El día de hoy quiero compartir una experiencia que me resultó grata y reveladora.
Hace algunos meses atrás tuve que asistir a una reunión del trabajo. Debo decir que nunca me han gustado ir a esos eventos, me resultan soberanamente aburridos y sin objeto alguno, solo sirven para que hablan mal unos de otros. En fin, había llegado algo tarde a la reunión y había caminado estratégicamente entre los compañeros y jefes, los había saludado para hacerme notar en la sala y ya me encontraba de pie al lado del bar contando los minutos para excusarme y salir de ese lugar.
Cuando de repente lo vi llegar. Caminaba con cierto aire de importancia, exudaba seguridad, yo tenía que conocerle así que me apresuré a mezclarme nuevamente con el público, saludando y conversando con todos llegué hasta donde se encontraba y le saludé.
-Usted disculpe, es usted nuevo en la empresa, no recuerdo haberle visto antes, le comenté. Y con una sonrisa en los labios me contesta, -no, no laboro aquí, solo vine a acompañar a un amigo.
Ese hombre tenía un tono de voz maravillosamente bajo, de las que aflojan rodillas y hace que se t caigan las medias y humedezcas los pantis. Mi corazón se aceleró, lo que mis ojos habían visto mis oídos confirmaban, se trataba de un hombre varonil y seductor.
Volviendo a la conversación le pregunté… -¿Y ese amigo tiene nombre?
Él: Claro, me responde, se trata de Diego Serva, el director de ventas, debes conocerlo.
Yo: por supuesto que le conozco, respondí. Es amigo mío lo que te convierte en mi amigo también.
Una frase pendeja, que la verdad ya no recuerdo si la leí en algún lado o se me ocurrió en el momento solo para hacer algo de conversación.
Siempre he sido una magnífica conversadora social, nunca me quedo sin temas, atraigo la atención de mis oyentes, y resulto divertida pero ante este hombre se me acababan las palabras, nacían silencios incómodos, por lo menos para mí. Sentía el temor de decir algo que sonara inapropiado o poco inteligente. Pero deseaba, necesitaba mantener la conversación para seguir escuchando le hablar, con ese tono de voz que me hacía sentir cosquillas entre las piernas.
Yo: ¿Y cómo te llamas? pregunté.
Él: Ricardo, ¿y tú?
Yo: Fer, bueno, me dicen Fer por Fernanda… Y así dio inicio a una maravillosa e intensa conversación que duró toda la noche. Y mientras el hablaba yo me sumergía en sus palabras y mi mente empezaba a imaginar muchísimas cosas.
La noche llegaba a su fin y cuando llegó el momento de la despedida me preguntó si podía llamarme, quizá vernos y tomar un café. La verdad es q no sé cómo logré mantener la calma en ese momento ya que la emoción me embargaba y el corazón latía tan rápido que creí que se me saldría del pecho, hasta pensé que las personas a mí alrededor podían escucharlo de lo fuerte que latía.
Haciendo un enorme esfuerzo por mantener oculta mi emoción intercambiamos números telefónicos y con un gesto de indiferencia le dije que con gusto tomaría un café con el
Los días pasaban y yo no recibía la tan anhelada llamada, la ansiedad me invadía y la incertidumbre me apretaba el corazón. Las dudas asaltaban mi mente, ¿qué hago? ¿Lo llamo? Mejor no, ¿que ocurre por qué no llama, habré dicho algo inapropiado? Mi mente iba a reventar con la cantidad de ideas que se me ocurrían al mismo tiempo.
Dos semanas después de la reunión recibí la tan anhelada llamada. Me invitaba a a tomar un café, tal como me había dicho.
El día de nuestra cita había llegado, me arreglé con detalle y acudí al encuentro, tomamos el café, conversamos y caminamos. Llegó nuevamente el momento de despedirnos, a mí me habían parecido minutos pero en realidad fueron horas y es que el tiempo junto a él transcurre diferente. Llamó un taxi para mí y se despidió con un beso en la mejilla. Llámame al llegar a tu casa para saber que llegaste bien.
Para mí sorpresa no había terminado de entrar a mi casa cuando recibía una llamada, era él preguntándome por qué no le había avisado de mi llegada… Es que aún no termino de entrar, acabo de llegar le respondí. E iniciamos nuevamente una amena conversación pero en esta ocasión más íntima, el tema era más privado, íntimo, subido de tono.
Compartíamos nuestras experiencias íntimas del pasado he inquietudes sexuales de manera natural y fluida. Resultó ser tan excitante. Me hubiera gustado en ese momento verle a los ojos. Yo sé que un hombre como él tiene muchísima experiencia en el sexo, haciendo un análisis en retrospectiva puedo pensar que todas sus preguntas he inquietudes sobre las intimidades femeninas no eran otra cosa que la manera de introducir el tema de una manera sutil.
La verdad es que no me importa sus razones o intenciones, de una manera muy lenta todas aquellas cosas que imaginé en mi mente estaban tomando forma.
Esa noche hablamos extensamente y no resistí, me coloqué los audífonos y puse el celular a un costado mío y al compás de su voz me fui desvistiendo y tocando suavemente. Cerré mis ojos y me concentré en su voz y en lo que me decía, mientras que mis manos tocaban suavemente mis senos que ya tenían los pezones duros… Mis manos recorrieron mi abdomen, mientras el me preguntaba sobre como una mujer se masturba.
Me dieron ganas de decirle que en ese momento yo lo estaba haciendo y si él quería ver… Pero me pareció muy atrevido de mi parte y no quería dañar el momento, por lo que contestaba sus preguntas mientras que continuaba acariciándome imaginando que eran sus manos las que me recorrían. Me acariciaba muy lento hasta que llegué a mi entrepiernas y mis dedos se deslizaron por mi pubis hasta mi clítoris y más abajo acaricie mi conchita que ya se encontraba muy pero muy mojada…
El seguía hablando y preguntando cosas que ya se me hacía muy difícil contestar, no por pena o pudor sino por la excesiva excitación que tenía y disfrutaba con cada palabra que él decía…
Con la yema de mis dedos me seguía acariciando el clítoris y con la otra mano de manera simultánea me acariciaba los senos… Con movimientos cada vez más rápidos que recorrían desde mi clítoris hasta la entrada de mi vagina tuve uno de los mejores orgasmos que he podido tener al masturbarme y al finalizar me dio muchísima risa porque todo eso ocurrió y él ni se imaginó lo que pasaba.
En un momento me pregunta, ¿estás ocupada? ¿Me estás escuchando? Claro que le escuchaba pero como decirle que no era falta de atención o interés en su conversación, sino más bien todo lo contrario.
Esa fue la primera de muchas noches… Pero eso se los cuento en otro momento…
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