Elva sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal mientras la doctora le explicaba los resultados del último análisis de sangre. “Su fertilidad está en niveles sorprendentemente altos” dijo la médica, con una sonrisa que percibió como demasiado pícara para el contexto. “Realmente increíble para su edad”.
La noticia no era tan inesperada. La terapia hormonal post-menopausia había dado frutos y la sensación de rejuvenecimiento física que sentía era palpable. Pero la insistencia de la doctora en los niveles “sorprendentemente altos” le había despertado una inquietud.
Las semanas posteriores fueron un torbellino de cirugías, tratamientos estéticos y sesiones con el nutricionista. Elva se miraba en el espejo con fascinación. La piel se veía tersa y luminosa, sus pechos habían aumentado a un tamaño voluptuoso y su cintura ahora era una delicia escultural. Sus piernas, musculosas gracias al entrenamiento que había empezado para recuperar su energía después de que Fernando su ex pareja terminara la relación, adquirieron un tono bronceado perfecto bajo el sol de Rosario. Se sentía como una diosa renacida, aunque seguía arrepintiéndose del abandono sexual y la falta de deseo que había llevado a Fer (así lo llamaba) a irse con un nuevo amor.
“Es impresionante” susurraba cada vez que se miraba en el espejo, sintiendo una excitación desconocida por su cuerpo. Una sensación que le recordaba con fuerza los años pasados, cuando ella lo encontraba irresistible y estaba dispuesta a abrirse como una flor ante la más mínima caricia y dejarse llenar el útero con su fértil esperma. “¿Qué fue de él?”, pensaba mientras acariciaba sus nuevas caderas prominentes y recordaba los hermosos orgasmos que juntos tenían.
La sorpresa llegó un día soleado de noviembre. Elva recibió un llamado telefónico en el consultorio. La voz del médico le dijo que había ganado un concurso y sería parte de un programa exclusivo para mujeres de su perfil: una experiencia “totalmente gratuita” llamada “El despertar de las diosas”. El programa, según la información que encontró en internet, era muy deseado y solo se seleccionaban unas pocas mujeres al año. Era una especie de tratamiento integral que incluía sesiones semanales con terapeutas, masajes, nutrición personalizada y acceso a un grupo exclusivo para compartir experiencias.
Lo más llamativo: un “programa especial” para mejorar su “plenitud vital”. Ella no se podía explicar la sensación de mariposas en el estómago al leer esa frase. Era como si una parte de ella ya supiera lo que iba a suceder.
Las primeras semanas fueron intensas. La atención era constante, los masajes eran exquisitos y las conversaciones con los terapeutas le ayudaban a descifrar un poco más la complejidad del dolor por su separación y sus traumas que mitigaron su deseo en los últimos años. Pero algo cambiaba en su cuerpo. Una energía nueva fluía por sus venas, una sensación de deseo que se volvía cada vez más potente. Los sueños se llenaban de hombres musculosos y cuerpos desnudos. Elva, antes tan tranquila, sentía su libido dispararse como un cohete sin control.
Una noche, después de un masaje profundo con aceites calientes, Elva sintió un hormigueo en sus labios vaginales mientras el terapeuta masajeaba suavemente sus caderas. Lo miró a los ojos y sintió que un deseo feroz la consumía, una necesidad urgente que no podía reprimir. Sus manos se aferraron a los hombros del terapeuta, tirándolo hacia sí con fuerza. Lo besó profundamente, bajo sus pantalones torpemente y en esa posición tomó su pene con las manos y lo dirigió sin pensar en nada hacia su empapada vagina.
El gran miembro entró en ella como si hubiera sido hecho a medida llenando cada rincón de su vagina la cual no era usada desde su separación, y en ese instante de desesperación, comprendió: el programa “especial” estaba relacionado con su deseo desenfrenado y su pasado…
Su mente de derritió y se rindió ante el deseo. Solo se limitó a agarrar fuertemente del poderoso culo a su ocasional amante llevándolo profundamente dentro de ella pidiéndole que la llenara sin importarle el hecho de no estar tomando ninguna precaución en el acto.
Y así fue que su primer amante acabó copiosamente en lo más profundo de su desprotegida vagina dejándola completamente inaugurada y a su poseedora agotada y lista para los hechos que luego comenzarían a ocurrir diariamente.
Fernando había planeado esto todo con meticulosa precisión. Lo sabía en el fondo de su corazón. La venganza por su falta de deseo cuando ella estaba con él se hacía palpable como un fantasma frío que la acechaba.
Al siguiente día y luego de sentirse culpable y avergonzada durante toda la noche, mientras se encontraba en un nuevo gimnasio exclusivo para el exclusivo club de mujeres, un hombre musculoso y alto, con una sonrisa seductora le extendió el brazo. “Te espero por acá”, dijo con una voz profunda y sensual, señalando una habitación privada al lado del sauna.
Elva sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el calor del lugar. Había entendido finalmente qué le deparaba “El despertar de las diosas”. Y Fer había elegido el escenario perfecto para su venganza.
Sus piernas se abrieron como pétalos hacia el hombre musculoso mientras él la sostenía por las caderas, sus grandes manos acariciando su piel tersa con una voracidad que hacía temblar sus entrañas. Su pene, un monstruo de más de 20 cm que parecía desafiar la lógica y la anatomía humana, se deslizó dentro de ella con una contundencia que le robó el aliento. Elva sintió un orgasmo estrangulador, un torbellino de placer visceral que la abrumó completamente y luego la sensación que desde ese momento sería su máxima compañera, el calor inconfundible y los golpes en lo más hondo de su útero desprotegido, de los potentes chorros de esperma de su compañero circunstancial.
Luego de ese tremendo clímax él besó y se divirtió largo rato con los hermosos pechos chupándolos y besándolos como queriendo sacar leche de ellos y así como un aviso de lo que iba a venir unas pequeñas gotitas de líquido acuoso salieron de ellos mientras entraba en un nuevo orgasmo y se quedaba dormida.
Al despertar estaba en una hermosa habitación con una gigantesca y cómoda cama, totalmente desnuda y con su vagina rezumando todavía el líquido depositado por su ultimo hombre… se levantó, se bañó cambió y perfumó, seguía tremendamente excitada pero a su vez sintiéndose culpable pues solo en 2 días ya había tenido sexo 2 veces sin protección. Ahora, pensó ella, voy a ir a la oficina de dirección, pido una pastillas del día después y me retiro.
No encontró nada de ropa, solo toallas y muchísima ropa tremendamente sexy, casi pornográfica, entendiendo un claro mensaje. Se puso un brevísimo vestido negro encima y abríó la puerta, llevándose una gigantesca sorpresa, una fila interminable de hombres desnudos esperando su turno…
Y así comenzó su nueva vida sin saberlo, solo se dejó llevar por el deseo y tomó la mano del primer hombre, y lo arrastró con ella a su cama, de a uno en uno todos los demás comenzaron a avanzar y la poseyeron. Una sinfonía de cuerpos musculosos, grandes penes y eyaculaciones copiosas llenaban sus días y noches. Cientos de hombres, con una selección meticulosa por parte del programa se turnaron para hacerla suya, sin protección alguna una y otra vez colmándola de orgasmos.
Elva sin saberlo ni desearlo conscientemente se convirtió en un templo sagrado de fertilidad, un altar donde la pasión y el deseo se ofrecían como sacrificio a la voluntad implacable de Fernando. El dolor inicial de la humillación se transformó en una extraña sensación de posesión, de ser completamente consumida por su nuevo destino. Dos meses después su vientre, antes plano, después de recibir tantas eyaculaciones dentro, comenzó a redondearse levemente en la zona cercana al monte de venus, sus pechos se endurecieron e hincharon y sus pezones se agrandaron y oscurecieron, ella ya sabía hacia rato lo que estaba ocurriendo en su interior.
Cuando Fernando finalmente apareció, después de dos meses y medio de este ciclo infernal. La sonrisa de satisfacción en su rostro era tan cálida como el sol de verano, pero también tan fría como la luna plateada que iluminaba las noches de sus encuentros con los hombres.
“Te ves espléndida, Elva” dijo Fernando, acariciando su pequeño vientre abultado con una mirada llena de maliciosa ternura. “Y pronto serás madre.”
Elva lo miró a través del velo de la locura y el deseo que ahora le dominaban. “Tu venganza es demasiado cruel” murmuró, sintiendo un nuevo orgasmo recorrer su cuerpo mientras sus dedos se aferraban al suave muslo del hombre que la estaba penetrando en ese preciso instante mientras eyaculaban otra vez en su interior.
Fernando inclinó la cabeza y con una sonrisa triunfante murmuró: “Solo acaba de empezar.”
Y Elva comprendió. Su castigo no solo era ese embarazo, sino el ciclo perpetuo de fertilidad forzada que le había deparado Fernando. Sería madre una y otra vez, un vientre fértil entregado al placer y a la posesión de otros hombres hasta que su cuerpo se agotara. Su destino no sería “El despertar de las diosas”, sino “Los partos de la diosa”, el lógico resultado de ser una esclava del deseo irrefrenable que él había reavivado en ella.
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