Le juego al sancho con mi vecina casada

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T. Lectura: 10 min.

Cuando vivía en el anterior departamento (en el mismo edificio en el que también vivía muy crush Verito), conocí a una chica casada que vive en el departamento de abajo. Vive con su esposo y calculaba que ella no tenía más de 30 años de edad. Me gustaba mucho la morra; morenita, de 1.60 m, aproximadamente, cintura angosta y nalgona.

El punto de la historia es que siempre que la encontraba en la calle, ya fuera que anduviera sola o con su esposo, me lanzaba miradas y sonreía. Al principio no me pareció algo fuera de lo normal, pensé que así actuaba con las personas pero después lo pensé dos veces porque la seguía encontrando casi todos los días al subir las escaleras, en el estacionamiento o en la tiendita y hacía lo mismo: me miraba coqueta y se ponía nerviosa pero lo disimulaba porque iba con su esposo.

Así fue todo el tiempo que viví en ese departamento y me gustaba encontrarla porque sabía que me miraría con sus ojos grandes y cafés y su sonrisa coqueta.

Me empezó a gustar más cuando la veía en pants o legins, chanclas y una playerita. Me encantaba ver sus hermosos pies; pequeños, morenitos, con pedicura francesa o al natural, como cualquier fetichista fantaseaba con sus piecitos.

Cuando se arreglaba se veía más hermosa, realmente cualquier outfit le quedaba perfecto. Mis favoritos eran jeans con suetercito negro y flats o vestido blanco escotado y tacones de punta abierta o falda café y zapatillas negras y un gran moño rojo en su cabello… Pero más más me encantaba verla en chanclitas, legings y playera y su cabello recogido.

Pasaban los días y sus miradas coquetas seguían, sabía que no era normal, pero no se me ocurría alguna forma de llegarle, la mayoría de las veces que la encontraba en la calle iba con su esposo, casi nunca sola, bueno, las únicas veces que la veía sola era en la entrada de su departamento cuando regaba sus plantas, aparte nunca la vi hablando con un wey que no fuera su esposo así que sólo me limité a seguir viendo sus piecitos de lejos y a saludarla cuando la encontraba subiendo a mi departamento.

Siempre era de “Buenos días/tardes/noches” u “Hola vecino”, decía muy alegre como si le diera gusto verme y más pensaba que algo trataba de decirme.

No quería imaginarme cosas que no fueran, no por miedo a su esposo (el wey es flaco, blandengue) sino porque me conozco y sé que a la mínima provocación me le iba a abalanzar y no iba a ver vuelta atrás, así que mejor lo dejé así.

Recuerdo que una noche llegué y mientras iba subiendo las escaleras vi que sus chanclitas blancas con correas rosas estaban afuera, a lado de su puerta, hice como que buscaba mis llaves en la mochila, me agaché y rápido las guardé, seguí subiendo y entré a mi departamento.

Saqué las chanclitas, me las llevé a la nariz y aspiré profundamente el olor de sus piecitos impregnado en el plástico, lamí la silueta de su pie marcada en la chanclita, la verga se me puso dura y comencé a masturbarme sin dejar de oler sus sandalias. No era suficiente para mí, quería/tenía que probar sus piecitos pero estaba ante una situación casi imposible.

Hasta ese momento había pasado por alto un pequeño detalle: en su ventana principal tenía un letrero que decía “Se sacan copias e impresiones”, ya estaba el “cómo” ahora sólo tenía que bajar, tocar el timbre y pedirle la copia de cualquier cosa e iniciar la plática.

Recuerdo que la primera vez que bajé a según sacar copias me abrió ella, se sorprendió al verme pero me saludó alegremente, le pedí la copia mientras miraba sus piecitos con unas sandalias nuevas, mientras ella volvía pensaba en cómo llegarle pero no tardó más de 5 minutos, me entregó la hoja, pagué y regresé a mi departamento.

Volví a bajar varias veces, le hacía la plática preguntándole cosas insignificantes y cuando le pagaba trataba de darle el dinero de forma que acariciaba la palma de su mano, al hacer esto no se incomodaba, después ella hacía lo mismo con mi mano.

Todo cambió un día que bajé para imprimir unas hojas, hice lo de siempre y volví a mi departamento pero más tarde cuando estaba revisando las hojas noté que en una estaba escrito un número de teléfono y un nombre: Laura, seguido de un corazón.

“¿Lo habrá escrito ella o se equivocó y me dio una hoja que no era?”, pensé, pero lo último no podía ser porque sabía el contenido del documento y las hojas estaban bien entonces probablemente sí lo escribió deliberadamente, la agregué a mis contactos y confirmé que sí era su número por su foto de perfil de WhatsApp, pero no le escribí.

Pasaron un par de días y recuerdo que la encontré sola subiendo las escaleras, cuando pasé junto a ella me saludó y me dijo discretamente “Escríbeme” y se metió a su departamento.

Y sí, le escribí y empezamos a platicar, en pocos días hablábamos como si fuéramos amigos pero evidentemente cuando nos encontrábamos en la calle y ella iba con su esposo se hacía la que no me conocía. Laura me escribió que lo mejor era que no nos vieran platicando en la calle porque los vecinos sabían que ella estaba casada y las cosas se podían malinterpretar, podíamos hablar de todo pero sólo por wasaps.

Laura me empezó a tener confianza y luego me decía que me había visto vestido de tal forma y que me veía guapo, yo hacía lo mismo.

—Me gusta cómo te ves con vestido, te queda, lucen tus piernas.

—No te creas, aunque me veas con chanclas y pants me gusta arreglarme, ya me verás.

—Aunque andes con chanclas y pants te ves guapa.

—Ayyñ ¿en serio?

—Sí.

Le pregunté que si su esposo sabía que ella y yo hablábamos pero solo me respondió que ella no le daba explicaciones y que él no revisaba sus cosas, así que no tenía de qué preocuparme.

Las conversaciones se fueron poniendo intensas, me decía cómo se había vestido tal día y yo sin reparo le pedía foto para poder verla y ella aceptaba. Sin duda yo quería ver más pero no encontraba la forma de pedirle una foto más cachonda o por lo menos una de sus pies, ya teníamos mucha confianza pero no quería darle un motivo para que me dejara de hablar.

Un día me enseñó una foto de sus manos, me dijo que había ido a hacerse las uñas.

—¿Te gusta cómo se ven? Estaba entre largas y blancas o un gelish rosa—. Me dijo Laura.

—Se ven bien, me gustan.

—La próxima vez será el gelish, ¿qué te parece?

—Estaría bien, me enseñas.

—Va.

—¿Combinas el color de las uñas de las manos con las de los pies?—. Pregunté y esperé su reacción.

—No, las uñas de los pies me las pinto cada mes, las uñas de las manos las cambio más seguido, dos o tres veces al mes, así que es complicado combinarlas—. Respondió rápidamente.

—¿Y de qué color son las uñas de tus pies?

—Ahorita las tengo francesas.

—¿Puedo ver?

—Jajaja ¿para qué?

—Nada más quiero ver.

Tardó un poco pero me mandó una foto de sus piecitos.

—Pues mira así que digas que están preciosos no.

—Para mí están bonitos, me gustan—. Empecé a calentarme.

—¿Te gustan las patas?

—Algo.

—Jajaja no lo imaginé.

Una vez no sé por qué salió el tema de cómo preparar espagueti, le dije que había tratado de hacerlo pero no me quedó porque se pasó de cocida la pasta.

—Compra todo y yo te digo cómo hacerlo—. Me dijo Laura.

—OK.

Compré los ingredientes y en la tarde me mandó mensaje.

—¿Ya tienes todo?

—Ya.

—Va, te enseño.

Yo pensé que me iba a decir por mensaje o llamada pero 5 minutos después llamó a mi puerta.

—¿Estás sola?—. Pregunté antes de dejarla pasar.

—Sí, déjame entrar antes de que nos vean.

Llevaba jeans, sandalias y una playera ajustada que resaltaba sus redondas tetas y yo no dejaba de verlas con lujuria y deseo.

Empezó a cocinar mientras me explicaba, pero yo estaba más emocionado por tenerla para mí solo, tenía que hacerla mía sí o sí.

Terminó de preparar y nos sentamos en el sofá.

—Qué descortés soy, ni te invito nada.

—Es lo que digo chavo.

—Tengo cerveza y Coca.

—Una cerveza.

—¿Y Abraham?

—Está en el 2°, ¿crees que hubiera venido sabiendo que él está allá abajo?

—Pueees…

—¿Eso qué significa?

—No, nada, bueno, no me hablas cuando vas con él.

—¿Quieres que sospeche?

—No.

—Creo que la pasta ya está —fue a apagar la estufa—. ¿Tienes otra cheve?

—Sí—. Le di otra.

—Mi marido no me deja tomar.

Bebía y hacía dangling con su chanclita, empezaba a calentarme, estaba ansioso por probar sus piecitos.

—¿Qué me ves?

—El color de tus uñas.

—¿De los pies?

—Sí, me gustan.

—A sí es cierto, que te gustan las patas.

No dejaba de echarme sus miradas de siempre mientras bebía su cerveza. Seguimos platicando, me sentí muy cómodo con ella, me contaba cosas de su vida y de algunas que ella veía que yo hacía como la vez que llegué ebrio y me tuvieron que subir cargando.

Nos reíamos mucho y bebíamos, por un momento me olvidé de la parte sexual pero tenía que aprovechar porque era muy probable que no tuviera otra oportunidad.

Así que la tomé de la barbilla, la acerqué a mí y la besé, al principio se resistió un poco tratando de apartarse pero fue cediendo conforme nos besábamos. Laura jugueteaba con su lengua, me mordía rico los labios y acariciaba mi cabello, yo acariciaba sus muslos, traté de llegar a sus tetas pero apartaba mis manos, no insistí.

Se levantó y se sentó en mis piernas. Me miró fijamente a los ojos.

—Me gustas—. Dijo y me dio un beso en la mejilla. Me quedé frío.

—Creo que más o menos lo sospechaba.

—Jajaja ustedes los hombres no saben captar indirectas.

Volvimos a besarnos, seguí acariciando sus muslos, llevó mis manos a sus nalgas y las frotó, después me llevó a su cintura y subió con mis manos hacia sus tetas, las apretó, soltó una risita perversa.

—Vamos a mi cama—. Le dije desabotonando su pantalón.

—Jajaja no—. Respondió apartando mis manos.

—Uhmmm…

—Estoy en mi período, así que te quedarás con las ganas.

—Pero no nada más se puede por aquí—. Dije frotando su entrepierna.

—Jajaja baboso.

De repente con un movimiento subió su playera junto con su sostén por encima de sus tetas; quedaron al descubierto, redondas, con unos pezones cafecitos, duritos y paraditos. Las agitó pero cuando iba a tocarlas de inmediato se cubrió.

—Yaaa, no abuses de mi nobleza.

—Me quedaré con las ganas…

—Efectivamente. Bueno, ya me voy.

Se puso de pie, se acomodó la playera y el pantalón. No dijo ninguna palabra, abrió la puerta y se fue.

Me dejó con las ganas pero le gustaba así que podía seducirla y hacerla mía.

Seguimos hablando los siguientes días pero ninguno mencionó lo que pasó esa vez en mi departamento, nos encontrábamos en la calle y me veía como siempre y yo también la miraba con deseo. Ese juego amoral y deshonesto me gustaba cada día más.

Un día me dijo que su esposo se iría a trabajar a Querétaro y que se quedaría sola dos semanas. Había llegado mi segunda oportunidad. Le dije que si quería hacer “algo”, primero me dijo que sabía mis intenciones y que era suficiente con el manoseo que le di aquella vez. La conocía un poco y sabía que ella también quería pero tenía que ganármelo.

Esa tarde estuvimos platicando y en la noche me dijo:

—Baja.

Me alisté como Alejandro Magno antes de entrar a Persia. Bajé, noté que sus luces estaban apagadas, llamé a la puerta, lentamente la abrió, me tomó del brazo y me metió rápidamente. Todo estaba oscuro, solo una tenue luz de la lámpara de la calle iluminaba la sala.

Laura tenía puesto un hermoso baby doll negro, medias negras, zapatillas rojas cerradas, sus labios pintados carmesí y bañada con un delicioso y dulce perfume.

Sin decir ninguna palabra nos besamos mientras ella me desabrochaba el cinturón, se puso en cuclillas ante mí y me bajó el pantalón junto con el bóxer y comenzó a mamármela, podía sentir como su labial servía de lubricante para empujarse mi verga hasta el fondo de su garganta. Lamía desde mis testículos hasta la punta de mi verga. Los chasquidos de sus labios me excitaban cada vez más y mantenían dura y parada mi verga. Se puso de pie y me llevó a una habitación.

Terminó de desvestirme y me tiró en la cama. Se subió en mí y comenzó a besarme el cuello, bajó a mis pectorales, me besaba y mordía suavecito mientras me jalaba la verga, volvió a chupármela.

Se detuvo, se puso en posición de 69 pero le dije que se sentara en mi cara, me obedeció y restregó sus nalgas haciendo movimientos circulares, pude notar que tenía un plug anal.

—Te voy a asfixiar jajaja.

No pude responder. Se inclinó para hacer el 69. Lamí sus jugos y di pequeñas mordidas en sus nalgas, ella gemía despacio y se golpeaba la lengua con mi verga.

Me incorporé y tendí a Laura en la cama. Contemplé su cuerpo y la miré fijamente.

—¿Qué?—. Preguntó.

—Nada.

—Sé lo que estás pensando y mejor no lo digas o te corro de aquí.

Más o menos era lo que quería escuchar, saber que se entregaba a mí sin remordimiento o temor a lo que fuera a pasar después.

Bajé hacia su vagina y jugueteé con sus labios pero Laura me subía hacia ella con sus piernas, quería, necesitaba ser penetrada. Abrí sus piernas y se la metí lentamente, Laura soltó un gemido de alivio, yo sentí el delicioso placer de entrar en una mujer casada, tenía que cogérmela mejor que su esposo, esa era la razón por la que estábamos ahí.

La embestí con delicadeza pero ella me pedía que lo hiciera más rápido, me aprisionó entre sus piernas jalándome hacia ella.

—Quiero por atrás—. Dijo quitándose el plug y sacó una botellita con aceite, me echó un chorro en la verga y la dirigió a su culito para que la ensartara. Lo hice lentamente, estaba estrecha, empujé y Laura soltó un fuerte gemido, volvió a abrazarme con sus piernas. La penetraba con fuerza aumentando el ritmo mientras ella me echaba más aceite en la verga, apretaba tan rico que estaba a punto de correrme.

Me llevé los dedos de sus pies a la boca, puse sus plantas en mi cara y aspiré hondamente el delicioso olor que habían dejado las zapatillas combinado con la tela de sus medias, lamí sus plantas y metí su pie en mi boca lo más que pude.

—Quítame las medias —me ordenó—. Me las arreglé para esta ocasión.

Sus uñas eran de color rosa muy tenue, coquetas y perfectamente recortadas.

—Me encantan—. Dije besando sus deditos.

—Sabía que te gustarían.

—Jálamela con los pies.

—Jajaja está bien.

Eché aceite en sus piecitos y comenzó a jalármela un poco torpe.

—Ayyy no me sale jajaja.

—Así mira—. Puse la verga entre sus plantas y ella se acomodó para frotármela con más precisión. Me hizo un rico footjob con sus plantitas suaves y aceitadas. Laura me veía sonriéndome y soltando una que otra risita.

—Oh con que así se hace un footjob.

—Sí preciosa.

—No te vayas a correr, todavía quiero de a perrito.

Le quité el baby doll, eché un poco de aceite en su tetas y ella se puso de a perro.

Estaba a punto de metérsela por la vagina pero ella se llevó la verga al culo y volví a embestirla. Laura gemía y gritaba con cada embestida, me pedía más rápido y más hondo, la apreté de la cadera y aumenté el ritmo de mis embestidas. Laura encorvaba la espalda de placer mientras yo la jalaba del cabello y la nalgueaba.

Cambiamos de posición, llevé sus tobillos a mis hombros y Laura recibió mi verga por la vagina. Puso rígidas las piernas, era señal de que se estaba corriendo, pude sentir su cremita caliente escurriendo por debajo de mis huevos, eso me calentó bastante y yo empujaba con más fuerza sin dejar de chupar sus pezones.

—¡Más rápido, más rápido!—. Me exigía.

Saqué la verga, la tomé por el cabello, apunté a su cara y Laura abrió la boca y me descargué en su lengua, la leche escurría por su cuello hasta su pecho.

—Si querías te podías venir adentro, nada más me tomaba una pastilla…

—Jeje no me dijiste.

—Ayyy contigo. Ven, vamos a la regadera.

Nos duchamos, lavé cuidadosamente su delicado cuerpo, frotando con el jabón sus nalgas y pecho, ella por su cuenta me chupaba la verga y se la frotaba contra sus tetas.

—No estoy muuy chichona pero algo es algo jajaja—. Dijo haciéndome una rusa.

—Me gusta nena.

Volvimos a la cama, Laura se acurrucó a mi lado, yo acariciaba su rostro y sus piernas, bajaba a sus muslos y recorría hasta sus nalgas. Eso la calentó y comenzó a jalármela, nos besamos. Luego se subió sobre mí metiéndose mi verga y comenzó a cabalgarme, primero lentamente y fue subiendo el ritmo con los ojos cerrados y apretándose las tetas, movía la cadera de forma circular, se detenía un poco para mamármela y volvía a metérsela.

Cambiamos de posición, le abrí los muslos y entré en ella, me abrazó con las piernas y apretándome me jalaba hacia ella. Lamía sus pezones, le mordía los labios y ella gemía con fuerza sin aflojar las piernas.

Se corrió, me aparté para probar sus jugos, eran espesos y salados.

Coloqué las plantas de sus pies en posición para correrme en ellas y solté una descarga de espesa leche.

—Uy está calientita—. Dijo Laura sonriendo.

Seguí descargándome en sus plantas. Quedé exhausto y me acosté a su lado. Laura se llevó el pie a su boca y limpió su planta con la lengua.

Amanecimos teniendo sexo, no tuve ningún remordimiento.

Quería preguntarle por qué lo hizo, si porque de verdad yo le gustaba o solo estaba caliente. Preferí no decir nada, obviamente iba a pedir que se repitiera.

Seguimos hablando por WhatsApp y encontrándonos en la calle. Ella me miraba de reojo, sonriendo, cómplice de nuestro bajo e infiel acto.

—Creo que para la próxima vez podrías enseñarme a cocinar algo más difícil.

—¿Cómo qué?

—Lo que sea, solo quiero que vengas y me cocines desnuda ñ.

—Jajaja ¿otro fetiche?

—Puede ser, ¿no tienes fetiches?

—Fantasías tal vez.

—¿Cómo cuál?

—Una horchata tal vez jajaja nah no es cierto.

—¿Y si un menage a trois tú y yo?

—¿Qué es eso?

—Un trío pues…

—Jajaja suena tentador jajaja.

—Pues tú dices.

—Jajaja ¿tú y yo y quién más?

—¿Una de tus amigas?

—No me cogería a una de mis amigas, aunque tengo curiosidad por saber qué se siente jajaja.

Como saben tuve que mudarme de ese departamento.

Laura me mandó un mensaje diciéndome que me extrañaría pero que teníamos una “cosita” pendiente.

Seguimos hablando, todavía me manda fotos. De verdad extraño su cuerpo, su aroma, el calor de su piel y sus gloriosos pies.

Solo espero el día en que podamos cumplir nuestra fantasía.

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