El reencuentro menos esperado (2)

9
14899
29
T. Lectura: 7 min.

Después de dejar a mi hijo con la niñera y resolver algunos pendientes en la oficina, el teléfono vibró sobre el escritorio. El nombre de Lucas apareció en la pantalla:

—Hola Alma —decía el mensaje—. ¿Tenés tiempo hoy para revisar un problema con el audio del evento?

Mis uñas repiquetearon sobre la superficie de madera antes de responder:

—Hola Lucas. Sí, puedo quedarme hasta las 18 en la oficina si querés pasar.

Los puntos suspensivos de su respuesta aparecieron y desaparecieron varias veces antes de que llegara el mensaje definitivo:

—Mmm… ¿te parece mejor en mi casa? Te paso la dirección.

Una carcajada nerviosa escapó de mis labios mientras escribía:

—¿Por qué?

Su explicación llegó demasiado rápido para ser espontánea:

—Es uno de los parlantes grandes. Quería que lo veas para decidir si afectará mucho al evento.

El pulso se me aceleró al responder:

—Mmm… bueno. ¿A las 17 te parece?

—Dale, perfecto —confirmó él casi al instante.

Terminé mis tareas con una eficiencia inusual, la mente dividida entre la preocupación por el equipo y… otra cosa. Cuando el GPS indicó que llegaba a un complejo de apartamentos cerca de mi propia casa, las manos me sudaban ligeramente sobre el volante.

Al tocar el timbre, la puerta se abrió para revelar a Lucas vestido solo con un short deportivo ajustado que dejaba muy poco a la imaginación. Demasiado poco.

—Hola Lucas, ¿cómo estás? —dije, esforzándome por mantener la mirada en su rostro.

—Bien, Alma. Gracias por venir —respondió él, haciendo un gesto para que entrara—. El problema es… realmente enorme.

—Sí, lo veo —murmuré sin pensar, mientras mis ojos traicioneros descendían brevemente.

—¿Cómo? —preguntó él con una sonrisa cómplice.

—Que… que me imagino que debe ser muy grave para que me hayas llamado hasta aquí —me corregí rápidamente, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—Ah, sí, sí —asintió, pasando una mano por su torso sudoroso como si acabara de hacer ejercicio.

El ascensor “descompuesto”.

Justo cuando nos dirigíamos al ascensor, el conserje nos informó con una disculpa:

—Señores, el ascensor está en reparación. Tendrán que usar las escaleras.

Lucas se volvió hacia mí con una mirada que pretendía ser inocente:

—Es solo hasta el tercer piso. ¿Te animás?

Antes de que pudiera responder, ya me guiaba hacia la estrecha escalera de emergencia, insistiendo con galantería:

—Vos primero.

La escalera era tan angosta que apenas cabíamos de lado. Apenas comenzamos a subir, sentí el peso de su mirada quemándome la espalda. Al girar ligeramente la cabeza en el primer descanso, lo pillé: ojos oscuros fijos en mis caderas, labios entreabiertos.

Una idea traviesa cruzó por mi mente. Con calculada lentitud, comencé a balancear las caderas con cada paso, asegurándome de que el vestido se pegara a mis curvas con cada movimiento ascendente. Su respiración se hizo audible detrás de mí.

—¿Todo bien ahí atrás? —pregunté dulcemente sin volverme.

—Perfecto —respondió con voz más ronca de lo habitual—. Solo… admirando la vista.

Al cruzar el umbral de su departamento, mis cejas se arquearon por sí solas. El espacio era amplio, moderno, con ventanales que dejaban entrar la última luz dorada del atardecer.

—Vaya… —silbé suavemente, recorriendo el lugar con la mirada—. Mira el departamento que tenés. ¿Quién lo hubiera dicho, eh?

Lucas se encogió de hombros, pero no pudo ocultar una sonrisa de orgullo:

—Fruto del cambio radical que hice. Pero bueno —se acercó, pasando deliberadamente cerca de mí— a lo que vinimos.

—Sí —asentí, tragando saliva—. Muéstrame dónde está el equipo con problemas.

Me guio hacia una habitación contigua donde varios parlantes profesionales estaban dispuestos sobre una mesa. Su mano rozó mi espalda al señalarlos:

—Creo que solo están sucios. ¿Vos decís que servirán?

Me incliné para inspeccionarlos, sintiendo su aliento en mi nuca:

—Sí, parece que solo necesitan una buena limpieza —respondí, manteniendo la voz lo más estable posible.

—¿Cuándo hay que llevarlos al salón? —preguntó él, ahora tan cerca que su pecho casi rozaba mi hombro.

—En una semana. ¿Podrás encargarte vos?

—Sí —sus labios se curvaron en una media sonrisa—, pero capaz que necesite un poco de ayuda.

—No hay problema —dije rápidamente—. Puedo ayudarte yo. Estos no parecen muy pesados.

—Perfecto —asintió, mordiendo ligeramente su labio inferior—. El equipo más pesado lo llevarán dos amigos míos.

Un silencio cargado se instaló entre nosotros antes de que yo rompiera el hechizo:

—Bueno… ¿entonces quedamos así?

—¿Ya te vas? —preguntó, deslizando las manos en los bolsillos de su short, haciendo que la tela se estirara aún más sobre su entrepierna.

—Sí, tengo que volver a casa. Estoy agotada desde esta mañana.

Hizo una mueca exagerada:

—Qué lástima. Te iba a invitar un café para relajarnos un rato.

—Otra vez será —reí, aunque mis piernas parecían haberse quedado sin fuerzas.

Entonces lanzó el anzuelo, con una mirada que me recorrió de arriba abajo:

—Deberíamos salir a bailar algún día. Aunque… ¿ya no salís por estar casada?

—Exacto —respondí, cruzando los brazos sobre el pecho—. Soy una mujer casada. Pero si querés, podés invitar a alguna chica y nosotros iremos con mi marido.

Su carcajada resonó en el amplio departamento:

—Mmm… mejor paso —se acercó peligrosamente—. Aunque vos te lo estás perdiendo, Almita.

—Ay, bueno —logré reír, aunque el corazón me latía a mil por hora—. Chau, Lucas. Nos vemos el viernes para lo del equipo.

—Chau, hermosa —murmuró mientras su mano grande se cerraba con firmeza en mi cadera, tirándome hacia él.

El beso en la mejilla rozó peligrosamente mis labios, y por un instante loco, sentí sus dientes mordisquear ligeramente mi piel. Al separarme, cada fibra de mi cuerpo gritaba para darme vuelta, empujarlo contra la pared y devorar esa boca insolente. Pero algo —quizá el último vestigio de cordura —me hizo salir por esa puerta con las piernas temblorosas.

El trayecto hasta el ascensor fue un borrón. Solo podía sentir el ardor donde sus dedos habían estado, y el eco de su risa burlona diciendo “te lo estás perdiendo”… porque Dios mío, sabía que tenía razón.

La verdad es que toda la semana no paré de pensar en Lucas, pero una frase muy famosa que aprendí es “tiempo al tiempo”. Sabía que podía pasar algo con él. Era muy lindo, con un gran físico y un seductor nato, así que tenía claro que la próxima vez que intentara algo, no podría resistirme…

Llegó el día de ir a verlo para pasar por el equipo y llevarlo al salón. Decidí vestirme un poco atrevida: me puse una lencería roja con tirantes, un pantalón vaquero súper ajustado, tacos no muy altos y una musculosa que dejaba mi pecho bien a la vista. Para cubrirme un poco y que mi marido no sospechara, me puse un saco marrón que tapaba todo. Cuando llegué al auto, me maquillé un poco, sin exagerar. Quería acostarme con él, pero me gusta que me provoquen hasta el clímax exacto, ese momento en que no aguanto más y me lanzo a devorarlo a besos…

Cuando llegué, le dije que me esperara en el estacionamiento. Quería subir las escaleras con él para que viera mi culo marcado por el pantalón vaquero. Cuando apareció, estaba ahí, con un pantalón deportivo un poco más ajustado que dejaba ver un bulto que, apenas lo noté, me hizo morderme los labios sin que él me viera. Al bajar del auto, él se quedó mirándome, embobado.

—Hola, Lucas, ¿qué onda? ¿No me vas a saludar? —dije con una sonrisa pícara.

—Eh, sí, perdón. Hola, estás… wow, hermosa —respondió, claramente nervioso.

—Es que tengo una reunión después, así que me tuve que producir un poco, ¿viste? —dije guiñándole un ojo.

—La verdad, te ves increíble —dijo, sin quitarme los ojos de encima.

—Ay, pará, Lucas. Vamos, terminemos rápido con esto —dije, fingiendo apuro.

—¿Querés subir por el ascensor? Ya está arreglado —ofreció, todavía mirándome.

—Mmm, prefiero las escaleras, ¿sabés? —dije, con tono sugerente.

—Jaja, yo también amo las escaleras —respondió, siguiéndome el juego.

Empezamos a subir. Él estaba totalmente perdido en mi culo. Yo caminaba lento, moviendo las caderas con cuidado y levantándome un poco el saco para que pudiera verlo mejor. En eso, al subir la tela, se me cayó el celular. Él se ofreció a levantarlo, pero le dije que no se molestara. Me agaché lentamente, poniendo mi culo casi en su cara mientras recogía el celular, y él dio un paso adelante, como queriendo rozarme…

Cuando llegamos a su departamento, los equipos ya no estaban…

—Lucas, ¿dónde están los equipos? —pregunté, sorprendida.

—Ya los llevaron unos amigos míos —dijo, con una sonrisa culpable.

—¿Y por qué no me avisaste, loco? —reí, dándole un golpecito en el brazo.

—Y… digamos que quería una excusa para tomar algo con vos —confesó, con tono seductor.

—Jaja, qué chamuyero que sos —dije, siguiéndole la corriente.

—No me digas que no te gusta —retrucó, acercándose un poco.

—Me senté en su sofá mientras él servía dos copas de vino. Me saqué el saco para que pudiera ver mis pechos, y él no disimuló su mirada.

Acá tenés. Brindemos por nosotros, por la reconciliación y el perdón, ¿no? —dijo, alzando su copa con una risa.

¡Salud! —respondí, chocando mi copa con la suya.

Empezamos a hablar del evento, y yo le conté todo lo que teníamos planeado. Él respondía con comentarios vagos, claramente distraído por mis pechos…

—Y así, el evento está casi listo. Gracias por la ayuda, sin vos nos hubiera costado encontrar a alguien para el equipo de música —dije, agradecida.

—Sí, sí, genial… Pero, ¿qué pasa con nosotros? —preguntó, yendo al grano.

—¿Nosotros? ¿De qué hablás? —dije, haciéndome la desentendida.

—Dale, Alma, vos sabés de qué hablo. Basta de jueguitos —dijo, acercándose más.

—Pero, Lucas, ¿y mi marido? —pregunté, tocándome el anillo.

—Ojos que no ven, corazón que no siente —respondió, quitándome el anillo y dejándolo en la mesa.

En ese momento, empezó a besarme el cuello…

—Para, Lucas, no puedo… pará… —murmuré, sin mucha convicción.

Pero mis palabras eran puro teatro. Agarré su cuello con las dos manos y lo besé con todo. Él, sin perder tiempo, me sacó la musculosa y apartó mi corpiño, empezando a chuparme los pechos.

—Aaah, sí, Lucas, seguí así —gemí, completamente entregada.

—Qué pechos increíbles tenés, nena —dijo, entre besos.

Estábamos los dos encendidos. Nos besamos como quince minutos, hasta que decidí sacarme la ropa de manera sensual.

—Mirá lo que sos, por favor —dijo, agarrándome y besándome el culo.

—Soy toda tuya, pero tenemos poco tiempo —susurré, provocándolo.

—Qué lástima, podría estar con vos todo el día —respondió, con voz cargada de deseo.

—Sí, pero no se puede… ¡Ah, ah! —gemí cuando empezó a besar mi vagina.

Estuvimos un rato así, él devorándome sin parar.

—¡Sí, sí, seguí, qué rico! —exclamé, perdida en el placer.

—¡Aaah, se siente increíble! —gemí de nuevo.

De repente, volvió a mis pechos.

—¡Mirá estas tetas, nena! —dijo, admirado.

—¡Oh, seguí, son todas tuyas! —respondí, arqueándome.

—Qué delicia —murmuró, perdido en mí.

—¡Metémela, por favor! —supliqué, ya sin control.

—Ponete en cuatro, que te rompo ese culito —dijo, con voz firme.

—Despacio, por favor, tenes un martillo —dije, algo nerviosa.

—Tranquila, nena, confía en mí —respondió, suavizando el tono.

Empezó a penetrarme. Al principio dolió un poco, pero el placer fue más fuerte.

—Ya sos mía, princesa —dijo, con voz profunda.

—¡Aaah, qué ricooo! —gemí, entregada.

—¡Por favor, qué delicia! —exclamé, sintiendo todo.

—Oh, nena, qué culo tenés —dijo, acelerando.

—¡Sí, papi, más, por favor! —pedí, fuera de mí.

Seguimos un rato hasta que quiso cambiar.

—Vení, subite encima mío —dijo, recostándose.

—Como quieras, amor —respondí, besándolo mientras me posicionaba.

Empezó a penetrarme de nuevo, y el placer fue indescriptible.

—¡Así, así, aaah! —gemí, moviéndome.

—Oh, nena, sos increíble —dijo, mirándome con lujuria.

—¡Qué ricooo! —exclamé, perdida.

—Mmm, no podés moverte tan bien —gruñó, agarrándome fuerte.

—¡Aaah, qué grande la tenés, Lucas! —dije, al borde del éxtasis.

Estuvimos un buen rato en esa posición, hasta que, de un movimiento, me dio vuelta y puso mi espalda contra su pecho, sosteniéndome las piernas.

—¿Qué hacés? —pregunté, sorprendida.

—Ahora no voy a ser tan suave, nena —dijo, con tono juguetón.

—Me penetró con fuerza por atrás, y el placer fue abrumador.

—¡Aaah, sí, qué ricooo! —grité, entregada.

—Oh, nena, quiero sacarte todo —dijo, acelerando.

Empezó a chuparme los pechos y a tocarme la vagina al mismo tiempo.

—¡Oh, por Dios, seguí! —gemí, al límite.

—¡Aaah, qué ricooo! —exclamé, temblando.

—Nena, vas a hacer que me venga —gruñó, al borde.

—¡Sí, yo también me vengo! —dije, sintiendo el clímax.

—Oh, Alma, sos tan sexy —dijo, jadeando.

—¡Aaah, me corrooo! —grité, explotando de placer.

Los dos terminamos, exhaustos, tirados en el sofá, sudados y jadeando, pero seguimos besándonos.

—Uf, Lucas, vas a ser un amante inolvidable —dije, todavía agitada.

—Van a ser las mejores tres semanas de mi vida —respondió, acariciándome.

—¿Tres semanas? ¿Cómo que tres semanas? —pregunté, confundida.

—La verdad, Alma, no vivo acá. Estoy en Estados Unidos, vine por trabajo y alargué el viaje por vos —dijo, mientras me acariciaba el culo.

—¿En serio? Yo quería más de esto —dije, tocándole el pene con picardía.

—Todavía no me voy, así que por tres semanas sos mía —afirmó, con una sonrisa.

—Mmm, obvio, pero ahora me tengo que ir o mi marido me mata —dije, apurándome.

—No te olvides esto —dijo, devolviéndome el anillo con un guiño.

Nos vestimos, me acompañó hasta la puerta y salí al estacionamiento. Por suerte, nadie me vio, así que mi marido no sospecharía. Tuvimos sexo tres veces más, una por semana. Menos mal, porque ya se me acababan las excusas para desaparecer tres horas, jajaja.

En fin, esta es la historia de cómo un compañero odiado se convirtió en mi fiel amante. Espero que les haya gustado y no se olviden de comentar qué les pareció.

Estas semanas están siendo muy ocupadas para mí, así que probablemente tarde en subir más relatos, pero nunca me olvidaré de ustedes, mis fieles seguidores. Si tienen alguna duda sobre mis relatos pueden dejarme un comentario.

De nuevo, espero que les haya gustado y los haya calentado tanto como a mí me calienta recordar estas aventuras tan ardientes que tuve en mi vida… Saludos, Alma Carrizo.

Loading

9 COMENTARIOS

  1. Si tienen alguna pregunta puntual o algo me pueden mandar correo a ***No se admiten datos personales en los comentarios***
    Saludos

    • Hola Alma, no se puso el correo. Tal vez si lo pones en tu descripción de perfil funcione. Tus relatos son excelentes, saludos.

  2. Me encanta que te atrevas a develar , cómo dice la canción , los secretos de amor de una dama, que no se deben saber. Espero conocer más secretos tuyos. Escribime…

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí