Era un miércoles por la noche y hacía mucho tiempo que hacía algo divertido. Siempre que tenía disponible algo de tiempo libre, mis amigos tenían algo que hacer: excusas de trabajo y familia. Tenía libre desde el jueves en la noche y no quería quedarme en casa. Empecé a ver Instagram, y me encontré con una historia de Andrés. Ya no veía sus historias porque estaba fuera del país, pero en esa historia se veía que estaba de nuevo aquí y subió varias fotos con su familia, en un restaurante que me gusta.
Me detuve un par de segundos para pensar que hacer, le di like y continué viendo qué más había. Pasaron unos 40 minutos y realmente ya me había aburrido. Salían planes de viaje, restaurantes, caminatas, y ya no quería más opciones; quería hacer algo. Revisé mis mensajes en el teléfono y todas las conversaciones eran sobre familia y amigos que siempre planifican cosas, pero nunca concretan.
Me recosté en la cama y dejé el teléfono a un lado. Me detuve a pensar mis opciones. Estaba Xavier, un chico increíble que había conocido en un concierto, con el que salía de vez en cuando a conocer lugares mágicos. Estaba Raúl, un chico que trabaja en un banco con el que tenemos amigos en común y siempre que nos encontramos es para alguna fiesta o borrachera asegurada, es muy perro honestamente. Estaba Miguel, un chico de mi trabajo, bastante menor, pero es un encanto. Salimos a comer con bastante frecuencia y coqueteamos bastante, pero siempre lo molesto con que es muy menor para mí, aunque no lo niego, me gusta un montón.
Seguía pensando en mis opciones cuando escuché una notificación. Era un mensaje de Andrés. Bloqueé el teléfono y me lo coloqué en el pecho un par de segundos, no me imaginaba qué podía decir. Me senté al filo de mi cama y abrí su mensaje.
—Cami, ¿cómo estás? No he sabido nada de ti, dime qué tienes libre mañana, tenemos que vernos.
Sonreí al leer su mensaje, sin saber qué responder.
—Sí, ha pasado un rato. ¿Qué tienes en mente?
Quería parecer un poco desinteresada, pero por dentro me moría por decir que sí a cualquier plan.
—No sé si tengas libre desde mañana, como es feriado espero que sí. Nos vamos con un grupo de amigos a una cabaña fuera de la ciudad hasta el sábado.
Aunque me moría de ganas de decir que sí, decidí alargar mi respuesta.
—¿Quién va a ir, los conozco?
—Yo pienso que no, son amigos míos, somos Paul y Sonia que son pareja, Santiago y yo.
—Pero ¿qué piensan hacer allá?
—Vamos a caminar un poco por la zona, Santiago dijo que iba a llevar unos tragos y ya vemos allá qué más hacer.
—¿Y no hay problema si voy yo?
—No, la cabaña es de 3 habitaciones y ya está pagada, así que solo debes poner tu divina presencia y si quieres traer algo más, mejor.
A ese punto ya me había convencido, pero quise hacerme de rogar un poco.
—No lo sé, no conozco a tus amigos y pasar casi 3 días con ellos va a ser raro.
—No te preocupes, todos son unos locos y si te aburres, me escapo contigo a hacer cualquier otra cosa.
—Está bien, confío en ti, nos vemos mañana.
Estaba que no cabía de la emoción, era justo lo que necesitaba. Me comentó que en el lugar hacía bastante frío, que fuera preparada con ropa abrigada, y lo que creyera necesario. Demoré 2 horas preparando mi ropa para el siguiente día, probando entre varios outfits. Al final dejé mi mochila lista para el viaje y me acosté a dormir.
A la mañana siguiente salí a trabajar como todos los días, pero emocionalmente estaba muy contenta. Justo me topé con Miguel y me invitó a salir en la noche, pero tuve que rechazarlo amablemente. Si el día anterior me hubiera preguntado, definitivamente habría salido con él. Aun así, el día se pasó volando y todo estuvo genial.
Llegó la tarde y volví a casa para darme una ducha y prepararme para salir con Andrés y sus amigos. Pasaron por mí a las 7 pm y nos fuimos rumbo a la cabaña. No recuerdo el lugar exacto, pero fueron 2 horas de viajo. En el camino nos conocimos más con los amigos de Andrés y realmente hubo buen feeling con todos, especialmente con Santiago. Estaba muy guapo y tenía el mismo sentido del humor que Andrés.
La primera noche en fue tranquila, pero no por eso menos interesante. Después de llegar, cada uno eligió su habitación, y Andrés se ofreció a dormir en el sofá, diciendo que era “el guardián de la casa”. Entre risas y bromas, nos despedimos para ir a descansar. Mi habitación era pequeña con una gran cama. Me envolví en una cobija gruesa que habían dejado en la habitación, agradeciendo haber traído ropa abrigada.
Al amanecer, el sonido de una lluvia ligera sobre el techo me despertó. Me puse una chaqueta gruesa y salí al comedor, donde ya estaban Andrés y Santiago preparando café.
—Dormilona —me saludó Santiago con una sonrisa.
—Era necesario recuperar energías —respondí mientras tomaba la taza que me ofrecía Andrés.
Después de un desayuno rápido con sándwiches y una manzana, salimos a caminar. El paisaje era impresionante: montañas verdes, cielos grises y una neblina que le daba un toque nostálgico a todo. Sonia y Paul iban tomados de la mano al frente, mientras Andrés caminaba un poco adelante, bromeando y tomando fotos. Santiago se quedó a mi lado.
—¿Siempre traen gente nueva a sus escapadas? —le pregunté, mientras caminábamos cuidadosamente por un sendero empedrado.
—No, casi nunca. Pero Andrés insistió en que debías venir. Parece que te extrañaba mucho —dijo con un guiño.
Me reí y desvié la conversación. —¿Y tú? ¿Siempre tan encantador?
Él se rio, pero no respondió. Seguimos caminando mientras la conversación fluía de forma natural. Me contó sobre sus aventuras de senderismo y sus locuras con Andrés, y yo le hablé un poco de mis propias escapadas con Xavier, aunque evitando entrar en detalles.
En cierto momento, la lluvia comenzó a caer con más fuerza. Intentamos refugiarnos bajo unos árboles, pero era inútil. Decidimos reírnos de nuestra mala suerte y seguir adelante, todos terminamos empapados. Cuando regresamos a la cabaña cerca del atardecer, estábamos congelados.
—Necesitamos calor urgente, y no me refiero solo al fuego —dijo Andrés, sacando un par de botellas de su mochila.
Mientras el grupo se cambiaba, encendimos la chimenea y nos reunimos en la sala. Con tragos en mano, nos sentamos alrededor del fuego. Santiago, que estaba sentado a mi lado, me ofreció un poncho de lana que había traído.
—Para que no te me congeles —dijo con esa sonrisa que empezaba a resultarme peligrosamente encantadora.
La chimenea crepitaba suavemente mientras el grupo reía y se turnaba para tomar tragos. La botella de ron estaba a la mitad cuando Paul, con una mirada traviesa, dijo:
—Bueno, ahora que estamos todos entrando en calor, ¿qué les parece si jugamos algo más interesante?
—¿Verdad o reto? —exclamo Sonia, cómplice.
Andrés levantó las cejas y Santiago sonrió. Yo me hundí un poco más en el sofá, Sabía que Paul y Sonia tenían fama de ser muy abiertos, y la chispa en sus ojos dejaba claro que no íbamos a jugar a algo “inocente”.
—Yo digo que sí —dijo Santiago, mirándome directamente con una sonrisa intrigante. Andrés estaba sentado en el suelo, frente a la chimenea, y alzó la botella.
—Cami, ¿te atreves o prefieres escapar al cuarto? —preguntó con una sonrisa que reconocí demasiado bien. Había algo en su tono que me recordaba las noches caóticas que compartimos años atrás, cuando todo era un juego peligroso.
—Yo nunca me escapo de nada —respondí, segura, a pesar de que mi corazón latía más rápido de lo que quería admitir.
La primera ronda fue sencilla, casi inofensiva. Paul le pidió a Sonia que contara la historia más embarazosa de su adolescencia. Sonia retó a Santiago a tomarse un trago doble. Luego llegó mi turno.
—Cami —dijo Andrés, mirándome con esos ojos oscuros que siempre parecían ver más allá de lo que quería mostrar—. ¿Verdad o reto?
Podía sentir las miradas de todos sobre mí, pero sobre todo la de él y la de Santiago, como si ambos esperaran algo.
—Reto —dije, intentando no vacilar.
Andrés sonrió como si hubiera ganado algo y se inclinó hacia adelante. —Te reto a que le des un beso a alguno de nosotros.
Un silencio cargado se apoderó de la sala. Sonia soltó una risita, mientras Paul y Santiago intercambiaban miradas divertidas. Sabía lo que Andrés estaba haciendo: estaba probando si aún podía ejercer ese poder magnético que tenía sobre mí. Pero no iba a dejar que me controlara fácilmente.
Me moví despacio, respiré profundo y me dirigí hacia Santiago. Su sonrisa se ensanchó, sorprendido pero encantado. Me incliné y le di un beso breve, pero suficiente para que sintiera la chispa. Cuando me separé, él me miró con sorpresa, como si no pudiera creer que había pasado.
Andrés no dijo nada, pero su sonrisa desapareció. Había algo más, algo que reconocí como celos.
La noche siguió avanzando. Las preguntas y los retos se volvieron cada vez más audaces. Sonia y Paul, fieles a su estilo, no tenían reparos en coquetear entre ellos frente al grupo y sugerir ideas cada vez más provocadoras. Santiago no se quedaba atrás, aceptando los retos más atrevidos con una mezcla de valentía y humor.
Sin embargo, la tensión entre Andrés y yo empezó a ser palpable. No era solo el juego; era la historia que compartíamos, la conexión que nunca terminamos de romper.
En un momento, Andrés decidió interrumpir el juego. —Ya basta de jueguitos por ahora. ¿Qué tal algo de música y unos tragos?
Nadie se quejó, y pronto, una bocina llenó la sala con música. Todos bailamos pegaditos, sentía el manoseo por parte de Andrés y Santiago que parecían cada vez más decididos a quedarse conmigo.
Santiago se puso a mi lado, y comenzamos a hablar en voz baja. Era fácil estar con él; tenía esa mezcla de confianza y ligereza que hacía que todo pareciera menos complicado.
—Te debo un beso más largo después de lo de antes —dijo con una sonrisa descarada.
—¿Quién dijo que me lo debes? —respondí, juguetona, aunque mi corazón se aceleraba.
Mientras tanto, Andrés nos observaba. No decía nada, pero podía sentir su mirada. Sabía que no estaba acostumbrado a ser el observador en nuestra dinámica, y eso probablemente lo estaba carcomiendo.
Cuando las horas pasaron y las botellas quedaron vacías, Sonia y Paul anunciaron que se iban a dormir. Santiago me miró como si estuviera pensando en hacer lo mismo, pero Andrés se acercó antes de que pudiera decir algo.
—Cami, ¿podemos hablar un momento?
Sabía que esta conversación era inevitable. Asentí y lo seguí, el frío era casi insoportable. Me crucé de brazos, esperando a que hablara.
—¿Te estás divirtiendo? —preguntó, encendiendo un cigarrillo.
—Sí, bastante. ¿Por?
—Por nada. Solo que hacía mucho tiempo que no te veía, y ahora que estamos aquí me siento un poco desplazado.
Lo miré, intentando descifrar lo que realmente quería decir. —Es un buen grupo. Y creo que necesitaba esto.
—¿Esto incluye a Santiago o a mí? —preguntó, soltando el humo y mirándome directamente.
Ahí estaba. El Andrés que no podía ocultar su lado territorial.
—¿Hay algo más en el fondo que quieres decirme? —respondí, tranquila pero firme.
Andrés sonrió. —No sé, tal vez porque quería que pasemos más tiempo juntos tú y yo, pero no se ha podido.
Tomé aire para mantener la calma. Andrés parecía tenso, pero no estaba dispuesta a dejar que el pasado o el orgullo arruinaran el buen ambiente de la noche. Lo miré directamente, tomé su mano con firmeza y dije:
—Andrés, sigamos disfrutando de esto, ¿quieres? Tenemos muchas cosas que ponernos al día. No dejemos que tonterías del pasado o del presente se interpongan.
Él me observó por un segundo, como si evaluara mis palabras, y luego asintió con una leve sonrisa. Para romper la tensión, volví adentro y saqué una botella de mi mochila.
—¿Qué tal si lo hacemos más interesante? —anuncié, levantando la botella.
Los ojos de Santiago y Andrés mostraron sorpresa y pronto estábamos con tragos pasando de mano en mano. Fue como si la energía se renovara; las risas volvieron y las conversaciones se hicieron más personales.
Andrés y Santiago, liberados de la tensión inicial, comenzaron a contar historias de amor y desamor. Andrés fue breve al hablar de su divorcio, lo justo para decir que había sido una experiencia difícil, pero que estaba en paz con su decisión. Santiago, en cambio, fue mucho más explícito. Contó anécdotas de sus exnovias con tanto detalle que todos estábamos partiéndonos de risa, especialmente cuando habló de una que tenía la obsesión de planificar todo.
—No te imaginas, Cami. Una vez me pidió que confirmara por mensaje si íbamos a “hacerlo” porque necesitaba agregarlo a su agenda. —Santiago imitó su tono serio, haciendo que me riera aún más.
El alcohol seguía fluyendo, y con cada ronda, las conversaciones se volvían más desinhibidas y la competencia entre ellos era más evidente, yo estaba a gusto con mi papel de objeto de deseo, aunque no duro mucho y llegó ese momento. Yo ya estaba muy ebria, a un costado de Andrés. Solo escuchaba el sonido de la música y fragmentos de conversaciones entre él y Santiago. Había risas, palabras sueltas que no lograba entender del todo. En algún punto caí dormida, sin darme cuenta de cómo ni cuándo.
Desperté más tarde, recostada sobre las piernas de Andrés, con el poncho de lana cubriéndome. La música ya estaba apagada, y la sala estaba en silencio. Me sentía relativamente bien, el mareo había desaparecido un poco, y al mirar alrededor vi que Santiago ya estaba dormido en el otro sofá.
Intenté moverme para acomodarme, pero eso despertó a Andrés, que bajó la mirada hacia mí con un gesto somnoliento.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
—Sí, ya estoy mejor. Gracias por abrigarme —le respondí.
—Hacía frío. No quería que te enfermaras. —Hizo una pausa y luego, con una sonrisa, agregó. —Pero si me compartes el poncho, no me quejaré.
—No hay problema —respondí, sonriendo de vuelta.
Aprovechando que el sofá era grande, nos acomodamos de lado. Andrés se colocó detrás de mí y me abrazó suavemente por la cintura, algo que me tomó por sorpresa, pero que no rechacé.
Empezamos a hablar, como hacía mucho tiempo no lo hacíamos. Hablamos de nuestras relaciones pasadas y cómo terminaron. De su divorcio, que mencionó de forma más personal esta vez, y de mi última relación, que acabó hace tres meses. Tocamos temas más ligeros también.
En un momento, Andrés se inclinó un poco más cerca y me dijo en voz baja:
—Por cierto, Santiago está embobado contigo. Literalmente dijo que estás buenísima y que quiere “salir” contigo.
No pude evitar reírme un poco y lo miré por encima del hombro. —¿De verdad? ¿Y qué significa “salir” para él?
Andrés rió también, aunque su tono tenía algo de advertencia. —Solo busca sexo. Si no es lo que tú también buscas, ni le des oportunidad.
Me encogí de hombros, juguetona. —La verdad, no estoy buscando algo serio ahora. Así que no me importaría si solo busca sexo, además, está buenísimo. Algo de acción no me caería mal.
Ambos nos reímos de mi comentario, el trago todavía corriendo por nuestras venas. Entonces, sutilmente, lo miré con picardía y añadí:
—Aunque, si otra persona se le adelanta, qué mal por él —respondí con una sonrisa maliciosa, moviendo ligeramente mi cuerpo contra el suyo para sentir su reacción.
Andrés me sostuvo la mirada, algo que ambos conocíamos demasiado bien. La tensión entre nosotros era palpable, y el ambiente se cargó de una energía eléctrica que hacía que mi corazón latiera más rápido.
Andrés comenzó a besarme con una intensidad. Sus manos recorriendo mi cuerpo, despojándome lentamente de la ropa. Cuando sacó mi brasier y mi interior, los lanzó “accidentalmente” hacia donde estaba Santiago, como una muestra de victoria. Vi de reojo a Santiago que únicamente sonrió, entendiendo el mensaje, disfrutando del espectáculo.
Andrés me cargó y yo abracé su cuerpo con mis piernas y entramos en mi habitación. Andrés se desvistió en un instante, sacando condones. Me acomodé en la cama mientras él se preparaba y luego se subió encima de mí, comenzó a besarme desde los pies. Se detuvo en mi vagina, dándome besos alrededor, viéndome a los ojos y notando cómo cada vez me prendía más.
Empezó a meter sus dedos poco a poco, y se notaba lo mojada que estaba. Disfrute mucho de su lengua, hacia un buen tiempo que nadie me hacía sexo oral de esa forma. Sin darme cuenta estaba apretando muy fuerte su cabeza contra mis labios. Luego de unos minutos, se subió sobre mí en la posición del misionero y me penetró, lo cual me trajo muchos recuerdos. Andrés se movía con ferocidad, haciéndome gemir de placer. Al principio intenté controlar mi respiración, pero al rato dejé de contenerme. Aproveché para besar su cuerpo, manosear su espalda y trasero; aún seguía en buena forma.
Él hizo lo mismo conmigo, se comió mis pechos completamente. Por un breve momento, sentí que se iba a venir, así que lo atrapé entre mis piernas y lo aprete fuertemente, disfrutando de ver cómo eso hizo que se viniera más fuertemente. Entonces lo empujé al otro lado de la cama y le saqué el condón. Procedí a lamer el semen de su pene y luego empecé a besar sus piernas y abdomen. Luego me subí a escurrir mi saliva en su boca; él solo abrió y aceptó mi obsequio.
Luego viendo que nuevamente tenía su verga lista, me puse en cuatro sobre el filo de la cama, ofreciéndome completamente a él. Él tomó nuevamente otro condón y empezó a penetrarme con fuerza. Mis gemidos llenaban la habitación, afuera llovía fuerte, así que me sentía cómoda gimiendo y gritando (había olvidado que Santiago, Paul y Sonia estaban al lado).
Andrés tenía ambas manos sobre mi cadera, atrayéndome de manera violenta, y aumentó el ritmo de sus embestidas. Podía sentir cada centímetro y cómo llegaba hasta el fondo, trate de apretar mis músculos vaginales para sentirlo aún más.
—Más fuerte —supliqué, ya que sentía cerca mi orgasmo.
Andrés obedeció, con la respiración a mil por hora. Golpeó mis nalgas con fuerza y me agarró con más ferocidad, haciendo temblar la cama. Yo me agarré del filo y tuvimos un minuto más de esa tremenda cogida. Llegué a mi orgasmo y me derrumbé sobre la cama temblando, y Andrés igual.
Andrés, con el sudor corriendo por su frente, se inclinó sobre mí y me besó. Yo me recosté con la respiración muy agitada mirando al techo disfrutando del momento.
Pero de pronto, la puerta de la habitación se abrió lentamente y Santiago apareció, con una sonrisa pícara en su rostro.
Hubo un breve instante de confusión en mi mente; mi primer reflejo fue cubrirme y encogerme para evitar que Santiago me viera, pero luego lo entendí, Andrés había llamado a Santiago y algo muy pervertido iba a suceder.
—Te tardaste, ¿no? —respondió Andrés, con sarcasmo.
Santiago asintió y comenzó a desnudarse rápidamente, disfrutando de la vista de mi cuerpo desnudo y ya más relajado. Recuperé la compostura y me puse de rodillas sobre la cama a contemplar la situación, Andrés y Santiago desnudos delante de mí.
Santiago se acercó a mi agresivamente para tomarme del cuello y darme un beso, levantándome para ponerme a su altura, entonces me abrazo y empezó a acariciar todo mi cuerpo, sus manos estaban un poco frías lo que me hizo estremecerme ante sus toques. Me dejé llevar por la situación, Santiago me apretaba contra su cuerpo y podía sentir como su pene mojado tocaba mis piernas, con una mano empecé a masturbarlo un poco mientras nos seguíamos besando.
No puedo imaginar que pasaba por la mente de Andrés en ese momento, pero me imagino que la vista lo excitaba muchísimo, así que decidí mejorarla, me incline y empecé a mamar la verga de Santiago, se veía increíble, era más gruesa que la de Andrés y no me contuve, trate de metérmela hasta el fondo, el sonido de mi boca contra su miembro era realmente exagerada, parecía como si hubiera estado desesperada por hacerlo. Me deje llevar, en lo que escuche un click de una cámara, volteé a ver de inmediato, Andrés había empezado a grabar video, simplemente lo vi desafiante, pero seguí con lo mío.
Santiago me tomo de la barbilla y me volvió a levantar para continuar con nuestra sesión de besos, pero de inmediato me tomo de las piernas y me levanto para penetrarme ahí mismo de pie, fue tan brusco que lance un fuerte gemido, voltee a mirarlo sorprendida, pero me encanto, entonces empezó a balancearme hacia su cuerpo haciéndome gritar de la excitación, puse mis brazos alrededor de su cuello y me perdí en el movimiento, me quedé viendo como nuestros sexos se encontraban y hacían resonar la habitación y por supuesto continuamos con los besos, no sé cuánto tiempo estuvimos así pero al final volví a caer rendida en la cama.
En eso Santiago que aún no había terminado me volteo y me tomó de la cadera y me puso en cuatro, en esta ocasión vi cómo se puso uno de los condones que estaba en la mesa, lo cual me sorprendió por que antes había olvidado de revisar y tuvimos ese primer encuentro sin protección. Procedió a penetrarme nuevamente en lo que yo quede de frente a Andrés y su celular, no sabía exactamente que hacer así que solo evite mirar a la cámara, acomodando mi pecho y rostro contra la cama disfrutando de aquellas embestidas, gimiendo fuertemente.
—Dios —exclamé, con una voz quebrada por el placer.
Santiago me tomaba muy fuerte y me nalgueaba mientras me penetraba con todas sus fuerzas a este punto ya no sentía dolor, solo un calor que recorría todo mi cuerpo como si me estuviera quemando. Finalmente dio sus embestidas finales y me quede allí recostada sobre la cama en extremo agitada, sudando, con mi vagina escurriendo, mis nalgas calientes, temblando, pero increíblemente feliz y excitada todavía.
Andrés y Santiago se empezaron a reír y yo al voltearlos a ver no pude evitar reírme también, Andrés había dejado de grabar y se acomodo a un lado de la cama, invitándome a ponerme junto a él, así lo hice, él me abrazo y me beso en lo que Santiago se puso al otro lado de la cama, nos juntamos los tres y nos colocamos unas cobijas encima.
Nos abrazamos y compartimos besos, en lo que ambos aun seguían tocando mi cuerpo, sin embargo, había sido un día largo y el cansancio hizo de las suyas, todos caímos dormidos.
Al día siguiente, el sonido de la cocina nos despertó. Desayunamos juntos, la complicidad entre los tres era palpable. Cuando salimos a caminar, Sonia se me acercó a charlar; tenía un tono diferente al que había conocido el día anterior. Me confesó que había escuchado todo y que se notaba que lo había disfrutado. Me quería morir de la vergüenza, aunque a Sonia no le parecía la gran cosa.
Los chicos, por su parte, también hablaron entre ellos; solo escuché un par de risas y frases que denotaban el ego de todos. En parte me sentía como una puta, pero también única y deseada. Sabía que esta experiencia había cambiado todo, y ahora quería explorar más.
Mientras caminábamos por el sendero empedrado, el paisaje impresionante y la compañía agradable hicieron que me sintiera bien. Sabía que, independientemente de lo que pasara con Santiago y Andrés, había vivido una experiencia inolvidable. Y con Andrés soltero y Santiago interesado, quizás hubiera más aventuras por venir.
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Esto me parece genial.
Luego me subí a escurrir mi saliva en su boca; él solo abrió y aceptó mi obsequio.
Con mis parejas me encanta hacerlo, asi como.me ponen a tomarme la leche, me encnta devolverla.
Que buen obsequio como lo dices
Hay que ser recíprocos