar su culo en la mesa – No tenía que habértelo pedido…pero sé que te ha gustado.

-¡No! – Dije alzando la voz – cómo quieres que haga esto.

-¡Vete de aquí! – Dijo ella en tono amenazador – Vete a tu casa y yo mañana presentare todas las imágenes al claustro.

Me quede paralizada con la puerta entreabierta, pensativa, dubitativa y ese momento lo aprovecho ella para volver a atacarme.

-¡Cierra la puerta! – Me dijo suavemente -¡Lo estas deseando, eres una gordita mal follada!

Mi mente me pedía una cosa y mi cuerpo reaccionaba de otra, mi mano cerró la puerta y me giré, ella ya estaba justo a mi lado y su mano accionó el pestillo trabando la puerta, me sujeto de la mano y me sentó en una especie de sofá diván y agarrándome por las nalgas me hizo poner mi culo en el borde.

-Súbete la falda – me ordeno – Y abre bien las piernas.

Me subí la falda hasta la cintura y abrí las piernas dejando ver unas bragas de color granate bastante formales.

-¡Apártate las bragas y enséñame ese coñito!

Mis manos obedecían sus órdenes como si fuese un autómata y mis dedos apartaron la braga a un lado dejando ver mi coño.

-Así me gusta – dijo sonriendo -¡Un coñito bien peludito!

Isabel se acerco y puso las manos por debajo de mis nalgas y estiró de mis bragas, quitándomelas y sacándolas por los pies.

-Me gustan tus pies… te los voy a comer – me susurró -¡Frótate lentamente el coño!

Llevo mi pie a su cara y lo acarició con las manos y lo olió soltando una sonrisa y besándome la planta del pie.

-Me gusta cómo te huelen –dijo pasando la lengua y llegando a mis dedos y besándolos suavemente.

Estaba totalmente fuera de sí, excitada y entregada, ella metió mi dedo gordo en su boca y lo chupo lentamente, yo solté un gemido placentero, lo de chupar los pies tan solo lo había visto en internet mirando porno, pero nunca lo había practicado y sentía como una pequeña descarga eléctrica subía por mi cuerpo.

Isabel dejo mi pie y se arrodillo delante de mí y sus manos me acariciaron los muslos y sus dedos me apartaron los pelos y me abrieron los labios vaginales.

-¿Cuánto hace que no te comen el coñito?

-Mucho tiempo.

-Solo tu marido te lo comía.

-Sí.

-Seguro que te lo comía mal.

Isabel enterró la cabeza y me dio un lametazo que acabo con la punta de su lengua en mi clítoris, mis piernas temblaron y deje escapar un gritito ahogado.

-¡Vamos a mojar un poquito más este coñito! – me dijo metiéndome dos dedos en la boca y obligándome a chuparlos.

Me golpeo con la palma de la mano el coño, yo soltaba grititos y ella sonreía maliciosamente, bajo la cabeza y escupió en mi coño varias veces, casi me corro en aquel instante, sus dedos esparcieron toda la saliva por mi coño.

-¡Te quiero bien mojada gordita! – Me susurró levantando la cabeza – Voy a jugar con tu coñito.

Sentí cómo me metió los dedos y los movió lentamente, yo solté un suspiro enorme y no pude evitar humedecerme ampliamente y empecé a gemir placenteramente.

-¡Así buena chica! – Me decía sonriendo – deja que juegue con tu coñito.

-¡No te soporto! – grité.

-¡Vas a correrte sobre mi!

-¡No quiero!

-¡Pues no te corras!

Sucedió lo inevitable y estallé en un orgasmo salvaje, mi cuerpo tembló como si sufriera un terremoto, mis piernas temblaron y mis pies se movían como un flan encima de un plato con movimientos giratorios, mis manos se movían inquietas sobre mi cabeza.

-¡Así es como sabe cuando hago que te corras! – me dijo metiendo sus dedos en mi boca y haciendo que chupara mis propios fluidos.

Yo quede en trance en el diván con las piernas abiertas e Isabel se levanto y sacó del cajón un consolador plateado.

-Voy a abrirte un poco el coñito-me dijo metiendo la punta del consolador en mi boca y obligándome a chuparlo y lubricarlo -¡Tienes el coñito muy estrecho!

-¡Déjame ya por favor! – le suplique

Sentí como la punta del consolador rozó mi clítoris y solté un gemido profundo junto a una convulsión de mis caderas, los dedos de Isabel me abrieron los labios y me metió el consolador profundamente y lo dejo clavado, yo deje escapar un suspiro mientras mi pecho se contraía y s expandía al soltar y coger aire.

-Vas a ver lo bien que te voy a follar…ya tienes el coñito chorreando… eres una mamá muy mala.

Sentí como ella movía el consolador lentamente entrando y saliendo de mi coño y como mis labios se estiraban.

-Ten cuidado por favor – le suplique con voz ronca – notó como se abre mi coño.

-Lo tienes muy apretado – dijo – estabas muy mal follada.

Yo temblaba con cada penetración y gemía con fuerza y mis manos le arañaban la espalda a ella por encima de la camisa.

-¡No seas tan escandalosa! – Me dijo – Voy a follarte despacio y con calma.

Isabel me penetraba lenta pero profundamente, mi coño no estaba acostumbrado y cada estocada hacía que mis cimientos temblarán involuntariamente.

-¡Ahora voy a follarte bien duro gordita!

Movió el consolador de forma frenética y tuve que taparme la boca con las manos para no chillar y me corrí otra vez salvajemente, solo que esta vez al sacar el consolador noté cómo dejaba escapar una gran cantidad de líquido a chorro haciendo que temblase de forma violenta.

-¡Me gusta cómo te corres…eres una buena putita!

Me quede en el diván temblando con las piernas abiertas, era incapaz de moverme y tan solo quería que pararan los temblores, hacía mucho tiempo que no me corría así, no sé cuánto tiempo paso, pero estaba desconectada del mundo real.

-Venga guarra – chillo Isabel – vístete.

Me incorpore y fui a coger mis bragas, ella me lo impidió y tan solo me bajo la falda y me dio un palmada en el culo.

-¡La próxima vez haré que te corras aún más fuerte! – me susurró a modo de despedida abriendo el pestillo e invitándome a salir.

Caminé por el pasillo con el paso errático, las piernas aún me temblaban, baje por el pasillo y me encontré con la mujer de la limpieza que me abrió la puerta cuando entré y ahora lo volvía a hacer para que pudiera salir, me despidió con una sonrisa que me helo la sangre, me abría escuchado gritar, una vez salí a la calle respire aliviada y camine hasta estar lejos y me fume un cigarro para aclarar mi cabeza.

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