El accidente

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Mikaela y Juana son dos de mis cuatro nueras, y las que vivían más cerca de mi apartamento. Otra vivía en el interior rural del país y la mayor en España. En febrero del 2023 tuve la desgracia de ser atropellado por una moto, ocurrió en el centro de la ciudad mientras iba a cambiar el celular por uno más nuevo. La cosa es que aparte del cuerpo magullado lo más grave fue la fractura expuesta de mi pierna izquierda qué a mis 52 años llevó más de siete meses de recuperación. Yo trabajaba en una oficina pública pero obviamente en esas condiciones estaba impedido de hacerlo y el relato se basa principalmente en los últimos dos meses de dicha convalecencia.

Yo estaba viudo desde hacía casi 3 años por otro accidente de tránsito que no voy a relatar porque no viene al tema. Lo que si viene es que tanto Mikaela, como Juana se turnaban para cuidarme durante la estancia diurna, porque a la noche si aparecían mis hijos, después de su jornada laboral. Mikaela lo hacía por las mañanas después de llevar a mi único nieto al jardín y Juana lo hacía después de mediodía.

La primera no asistía siempre, si cuando la necesitaba que en un principio era casi a diario, pero pasado el tiempo era más bien para saludar y ver si todo andaba bien, y yo intuía que casi necesariamente porque se lo pedía mi hijo Eugenio, sin embargo, Juana casi vivía las tardes conmigo al menos hasta las 6 que era cuando se marchaba a hacer mercado y preparar la cena para Eduardo mi hijo menor.

Ella tenía veinte y cuatro años en aquel momento y lo recuerdo bien porque los celebró conmigo y un pastel de chocolate amargo que en verdad no me gustó, aunque fingí que sí. Bueno para abreviar debo reconocer que el principio no fue nada fácil y a mi mal humor se le sumaba el dolor físico que a veces era terrible y se confundía con la idea de depender de aquellas muchachas para los quehaceres personales, fue algo deprimente para mí.

El tiempo pasó, los dolores disminuyeron y debo admitir que la presencia de aquellas chicas animó mis días, en especial la del turno de la tarde.

Charlábamos de lo que fuera, jugábamos a las cartas, al ajedrez, al dominó. Tomábamos mate, te, café… En fin, fue adorable. No me arrepiento de lo que pasó, y me hago cargo de lo mío y cuando digo eso digo de lo que propicie, de lo netamente intencionado tanto de lo que hice, como de mis palabras. Pero también acontecieron hechos casuales como la tarde que estaba tomando un baño y resbale de la silla de plástico donde estaba sentado.

La señorita Soria como solía llamarla cuando estábamos solos acudió de inmediato a mi auxilio, ayudo a incorporarme y contempló mi veterano cuerpo desnudo, ante mi total y desmesurada vergüenza, secó mi piel tullida con especial cuidado en mis genitales y sentí morir de placer.

Debió haber sido menos de un minuto pero para mi fueron veinte, la sangre me inundó como una ola salvaje y debió notarse en mis ojos desencajados porque los vi en el espejo empañado, los vellos del pecho se encresparon como púas y la verga corcoveo ante los atónitos ojos verdes de la joven morocha qué no supo que hacer. Salió del baño mojado ante mi suplica y yo salí mucho después ya vestido y con la boa domada me deshice en disculpas.

–Estas cosas suceden don Cacho. Tranquilo. Pidió aquella chica que hasta esa tarde no había visto como mujer. Mi mirada mutó lo sé, pero la de ella también y aunque no sea argumento de peso para evitar la culpa de lo que estaba por pasar debo mencionarlo.

Los días siguientes no fueron iguales, aunque pretendimos pensar que si. Las rutinas al menos si lo eran, claro que dentro del dócil suegro habitaba una bestia impiadosa qué había despertado la mano inexperta de aquella hembra veinteañera qué llevaba la sortija de mi hijo menor.

El almanaque rascaba octubre pero el calor aún no se había instalado, de mi total incapacidad solo quedaba una renguera evidente y aquella tardecita Juana había llegado estrenando una falda entablillada negra como la noche más oscura a tono con su cabello lacio azabache y los hoyuelos qué provocaba su sonrisa se hicieron más visibles cuando dije:

–¿Te escapaste de la escuela?….

–No… Vine a ella. Respondió sin dejar de reír.

Un torbellino imparable de calentura circulaba en el living, la boa cabeceba debajo del jogging y tuve que ocultara con un cojín del sofá en mi regazo, estaba perdido. Las púas retornaron a mi pecho y la mirada se clavó en las ancas fibrosas, macizas y pardas de la fémina qué no paraba de posar con esa figura quimérica qué incendiaba el mismo infierno. Estaba turbado.

–¿Querés jugar a las cartas? Balbucee.

–Si apostamos algo si. Respondió la señorita Soria, acomodándose el cabello.

–¿Qué querés apos…

–Lo que sea. Interrumpió.

–En ese caso, lo mejor es que vayamos al cuarto. Le aconseje con malicia mientras el miembro se sacudía violentamente, como presintiendo qué iba a alimentarse de esa carne fresca, deseosa, apetecible.

Estaba exultante, hubiera saltado la mesa ratona qué me separaba de ella y le hubiera colocado la pija entera en la boca pero en vez de ello fui rengueando a la habitación con la erección más potente que recuerde haber tenido y me tumbe boca arriba en la cama, vestida sola de sábanas. Juana llegó, y cerró las cortinas qué estaban un treinta por ciento abiertas, una especie de resolana ocre camuflo la pieza de un silencio que se desquebrajaría pronto. Se quito el top color marfil y los senos brincaron sutilmente amordazados por el brazier. Dejó caerse a mi lado mirando las aspas del ventilador que colgaba del techo, testigo de las respiraciones agitadas.

Nos besamos como amantes desenfrenados, poseídos por el morbo más brutal al que haya conocido y sucumbí ante aquella grieta aguada, corrí sus bragas hacia un lado y le comí los pliegues con la abismal desesperación de un marido abandonado, una pareja mata de pelos en forma rectangular nacía hacia arriba y les puedo asegurar que la lengua llegó hasta ahí, los berrinches insostenibles de la señorita inundaron la habitación y hasta hoy siento los arañazos en la nuca y el sabor amargo de sus jugos en mi garganta. –¡Suegrooo! Gritaba temblando la multiorgásmica.

Pero claro que queríamos más y fuimos por ello, las bragas cayeron río abajo junto con la falda. Ya completamente desnuda y lubricada a lengua abrió sus piernas, coloque la ancha y amoratada cabeza de mi verga en sus labios rosa, húmedos, sus ojos dilatados denotaban temor y las manos en mis muslos frenaban la embestida. Fui cuidadoso, después de todo era la mujer de mi hijo pero la penetre firme. Despacio pero firme, los veinte y dos centímetros de miembro grueso y venoso, desaparecieron por completo entre aquellos pétalos divinos, que se estiraron para dejar pasar el mastodonte impetuoso qué clavaba a la señora de su hijo.

La visión de las posaderas de esa hembra hamacándose encima, aun me perturba. La piel canela brillosa batiéndose en gimoteos grotescos no fueron fácil sacar de mi mente, al menos no tan fácil como la sortija del dedo, que escuche caer y rodar por el suelo antes de perder la cordura y vaciarme en ella.

Los sonoros gemidos de mi nuera sonaron toda la tarde y sonarían las tardes venideras. Aquella función la repetimos por casi un mes, después dejamos por casi un año. Aunque a veces en especial cuando tiene alguna pelea con mi hijo, viene a pedir consejos, yo por supuesto se los doy y regresa feliz con él, hasta que se pelea nuevamente.

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