Julia, la farmacéutica

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Desde hace unos meses, he dejado de ir a la farmacia de toda la vida. Aunque me queda algo más lejos, ahora voy a la Farmacia Boscos. Por suerte, necesito pocas medicinas, pero, solo para ver a Julia, voy bastante a menudo. Nunca compro más de una cosa y así tengo la excusa de ir más frecuentemente.

Me fijé en Julia cuando la vi varias mañanas pasar por delante de la carpintería donde trabajo. Hasta hace un año o así, nunca la había visto por el barrio. Aunque no se puede decir que sea especialmente guapa ni tampoco muy joven, su manera de vestir elegante y sexy llama la atención. Suele usar falda corta, de esas que dejan ver los muslos completamente y de las que no permiten resistir la tentación de mirarlas con la ilusión de ver las bragas a la chica. A veces lleva unos pantalones apretados que permiten hacerse una idea de su cuerpo atractivo y deseable. Ella no es demasiado alta y lleva unos zapatos de tacón alto. Eso hace que su andar sea especialmente sensual.

Las primeras veces, la vi por casualidad. Pero al cabo de una semana, ya estaba pendiente de verla pasar, cerca de las ocho y media. Después de estar unos días mirando por la ventana, me decidí a salir a la puerta un poco antes, simulando que hacía algo, de manera que empezamos a saludarnos cada mañana. Me gustó su sonrisa al darme los buenos días y también su voz. Al cabo de un mes o así, un día le dije:

-¿Qué, para el trabajo, verdad?

-Pues sí. Qué remedio. ¡Je, je! Pero veo que usted se pone a trabajar más temprano que yo.

-Sí, antes de las ocho.

-Ya, ya. ¡Buenos días!

-¡Buenos días, señorita!

-Señora, si no le importa ¡je, je, je!

-¡Pues buenos días, señora!

Así descubrí que era una mujer casada. Aunque no me considero un hombre machista, tengo que confesar que me vino a la cabeza la pregunta de cómo es que su marido la dejaba ir así de sexy por la calle. Debo explicarte que yo soy un hombre divorciado. Y reconozco que uno de los motivos por los que mi mujer me dejó es porque soy demasiado celoso y siempre estábamos discutiendo por ese motivo.

Hace unos meses, después de saludar a Julia, cerré la carpintería y la seguí para ver dónde trabajaba. Y así descubrí que era farmacéutica y que estaba empleada en la farmacia de don Boscos, la más antigua del barrio. No hace falta que te diga que en ese momento decidí que esa sería la farmacia donde acudiría a partir de entonces. Y allí fui ya esa misma tarde.

-¡Hombre, el carpintero! ¡Buenas tardes!

-Ah, hola, ¡qué casualidad! ¡Así que usted trabaja en la farmacia!

-Pues sí, así es.

Llevaba una bata muy corta. Me quedé embobado mirándole las piernas. Estaba seguro de que esa mañana iba en pantalón largo, así que pensé que solo llevaba puesta la bata. Noté una erección al fantasear que quizá ni llevaba bragas.

-¡Eh, señor! ¿Que qué quiere? –me pregunta sonriendo porque que se da cuenta de que estaba pasmado mirándole las piernas.

-Ah, sí, esto… perdone… yo…

-Es que hay gente esperando –sonríe y diría que sube unos centímetros su falda y me muestra mejor sus muslos.

-Esto… una aspirina.

-Un paquete ¿verdad? –y mientras pregunta eso parecería que me mira mi bragueta, como si hubiera dado cuenta de mi erección -¿Un paquete? ¿Sí?

-¿Un paquete? –sí, estoy seguro de que mira mi paquete y crece mi erección.

-¿De aspirinas?

-Sí, sí, claro –noto que me ruborizo.

-¿Un paquete grande o pequeño? –sí, sí, tiene la mirada fija en mi bragueta.

-Pequeño… no, no, grande.

-Ya me lo supuse –y me guiña un ojo pícaramente y diría que se muerde el labio inferior– que usted gasta un paquete grande.

-Sí, sí, gracias.

-A usted, carpintero.

Después pensé que tendría que haber comprado un paquete pequeño y así las gastaría antes, y tendría un motivo para volver pronto a la farmacia. Pero estaba aturdido y por un momento sentí que me preguntaba por mi paquete. Me fui algo avergonzado. Había estado pasmado imaginando su cuerpo desnudo bajo la batita blanca. Luego, por la noche, me hice una paja imaginando que se abría la bata para mí y descubría que debajo no llevaba ni sostén ni bragas. Hasta ese día no había pensado nunca en ella mientras me masturbaba, sino que lo hacía viendo videos porno o leyendo relatos eróticos. Pero desde entonces, siempre me imagino que estoy con ella cuando me hago las pajas.

Por lo que fuera, después de mi primera visita a la farmacia, Julia dejó de pasar por delante de la carpintería. Llegué a pensar que le molestó que la mirara tan descaradamente y que se dio cuenta de que tenía una erección. Claro, al ser una mujer casada no le interesaba entrar en jueguecitos y bromas de ese tipo, y lo comprendo. Debió decidir cambiar de calle para no encontrarse conmigo. Estuve una semana paseando por las calles cerca del taller para ver si me la encontraba, tanto desde las ocho hasta las nueve de la mañana como al mediodía y también cuando pensaba que ya habría salido del trabajo. Pero nada.

Al cabo de siete días, pensé una excusa para ir a la farmacia. Allí la encontré, muy simpática y amable. Y con su batita blanca, que yo diría que todavía era algo más corta. Y entonces me enteré de que ahora iba en coche a la farmacia.

-Mi marido se ha comprado un coche nuevo y ahora tenemos dos. Y claro, para mí me ha quedado el viejo.

-Ya, entiendo –no puedo dejar de mirarle el escote porque no lleva abrochado los tres botones superiores de la bata.

-Ahora las cosas nos van bien en casa. Económicamente, quiero decir. Desde que trabajo en la farmacia… -me esfuerzo en disimular, pero no puedo evitar imaginar su pecho desnudo bajo la bata.

-Claro. Dos sueldos y eso –me fijo que tampoco tiene abrochados los dos botones de abajo y la vista me va a sus piernas.

-Es que gastamos mucho ¿sabe? Tenemos tres hijos y no quiera saber lo que cuesta eso. ¿Usted está casado? ¿Tiene hijos?

-Sí, sí. Bueno, en realidad, estoy divorciado. Pero sí, soy padre de dos hijas. –me hago ilusiones de poderle ver algo las bragas o el sostén.

-Así ya sabe que nunca hay dinero suficiente. Bueno ¿y qué quiere, don carpintero?

-¿Cómo que qué quiero? Yo… esto…

-¿Qué vino a comprar?

-Ah, sí. Un… no… una…

-¿Qué pasa, Julia? ¿Cómo es que hay tanta cola?

-Señor Boscos, es que… este caballero no…

-Perdone, ya sé… ¡Unas pastillas para el dolor de garganta!

-Un paquete grande, ¿verdad? –sonríe pícaramente mirando mi entrepierna y se inclina para tomar la medicina de un cajón y me muestra mejor aún su escote. Descubro que sí usa sostén.

-Julia, a ver si te das prisa.

-Sí, sí, señor Boscos. Ya está. Gracias, don carpintero.

Me fui avergonzado de la farmacia. Seguro que ella se dio cuenta de que había ido para verla. Y que no cesaba de mirarla con deseo. Además, me sabía mal porque el dueño de la farmacia se enfadó con ella por no servir más rápido a los clientes. Pero al cabo de dos días volví. No necesitaba nada. Decidí comprar preservativos. La verdad es que no sabría con quién usarlos, pero pensé que quizá eso me haría quedar como un ligón y atraería la atención de Julia. Le dije que me aconsejara qué condón era el mejor y ella, en lugar de ruborizarse, muy profesional me recomendó unos que resultaron ser los más caros.

-Aunque yo no los uso, don carpintero.

-Ah ¿usa otra marca?

-No, no, yo no uso preservativo. ¡Me gusta más al natural, je je! –y sonríe mirándome a los ojos . A pelo.

-Bueno… es que yo… claro…

-Sí, ya me imagino que usted, al estar divorciado…

-Pues sí, como…

-… tendrá cada noche una chica distinta…

-Bueno, ja, ja, no… no es que…

-O un chico, que sobre gustos…

-Ah, sí, pero no, no. Me gustan las mujeres.

-¿Un paquete grande? –y de nuevo me mira fijamente el bulto en mi pantalón.

-Esto… sí, sí, claro.

Al cabo de dos días, no resistí volver a la farmacia y pareció que se alegraba de verme. Cuando ya llevaba un rato charlando de tonterías con ella y como siempre volvía a haber demasiada cola, va y me dice.

-Usted sabrá utilizar muy bien su herramienta –sonríe y se relame sin disimulo y mira mi bragueta, con una buena hinchazón.

-¿Cómo? ¿Qué? Yo…

-Al ser carpintero… quiero decir.

-Sí, no, ya, claro.

La conversación se terminó cuando el dueño salió y la riñó por entretenerse demasiado y hacer esperar a los otros clientes. Ella me guiñó un ojo cuando nos despedimos. Y me sorprendió cuando me dijo:

-¡Hasta mañana!

¿Hasta mañana? ¿Lo habría dicho sin pensar? ¿Por equivocación? ¿O es que quería que yo supiera que le gustaría que volviera al día siguiente?

Y claro, me busco una excusa para ir. Pero no me hubiera hecho falta porque, aunque hay varias personas esperando ser atendidas, cuando Julia me ve entrar, exclama:

-Hola, don carpintero. Viene usted a que le mire la tensión ¿verdad?

-¿Eh? ¿Cómo? Yo…

-Don Boscos, si puede usted salir a despachar, yo voy a mirar la presión arterial a este caballero.

-Vale, vale, ya vengo. Pero no tardes mucho, Julia.

-No, no, no se preocupe.

Julia me acompaña a una puerta al lado del mostrador y entramos a una salita.

-Yo no…

-Calle, carpintero. Me he dado cuenta de que le atraigo.

-No, yo… bueno… sí, claro. Pero usted es una mujer casada y yo nunca…

-Ya, ya. Pero le gusto ¿no es cierto? Veo cómo usted me devora con los ojos.

-¿Yo?

-Y que viene muy a menudo a verme.

-Es que…

-¿Quizá se pregunta qué llevo bajo la bata? –se la sube un poco mientras me mira fijamente.

-No, yo nunca pensaría eso…

-Ya. Y se imagina cómo son mis braguitas.

-Pero… pues claro que no. Usted es una mujer ca…

-Mire, mire mis braguitas — se las saca de bolsillo de la bata, minúsculas, blancas, con florecillas pequeñas de colores. –Oh, pero si llevo las bragas en el bolsillo, ¡eso quiere decir que… ups!

Julia se arremanga la bata muy sensualmente y sin ningún reparo me enseña sus muslos. Sigue subiéndola y me muestra su pubis depilado.

-He ido sin bragas toda la tarde deseando que usted viniera, carpintero.

-Julia, yo…

-Y estoy muy mojada pensando en usted.

-¿Cómo? Julia…

-¿Vamos a comprobar, por fin, si el paquete es grande? ¿Y si usted trabaja bien la herramienta? –se desabrocha la bata por completo. Se quita la bata y me la acerca para que la huela. Está desnuda, solo con el sostén y los zapatos de tacón. Mi sueño hecho realidad.

-Pero… Julia… la puerta está abierta y aquí mismo, al lado…

-Usted no se preocupe –susurra mientras baja la cremallera de mi pantalón –El señor Boscos está atendiendo a los clientes.

Ella se separa algo de mí y me enseña su sexo húmedo. Pasa un dedo por su rajita, lo huele y me lo da a oler a mí.

Se acerca e introduce su mano en mi bragueta y me agarra el pene bajo los calzoncillos.

-¡Una buena herramienta, sí señor!

Luego, se mete el dedo en su vagina y me lo acerca a mi boca para que lo saboree. Sabe a ambrosía. Separa los labios de su chichi con las dos manos y me deleita con su chocho sonrosado y empapado.

-¡Julia, por favor, ve terminando!

-Sí, sí, don Boscos, enseguida vengo.

Me mira fijamente a los ojos, mientras se pone en cuclillas, saca mi verga erecta del pantalón y se relame. Me la agarra con una mano mientras con la otra acompaña la mía hasta su pecho. Pasa su lengua por mi prepucio y juega con mi glande. Enseguida me lo chupa y besa. Y me lo lame. Yo creo que estoy soñando. Le acaricio el escote. Ella toma mi mano y la introduce bajo el sostén. Yo le magreo el pecho, de una textura perfecta. Ella suspira, se relame, se introduce mi pene en la boca y empieza la mejor mamada de mi vida.

-Don Boscos, ahora salgo. ¡Ya casi terminamos! –exclama con mi polla entera en su boca y casi no se la entiende. Me guiña un ojo en un gesto de complicidad.

Veo que tiene casi todos los dedos de su mano metidos en el chocho y gime y se muerde los labios cuando creo que se corre. Me da a oler la mano empapada y me la acerca a los labios para que saboree su flujo. Esto y su mamada bestial hace que no resista más tanto placer y eyacule en su boca. Después de un primer chorro de esperma, ella saca mi verga de su boca y la acerca a sus pechos para que le lance algún chorro más a sus tetas, lo que hago sin espera.

-Me gustará tener tu semen en mi sostén y en mi escote para que lo pueda oler durante toda la tarde.

Se pone las braguitas de manera muy sensual y veo que enseguida se empapan con su abundante flujo. Esparce mi semen por su escote, como si fuera crema hidratante y se pone la bata.

-Está muy bien de presión el señor carpintero, Don Boscos.

-Eso es bueno, Julia.

-Sí, don Boscos. Lo he comprobado con atención y esmero.

-Ya vi que tardabais algo.

-Esto… Julia ha realizado muy bien su trabajo.

-No lo dudo, no lo dudo. Va, niña, atiende a los otros clientes.

-Sí, enseguida.

-¿Cuánto le debo, Julia?

-Nada, nada, la primera vez es gratis, carpintero.

-¿Sí? ¡Oh! ¡Vale, pues gracias!

-De nada, ha sido un placer –me guiña un ojo.

-El placer ha sido mío.

-Ya, ya, también. ¡Hasta mañana!

-¿Eh? ¿Cómo?

-Que hasta mañana, carpintero.

-Ah, sí, pues, hasta mañana.

Y ya solo pienso en volver mañana a ver a Julia. Quizá querrá volver a comprobar mi presión arterial. ¡Ojalá!

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