Despedida de la ciudad

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T. Lectura: 4 min.

Estaríamos viajando a una ciudad lejana, de forma permanente, con muchos preparativos y compromisos. En la parte interesante decidimos hacer algo especial, sin tener claro que sería, la oportunidad llegó cuando la compañía nos colocó en un buen hotel los últimos días. Uno de los mejores de la ciudad, con cuartos amplios y balcones.

Estuvimos tres días, la segunda noche, llegamos temprano sin compromisos sociales, por lo que mi marido sugirió que fuera nuevamente golfa, exhibiéndome y provocando algún empleado. Llamamos al servicio en la habitación y pedimos algunas cositas y bebidas, para ambientar me coloqué un baby doll y pantis. Estaba bien provocativa y piruja.

Cuando oímos la puerta, mi marido se metió al baño, cerró la puerta y esperó como si estuviera bañándose. Más tarde le conté lo que había pasado:

– Llegaron dos empleados con las cosas, y ya entrando no dejaban de verme sin disimulo, para facilitar verme mejor caminé por aquí y por ahí y a la hora de darles la propina, fui hasta el buró a buscarla, inclinándome lentamente lo suficiente para que me vieran bien las nalgas, regresé sonriente.

Sobre un mueble de la entrada había dejado unas flores que me regalaron de tarde. Uno de los empleados me dijo:

– Se van a marchitar sus flores ¿Quiere que le traiga un florero? (Si pendejo, pensé… ¿qué amable! tú quieres otra cosa…)

Acepté con una gran sonrisa y quedó de regresar en algunos minutos. Eso nos dejó muy excitados ya pensando que hacer:

– ¡Creo que ese pendejo te va a coger querida! ¿Cómo quieres arreglarte? Tienes que ser bien zorra… Si, ya sé cómo serlo.

Me ajustó el baby doll, casi a la cintura, enseñando los calzoncitos, me ajusté el conjunto y esperamos. Mi gordo ya había identificado que saliendo al balcón, podía ver todo el cuarto desde una rendija de la cortina y arreglamos las luces para tener la mejor visión posible. Esperamos impacientes acariciándonos, ya estaba bien mojada y caliente. Comentamos:

– Te va a cachar ese guey amorcito, ya vio que eres puta y quieres pelea ¿Le vas a dar las nalgas?

– Si cariño, se las voy a dar, ¿cómo quieres que me ponga cuando me la meta?

– Como quieras, tú ya eres puta consagrada, lo dejo a tu elección…

– Si… tu chupapijaas está lista para echar un polvo, voy a hacer que me meta la reata hasta sentir las bolas en las nalgas.

Cuando tocaron la puerta, él rápidamente se fue al balcón y abrí sonriente, sin esconderme, bien dispuesta y claramente a la orden. El cabrón se paró a la entrada y me examinó sin disimular. Comenzó a acomodar las flores en cuanto me decía que era muy bonita, muy guapa y con un cuerpo muy bien formado, con lindas piernas, yo a su lado simulando indiferencia, ayudaba a acomodar las flores. El hombre colocó una mano en mi cintura, y al no ver resistencia, la bajó a las nalgas, acariciándolas, y a las piernas. A seguir, me apretó un poco de la cintura y metió la otra mano por los pechos, descubriendo un pezón, me besó y dijo:

– Además de linda creo que usted es muy fogosa, ¿qué le parece si pasamos a la cama?

– Me parece bien… Vamos… (Pensé: ¡Por supuesto baboso, ya sabías que me ibas a follar!)

Con esa respuesta, de inmediato se metió al baño a cambiarse. Y yo me fui a la cama, me desnudé y senté reclinada en la cabecera con las piernas bien abiertas muy putinga.

Le hacía gestos de burla a mi maridito, enseñándole mi chucha y haciendo gestos con la mano de que me iban a coger…

El hombre salió desnudo, de pica ya dura y apuntándome, sin dudar, ny sin cariñitos, se me vino encima, metiéndome el garrote de una buena vez. No era romance, se estaba cogiendo una piruja sin vergüenza, no había duda. Y me chingó bien chingada.

Para mejorar el espectáculo, me moví un poco con cuidado, mejorando el ángulo de visión, a manera de darle un buen espectáculo a mi gordo. Podría ver bien como su zorra tenía un palote bien metido por la buchaca. Y como movía las nalgas al ritmo.

Mi jinete de ese día terminó rápido, se vistió y salió sin más. Me quedé como estaba, llena de leche y de piernas abiertas. Felices, mi marido me montó culeándome y descansamos felices.

Al día siguiente…

Era nuestra última noche, por lo que decidimos despedirnos de la ciudad. Llegamos cansados y dormimos una siestecita. Al despertar, decidimos tener nuestra última aventura en esa ciudad.

Llame a servicio de cuarto preguntando por Fulano, cuando atendió, le pregunté si le interesaría traerme algo de nuevo. De inmediato dijo que sí. Agregué que trajera a su compañero de la víspera para ayudarlo. ¡Por supuesto!

Ya sabíamos que no necesitaría mucho arreglo. Vestí solo la panti y un sostén de media copa que dejaba los pezones a la vista. Así abrí la puerta, sin ninguna vergüenza. Mis jinetes entraron y sin más el que ya me había cogido, me manoseaba, el otro se esperó un poco viéndome y tomó turno. El primero se fue a cambiar y comencé a ser cachondeada y manoseada por el segundo que además me encueró (algo muy fácil). Cuando el segundo se fue a cambiar, el primero, sin mucho preámbulo, me inclinó sobre la cama para chingarme, era una verga muy gruesa y sabrosa

-Pensaba: ¡Que buena follada pinche putota cabrona, que chinga me van a meter! ¡Te lo mereces por perra! Siii…

Y si, cuando llegó el segundo se fue adelante y me puso a mamar, en lo que lo complací con gusto. El de atrás también quiso que lo mamara, lo que hice de inmediato. Pronto me llenó la boquita de leche, y le deje la verga limpita, limpita.

Decidieron hacer una doble, uno se acostó con el garrote bien duro y me pidieron que lo montara, me le subí y agarrándole el instrumento me lo metí por la pucha, el otro se puso atrás y me rompió el culo. Fue muy sabroso y me vine dos veces. No podía parar de venirme. Los dos me esporrearon y se fueron sin ceremonia, seguro comentando lo puta que había sido. No tenían mucho tiempo

Mi maridito entró feliz y ardiendo de cachondez…

Cogimos y no parábamos de comentar qué buena trepada me habían dado, como era puta, y otras cosas.

Al día siguiente salimos y nunca regresamos…

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