Así da gusto cerrar un negocio (2): Noche de tentaciones

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Después de aquella intensa mañana con María José, me quedé en la habitación del hotel. El cuerpo me pedía descanso. Me dejé caer sobre la cama todavía tibia por el recuerdo de su piel, y no supe más del mundo hasta cerca de las cuatro de la tarde.

Desperté con el cuerpo aún adormecido, pero con una paz que pocas veces había sentido. Me di un duchazo largo, con el agua cayendo como lluvia tibia sobre mi espalda. Me vestí ligero, con lo primero que encontré, y salí hacia la playa, buscando un poco de brisa y algo frío para beber.

Caminé descalzo por la arena unos minutos, hasta que encontré un bar pequeño justo a orilla del mar. Pedí una cerveza bien fría y me senté a ver las olas mientras el sol comenzaba a caer lento, tiñendo todo de dorado. Fue uno de esos momentos en los que la vida parece detenerse, y solo el sonido del mar, el sabor amargo del lúpulo y el recuerdo de un cuerpo encendido flotan en el aire.

A eso de las seis de la tarde, mi celular vibró. Era María José.

—¿Dónde estás, bebé? —preguntó con ese tono que ya conocía, mezcla de travesura y deseo.

—En la playa, tomando algo tranquilo.

—Perfecto. Esta noche vamos a rumbear. Te espero a las 9 en una discoteca cerca del malecón. Te mando la ubicación. No me falles.

—Jamás —le dije, con una sonrisa que ella no vio, pero seguro intuyó.

A las nueve en punto, llegué al sitio. La música se sentía desde la calle. El ambiente era caliente, tropical, con luces suaves y olor a ron y perfume caro. La vi de inmediato: María José estaba en una mesa junto a tres amigas, todas tan llamativas como ella, con ese aire de mujeres seguras, sueltas, que saben que llaman la atención.

Me presentó con una sonrisa que decía más de lo que sus palabras podían. Ellas me miraron con una mezcla de picardía y complicidad, como si ya supieran más de la cuenta.

Bebimos. Reímos. Bailamos como si nos conociera de años. María José se pegaba a mí con descaro, sus manos viajaban por mi espalda, su boca me susurraba cosas al oído que me hacían desearla otra vez. Bajo la mesa, sus dedos jugaban con los míos… Y a ratos con algo más.

Parecíamos un par de adolescentes enamorados. Ella se reía, se mordía los labios, me abrazaba por la espalda. Yo estaba embobado. Entre canción y canción, sus labios buscaban los míos y sus manos buscaban mi verga con total descaro, yo no me cobarde si ella quería jugar así, yo también sabia jugar, le agarraba las nalgas, al ritmo de la música pasaba mis manos por su cintura hasta subir a sus pechos y su cuello para luego tomarla y besarla intensamente.

Al final de la noche, sabíamos que el destino era uno solo: mi habitación.

Nuevamente mientras el ascensor sube nos devorábamos descaradamente, incluso escandalizando a algunos que tuvieron el des fortunio de compartir ascensor con nosotros.

Luego de entrar a la habitación, automáticamente fuimos a la cama, y María José me tiro literalmente al colchón. Yo solo la miraba mientras ella se despojaba lentamente del vestido que llevaba puesto, dejándome ver un conjunto de lencería realmente sexy que invitaba a la tentación.

—Me dejas quitártelo con la boca, —le dije mientras la jalaba hacia mí.

Inmediatamente comencé a besar su piel, bajando por su cuello y al llegar a sus senos comencé a morderlos y jugar con mi lengua en sus pezones duros.

María José solo gemía mientras me sujetaba del pelo.

Continué bajando mientras la besaba hasta llegar a su panty de encaje negro que cubría su vulva, se sentía ya húmeda por toda la diversión que teníamos desde la discoteca, pase mi lengua por su panty y ella gimió mientras su piel se erizaba.

Hice su panty a un lado y comencé a darle sexo oral, con mi lengua recorriendo toda su vagina, jugaba con mi lengua en sus labios y saboreaba todos sus jugos, chupaba y mordía levemente su clítoris.

—Ahí que rico cabrón, me vas hacer acabar donde sigas así. Decía María José.

—Eso me gustaría, poder tomarme todo esto que no pude bien esta mañana. Dije yo mientras seguía con mi labor.

—Que rico, que rico, vamos sigue así, joder que gusto. Decía María José, mientras me tomaba del pelo y me hacía chupar más intensamente su vagina y tomarme sus jugos.

Luego de haber tenido su primer orgasmo en mi boca, no la deje recuperar la voltee y levante sus nalgas mientras ella aún seguía recostada jadeando en la cama, baje su panty y pase mi lengua desde su vagina, siguiendo hasta su ano, donde me dedique a jugar con su culo y mi lengua. María José no paraba de gemir. Le di un mordisco en una de sus nalgas y me pare detrás de ella dándole una nalgada y diciéndole.

—Espero que estes preparada porque esta noche si voy a disfrutar de todo este cuerpazo que tienes, incluido esto… (mientras introducir mi dedo índice en su culo.

—Si, quieres que te de culito, no es virgen, pero hace mucho que no lo usan, así que debes ser gentil. Decía María José entre jadeo.

Seguía estimulando su culito, mientras como podía me terminaba de despojar de mi ropa.

Me acerque a ella para que me la chupara así, mientras seguía con mis manos masturbando su vagina y su culito. Cuando consideré que ya estaba lista mi verga, nuevamente sin dejarla cambiar de posición me hice detrás de ella, y con un poco de esfuerzo introduje mi verga en su culito. María José gimió mientras presionaba la cabeza de mi verga en su culito, fue una mezcla de dolor y placer lo que salió de sus labios cuando logre profanar su esfínter.

De un solo empujón termine de enterrarle mi verga. María José soltó una lagrima mientras gemía con mi profanación. Yo no le di tregua y comencé un mete y saca intenso, poco a poco ella se acostumbró a mi verga y sus gemidos comenzaron a ser intensos, yo la tomaba de la cadera y le daba nalgadas mientras seguía penetrándola.

No sé cuánto tiempo llevábamos, ni cuantos orgasmos llevaba María José, en un momento se la saque y pude ver como su culo quedaba abierto tras la profanación de mi verga, no pare y se lo metí vaginalmente y seguí penetrándola intensamente.

No paramos de gemir.

—Ahí papi que rico, Dios como me enculaste, vamos sigue hazme venir nuevamente.

– Tranquila ricura que aún no terminamos. Le dije yo mientras seguía penetrándola.

Luego de un buen rato penetrándola intercambiando entre su vagina y culo, sabía que estaba por venirme, así que volví a penetrarla analmente y con mi ultimas fuerzas le enterré mi verga y descargué todo mi semen en sus entrañas.

María José también estaba teniendo un orgasmo mientras yo vaciaba mis huevos en su culo.

Caímos rendidos en la cama, nos besamos y ella se recostó sobre mi pecho diciéndome que le había dejado el culo algo adolorido pero muy satisfecho. Yo me dormí con una mano en su nalga y ella recostada sobre mí.

La madrugada nos encontró entre sábanas, con los cuerpos enredados y el deseo aún latente. Hicimos el típico mañanero con la misma entrega de antes, pero de manera menos intensa y nos quedamos dormidos nuevamente.

Cuando desperté algunas horas después, eran cerca de las 8am, el sol ya comenzaba a llenar la habitación. María José dormía desnuda a mi lado, su respiración era suave, su cuerpo cubierto por apenas una sábana blanca que contrastaba con su piel morena. Me levanté con cuidado, me puse una pantaloneta que estaba en el suelo, preparé un café y me senté en el sofá con la laptop a revisar correos y leer un poco las noticias.

Al rato, ella se desperezó lentamente, como una gata perezosa. Se acercó a mí, todavía desnuda, y me dio un beso suave.

—Buenos días, bebe… —dijo con voz ronca, todavía somnolienta—. Ya pedí desayuno a la habitación. ¿Dormiste bien?

—Como nunca —respondí, devolviéndole la sonrisa.

Mientras esperábamos el desayuno, me contó que en la rumba de anoche había quedado de verse con sus amigas para un paseo en yate ese domingo. Me miró de reojo, como tanteando mi reacción.

—Quiero que vengas conmigo —dijo, como quien lanza un anzuelo—. Pero acabo de ver tu guardarropa y se nota que eres un oficinista.

Reímos. Y sin dejarme dar opinión, me dijo que por la tarde íbamos al centro comercial.

La lleve en su auto a su casa para que se cambiara de ropa, ya en la tarde como me había advertido fuimos directo a un centro comercial. María José tenía buen gusto, y no dudaba en darme órdenes suaves pero firmes mientras me ayudaba a escoger un par de camisas, bermudas color pastel y unas gafas de sol que, según ella, “me hacían ver menos ejecutivo y más tentador”.

—Ahora sí pareces un hombre de playa… Uno con el que provoca perderse en el mar —dijo mientras me guiñaba el ojo.

Yo solo pensaba en que ese fin de semana seguía siendo una historia que valía la pena escribir en esta página. Y si esta es de su agrado, seguiré contándoles en otro relato sobre ese domingo en el yate, que fue un completo deleite de placer y lujuria de mi parte con tal morena y sus amigas.

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1 COMENTARIO

  1. Me encantó el relato.
    Identificada con María José, disfruté mucho.!!
    Fue hermoso el buen sexo que se han brindado.
    Imagino lo que pudo haber ocurrido en yate.

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