El rapto placentero

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T. Lectura: 6 min.

Me encontraba caminando solo por el denso bosque envuelto en niebla, me había separado de mi grupo de amigos, ya que una nube me llamo la atención, el aire cargado con el aroma de la tierra húmeda, entonces me llego un lejano rumor de maquinaria que atribuí en principio a mi imaginación. De pronto, se despeja la niebla y veo a lo lejos, una imponente aeronave que brillaba como el bronce y cobre, con alas plegables como las de un murciélago mecánico, a su lado divisé a dos figuras envueltas en trajes de cuero negro reluciente que cubrían cada centímetro de sus cuerpos. El material era grueso, ajustado como una segunda piel, con costuras reforzadas por remaches de latón y correas que se entrecruzaban como las venas de una máquina viva.

Entonces a mi lado apareció una figura de perfil femenino, su traje igual de cuero se ajustaba a su cuerpo con un corsé de cuero endurecido por hebillas de bronce que realzaban sus curvas, guantes largos que se fundían con las mangas, y una máscara facial con visores de cristal ahumado y una abertura para la boca, del cual salía una manguera que se perdía en su traje. Pronto llegaron a su lado sus compañeros. Sus miradas se volvieron hacia mí, paralizándome con una mezcla de terror y excitación profunda, como si el cuero que los envolvía despertara en mí un deseo prohibido.

Una luz cegadora brotó de la aeronave, y todo se volvió oscuridad.

Desperté en un recinto metálico, un zumbido llenaba el aire. Estaba desnudo sobre una cama de latón acolchada, y allí, en la penumbra iluminada por lámparas de gas, se erguía una figura imponente, escoltada por dos personas de sexo indeterminado vestida igual. Ella vestía un traje de cuero negro que cubría todo su cuerpo desde el cuello hasta las botas altas, con una máscara ajustada que solo dejaba al descubierto ojos penetrantes y labios pintados de rojo escarlata. Sobre la cabeza, un sombrero militar de cuero con una estrella de bronce pulido, que le confería un aire de autoridad.

El traje a mi gusto era una obra maestra de ingeniería erótica, usaba un corsé atado con cordones de cuero y hebillas metálicas que cinchaban su cintura, correas que cruzaban el torso como arneses, sus mangas largas integradas en guantes que brillaban bajo la luz, y polainas que envolvían las piernas con más correas y remaches, enfatizando cada movimiento con un crujido sensual. Su postura, con manos en las caderas, exudaba dominio absoluto, y el cuero reluciente reflejaba la luz, creando sombras que invitaban a la sumisión. Me habló con voz firme, resonando como un eco en la habitación “Soy la capitana de esta nave, la Eterna Cronos. Te trajeron aquí porque viste, nuestra máquina del tiempo, algo que no debías para no afectar la línea temporal. “

Me miro severamente y me indico “Ahora tienes tres opciones, si te opones fieramente te devolvemos dañado, con secuelas que te marcarán para siempre, de tal manera que nadie creerá el relato del encuentro con nosotros; o si prefieres te someteremos a un proceso para borrar esta memoria; o por último te puedes unir a mi tripulación. Siempre necesitamos manos dispuestas en este viaje a través de las eras.”

La escuchaba, pero mi mirada no podía apartarse de su traje, el cuero ajustado que moldeaba su forma como una armadura viva. En lugar de miedo, sentía una excitación creciente. Pregunté, con voz temblorosa pero ansiosa: “¿Si me uno a su tripulación, podré vestir un traje como el tuyo o los que vi en el bosque?” Ella notó mi reacción incontrolable, mi cuerpo respondiendo al fetiche del cuero que la envolvía. Se sorprendió con mi reacción y me dijo “Hace años nave que no recibía a un hombre o mujer que no le asustaran mis palabras”, Sonrió bajo la máscara “Podrías servir bien”, murmuró, ordeno no dejaran solos y se lanzó sobre mí.

Nuestros labios se unieron en un beso feroz, el cuero de su máscara rozando mi piel desnuda con una frialdad erótica, guie mis dedos explorando la calidez de su entrepierna enfundada mientras el cuero crujía con cada movimiento. Su máscara rozó mi cara mientras su lengua invadía mi boca con violencia hambrienta. Sentí el olor intenso del cuero caliente mezclado con su aliento, y mi polla se endureció al instante contra el muslo de cuero endurecido de su traje. Con un tirón seco abrió la cremallera oculta entre sus piernas. El cuero se separó con un chasquido húmedo y apareció su coño depilado, ya empapado, brillando bajo la luz de la habitación.

Metí dos dedos de golpe; estaba ardiendo y chorreaba tanto que el jugo corría por el interior de sus muslos de cuero. Ella soltó un gemido gutural dentro de la máscara y apretó sus guantes enguantados alrededor de mi verga, bombeándola con fuerza mientras el material frío y resbaladizo del cuero me hacía palpitar. “Chúpame”, ordenó. Me arrodillé. El cuero de sus botas crujió cuando abrió más las piernas. Hundí la cara entre sus muslos, lamiendo su clítoris hinchado mientras el sabor salado de su excitación se mezclaba con el aroma del cuero recién engrasado.

Metí la lengua todo lo que pude dentro de su coño, follando su agujero con la boca mientras ella me agarraba del pelo y empujaba sus caderas contra mi cara, ahogándome en su flujo. Sus guantes seguían masturbándome sin piedad, apretando la base de mi polla y subiendo hasta la punta. Cuando estuve a punto de correrme, me apartó la cabeza de un tirón y me empujó boca arriba sobre la cama de latón. “Ahora fóllame como el puto recluta que eres” Se sentó a horcajadas sobre mí. El cuero de su traje rozaba mi piel desnuda mientras bajaba despacio, tragándose mi polla centímetro a centímetro hasta que sus nalgas de cuero apretaron contra mis huevos.

Empezó a cabalgar con violencia: arriba y abajo, el sonido del cuero golpeando cuero llenando la cabina, mezclado con sus gemidos animales dentro de la máscara. Cada vez que subía, su coño me apretaba como un puño caliente y húmedo; cada vez que bajaba, sus paredes vaginales me succionaban hasta el fondo. La agarré del corsé, tiré de las hebillas y la embestí desde abajo con toda mi fuerza. El sudor hacía que el cuero se pegara a su piel, y podía sentir cómo sus tetas rebotaban dentro del traje ajustado. ¡De pronto clavó las uñas enguantadas en mi pecho y gritó “Córrete dentro! ¡Lléname, recluta!” Exploté.

Mi polla hinchada palpitó una, dos, tres veces, descargando chorros calientes y espesos dentro de su coño mientras ella se retorcía y su propio orgasmo la hacía contraerse alrededor de mí, ordeñándome hasta la última gota. Cuando terminó, se quedó sentada sobre mí, mi semen resbalando por el interior de sus muslos de cuero negro, dejando un rastro brillante que goteaba hasta mis huevos. “Mas que aceptado en la tripulación”, jadeó, tras la máscara. “Ahora serás vestido como nosotros.”

Me dejo solo desnudo en la habitación, me indico debía bañarme, lo que hice en la ducha, minutos después, un autómata de bronce me trajo mi propia segunda piel. Me instruyo untarme con un aceite especial y como meterme dentro del traje de un material parecido al cuero negro. El material se pegó a cada músculo y pliegue de mi cuerpo, a cada vena, de mi polla aún medio dura, moldeándose como si hubiera sido cosido directamente sobre mi cuerpo, me enfundé el traje lentamente, saboreando cómo el cuero negro se adhería a mi cuerpo como una amante posesiva, cubriendo cada pulgada con su abrazo apretado.

Las correas y hebillas de bronce se ajustaban con clics satisfactorios, los guantes integrados dándome una sensación de poder invencible, y los tubos conectándose a mi nariz con un siseo reconfortante, las costuras crujieron cuando ajustaron el corsé alrededor de mi cintura, las hebillas cerrándose con clics metálicos que resonaron en mi entrepierna. Los guantes se fundieron con mis dedos. Mi polla, atrapada dentro de una funda interna de cuero suave pero implacable, volvió a endurecerse al instante; más tarde me indicaron que fuera de las habitaciones y ciertas zonas designadas de la nave, siempre debía llevar una máscara con tubos conectados a la nariz y boca para filtrar el ambiente tóxico se podría firmar por los viajes en el tiempo.

Una vez me enfunde completamente el traje, incluyendo la mascara con tubos, lo que me separaba totalmente del mundo exterior, se me condujo por un pasillo débilmente iluminado, cuando llegue al puente de mando, se me presento al resto de la tripulación, se me asigno ser el ayudante de la Tercera Oficial; más tarde ella me esperaba en su recámara. Era una mujer enorme, casi dos metros, envuelta en cuero negro reforzado con placas de bronce. Sus tetas eran tan grandes que el corsé apenas las contenía; sus muslos parecían columnas de cuero vivo, con correas que acentuaban su figura dominante.

Nos miramos, y surgió una simpatía inmediata, nuestra mirada estaba cargada de deseo fetichista. Entonces me ordeno “De rodillas, aprendiz.” Obedecí, abrió la cremallera de su entrepierna y de su culo al mismo tiempo. Dos agujeros perfectos, depilados, brillantes de lubricante. Me ordenó lamer primero su coño, luego su ano, alternando hasta que ambos estaban empapados de mi saliva. Después me entregó una fusta de cuero trenzado y entonces aprendí de sus pasiones masoquistas, me ordeno “Azótame mientras me follas el culo.”

Ella me ordenaba sodomizarla y golpearla con una fusta de cuero trenzado, cada azote enviando ondas de placer que nos unían en una satisfacción profunda, nuestros cuerpos envueltos en cuero fusionándose en ritmos primitivos y mecánicos. Le di sus buenas nalgadas, primero tímidamente y después cuando tuve más confianza, cada vez me azotaba mas fuerte, entonces cuando mi polla estaba erecta al máximo la penetré de un solo empujón, su ano era estrechísimo, caliente, y el cuero de sus nalgas se apretaba contra mi bajo vientre con cada embestida. seguí golpeando con la fusta una, dos, diez veces, imaginando las marcas rojas que se formaban en su piel desnuda bajo el negro brillante de su traje.

Ella rugía de placer, empujando hacia atrás para clavarse más profundo, hasta que mi polla estuvo enterrada hasta los huevos dentro de su recto. Cuando me corrí, lo hice tan fuerte que sentí cómo mi semen llenaba su interior y empezaba a gotear por el cuero de sus muslos. Cuando termine la tercera oficial me indico, tenía razón la capitán, serás una buena compañía.

Mi estancia duro varios años nave, en los que hubo varios saltos temporales, vi muchas cosas, asi por ejemplo en una época precristiana, nos adoraban como dioses y por orden de mi capitana se me entrego para mi gocé de dos esclavas a discreción, con sus cuerpos a mi disposición, las penetraba con deleite, gimiendo en éxtasis mientras el cuero se frotaba, creando fricciones que culminaban en orgasmos compartidos, una sinfonía de placer fetichista. Ambas por mis ordenes llevaban trajes de cuero ceremonial dorado y negro, con aberturas estratégicas en coño y culo. Las mantenía atadas a postes de bronce, listas para ser usadas cuando quisiera.

Las follaba a las dos al mismo tiempo: una sentada en mi cara mientras la otra cabalgaba mi polla, el cuero de sus trajes frotándose contra el mío hasta que los tres nos corríamos en un caos de gemidos, semen y sudor atrapado bajo capas de cuero caliente, y asi como ella, así tuve varias experiencias durante el rapto placentero, en el cual fui parte de la tripulación de la nave.

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