Casi me enamoro de ella

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T. Lectura: 9 min.

Soy Lau como siempre soy la que escribe y mi marido José.

Un día le comenté a José que me inscribí en una página de citas, solo para boludear, para conocer gente, donde especificaba que éramos una pareja liberal, y en la descripción puse que yo era bisexual y el hetero. Varias parejas se habían contactado con nosotros. Pero la que más me intrigo fue que me escribió Adriana.

Una mujer con un matrimonio infeliz, con un marido que solo piensa en todo el dinero que tiene y propiedades descuidando a ella y sus hijos, solo le importa aparentar que son un matrimonio feliz. Mientras que ella cree que el amor que no se rige por lo que dice la sociedad, busca maneras de encontrar a las amantes y unirlas mucho más allá de lo que se pensaría como común o correcto.

La gente que solo lee por morbo se quedará solo con las descripciones sexuales que eventualmente haré, pero si alguien se interesa por los antecedentes en medio de las varias historias publicadas en nuestro perfil los encontrarán.

Sucedió que tras muchos mensajes un día recibí la llamada de Adriana proponiendo que nos veamos, tras contarle mis experiencias disfrutando los manjares vaginales y anales de mis dulces amantes, eso hizo sentirla tan intrigada que supuse que estaría buscando tener un encuentro con nosotros, con la intención de un trío, pero a medida que la charla se ponía más caliente me confeso que su idea era entregarse al placer con otra mujer, a alguien igual, alguien que no sea superior a ella como siempre le hacía creer su marido, alguien que no la quiera someter, alguien que no la quiera usar, sino alguien que desee amar su cuerpo. Los dulces placeres lésbicos.

Habían pasado bastante desde la última vez que hice el amor con una mujer, así que decidí enseguida contarle a José que me iba a encontrar con ella contando cada detalle de todo lo que habíamos charlado, por lo cual como siempre me apoyo para que lo haga, solo que al principio solo pidió que lo dejemos observar. A lo que enseguida me negué, sabía que Adriana no aceptaría eso. En esta ocasión me vestí y me arreglé bonita, esa es la impresión que quería darle a esta señora. No de puta como suelo vestirme para estos encuentros. Me hice una cola de cabello con una mínima cantidad de maquillaje, y como siempre tacos altos para que me arme bien las nalgas y las caderas.

Ella me había citado en un discreto departamento ubicado en un edificio en el centro de la ciudad, interesante que ella tenga un lugar como ese a su disposición, luego me enteré de que el lugar es una de las tantas propiedades de su marido. Si bien tenía varias fotos de ella, fue una sorpresa al ver a la señora que abrió la puerta no era ninguna diva de esas que a los escritores de fantasía que abundan en esta página les encanta describir, su rostro no estaba maquillado, me recibía al natural. Eso me agradó, porque podía mirar sus ojos, más que mirar podía leer sus ojos.

Tenía una mirada que escondía algo de melancolía, que al combinarse con la sonrisa con la que me recibió, le otorgaba una suerte de belleza natural que me enterneció, devolví la sonrisa algo tímida y le dije hola. Me extendió los brazos para saludarme, y al instante de hacer contacto con su piel me ericé toda, supe disimularlo y mantener la timidez de mi sonrisa.

La sencillez con la que estaba vestida me sedujo, era una falda a cinco dedos de sus rodillas y una blusa de botones, en serio no parecía que estaba recibiendo a una simple puta para una sesión sexual, sino más bien parecía que esperaba a una amiga, llevaba el cabello suelto a media espalda. Debo confesar que me sentí algo avergonzada, de cierta forma me cohibí y traté de acomodar el vestido. De inmediato me tomó de la mano para guiarme a la sala donde íbamos a pasar el rato, con una leve presión en mi mano me hizo sentir que todo estaba bien, y me calmé un poco.

Adriana no era para nada voluptuosa, digamos que sus senos eran chiquitos, 1.55 m de estatura, muy flaca, con piel blanca un poco quemada por el sol, y como ya lo he dicho anteriormente una mirada que escondía una especie de sutil melancolía que me hacía sentir una inmensa ternura, me ofreció una copa que acepté con una suave sonrisa de agradecimiento.

Me encontraba en una situación en la que no sabía qué hacer, ahora estaba yo extasiada con esta belleza tan natural, tan cotidiana, tan hogareña. Como puta me encontraba totalmente desubicada, Adriana una vez más me supo leer y me preguntó si no me importaba que no aceleremos la situación, que no forcemos el sexo, que en serio deseaba disfrutar el momento. Al saber esto lo acepte, pero no pude evitar que su melancólica ternura no empuje a las terminaciones nerviosas de mis labios vaginales a comenzar a secretar mis dulces mieles sexuales.

Supo decirme que luego de mucha insistencia de sus amigas había aceptado exteriorizar sus deseos sexuales, primero lo hizo con un hombre, pero al igual que con su marido fue una situación frustrante. Pero una forma diferente de frustración, a diferencia de su inútil marido, el hombre con quien ella había salido había sido todo un semental que la había hecho morder la almohada y gemir como nunca lo había logrado con su marido. Según me relató, el masculino estaba bien dotado, y ella había tenido innumerables orgasmos, no como el inútil y precoz de su marido que no le hacía llegar ni a un orgasmo.

Sin embargo, casi con lágrimas en sus ojos me confesó que mientras el puto comenzó a vestirse y mirando como ese ser humano ni siquiera la miraba, es decir ignorando por completo su presencia como mujer, le dio las gracias y se fue. Adriana sintió el más profundos de los vacíos, peor que cuando su marido luego de una penetración de dos minutos eyaculaba en ella, y se daba la vuelta y comenzaba a roncar. Me supo contar que ese día se quedó dormida llorando.

Para satisfacer sus frustraciones sexuales, comenzó a buscar pornografía por internet, pero todo le parecía tan grotesco y nada erótico, simples imágenes sexuales, sin ningún tipo de seducción, sino simple y burdo sexo. Hasta que finalmente encontró escenas de lésbico, este tipo de pornografía la lleno por varios meses, pero seguía sintiéndose vacía, en sus contantes búsquedas por internet encontró que había sitios que publicitaban a putas que atendían a señoras, y por esas coincidencias de la vida se inscribió en la misma página donde me inscribí con José. Este tipo de cosas son las que me hacen creer en el destino.

Al conocer la manera tan casual e inesperada en la que Adriana había llegado a mi realmente me alegraba de una forma muy especial, mientras en mi interior todos estos sentimientos ebullían, mi reacción se manifestaba en acariciar su brazo de una forma delicada y discreta. Sin embargo, mis secreciones vaginales se incrementaban lo que hacía que mis inquietos movimientos en el sofá se vuelvan notorios, y mis pezones evidenciaban todo mi fuego interior.

La ternura que ella me transmitía ingresaba por mis oídos, se transportaba a mi cerebro, y luego a todas mis neuronas y terminaciones nerviosas y se transformaban en ese fuego interno que se concentraba de forma conjunto y simultánea entre mi vagina, mi ano y mis senos. Ella lo podía percibir, y lo demostró acercándose a mí, permitiendo que mis fosas nasales se inunden con ese perfume sencillo con el que me embriagaba.

Acariciando mi cabello, y mirando a mis ojos me preguntó por qué me había transformado casi en una puta si mi rostro exudaba ternura e inocencia, y cual era la fórmula para compartir todo con mi marido. Al tiempo que su atención se dirigía a mis pezones hinchados que se marcaban en la tela, y pude percibir como ella discretamente mordió sus labios. Una vez más ese disparador hizo imposible no moverme inquietamente mientras mi llave vaginal estaba abierta y secretando a chorros. Ella me pudo percibir y puso su pequeña y delicada mano en mi muslo desnudo.

Supe que esto no iba a ser un acto sexual sino el inicio de una dulce y amorosa amistad que duraría por años. Una amistad que, aunque no puedo ver a Adriana siempre, pero todos los días recibo un mensajito de ella deseándome los buenos días y diciéndome cosas lindas.

Mi corazón me empujó a acercarme a ella debo reconocer que sobre todo mi cuerpo recorría un leve temblor, no me sentía así desde hacía mucho. Ahora en la sala de ese departamento teniendo a Adriana a pocos centímetros de mi ser y sin haber hecho nada aún, produciendo la brutal lubricación tan normal en mí, al tiempo que ella seguía acariciando mi muslo, una caricia inocente aún porque ella nunca había hecho el amor con una mujer.

Mientras latía mi corazón con fuerza y emoción, no dejaba de mirar los ojos de Adriana, me intrigaba demasiado conocer la razón de esa melancolía que solo yo podía ver atrás de su iris, y que luego pude saber que es la simple y triste expresión que deja en una dulce mujer un matrimonio frustrado, no solo en lo sexual. Sino el de tener un marido que no te mira con deseo, un marido para quién eres inexistente, un marido que por obligación a consumado su matrimonio y te ha dado dos hijos para evitar el qué dirán de la perversa sociedad que todo critica.

Pero justo esa tarde en ese departamento cuando finalmente sin dejar de mirarla me fui acercando a sus labios con todo el tumulto de emociones que se apoderaban de nuestras almas hasta que nos unimos con un suave beso, primero sin lengua solo la delicada unión de nuestros labios, que encontraron una señora casada ignorada por su marido. Cerré mis ojos al contacto con sus labios, seguíamos tomadas de las manos sin hacer ningún movimiento brusco o desesperado. Su aliento fresco se incrustó en el interior de mi boca, y de forma instintiva mi dorso busco la cercanía de su cuerpo, mis tetas entraron en ligero contacto con sus senos.

Abrí un poco más la boca y con la timidez de una colegiala saqué un poquito la lengua para intentar estimular a mi dulce amiga para que nos podamos unir más íntimamente al intercambiar nuestros fluidos salivares. Mientras pensaba cuántas vergas había mamado, con esa misma boca y esta vez fue ella la que abrió su boca e incrustó toda su lengua en el interior de la mía, y ya sin pensar en nada más correspondí sus besos, y ahí fue todo lengua y saliva, un beso poético como los que se ven en el porno lésbico.

Con ese beso tierno, romántico, profundo perdí la noción del tiempo, solo nos seguimos besando y mientras besaba a Adriana mi corazón rogaba que no hubiera tiempo sino solo la eternidad para seguirla besando por siempre. Mientras nos besábamos con los ojos cerrados, ella actuó de forma espontánea, y de un momento a otro sentí pequeña y delicada mano sobre mi seno, sobre la tela del vestido se notaban mis duras aureolas. Tomó confianza y con su natural y femenina delicadeza comenzó a apretar mi teta. Eventualmente, deje caer los breteles de mi vestido para que aparezcan mis dos pezones.

A ese punto ya nada importante, todo sumaba al erotismo del momento, Adriana lo sabía y me estimulaba pellizcando mis duros pezones, me tocaba con gran delicadeza. Mis neuronas estaban en ebullición, y la esposa frustrada remató mi estabilidad emocional diciéndome que nadie la había besado como yo. Las lágrimas de emoción fueron inevitables, me dejé llevar y la abracé fuerte en mi contra.

No sé si me apresuré, pero el instinto me arrojó a abrir los botones de su blusa, pude ver que llevaba un corpiño blanco muy delicado, tan delicado como su piel, en cambio yo la siempre puta no llevaba ropa interior, y ya tenía las tetas al aire que ella acariciaba con suavidad. De cierta forma tomé el rol dominante, la induje a ponerse de pie y la puse de espaldas para poder bajar el cierre posterior de su falda, que cayó al suelo con facilidad dejando expuesta sus blancas, flacas y bien torneadas piernas, la gloria de su pubis estaba protegido por una tanga blanca semi transparente. Acaricié delicadamente la tela de su calzón percibiendo la humedad e imaginando lo que se escondía detrás.

Acerqué mi cara a su pubis y me abracé a sus caderas y me quedé ahí por unos segundos percibiendo el aroma que pugnaba por liberarse de su tanga, para luego embriagar mis fosas nasales y luego inundar toda la sala, ese olor a prostíbulo que hasta la más recatada madre de familia lleva en medio de sus piernas cuando está siendo amada. Sentí en ese momento sus manos acariciando mi cabello. Por un segundo pensé en quedarme así, pero sabía que eran muchos los caminos del placer y la lujuria que aún debíamos explorar, mi instinto me llevó a acariciar sus nalgas, no eran voluminosas, pero eran firmes y delicadas.

El olor a concha me impulsó a bajar su tanga, Adriana con un poco de vergüenza intentó detenerme, quizás no deseaba quedar expuesta, yo solo la miré muy dulcemente, supongo que le inspiré confianza y soltó mi mano y me permitió exponer su intimidad, ese es el momento en que una mujer se entrega cuando queda expuesta e indefensa ante su amante, y eso solo sucede cuando se genera una conexión y confianza entre ambas personas.

Unos pelitos salían sobre su clítoris y un canal vaginal que ya brillaba por la intensa humedad que esta dulce mujer estaba secretando en mi nombre, me puse de pie, me encontré con unos senos chiquitos, luego la guíe al sofá para que se tumbe, quería exponer en toda su amplitud la delicadeza rosada de su vagina para mi deleite lingual. Previo a eso, me terminé de sacar mi vestido.

Me arrodillé ante su esplendor vaginal y con mis manos iba abriendo hasta exponer el clítoris, acerqué mi cara, coloqué la punta de mi lengua y ella se tensó toda, su reacción fue por hacía años que nos le regalaban sexo oral, de una mujer descuidada por un marido que disfrutaba más su dinero y no de comerse la delicia del clítoris de su esposa. A los pocos segundos comenzó a temblar, mientras me daba a tragar unos flujos vaginales espesos, y sí yo los tragaba con ansiedad. No me pude resistir en recorrer con mis lamidas hasta su cola, mi instinto de perra me hacía buscar con ansiedad ese culo. Adriana tenía el más delicioso culo que nadie se pueda imaginar.

Regresé a su clítoris y con la lubricación abundante estaba en posición de introducir dos dedos y colocarlos en aquella vertiginosa sección rugosa que se encuentra justo detrás del clítoris, al interior de la vagina. Aplicando la presión precisa desde afuera al clítoris y desde dentro, en un masaje constante, suave y paulatino. Ella perdió todo control de sí, se retorcía toda en espasmos tras espasmos, dejando de ser la dulce dama, y comenzando a insultar y decir groserías, y reventó en un glorioso orgasmo diciéndome que era una hija de puta.

Rendida y toda encharcada se echó hacia atrás en un estado de placer que no le permitía reaccionar, mientras yo seguía saboreando, me senté en el piso mirándome como de mis tetas estaban duras. Me puse de pie, y me coloqué a su lado, me tomé una teta con la mano y se la ofrecí en su boca, ella iba comenzando a reaccionar. Hasta que su instinto la arrojo con ansiedad a mi pezón y comenzó a chupar como desesperada, se saltaba de una teta a otra, mamaba con desesperación otorgándome un gozo de boquita delicada. Mi concha estaba trabajando con brutalidad intensidad.

Luego de eso me pidió que vayamos a la cama. Esta vez yo me tumbé boca arriba, y ella tomó la iniciativa o el rol dominante. En las relaciones lésbicas no existen aquellas relaciones que se dan cuando hay un macho dominante, acá son mujeres en igualdad de condiciones y cada una puede manifestar sus deseos como se le antoje. Así fue como Adriana se acostó encima de mí, y comenzamos de forma instintiva a ubicarnos en forma de tijera, para que nuestros labios vaginales entren en contacto íntimo.

Un beso profundo y encharcado lleno de flujos vaginales, los labios y el perineo convirtiéndonos en un solo ser, moviendo las caderas de forma rítmica, apretando fuerte nuestras tetas unas contra las otras, acariciando delicadamente ya sea nuestro rostro o nuestros cabellos. Eso no era sexo, eso no era follar, eso era hacer el amor. Así con intensidad por más de diez minutos nuestros cuerpos se sincronizaron de manera tal que nos corrimos juntas y las sábanas de esa pobre cama quedaron hechas un lago. Ella me apretó tanto con sus piernas que sentí que me iba a estrangular las caderas. Así nos quedamos dormidas hasta bien entrada la tarde cuando despertamos abrazadas.

Con más preguntas que certezas, cómo una ama de casa decente con un marido idiota pudo conocer a una mujer como yo que lo primero que hice fue correr a contarle a José lo que ocurrió esa tarde. Los encuentros se repitieron, no muchas veces hasta que por trabajo de su marido se mudaron a otra ciudad.

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6 COMENTARIOS

  1. Me encantó tu relato, muy tierna historia, un relato de una persona que necesitaba deseaba ser amada y no usada. Saludos

  2. Hermosa historia, sea real o sea un esperad relato, es importante denotar, que es una buena historia, muy especial y digna de leerse y volverse a leer, felicitaciones a quien escribió y vivió esa inmensa y maravillosa historia de amor, las felicito mujeres que saben amar.

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