Distopía de género

0
2715
3
T. Lectura: 6 min.

El primer pensamiento de Julián fue, como siempre, un sabor. El sabor rancio del aceite de motor y el regusto metálico de la sangre seca en la parte posterior de la garganta. No importaba que las sábanas de su cama fueran nuevas —baratas, ásperas como la lija, pero técnicamente nuevas— ni que el aire de su apartamento oliera a humedad y a desesperación enlatada en lugar de a la sopa tóxica del sumidero. El fantasma de su pasado era un amante posesivo, y le visitaba cada mañana al despertar.

El apartamento era un mausoleo a la nada. Un colchón en el suelo, una mesa coja, una silla. Ni un cuadro, ni una foto, ni una planta muerta. Era un espacio tan vacío como él se sentía por dentro. Se había arrastrado fuera del infierno, había sangrado y suplicado y tragado más que orgullo para conseguir esto: cuatro paredes precarias en el borde mismo del abismo que había jurado dejar atrás.

Un orgullo agrio, corrosivo, le quemaba el esófago. ¿Valía la pena? ¿El recuerdo de las manos ásperas de aquellos hombres en el callejón, no buscando su cuerpo sino el pan duro que había robado, sujetándolo contra un muro cubierto de moho mientras se reían y le llamaban «princesa»? ¿O aquella otra vez, cuando los chicos mayores lo inmovilizaron y le embadurnaron la cara con grasa de motor, no por crueldad, sino por pura diversión, para ver cómo el negro contrastaba con su piel de porcelana, llamándole «muñequita sucia»? Cada acto degradante era un ladrillo en los cimientos de este patético santuario. Y cada mañana, los recordaba a todos.

Con un temblor que era parte frío y parte autodesprecio, se levantó. El suelo de linóleo agrietado estaba helado bajo sus pies descalzos. Se dirigió, como un autómata en una liturgia diaria, hacia el espejo de cuerpo entero apoyado contra la pared. Era lo único «caro» que poseía, una compra forzada por el sistema.

En la esquina superior del cristal, unas cifras digitales de un rojo agresivo parpadeaban con su condena:

“IC: 28/100 – Rol: Femenino – Advertencia: Rendimiento insuficiente”

Veintiocho. Había bajado dos puntos desde ayer.

Su mirada cayó sobre su reflejo y la ira, impotente y familiar, le subió por la garganta. Allí estaba. No él. No Julián, el superviviente, el futuro policía. Allí estaba “ella”. Una criatura de piel pálida y suave, sin un solo vello que estropeara su lienzo. Unos hombros estrechos que se curvaban hacia una cintura imposiblemente fina. Las caderas se ensanchaban en un arco femenino y descarado, una invitación a ser agarradas, y sus muslos, gruesos y blandos al tacto, se unían sin dejar espacio.

Su trasero, una esfera perfecta y respingona gracias a la curvatura antinatural de su espalda, parecía ofrecerse perpetuamente. Incluso su rostro era una traición. Ojos grandes, azules y húmedos, enmarcados por pestañas que parecían alas de mariposa. Labios llenos, rosados y brillantes, entreabiertos en una expresión que no era la suya. Su reflejo no le devolvía la mirada; le coqueteaba. Era el rostro de un súcubo de carne y hueso, y su expresión desdeñosa parecía susurrar una promesa obscena: “Fóllame. Rómpeme. Hazme tuya.”

Se estremeció, un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Y entonces, la voz. Dentro de su cabeza. Dulce como el cianuro.

—”¡Arriba, bella durmiente! ¡El mundo necesita tu luz… y un culito tan perfecto no se va a contonear solo! ¡Es hora de empezar el día con una sonrisa, Juli-pop!”

Julián apretó los dientes. El apodo era nuevo. Cada día uno más estúpido.

—Cállate —masculló, su propia voz sonando extrañamente aguda en la habitación silenciosa.

La respuesta fue instantánea. Un latigazo eléctrico, preciso y cruel, surgió del escáner alojado en su ingle. No era un dolor agudo, sino una punzada profunda y nauseabunda que le hizo doblarse y llevarse una mano a la entrepierna. Jadeó.

—”¡Uy, qué tonito!” —canturreó Julianna, su alegría sintética imperturbable—. “Las princesitas no usan esas palabras tan feas. Eso te va a costar un puntito en “Encanto femenino”… y un pequeño recordatorio de quién manda aquí. No seas malhumorada, cariño. A los hombres no les gustan las chicas con el ceño fruncido.”

—No soy una chica —siseó Julián entre dientes, el dolor convirtiéndose en un ardor humillante.

La risa de Julianna resonó en su cráneo, un sonido como campanitas de cristal rompiéndose.

—”Oh, cariño. Mi dulce e ilusa niñita. ¿Vamos a tener esta conversación otra vez? Mírate. El espejo no miente. Tu perfil hormonal grita “damisela en apuros”. Tu estructura ósea es la de una sílfide. El sistema, que es mucho más inteligente que nosotros dos juntos, te analizó hasta el último átomo y dio su veredicto. Yo no miento. Los números no mienten. El único mentiroso aquí eres tú, mi pequeña y confundida marimacho.”

La palabra le golpeó como una bofetada. “Marimacho”. Con rabia, se enderezó frente al espejo, decidido a demostrarle a esa voz, a sí mismo, al mundo, que se equivocaban. Hinchó el pecho, intentando parecer más ancho, pero el movimiento solo acentuó la hinchazón afeminada de sus pectorales, haciendo que sus pezones rosados se marcaran bajo la piel fina. Un desastre. Apretó los puños, flexionando los bíceps. No había nada. Solo un músculo largo y delgado, más propio de una bailarina que de un hombre.

—Soy un puto hombre —gruñó, intentando poner una voz grave.

—”¡Aww, qué monada!” —se burló Julianna—. “¡Lo intentas con tantas ganas!”

Desesperado, se agarró la entrepierna, un gesto que había visto hacer mil veces a los matones del Sumidero. Un gesto de dominio. Pero sus dedos eran largos y finos, su agarre parecía delicado, casi reverente. Y su pene, ese traidor confundido, se estremeció bajo su mano, una reacción no de poder, sino de placer sumiso ante la atención.

—Voy a salir ahí fuera y voy a reventar a algún hijo de puta —dijo, las palabras sonando absurdas, como si una muñeca de porcelana recitara las líneas de un matón de película. Su voz se quebró en la última sílaba, un gallo melódico que arruinó por completo el efecto.

—”¡Oh, mira eso! ¡Intentas parecer un malote y pareces una estrella del porno indie a punto de hacer su primera escena! ¡Qué adorable! Pero en serio, cariño, deja de agarrarte el paquetito como si fuera un arma. Con esas manitas, parece que le estás haciendo una caricia. Te hace parecer aún más follable.”

Un rubor ardiente le subió por el cuello hasta las orejas. Era verdad. Cada intento de afirmar su masculinidad solo lo hundía más en una parodia erótica de la feminidad. Estaba discutiendo con su propio cuerpo, y estaba perdiendo.

Cuando se dio la vuelta para alejarse, humillado, la voz de Julianna lo detuvo en seco.

—”¡Eh, eh, eh! ¿A dónde crees que vas, señorita? No hemos terminado. Sabes las reglas. Primero, los mantras.”

Julián suspiró, un sonido de pura derrota. Se volvió hacia el espejo. Cerró los ojos, no queriendo ver la imagen de la chica que repetía sus palabras.

—Mi cuerpo no es mío, es un adorno bonito para el disfrute de los demás —dijo, su voz monótona y sin vida.

—Mi valor no reside en mi fuerza, sino en mi belleza y sumisión.

—Mi propósito es ser dócil, dulce y complaciente, un refugio para el hombre fuerte.

—”¡No, no, no!” —le interrumpió Julianna con un chasquido de lengua digital—. “¡Así no, tontita! ¡Sin energía! ¡Sin convicción! El sistema registra el tono, ¿recuerdas? ¡Quiero oír a la pequeña zorrita que sé que llevas dentro! ¡Con sentimiento! ¡Grabaré esta para tu perfil, así que haz que suene creíble! ¡Vamos, repítelos con una voz más aguda, como si te estuvieras tocando!”

Julián tragó saliva, la vergüenza era un nudo en su garganta. Respiró hondo y lo intentó de nuevo, forzando su voz a un registro más alto, más entrecortado.

—M-mi cuerpo… no es mío… —empezó, la voz temblorosa—. Es un adorno tan bonito… hecho para que todos los hombres lo miren y lo disfruten…

—Mi valor… reside en lo mucho que le guste a un hombre… en lo bonita que me vea para él…

—Mi propósito… —jadeó, odiándose a sí mismo— …es ser súper dócil y dulce… ¡y complacer a mi hombre en todo lo que me pida!

—”¡Mucho mejor!” —aprobó Julianna—. “¡Ves qué fácil es cuando dejas de luchar! Ahora, noticias emocionantes. Dado que tu IC sigue en caída libre, el sistema ha aprobado dos nuevos mantras de refuerzo para acelerar tu progreso. ¡Son súper divertidos! Escucha con atención.”

Julián sintió un nudo de pavor en el estómago.

—”El primero es:” —la voz de Julianna se volvió aún más vulgarmente entusiasta— “«Soy un agujero caliente y obediente, un juguete para el placer de cualquier hombre. Mi boca, mi culo, mi coñito imaginario, todo está disponible para descargar su estrés y su leche. Soy su puta personal, su muñeca de carne, y mi única función es decir “sí, papi” y tragar».”

El aire abandonó los pulmones de Julián. Era lo más vil que había oído nunca.

—”Y el segundo, mi favorito personal:” —continuó ella, ajena a su horror— “«Anhelo que un macho de verdad me abra en canal. Rezo para que me arranque los huevos inútiles y me llene el vientre con su semilla. Nací para ser una cerda de cría, una incubadora sumisa. Castradme, preñadme, marcadme como vuestra propiedad, porque solo sirviendo como yegua para vuestra estirpe encontraré mi verdadera paz».”

El silencio en la habitación era ensordecedor. Julian estaba paralizado, enfermo.

—”Ahora, recítalos” —ordenó Julianna, su tono volviéndose acerado—. “Y mientras lo haces, quiero que abras las piernas. Más. Quiero que te pongas las manos en el vientre, sujetándolo, como si ya estuvieras llena de la semilla de un hombre. Muéstrale al espejo la buena incubadora que puedes ser.”

Obedeció. No tenía otra opción. Sus piernas temblaron al separarse, adoptando una postura vulnerable y abierta. Sus manos, delgadas y pálidas, se posaron sobre su vientre plano y tonificado, el gesto una profanación de la maternidad. La imagen en el espejo era una pesadilla. Un chico-chica hermoso y roto, ofreciéndose en sacrificio. Abrió la boca, y las palabras salieron, un susurro ronco cargado de una excitación que le daba asco.

—Soy un… agujero caliente… y obediente… un juguete… —su voz se quebró mientras su cuerpo reaccionaba, el pene endureciéndose contra su mano. Miró su reflejo, la figura con las piernas abiertas y las manos en el vientre, y recitó el segundo mantra, cada palabra una puñalada y una caricia a la vez— …anhelo que un macho de verdad… me arranque los huevos inútiles… y me llene el vientre… Nací para ser una cerda de cría… Castradme… Preñadme…

Lo peor, lo absolutamente más depravado, era la oleada de calor que se extendía desde su ingle, la forma en que su cuerpo traicionaba a su mente con una oleada de placer perverso. Se estaba excitando. Se estaba excitando fantaseando con su propia aniquilación.

—”¡Perfecto!” —exclamó Julianna, su voz llena de un orgullo maternal y perverso—. “¡Eso ha sido maravilloso! ¡Has ganado un premio!”

Antes de que pudiera reaccionar, una descarga de puro placer, diez veces más fuerte que el pinchazo de dolor, recorrió su sistema nervioso desde el escáner. No fue un latigazo, sino una ola cálida y abrumadora de miel líquida y vergüenza. Sus piernas cedieron al instante. Se derrumbó en el suelo, las rodillas golpeando el linóleo con un ruido sordo, un gemido ahogado escapando de sus labios. Quedó allí, temblando, una mancha de humedad oscureciendo la parte delantera de sus calzoncillos.

La voz de Julianna regresó, ahora goteando un desprecio burlón y condescendiente.

—”Oh, Juli-pop… ¿ves? En el fondo, eres justo lo que el sistema dice que eres. Una pequeña pervertida a la que le pone cachonda que la traten como un trozo de carne. Un hombre de verdad moriría de vergüenza ante la idea de ser castrado y preñado. Tú, en cambio… te vienes. Qué fracaso más delicioso y adorable eres.”

Loading

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí