Insaciable

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T. Lectura: 5 min.

Cecilia era una mujer solitaria. Muy joven, pero tímida, algo callada. Tenía dificultad para hacer amigos y las relaciones con los hombres no eran su fuerte. Había tenido una sola experiencia sexual, con un novio tradicional de esos que te cogen a lo misionero los martes y el resto de la semana salen con los amigos.

Trabajaba como bibliotecaria y parecía que hacía todo lo posible para ocultar un cuerpo muy bien formado de cintura pequeña, cola paradita y tetas enormes con pezones sensibles. Una boca hecha para besar y unos ojos verdes que podían derretir al más aplomado. Sin embargo, nadie veía este hembrón, porque ella se vestía de manera anticuada y recatada en exceso, se recogía el cabello en tirantes rodetes y usaba unos lentes enormes de marcos azules.

Su vida era la biblioteca y el tiempo lo pasaba mayormente metida adentro de algún libro.

Pero tenía una afición. Por las noches, esa desabrida bibliotecaria poco atractiva y tímida se transformaba en la reina de los relatos eróticos. Ahí dejaba volar su fantasía y llenaba las redes de historias donde abundaban las jugosas conchas, los penes chorreantes y los culos dilatados. Todas las fantasías que le hubiera gustado tener el valor de llevar a cabo, terminaban convertidas en historias calientes que compartía noche a noche con los asistentes a una página de erotismo.

Desde el primer relato descubrió lo rico que se masturbaba después de escribir, se fue soltando y cada vez eran más y más calientes. Eso le ganó un admirador. Se llamaba Carlos y vivía en el sur. Después de un tiempo de intercambiar mensajes en la página, él la invitó a viajar a su ciudad y ella, increíblemente, aceptó.

Jamás imaginó la semana que le esperaba.

Él la fue a buscar al aeropuerto y le dijo que le había conseguido alojamiento en una cabaña en un lugar muy tranquilo. Debía serlo, porque estaba lejísimo. Mientras manejaba se volteaba a mirarla todo el tiempo.

“Sos tan hermosa como te imaginé”, le dijo. “No sabés la cantidad de pajas que me hice leyéndote”

Ella estaba un poco callada. No era lo mismo escribir en la intimidad de su dormitorio, donde cada noche se desnudaba, se perfumaba, prendía velas, ponía música y comenzaba a fantasear por escrito. Pero cara a cara era muchísimo más difícil… este tipo la ponía nerviosa, porque era evidente que se la quería coger a toda costa… Se arrepintió un poco de su impulso de viajar tan lejos y quedar a merced de los deseos de este depredador sexual.

No llegaban más a la cabaña, que estaba sola, perdida en el medio de un bosque. Finalmente, ahí estaba. Muy simple, rústica, de madera, pero con todo el confort necesario. Ella entra primero y él detrás y sin haber tenido tiempo de apoyar su cartera en ningún lado escucha como él cierra la puerta con llave.

“Que estás haciendo?” pregunta… ¿por qué cerrás así? No me gusta… prefiero volver a la ciudad y buscar un hotel…”

“Callate y escuchame, pelirroja hermosa. Acá el que da las órdenes soy yo. ¿Para qué pensás que te invité a venir? ¿Para que hagas turismo?”

Cecilia comenzó a temblar. “¿Qué es lo que pretendés de mí?”

“Fácil. Me tenés re caliente hace meses. Ahora me vas a dar una semana completa del placer que tuve que proporcionarme solo, todo este tiempo. Si me obedecés por ahí me canso rápido y te dejo salir e ir adonde quieras… pero tenés que ser buena conmigo”

Abre un armario, mete dentro la valija, la cartera y le ordena quitarse toda la ropa. “Toda, te quiero completamente desnuda, no vas a tener necesidad de vestirte hasta que te vayas a tu casa”.

Se desnudó con una mezcla rara de miedo y excitación. Tomó toda su ropa, la metió al armario junto con las demás pertenencias y cerró con llave. Se metió la llave al bolsillo y se quedó mirando satisfecho. “Sos una delicia… sabía que detrás de esa cara de secretaria amargada, había un minón. Esa concha toda afeitada va a recibirme miles de veces esta semana, así que preparate”.

Escucharlo decir eso le provocó una puntada en su bajo fondo y una excitación que corrió como electricidad por todo su cuerpo.

A partir de ese momento la convirtió en su esclava. La hizo arrodillarme en la alfombra frente a él y sacando su inmensa pija comenzó a cogerle la boca. Le agarró por el rodete, que se fue deshaciendo hasta dejar su cabello largo y pelirrojo cayendo por la espalda. Los ojos de ella lo miraban suplicantes a través de sus anteojos de marcos azules… y eso lo ponía todavía más al palo.

“Como me calienta tu cara de zorra con esos lentes”… y arremetía más y más en la boca de ella hasta chocar con el fondo de su garganta y provocarle arcadas, que sólo conseguían excitarlo más y más.

Ella también iba subiendo en su excitación y se enojaba con ella misma porque quería resistirse a ese mal trato, pero sentía su vagina llenarse de sus fluidos. ¿Como negarse si era tan evidente que lo estaba gozando?

Entonces decidió colaborar y empezó a lamerle muy a conciencia los huevos, alternadamente con toda la saliva que era capaz de generar le chupaba uno y luego el otro, para después tomar la pija con ambas manos y dirigirla nuevamente a su garganta. Apretando y soltando, metiendo y dejando salir casi hasta afuera de su boca para en el último instante meterla de nuevo con brusquedad.

“Te voy a llenar de leche esa cara de zorra, putita hermosa, y vas a pedirme más y más”. Arreció la embestida y, sacándola en el último momento, acabó en su cara con un gemido profundo de placer. Todas sus mejillas, labios, nariz y anteojos estaban cubiertos de una espesa cantidad de semen. Ella amagó quitarse los lentes para limpiarlos. “No, te los dejás así, puta”… Me calienta ver mi leche chorreando en tus cristales.

Así, toda sucia de él, la mandó a la cocina. Le ordenó que le trajera algo de comer y algo de tomar y que también trajera los dos enormes pepinos que estaban sobre la mesa.

Cuando los vio le corrió un escalofrío por las espalda… eran largos y gruesos… y ella sabía perfectamente para que los quería Carlos. Buscó en la heladera y encontró sándwiches y cerveza. Puso comida y bebida en una bandeja y los dos pepinos juntos al plato y volvió al living.

“¿Tenés hambre, esclava?”

“No, Carlos, ahora no”

Entonces él le pidió que se arrodillara en el suelo, a sus pies, sumisa y callada. Mientras él comía y bebía su cerveza. Él cada tanto bajaba su mano hasta su cuello o uno de sus senos y oprimían los pezones.

Cuando estuvo satisfecho de comida, decidió que era momento de satisfacerse de placer. Se sentó en el sofá y la hizo ponerse de espaldas a él, inclinada hacia adelante y con las manos apoyadas en la mesa baja de centro. De esa forma dominaba todo el paisaje jugoso de su concha depilada y su culito estrecho y virgen.

“Uh voy a tener que trabajar mucho en la dilatación de ese culo”, le dijo “pero te juro que cuando termine con vos, vas a ser experta y viciosa total del sexo anal”.

Tomó el pepino más grueso y con bastante poca dificultad, debido a que la excitación la tenía muy lubricada, se lo introdujo en la vagina y fue moviéndolo hacia adentro y en forma circular para hacerla gozar. El culo era más difícil, necesitó de muchísima lengua, mordiscos, chupones, pero entre todo eso y el placer que sentía por la concha se fue dilatando cada vez más.

Siguió con su lengua. Ella gemía más y más y él le dijo que gritara todo lo que quisiera, que nadie los podía oír ahí. Un dedo, dos dedos y el culito iba cediendo. Un poco de crema íntima y el pepino comenzó a deslizarse hacia adentro. El dolor era terrible. Pero el placer nuevo y diferente… mmmm… Cecilia estaba aterrada. Jamás la habían penetrado por su culo y menos así de esa manera tan salvaje. “No, por favor, me vas a lastimar” “No, hermosa, jamás, vos sos mi esclava divina, jamás te haría daño… no te resistas, se nota que lo estas disfrutando, permitite relajarte y goza, deja que tu culo se divierta”.

El placer que sentía, mezclado de dolor y de miedo era indescriptible. Finalmente, ya no pudo aguantar esa doble penetración y cayó de rodillas en medio de un orgasmo histórico. Todavía sentía los vegetales dentro de ella y como su culo y su vagina se abrían y cerraban palpitantes sobre ellos. Así la dejó Carlos… acostada en la alfombra, desnuda, cubierta de semen y con sus dos agujeros llenos. Semi dormida por el placer y el cansancio, ni se movió.

Entre sueños escuchó que él decía, “más tarde vengo a cogerte de nuevo, pero esta vez lo que te voy a meter por el culo va a ser mi pija” y se fue cerrando nuevamente la puerta con llave detrás de él.

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