El cumpleaños de Susana

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Fede, un joven recién graduado llevaba dos semanas en su primer trabajo. Aquella tarde, en la oficina, levantó la vista del portátil y observó como una figura femenina caminaba con determinación y elegancia hacia el despacho de su jefe. El vestido rojo de una pieza, más ajustado que suelto, moldeaba una figura cien por cien femenina, caderas definidas y trasero generoso. Al llegar a la puerta, antes de abrirla, se giró durante un instante para echar un ojo al sitio.

Sonrió.

Fede observó el rostro bien maquillado, alguna arruga que hablaba de madurez, mínimo cuarenta y cinco, mirada inteligente y pechos, sí pechos, bien puestos. Seguramente el sujetador jugaba un papel importante en el resultado final, pero aquellos senos llamaban la atención.

Unos minutos más tarde, don Carlos, su jefe, abrió la puerta del despacho y le llamó.

-Federico, entra. Te presento a mi esposa, Susana.

-Encantado señora. -dijo el joven dudando entre estrechar la mano o darle dos besos en las mejillas.

Finalmente fue la mano.

-Este es mi chico. ¿Sabes que en dos semanas ha conseguido un cliente? Sí, están a punto de firmar. Solo hay que mandarles hoy unos papeles y el contrato… vamos, una mera formalidad.

El móvil de don Carlos sonó.

-Ah, me tengo que ir, serán diez minutos, ahora vengo.

Fede se quedó a solas con la mujer.

-Dime Fede, ¿te gustan mis tetas?

El joven se quedó sin saber que decir y lo que es peor aún, se ruborizó levemente traicionando sus nervios.

-¿No te gustan? Lo entiendo, debes pensar que soy mayor para ti. -continuó la mujer con su juego.

-No, nunca he pensado, esto, sus… sus senos son ciertamente… esto

-Ya veo, entonces me has mirado las tetas.

Fede guardó silencio.

-¿Te gustaría tocarlas? -dijo la señora acercándose a su víctima.

El joven, nervioso, no sabía cómo reaccionar, ¿estaría de broma? ¿sería una prueba? Decir que no le apetecía tocar aquellas “peras” era mentir y podía considerarse indecisión, el peor crimen de un vendedor de éxito.

Se decidió y tocó los pechos de la mujer de su jefe.

Eran tiernos, apetecibles.

Susana gimió. Descubrió un pezón y le pidió que lo chupara.

Aquello era una locura pero Fede, bajo el hechizo de la lujuria, obedeció y lamió y chupó el pezón desnudo. Su pene palpitó bajo sus calzoncillos.

El picaporte de la puerta giró, por fortuna despacio, y la mujer pudo ocultar su teta a tiempo separándose del joven.

-Tenemos que irnos cariño. -dijo don Carlos.

Fede imaginó que esa noche su jefe haría el amor a esa mujer. Quizás ella encima, en cueros, con las tetas dando saltitos, y el trasero subiendo y bajando mientras el pene de su afortunado marido entraba y salía de su vagina empapada.

Una semana después, su jefe salió del despacho y le llamó.

-Federico, venga a mi despacho inmediatamente.

Lucía, una compañera menuda, levantó la vista. El tono de voz del jefe no era para nada amigable. Y cuando Fede pasó junto a ella, esta le deseo suerte.

-Llevo dos horas hablando con el que iba a ser nuestro cliente. -comenzó a decir don Carlos tratando de mantener la calma.

Pronto, esas intenciones se fueron al traste y el volumen se incrementó. También aparecieron las primeras palabrotas e incluso hubo un golpe en la mesa.

Por resumir el tema, diremos que Fede envió los papeles mal y el cliente se enfadó, exigiendo un castigo ejemplar.

-Por fortuna, pude negociar y llegar a un acuerdo… debe estar a punto de llegar.

Cinco minutos después una joven de veintitantos años, rubia, rellenita y con gafas de pasta color azul marino entró en el despacho.

-Esta es Clara, secretaria de nuestro cliente y testigo de que el castigo se lleva a cabo.

Fede miró a la recién llegada y luego a su jefe. No estaba entendiendo nada y la orden que vino a continuación le pilló por sorpresa.

-Bájate los pantalones e inclínate sobre la mesa.

El empleado se quedó paralizado.

-Lo diré solo una vez más, obedece o estás en la puta calle.

Fede tragó saliva y con las manos temblando por los nervios se desabrochó el cinturón y el botón de sus pantalones de vestir y se inclinó, en calzoncillos, sobre la gruesa mesa de escritorio.

-Los calzoncillos también hay que bajarlos. -añadió Clara con voz profesional.

Fede, metido en la surrealista dinámica, se bajó la ropa interior hasta sus rodillas. Su culo, con poco pelo, más pálido que otra cosa, quedo expuesto.

Sin más preámbulos don Carlos se quitó el cinturón y lo dobló por la mitad.

-Preparado… serán veinte.

El joven contrajo las nalgas.

El azote impactó dejando una marca roja en medio del trasero.

-Uno -contó Clara.

A partir de ese momento, los azotes cayeron sobre las desprotegidas nalgas del varón con fuerza y buen ritmo. Apenas unos segundos para digerir el escozor e instintivamente tratar de esconder o apretar el pompis para un nuevo latigazo. Pronto, el decoro y el pudor pasaron a un segundo plano. El pene colgando se exhibía sin recato a pedida que los glúteos se pintaban de rojo.

Al final alguna lágrima en un rostro encendido por la vergüenza y la humillación. La mano de la chica palpó e inspeccionó el resultado final asintiendo satisfecha con el resultado.

-Puedes tomar una foto del culo y se la enseñas a tu jefe.

-Buena idea. -repuso la invitada tomando una instantánea del trasero desnudo.

“Se lo enseñaré a mi jefe si lo pide y de todas maneras me servirá de estímulo para masturbarme esta noche.” pensó la secretaria excitada por el espectáculo que había presenciado.

Federico se vistió, esperó unos minutos para recuperar la compostura, y tras pedir disculpas a Clara en nombre de la empresa y agradecer a su superior la oportunidad de seguir trabajando, salió del despacho.

Una semana después. Diez minutos antes del fin de la jornada. El jefe le llamó al despacho.

La pregunta fue directa.

-¿Has tocado los pechos a mi mujer?

-Sí. Ella me lo pidió. -se sorprendió así mismo respondiendo sin pensar.

-Veo que eres directo, sincero, pero no de los que cargan con la culpa de otros.

Fede guardó silencio. Quería el puesto y no iba a renunciar a él. Si le esperaban nuevos azotes estaba preparado pero eso no significaba que se fuera a callar.

Don Carlos suspiró.

-Sé de qué va todo esto… las tetas de mi mujer están ahí y hay que estar ciego para no verlas. Le conté lo del castigo del otro día y ella, medio burlándose, pero con franqueza, me dijo lo de las tetas. Parece que sabes tocar.

-Ya, ¿y por qué me cuenta esto?

-Veo que vas al grano… bien seré claro. Es el cumple de mi mujer y me ha pedido “sexo” como regalo. Lo único es que me ha dicho que le gustaría hacerlo con un tipo joven… ha preguntado por ti. Naturalmente esto sería un favor y yo te compensaría.

Fede tardó cinco segundos en aceptar la propuesta.

El dormitorio tenía una cama grande, colcha color bermellón a juego con las cortinas y una lámpara de araña dorada con seas bombillas en forma de vela. Olía a jazmín y madera.

Susana vestía una bata de seda azul. Estaba descalza. Su marido y el joven empleado aguardaban de pie frente a ella, con pantalones de oficina, camisa y corbata. Esperando órdenes.

-Espero que hayáis echo pipí. Desnudaos. Corbata, calcetines y calzoncillos no.

Los hombres comenzaron a quitarse la ropa hasta quedar en ropa interior. La mujer caminó poniéndose detrás de ellos y luego, sin avisar, tiró de los calzoncillos de su marido y de los de Fede dejándoles con el culo al aire.

-Uhhh. Tienes pocos pelos en el culo, mi marido parece un osito a tu lado.

Luego se sentó en la cama y les pidió que se acercasen.

El pene de don Carlos era algo más largo y caía flácido apuntando al lado derecho. Por el contrario, el miembro viril de Federico estaba más vivo y a medio camino de una erección.

Susana cogió los penes, uno en cada mano y cerrando los ojos comenzó a apretarlos notando la textura. Luego, por turnos, comenzó a lamerlos de manera sensual. Primero el de su marido, luego el del joven invitado. En este caso no se contentó con pasarle la lengua, si no que, metiéndoselo en la boca lo chupó con entusiasmo hasta que Fede se mordió el labio y gimió.

-Está bien, ahora os toca a vosotros. Carlos encárgate del coño, Fede tú me lamerás el ano.

La mujer se levantó y los hombres, en cuclillas, se centraron en sus tareas.

-Sabes Fede, tengo uno solo guardado para ti… -dijo sensualmente la mujer visiblemente excitada con la doble estimulación.

-Consientes.

El joven, dijo que sí y Susana dejó escapar un pedo silencioso mientras el joven le comía el culo.

Fede tosió. Pero siguió con su tarea.

-Levántate. -le ordenó Susana.

El joven se incorporó y la mujer, sujetándole la cabeza con sus manos, le besó en los labios.

Fede aspiró por la nariz el perfume de la mujer madura que contrastaba deliciosamente con el olor, ligeramente desagradable, del gas que se acababa de tragar. Su boca sabía muy bien. No era algo dulce, ni agrio, tenía tintes de vino añejo con tonos ácidos y era muy, muy adictivo.

Susana empujó a Fede sobre la cama y se encaramó sobre el sujetándole por las muñecas. Le beso y luego soltó sus manos y comenzó a besuquear sus pezones masculinos. Las manos del joven, libres, buscaron el culo de Susana y un par de dedos juguetones se deslizo en su sexo mojado haciéndola gemir.

El marido, mientras tanto, se dedicó a masajearle los pies a su mujer.

-Venga, Carlos, chico malo, vamos a azotarte.

El marido fue en busca de su propio cinturón.

-Tu siéntate ahí Fede, abre las piernas. Carlos, a cuatro, chúpale el pene mientras te caliento el culo a base de azotes.

Susana solo aguantó cinco golpes. Excitada, pidió a Fede que la penetrase. Este, rápidamente, se puso un preservativo, colocó a la mujer de su jefe boca abajo en la cama y le metió el pene por detrás haciéndola gritar de placer.

Luego la embistió con ganas durante un par de minutos provocándole un orgasmo.

Poco después se besaron y repitieron. Esta vez en posición de misionero. Ella con las piernas dobladas y bien abiertas y el empujando como un toro, babeando encima de sus tetas, chupándolas, pellizcándolas, para luego subir por el cuello femenino y pasar la lengua por el rostro hasta acabar de nuevo en su boca.

El orgasmo llegó para ella.

Don Carlos, eyaculó como resultado de su masturbación.

Fede, sacando el pene del cuerpo de la mujer, regó con su semen el pubis mientras apretaba su piel contra la de ella buscando hacer suyo cada espasmo de placer.

-Gracias Federico. Te debo una. -dijo don Carlos todavía en pelotas.

Fede, ya vestido, miró a Susana en ropa interior y luego a su jefe.

-Gracias a ustedes.

Y se marchó.

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