El primo de mi compañera: Atracción inmediata

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T. Lectura: 4 min.

¡Hola! Me parece importante aclarar una confusión que surgió en torno al último relato que compartí. Agradezco la preocupación y el debate que se generó. Es fundamental que como sociedad estemos atentos y rechacemos cualquier forma de violencia, y me alegra ver que la conciencia sobre temas tan delicados como el consentimiento está creciendo.

Sin embargo, en este caso, el relato que compartí fue una experiencia personal que, si bien pudo interpretarse de otra forma, fue totalmente consensuada. La compartí desde mi pasión por la escritura, con la intención de explorar una historia y sus emociones. En ningún momento fue mi intención normalizar o trivializar situaciones de abuso. El respeto y el consentimiento son pilares fundamentales en cualquier relación, y mi historia se basó en el acuerdo mutuo.

Ahora sí, continuemos con el relato de hoy.

Pasó un sábado de junio del año pasado, era el cumpleaños de una compañera, y la casa estaba llena de gente, música fuerte, vasos en la mano y el humo de los puchos.

Yo andaba entonada, nada más, con ese calorcito que da el vino en la sangre, pero sin perder la noción.

Tenía mis zapatillas negras, jean ajustado, la campera y suéter encima de la remera blanca; el pelo suelto me caía sobre los hombros y los aros de perla que siempre usaba.

En un momento salí al patio a prender un cigarro. El aire frío me despejó un poco. Apenas largué la primera bocanada, apareció él.

Alto, con esa espalda de rugby que se notaba hasta con la campera puesta. Tenía la voz grave, segura, y sonrió de una manera que me gustó al toque.

—¿Me convidás fuego? —dijo, mostrándome el porro que ya tenía armado.

—Sí, obvio —le contesté, dándole el encendedor.

Nos quedamos hablando huevadas, riéndonos como si ya nos conociéramos. Me miraba fijo, con esos ojos marrones que no esquivan nada, y de repente se me vino encima.

Me agarró de la cara y me estampó un beso. Yo debería haberlo frenado, pero lo besé como si lo hubiese estado esperando. Sentí su lengua, el gusto a marihuana, y el cuerpo me empezó a pedir más.

Terminamos yendo a su casa, a unas cuadras. Era una casa de familia, pero los viejos no estaban.

Subimos a su cuarto: grande, desordenado, olor a desodorante mezclado con ropa tirada por todos lados. Puso música tranqui, bajita, y prendimos otro porro.

Me tiré en su cama, hablando boludeces como si nada, pero la tensión se respiraba densa. El roce de nuestras piernas y las miradas que se cruzaban eran cada vez más largas.

En un momento no aguantó más y me besó de nuevo, con esa urgencia que ya estaba ardiendo entre los dos.

Su mano empezó a bajar lento, primero sobre el jean. Yo no hice nada, no lo frené. Me lo desabrochó sin decir palabra, me lo bajó hasta dejarme en tanga.

La tela blanca apenas me cubría y sentí su mano apretándome de a poco, después corriéndola y metiéndome los dedos de lleno mientras jugaba con la lengua.

La concha me ardía, se me empapó al instante. Sentí el calor subir de golpe y me arqueé, entregada, mientras le clavaba las uñas en el cuello.

Sus dedos entraban y salían cada vez más rápido, profundos, y la respiración de los dos se mezclaba pesada, sucia, llenando la pieza de un deseo imposible de frenar.

Me incliné sobre él y le bajé el pantalón. La pija estaba dura, gorda, me miró con esa sonrisa sobradora. Le agarré la base y empecé a chupársela despacio. Al rato, más rápido, dejándome llevar. Me bajaba la cabeza con la mano, jadeando.

—Así, así, ahhh qué rico —me decía entre gemidos.

Lo baboseé toda, con arcadas, dejándola bien mojada. El olor fuerte me calentaba más. Le escupí la punta, le pasé la lengua por todo el tronco, mientras él se estiraba gimiendo.

De repente me empujó suave contra la cama. Me sacó la campera primero, después el suéter, hasta dejarme en corpiño. Me besaba desesperado, me chupaba las tetas por encima de la tela hasta que me arrancó todo.

Sentí su boca húmeda en mis pezones, mordiéndome, lamiendo, y yo me dejaba llevar, perdida en el calor de ese cuarto desordenado.

Se puso el forro rápido, y arrancamos de cucharita. Yo de costado, él detrás, metiéndomela despacio al principio.

Gemí bajito, la pija llenándome, mientras me besaba el cuello. Las embestidas se fueron volviendo más intensas, me agarraba de la cintura y yo empujaba hacia atrás, buscando más.

Luego me subí arriba y lo cabalgué de frente. Mis manos recorriendo su torso duro, sus ojos clavados en mis tetas que él amasaba sin parar.

Me movía al ritmo que quería, sintiendo la pija entera metida hasta el fondo, rozándome cada rincón de la concha.

El vaivén me hacía temblar las piernas, la fricción me quemaba, me volvía loca, y cada vez que bajaba de golpe lo sentía chocar, arrancándome gemidos sucios que no podía contener.

Después me puso en cuatro. Me agarró de las caderas y me la metió con fuerza, el ruido de la piel chocando contra mi culo llenaba la pieza. Me dio un par de nalgadas que me hicieron gemir más fuerte.

—Dame más, dame más—le grité, con la cara hundida en la almohada.

Él gemía, respiraba agitado, me entraba con todo. Yo sabía que estaba mal, que era un error, pero necesitaba esa pija adentro, no podía parar.

De golpe se salió, me empujó hacia adelante y me dejó con el culo bien arriba. Sentí el calor espeso de su leche en la espalda, chorreándome por la cintura y deslizándose entre las nalgas.

Jadeaba como un animal mientras acababa, usando la pija para esparcirme todo ese semen pegajoso, marcándome la piel como si fuera suya.

Yo gemí rendida contra las sábanas, con la espalda húmeda, la concha todavía palpitando vacía y el corazón desbocado, tragándome el morbo de sentirme bañada por él.

Nos quedamos un rato en silencio, la respiración bajando. Después vino ese frío. No había risas, ni caricias, ni palabras lindas. Me vestí rápido, con bronca contra mí misma.

—Bueno, ya me voy —le dije seca, sin mirarlo.

—Bueno —contestó él, casi indiferente.

Pedí un Uber. Afuera hacía más frío que en el patio de la fiesta.

Me subí al auto con la cabeza llena de ruido, sabiendo que había sido solo calentura, que me iba con la culpa pegada al cuerpo como el olor a porro y el esperma que todavía sentía en la piel.

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