Este no es mi dermatólogo

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Raúl fue directo del trabajo al dermatólogo, ya que le pillaba cerca.

Tenía algunos granos en el pecho y un lunar al lado del ombligo que, a su juicio, necesitaba ser revisado por un profesional. Y el señor Ricardo, su dermatólogo, era uno de los buenos.

Llegó con diez minutos de antelación y tomó asiento en una silla de plástico pegada a una pared. A esa hora, solo había dos pacientes más esperando, un chico más joven que él y una mujer delgada con falda larga y pelo rizado.

Estaba nervioso o más que nervioso, algo indeciso. Siempre le habían revisado la espalda, los brazos, pero en aquella ocasión había más. Aflojó la corbata y desabrochó la chaqueta del traje. Luego, mientras miraba al suelo, a sus zapatos de vestir negros, pensó en ello. Tenía un grano en la nalga, un grano que, de vez en cuando, picaba. Lo había observado en el espejo del baño después de ducharse.

Lo más prudente sería decírselo al doctor.

Cuando volvió a la realidad, notó que ya no había nadie esperando. Y solo un minuto después, la mujer de falda salió del despacho.

La luz parpadeó mostrando en la pantalla su número.

Se levantó.

Entró en el cuarto y dijo sin pensarlo.

-Perdone, creo que me he equivocado, yo tenía cita con Ricardo.

La chica que se sentaba al otro lado de la mesa era joven, muy joven. Y atractiva.

-No, no te has equivocado. Esta es la consulta de Ricardo. Pero está fuera.

Ricardo asintió tragando saliva.

-Y bien, ¿qué le pasa? O bueno, ¿qué te pasa?

Raúl, que había estado ensayando su parte, le contó sobre el lunar, los granos en el pecho y luego, bajando la voz y acelerando le comentó lo del grano en el glúteo quitándole importancia.

La dermatóloga le miró, apartó un mechón de pelo con su mano y respondió de forma escueta.

-ya veo.

Luego, con decisión, se levantó de la silla, abrió un cajón y sacó un par de guantes azules.

-Está bien Raúl, pase por aquí por favor. -dijo señalando un sitio detrás de un biombo.

El paciente se puso en pie y fue a dónde le dijeron.

Tras el biombo había una silla de metal blanca.

El hombre se quitó la chaqueta y la corbata y comenzó a desabrochar la camisa.

La doctora se acercó tras el biombo.

Era curioso. Estaban solos en la habitación y aun así, iban detrás de un biombo.

La chica pareció leer el pensamiento del paciente.

-Me gusta la privacidad. Hay veces que entra alguien sin permiso y es mejor…

Raúl terminó de quitarse la camisa. Hacía ejercicio regularmente aun así su abdomen no tenía la famosa “tableta de chocolate”, por lo menos, eso sí, no tenía apenas barriga.

La doctora echó un ojo al lunar, a los granos del pecho y luego se colocó tras él.

-Desnúdese por favor.

Raúl dudo un instante.

-Se refiere a bajarme los pantalones.

-Y los calzoncillos. Quiero que se desnude por completo para poder hacer un examen exhaustivo.

Raúl comprendió por primera vez lo del biombo y tragando saliva, obedeció sin demasiada ceremonia. Total, ya que iba a estar en bolas, cuanto antes lo hiciera mejor.

La chica miró con atención su cuerpo desnudo, parándose en las nalgas. Tocó el grano y con ayuda de una especie de lupa lo observó.

-Está bien, ahora usando tus manos separa las nalgas e inclínate.

-Pero… -dijo el hombre azorado

-Es necesario ver si hay algo más.

Raúl obedeció exhibiendo lo que la raja de su trasero ocultaba.

-Ahora date la vuelta.

El paciente se volvió. El pene, de forma unilateral, reposaba algo más crecido de la cuenta.

La joven se puso de cuclillas y tomó el miembro en sus manos para levantarlo.

Raúl reaccionó con un pequeño saltito.

-Perdón, necesito ver si esta todo ok.

Finalmente la doctora se incorporó.

Raúl cogió sus calzoncillos.

-Espere, no se vista todavía. El grano que tienes en el culete es bastante feo y te voy a poner una inyección de antibióticos potente.

La chica llamó por teléfono a alguien.

-Vendrán en un minuto

Raúl cubrió el pene con sus manos y la joven, mirándolo, hizo un comentario atrevido.

-No hace falta que te tapes tanto.

Y sonrió.

-Muchas horas de trabajo. -añadió Raúl cruzando los brazos y exhibiendo su instrumento sin vergüenza alguna.

-Sí, la verdad es que sí, a veces…

Llamaron a la puerta.

Una enfermera joven entró con una bolsa, la dejó en la mesa y se fue.

La doctora no tardó mucho en preparar la inyección. La aguja se veía enorme.

-Inclina y saca ese culete pa’ fuera. Será un minuto.

El alcohol, el olor, el tacto frío y húmedo del alcohol en el glúteo y el pinchazo.

-Auff -dijo Raúl cuando el escozor del líquido comenzó a entrar en su cuerpo.

-Relaje el músculo que ya no falta nada… eso es.

Medio minuto después la chica extrajo la aguja y frotó la nalga.

Raúl se llevó la mano al pene y comenzó a masturbarse.

-¿Qué hace? -preguntó la doctora mientras se quitaba los guantes

-Relajarme… ¿usted no quiere relajarse?

La chica se mordió el labio y dijo:

-Bueno… Raúl, eres el último paciente de hoy y tenemos veinte minutos. -dijo quitándose la bata y comenzando a desabrocharse la camisa.

Pronto estuvo con los pechos al aire.

Raúl se acercó, apoyó las manos en las nalgas de la mujer para acercarla más y comenzó a chupar los pezones erectos.

La doctora gimió.

-¿Cómo te llamas?

-Eva

-Eva, me estás haciendo pecar. Chica mala. -dijo Raúl dándole un azote.

La muchacha se desabrochó la falda, se bajó las bragas y se sentó sobre la mesa con las piernas abiertas.

Raúl metió el dedo medio de su mano en la vagina haciéndola gemir de nuevo.

Eva se bajó de la mesa de un salto, haciendo temblar sus tetas, se dio la vuelta y ofreció el culo en pompa.

Recibió una nueva nalgada.

A continuación, Raúl se puso de cuclillas y metiendo el rostro en aquella rajita deliciosa, paso la lengua.

Luego se incorporó, abrazó a la doctora por detrás, jugó a pinzar sus pezones y la besó en el cuello.

No fue necesario el acto sexual. El semen de Raúl se deslizó por las nalgas de la dermatóloga mientras ambos jadeaban.

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