Hasta el lunes (1)

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T. Lectura: 5 min.

Era mi primer proyecto de importancia en el laboratorio, con 47 años y después de varios aguantando a la cretina de mi jefa -una niña bien, aunque de niña ya tenía poco y era un par de años mayor que yo-, así que cuando me dijo que la parte de gestión recaería en una persona que acaba de incorporarse, no sabía si enfadarme o deprimirme, cuando me llamó a su despacho.

-Antonio, te presento a Montse -dijo mientras inclinaba la cabeza hacía la mujer sentada en la silla frente a su escritorio.

La mujer se levantó y se dirigió hacia mí. No creo que llegara a los 30 años, alta, 1,75 más o menos, de pelo largo y negro como sus ojos que parecían bastante opacos, que la conferían un aire retraído. No era especialmente llamativa, parecía en forma, quizás con un par de kilos de más, hombros anchos, ligeramente inclinados hacia adelante, labios finos y una sonrisa discreta. Esa era la palabra que parecía definirla, discreta. Su ropa lo proclamaba, pantalón gris de vestir, blusa blanca de la misma línea y chaqueta del mismo gris.

-Encantada, creo que trabajamos juntos.

-Si, eso parece –dije intentando parecer no demasiado disgustado, al fin y al cabo no era culpa suya buscar un trabajo– seguro que nos acabaremos entendiendo.

-Pues nada, os dejo poneros al día –dijo mi jefa, invitándonos a salir de forma cortés, pero sin dar lugar a dudas.

Los siguientes días fijamos los siguientes pasos, mientras yo me encargaba de avanzar la parte científica y seleccionar personal, ella se encargaría de todos los trámites. La verdad es que era bastante eficaz de la forma más burocrática posible. Ni un plazo apurado, ni un trámite innecesario, pero tampoco la más mínima confianza, más allá de ofrecer un café si iba a la máquina a por uno.

Un par de veces nos encontramos fuera del ambiente laboral, algo inevitable en una ciudad de provincias, una de ellas acompañada de Juan, a quien presentó como su novio en un intercambio de formulismos que no duró más de 3 minutos.

Un par de meses después, todo seguía igual, eficaz, discreta, burocrática, nuestro contacto más íntimo fue cuando a la vuelta de vacaciones comentó que había estado en casa de unos amigos en Cádiz. No lo tomaba como algo personal, por lo que pude observar se comportaba igual con todo el mundo y mantenía una actitud calmada y sin altibajos.

El día del cumpleaños de nuestra jefa, como todos los años, la plantilla fue “invitada” a tomar algo en un restaurante cercano. Un experimento me retuvo más de la cuenta y llegué algo tarde y cuando fui a entrar al local reparé en una figura entre las sombras. Reconocí a Montse, pero me sorprendió su cara desencajada. Su rostro habitualmente cortés, estaba crispado, con la mandíbula tensa y los ojos brillantes.

-¿Estás bien?, pregunté poniendo la mano en su codo.

-Si –respondió con un respingo

-¿Seguro?

-He dicho que sí –repitió en un tono en un tono duro mientras se sacudía la mano del codo y un extraño brillo asomaba a sus ojos negros.

-De acuerdo, perdona –me disculpé dando un paso atrás– voy a entrar ya.

-No, perdona tú, he sido una maleducada. No es excusa, pero ha sido un mal día.

-¿Crees que es un buen momento para esto? -dije inclinando la cabeza hacia la puerta.

-No, pero soy la nueva y no quiero que la pija me coja manía –respondió con el comentario más coloquial que la había oído en cuatro meses y un amago de sonrisa triste-. ¿Puedo pedirte algo? -continuo.

-Claro…

-¿Puedes quedarte conmigo ahí dentro? Me das confianza y eres la persona que más conozco.

-Sin problema –respondí pensando que su concepto de “conocer” era bastante laxo.

El cocktail –pretenciosa forma de llamar a cuatro platos de embutido y un vino mediocre- discurrió sin problema. Montse no habló demasiado y cada vez que alguien se dirigía a ella desviaba la conversación hacia el trabajo para que yo llevará el peso de la interacción social mientras ella daba otro sorbo de vino. Cuando llegó el tono de felicitar a María –nuestra jefa– Montse tenía las mejillas ligeramente coloradas y después del consabido “felicidades, pensé que eras joven”, se disculpó diciendo que necesitaba algo de aire fresco y sin más se dirigió hacia la puerta.

Un par de minutos después decidí seguirla de forma discreta. La encontré en el mismo rincón oscuro, pero esta vez estaba fumando y un par de lágrimas asomaban a sus ojos.

-¿Sigue sin ser un buen día no?

-Si, un cumpleaños de mierda

-No ha estado tan mal, a la tercera copa el vino era pasable, además nunca te había oído hablar así –dije intentado relajar la situación.

-Este no, el mío –dijo en voz baja no exenta de cierta rabia.

-Vaya, felicidades.

-Gracias, pero no me siento feliz.

-¿Puedo preguntar que te sucede? -me decidí a preguntar después de un silencio incomodo.

-Juan –dijo entre dientes– ese capullo ha pasado de mi para ir a cenar con sus colegas del gimnasio. No puede dedicarme ni una noche y no imaginas la de cosas que he hecho y hago por él.

-Desde luego saca lo peor de ti… has dicho mierda y capullo en menos de dos minutos…

-Ya ves –dijo con una extraña sonrisa- ¿Te puedo pedir un segundo favor?

-Será tu regalo de cumpleaños –afirmé.

-¿Me acompañas al parking?, me dan miedo esos sótanos oscuros.

Asentí y sin más nos dirigimos hacia el final de calle donde estaba la entrada al subterráneo. Durante esos breves minutos la conversación se limitó a la típica conversación sobre el frío, como forma de evitar temas incómodos. Tras retirar el ticket, nos dirigimos a su coche.

-Gracias por acompañarme, al menos hoy he estado con alguien que no es un capullo y perdón por mi lenguaje, he bebido demasiado –aseveró con una sonrisa abierta.

-No te preocupes, te queda bien ser menos burócrata

-Vaya… eso parezco –dijo poniendo nuevamente el rostro serio.

-No… no quería decir… -titubeé

-Tranquilo, es broma –aseguro tras una carcajada suave– sé lo que parezco y es lo que busco.

-¿Por? -pregunté sin pensar

-Ella me miró como escrutándome, con una intensidad que no había visto nunca en sus ojos.

-Me interesa, me gusta que mi vida esté compartimentada, me da… libertad –explicó de forma enigmática.

-Entiendo…

-¿seguro?

-La verdad, no –y está vez fui yo quien rio.

Ella me miro en silencio y con un rápido paso en mi dirección, se pegó a mi cuerpo y buscó mi boca. Fue un beso casi animal, al que tardé en reaccionar, con su lengua invadiendo mi boca y buscando la mía. Devolví el beso, agarrando su cintura, notando sus pechos aplastados contra mí y sintiendo mi incipiente erección, que no la pasó desapercibida por como movía las caderas. Mis manos agarraron su culo con fuerza, notando su firmeza. En ese momento un relámpago de sensatez pasó por mi cabeza y la separé de mí.

-Para… estas enfadada, tienen novio, has bebido y además trabajamos juntos, esto no es buena idea.

-Vaya, que caballeroso ¿no? -dijo con una sonrisa asomando a sus labios.

-No, solo práctico –respondí intentado justificar lo que para mi cabeza era sensato, aunque el resto de mi cuerpo lo pedía a gritos.

-Como quieras… nos vemos el lunes

Me quedé quieto viendo cómo se alejaba el coche y después de llamarme idiota a gritos en mi cabeza, decidí ir caminando a casa y que el frío nocturno calamara mi excitación. Estaba en el portal cuando vibró mi reloj. “Montse. Mensaje de imagen”. Saqué mi teléfono y abrí el chat lleno de documentos y mensajes de trabajo. Noté una tensión en el vientre cuando vi la foto. Un tatuaje de un ojo, pero lo que impacto fue donde estaba. Se podía apreciar una ingle de mujer y ropa interior de color vino tinto. A los pocos segundos la foto desapareció. “Por si te preguntas que te habías perdido”, rezaba el mensaje que acompañaba a la foto. “¿Como sé qué es lo que me he perdido?”, respondí.

Vi como empezaba a escribir, pero al segundo salgo una nueva notificación. “Videollamada entrante de Montse”. Descolgué con el corazón acelerado y ví su cara en penumbra. Se puso el índice sobre los labios indicándome que guardar silencio y la cámara comenzó a bajar por su pecho, siguiendo su propia mano y mostrando un sujetador del mismo color. La mano se detuvo en el vientre y continuó su camino seguida por la cámara hasta mostrar las braguitas y como lentamente las piernas se separaban para mostrar el tatuaje. Después la llamada terminó abruptamente. “Hasta el lunes”, fue su último mensaje.

Entré en casa aún con el corazón acelerado, me lavé los dientes, me desvestí y me metí en la cama sin poder apartar de mi mente esos segundos. No pude evitar masturbarme pensando esas imágenes en las sensaciones que el encuentro en el parking me había dejado. Al despertar el sábado fue lo primero en lo que pensé y volví a tocarme recreando cada instante. Cuando conseguí que la excitación no ocupara cada fibra de mi cuerpo pude levantarme y ocuparme de mis quehaceres.

Esa noche cuando estaba en el sofá viendo una película un nuevo mensaje me perturbo. “Mensaje de Montse”. Esta vez era un enlace. Pinché sin pensarlo y me encontré en una de esas páginas en las que se pueden ver cámaras web. Se veía un sofá con un hombre sentado y sobre él, una mujer de espaldas moviendo las caderas arriba y abajo. El plano se cortaba en los hombros de ella, pero pude adivinar quien era. Dejándome llevar me saqué la polla, ya medio dura, y comencé a masturbarme nuevamente cuando de improviso se cortó la emisión con el mensaje “Contenido para suscriptores”. Cerré los ojos y continué hasta correrme por enésima vez en dos días pensando en ella.

Después de una ducha, me acosté y nuevamente vibró mi teléfono. Un escueto “Podrías haber sido tú. Nos vemos el lunes” hizo que dudara de mi sensatez y que el próximo lunes se me antojara lejano como nunca.

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