Julia me dijo que durante un mes no iba a estar en la farmacia porque haría vacaciones.
-Nos iremos de viaje a Tailandia y estaremos en los mejores hoteles. Aunque había viajado a casi todos los países del mundo cuando era más joven, antes de casarme, desde que me casé que no hemos hecho ningún viaje así, lejos y de lujo. Ya sabe, hasta ahora habíamos ido algo cortos de dinero y mi familia, aunque es muy rica, no nos ayudó nada ni nos dio nada porque no aprobaron mi matrimonio con Ramón. Pero ahora, con lo que gana él y sobre todo lo que gano yo en la farmacia, ya podemos permitirnos vivir sin preocuparnos por el dinero. Y mi esposo tan contento, claro.
Así que hasta este martes no he vuelto a la farmacia. Cuando ella me vio, pareció alegrarse. Me contó que el viaje había sido extraordinario. Que hacía tiempo que no veía tan feliz a su marido y a los niños. Y que me había echado algo en falta. Yo le dije que yo a ella también, mucho. Me preguntó si quería que me mirara la presión, guiñándome un ojo.
-Me encantaría, Julia, pero me temo que no tengo suficiente dinero. A ver, la carpintería me va bien, pero debo pasar mucho dinero a mi mujer, por las dos hijas y eso.
-Ya, entiendo. Me sabe mal, pero ya sabe que solo la primera vez es gratis.
-Sí, ya. Pero quizá, podríamos pasar, ni que sea un momento, a la sala y… por lo menos nos damos un abrazo y unos besos. Y…
-No, si no paga, no puede ser. Es que el señor Boscos se iba a enfadar ¿sabe?
-Oiga, Julia, ¿y si nos viéramos en otro sitio? Cuando termine, después de la farmacia. Quizá podría usted venir a mi casa.
-No, no. El señor Boscos me lo dejó muy claro. Solo en la farmacia.
-Pero él no iba a saberlo. Usted vendría a mi casa como… amiga.
-De ninguna manera. Es que me parecería que engañaba a mi marido, que le sería infiel. Me sentiría como una fulana.
-Julia, si el señor no desea que… esto… que le controles la presión, atiende a los demás clientes, por favor.
-Sí, don Boscos, perdone usted. Enseguida voy.
-Espere, Julia, a ver, podría darle… quizá unos cincuenta euros.
-Eso es muy poco. Y con lo que le tendría que dar al señor Boscos… es que no vale la pena. Bueno, va, entremos un momento. Dejaré que me abrace, que me de un besito rápido, y, por ser usted, que me toque el culo y las tetas por encima de la ropa.
-¿Solo eso?
-Si le parece poco, pues nada. Pero piense que yo solo me voy a quedar dos euros y medio por todo eso.
-¡Oh, vaya! Bueno, en fin, sí, venga, vamos.
En menos de tres minutos en qué dejó que la besara en los labios y que le tocara los pechos y las nalgas bajo la bata, Julia ya me dijo que debíamos salir. Ella estaba sonrojada y se veía que se excitaba, pero de nada sirvió que le dijera que yo ya estaba empalmado ni que le rogara que por favor al menos me hiciera una paja.
-Es imposible, debemos salir. Si no, el dueño no se conformara con que solo le de los cuarenta y pico euros.
-¡Por favor, Julia!
-Es que no puede ser, don carpintero, lo siento. Si usted dispusiera de más dinero…
-Pero…
-¡Debemos salir enseguida!
-Julia, es que…
-Mire, no sé, a ver. Usted me cae bien. Incluso me gusta. Estoy pensando que… este sábado trabajo en la farmacia, por la tarde sola. Mire, si quiere, viene cuando ya vaya a cerrar y, por solo cien euros, no sé, quizá… me sentaré en su cara, con la bata puesta y sin bragas y… dejaré que usted me huela, me lama, me bese y me chupe… y me correré en su cara. Eso costaría doscientos euros, pero, si el señor Boscos no se entera y no le doy ningún porcentaje, usted solo me paga cien euros y ya está.
-Julia, cien euros es mucho, es que voy muy justo.
-Pues entonces nada, dejémoslo. Venga, salgamos.
-No, no, Julia, espere. Qué le parece si, por ese dinero, por lo menos deja que, ya que estaremos solos, que usted y yo… -le hago un gesto que ella entiende enseguida.
-¿Cómo? ¿Follar? ¿Por solo cien euros? ¡Imposible!
-Pues si no… quizá podría… usted me explicó que no le disgusta que a usted… se la metan por…
-¿Por el culo? ¡Por solo cien euros! ¡No! ¡No soy una puta barata! ¿Pero qué se ha creído? Va, vayamos fuera.
-No, no, por favor, no se ofenda. Ya, entiendo. Pero como somos amigos…
-Los amigos no follan, don carpintero. ¡Ni dan porculo a sus amigas!
-¡Julia, ya está bien, hay una larga cola esperando que les atendamos!
-¡Sí, sí, don Boscos, voy!
-Espere, Julia.
-Se va a enfadar mucho cuando vea que solo le cobro a usted tan poco dinero. Bueno ¿qué? ¿Vendrá usted el sábado o no? Es que, si es así, tendré que inventar una excusa para mi marido, no quiero que se enfade si llego muy tarde de la farmacia.
-Sí, sí, vendré. Con los cien euros. Dejará que, por lo menos, ¿me corra en sus nalgas? ¿Que usted se ponga en pompa, se suba la batita y, sin bragas, bueno, o con las bragas puestas, yo eyacule en sus nalgas?
-¡Pero qué morboso es usted, don carpintero! No sé, ya veremos. Si usted me trata muy bien y hace que antes yo me corra unas cuantas veces, quizá sí me ponga en pompa, me arremangue la bata hasta la cintura para que me llene las nalgas de su semen, con o sin bragas, como usted desee.
-Sí, sí, Julia, vale, por cien euros, de acuerdo.
-Tráigalos en metálico, que si pagara con tarjeta el señor Boscos lo sabría y se quedaría con casi todo el dinero.
Salimos a la tienda y yo pago los cincuenta euros con la tarjeta. Don Boscos nos mira mal cuando ve que es tan poco el importe. Julia se acerca a su oído y le explica algo. Supongo que le dice que solo nos hemos abrazado y besado, sin quitarse la ropa ni hacer nada. El sigue enfadado y le dice, mirándome a mí:
-Julia ¡que sea la última vez que tardas tanto por tan poco! Mira, aquí tienes al señor Pisós, que lleva esperando un buen rato a que… ya sabes.
-No pasa nada, don Boscos. No riña usted a la chica.
-Señor Pisós, no la defienda. Ella debe hacer bien su trabajo. Venga, Julia, entra con el señor, que quiere que les mires bien la presión.
-Sí, en seguida, don Boscos ¿Qué tal, señor Pisós? ¿Cómo está usted? ¿Desea usted lo de todas las semanas? Pase, pase a la sala.
Me dio rabia ver cómo mi Julia entra con ese hombre y me imagino todo lo que van a hacer. Se le ve un caballero al que le sobra el dinero. No hace falta decir que justo al llegar a casa me hago una paja pensando en la farmacéutica, en su olor, en sus besos, en su cuerpo, en sus labios…
Pero, bueno, pasa la semana ¡Y hoy por fin es sábado!
Estoy todo el día pensando en Julia. Tengo la esperanza de que allí solos, en la farmacia, ella se excite tanto que deje que le haga el amor. Incluso pienso que quizá ni me querrá cobrar. A ver, a ella le gusto. No sé. No hay manera de que pasen las horas. Miro el reloj continuamente, cada minuto. Solo pensar en ella ya se me empina.
Por fin son las siete y media y salgo de casa para la farmacia. Espero fuera disimuladamente hasta que lleguen las ocho. Sale una clienta a la ocho menos cinco. Julia pronto va a cerrar. Y es entonces cuando yo podré entrar. Y estar con ella. ¡Solos!
Puntualmente, la farmacéutica va bajando las puertas metálicas de la farmacia. Veo que me mira y me hace una señal. Deja la puerta metálica de la entrada solo hasta la mitad y vuelve a entrar en la farmacia.
Me decido a entrar. Ella me espera dentro y me da un abrazo muy cariñoso. Se separa y me pregunta:
-¿Don carpintero, lleva usted el dinero?
-Sí, sí, los cien euros, Julia.
Ella me mira algo decepcionada y exclama:
-Ah, ya, vale. Es que pensaba que quizá usted podría a ver conseguido más dinero y que… bueno, que podríamos haber hecho algo más que…
-Julia, podemos hacer lo que usted quiera. Yo, por mí… si usted desea… si deja que yo…
-No, no, solo lo que usted pueda pagar. Aunque, como le dije, le voy a cobrar la mitad, porque no daré nada a mi jefe.
-Bueno, sí, vale.
-Sabe, don carpintero, en todo el día no he estado con ningún cliente en la sala. Así que usted será hoy el primero.
Julia se desabrocha los tres primeros botones de la bata y puedo disfrutar de la visión de su bonito sostén y gran parte de su pecho. Me toma las manos y las acerca a sus nalgas por debajo de la bata. Aprieta su cuerpo al mío y nos besamos en la boca. Yo disfruto masajeando su culo. Ella frota sus tetas contra mi pecho. Empieza a gemir. Yo noto una buena erección. Le huelo el cuello y se lo beso. Ella suspira.
-¡Estoy muy caliente, don carpintero!
-¡Y yo, Julia!
Aparto las braguitas a un lado y le acaricio su sexo. Ella separa las piernas y noto que mis dedos se empapan de su flujo. Juega con su lengua en mi boca y yo con la mía en la suya. Baja la cremallera de mi pantalón y me masajea la verga por encima de los calzoncillos.
-Tiene usted muy húmedos los calzoncillos, don carpintero. ¡Me gusta!
-¡Usted también está muy mojada, Julia!
-Sí, es por usted. ¡Por favor, penétreme con sus dedos!
-Claro, lo estaba deseando. ¿Quiere que se los meta por el coño o por el culo?
-¡Por los dos agujeros, por favor, don carpintero! – casi suplica.
No me hago de rogar. Le arremango la bata hasta la cintura, le separo bien las nalgas y le meto mi dedo medio en el ano. Ella gime.
-Más adentro, por favor. ¡Y también uno en la vagina!
-¡Sí, enseguida!
Tiene los dos dedos dentro por entero y empieza un sinfín de suspiros, gemidos.
-¡Muévalos, muévalos dentro de mi culo y de mi chocho!
Ella se estremece y se corre varias veces. Me besa y me abraza con fuerza. Creo que enseguida va a pedir que me la folle. Yo estoy preparado para metérsela en cuanto me lo pida. Al cabo de unos cinco minutos, ella, agradecida, exclama:
-Hum, qué bueno, don carpintero, no sé cuántos orgasmos he tenido. ¡Sus dedos hacen maravillas! A ver, espere un momento. Ahora vengo.
Vuelve con una colchoneta estrecha y una sábana. Las pone en el suelo.
-¿Seguro que solo trae usted cien euros?
-Sí, Julia, es todo lo que puedo darle.
-En fin… pues…
-Pero mujer, yo veo que usted… quiero decir que conmigo…
-Me lo paso bien, sí, ya lo ve.
-Pues yo creo que podemos… podríamos… hacer…
-¿Follar? No, no, por cien euros, no. Mire, le estoy haciendo un servicio que en circunstancias normales costaría trescientos, la verdad.
-Y yo se lo agradezco, de verás.
-He dejado que me tocara, que me penetrara con sus dedos, nos hemos besado…
-Sí, sí, me ha encantado.
-¡Y yo! Ya ve que me he corrido no sé cuántas veces. A ver, si le parece bien, deme ahora el dinero.
-¿Ahora? Es que no se fía.
-Sí, sí, pero no querría que nos olvidáramos.
-Vale, vale. Tenga usted.
-¿Dos de cincuenta? Me habría hecho más gracia un billete de cien.
-Es lo que hay, Julia.
-Vale, Venga, échese, don carpintero.
Yo obedezco y me tumbo. Ella vuelve a arremangarse la bata, se aparta las braguitas y se sienta en mi cara.
-Huélame, chúpeme, béseme y lámeme. Si usted consigue que me corra en su cara y que le duche con una eyaculación vaginal, dejaré que después se corra encima de la parte de mi cuerpo que desee. Ya le digo, todo eso le iba a costar más de tres cientos euros.
Ella se espatarra en mi cara. Yo le tomo las nalgas y se las separo. Le lamo desde el clítoris al ano. Ella empieza su concierto de ayes y uyes. Su flujo empapa mis labios. Lo sorbo con gusto. Le beso el clítoris y se lo chupo. Ella casi grita de placer. Le meto varios dedos en la vagina y varios en el culo. Enseguida tiene no sé cuántos orgasmos. Por fin acerca su mano a mi bragueta y saca mi miembro del pantalón.
Empieza a masturbarlo sin dejar de mojar mi cara con sus ambrosías. Yo muevo mis dedos dentro de su coño y de su ano y chupo su clítoris. Ella acelera sus movimientos en mi polla. Por fin, me inunda con un squirt que explota en mi cara, abundante, caliente y sabroso. Parece que no va a cesar. Yo casi no puedo aguantar, pero no me quiero correr en su mano.
-Pare, pare, Julia, no, deje de hacerme la paja, por favor.
-¿Es que no le gusta? – pregunta entre mimosa, pícara y triste.
-Sí, sí, me encanta. Precisamente por eso se lo digo. Es que quiero eyacular en…
-¿Dónde? ¿Dónde don carpintero?
-Bueno, primero en su cara, con la boca abierta. Y luego, después…
-Un momento, un momento. Solo una vez. Y eso y todo lo que le he dejado hacer, ya le costaría cuatrocientos euros.
-Pero Julia, ¡usted ha tenido no sé cuántos orgasmos!
-Sí, y me ha encantado. Pero eso no tiene nada que ver. Va, por ser usted, dejo que se corra en mi cara aunque por cien euros hace rato que teníamos que haber terminado.
-Julia, se lo agradezco. ¡Mucho!
Ella se arrodilla en la sabana empapada con su squirt, me agarra la verga y la apunta hacia su cara. Separa los labios. Me mira y se relame. Yo me masturbo y suspiro. Se desabrocha algunos botones más de la bata y muestra su pecho, aun con el sostén. Ella cierra los ojos. Se muerde los labios y los separa. Toma mi mano derecha y se la acerca a su sexo. Yo le acaricio el clítoris. Suspira. Saca la lengua esperando mi semen. Pero entonces:
-¿Julia, qué está pasando aquí?
-Oh, ¡don Boscos!
-¡Vaya! – exclamo yo.
-¡Creo que dejamos las cosas muy claras, Julia!
-Sí, sí, don Boscos. No es lo que parece… -se levanta, se pone bien las bragas empapadas, se abrocha los botones de la bata. – A ver, es que el señor… mire… vino a última hora… y mire, ve, me dio cien euros.
-¿Solo cien euros?
-Es que solo… solo vino para que le hiciera una paja ¿sabe?
-¿A sí? ¿Solo una paja?
-Sí, es lo que cuesta cien euros.
-Pero… ¿y esta sábana tan mojada?
-Bueno, es que yo, antes, sin querer… usted sabe que yo… a veces…
-Sí, ya sé, que eres una fuente. Pero si ya te has corrido con él, entonces ya está. Por cien euros, eso ya los cuesta.
-Es cierto don Boscos.
-A ver, deme ese dinero, Julia. Y usted, caballero, ¿va a pagar otros cien euros a Julia para que ella…?
-Yo… no… no tengo más, la verdad.
-Él solo tenía esos cien euros.
-Vale, pues así, ya está. Ya puede irse.
-Pero yo… aún no…
-Si no hay dinero, ¡nada!
-Yo ya se lo dije a él, don Boscos. Él ya se iba.
-Pues no es lo que yo vi. Váyase, carpintero.
-Yo… sí… vale, adiós, don Boscos, adiós Julia.
-Adiós, don carpintero. Me sabe mal -me mira apenada cuando salgo.
-Y tú y yo, Julia, vamos a aclarar las cosas.
-¿Qué cosas, don Boscos? – pregunta nerviosa y asustada.
Estoy fuera y me quedo cerca de la puerta de la farmacia escuchando.
-Julia, quedamos en qué tú solo estarías con los clientes en la farmacia…
-Ya estamos en la farmacia, señor.
-… y en horas en qué estaría abierta al público. Y cuando yo estuviera.
-Eso es cierto. Lo siento.
-Creo que hoy me querías engañar.
-¡No, don Boscos, de verdad que no! – solloza.
-¿Y por qué te dio el dinero en metálico?
-Es que él… bueno…
-No, no, nada. Mira, el dinero, me lo quedo yo.
-Pero don Boscos, yo…
-Por lo que veo en la sábana empapada de tus squirts, tú ya has disfrutado. Como una puta, que es lo que eres.
-¡No diga eso, don Boscos! – las lágrimas resbalan por sus mejillas.
-Debo castigarte, Julia. Además, viendo cómo le hacías una paja con su polla apuntando a tu cara y a tu pecho, me ha puesto cachondo. Mira.
-¡Oh, don Boscos!
Aunque no puedo verlo, me imagino que el farmacéutico se saca el pene y se lo muestra erguido.
-Hace tiempo que no disfrutaba de una erección como esta. Venga, ponte de cuatro, como la perra que eres y aremángate la bata.
-No, por favor, don Boscos, es que es tarde, mi marido se va a preocupar y a enojar. Quizá vendrá a buscarme al ver que no llego.
-Pues que venga y verá lo que tiene por esposa, una vulgar ramera.
-No, no soy una ramera. Deje que por lo menos le llamé por teléfono.
-Quizá sí, pero primero, cerda, ponte en pompa sobre la sábana mojada por tus guarradas, arremángate la bata y sube el culo, que te lo voy a romper.
-Pero don Boscos…
-¡O eso o te vas y no vuelvas! Tú misma.
Él la acompaña a la colchoneta y la empuja levemente para que ella se ponga a cuatro patas. Le arremanga la bata y le rompe las bragas.
-Tienes las bragas empapadas, ¡cerda! ¡Te voy a romper el culo!
Oigo desde fuera que le da varios cachetes y ella gime. Aunque me duela, veo que escuchar la escena, me excita. Intento ver lo que pasa. Y sí. El farmacéutico da nalgadas a Julia.
-Toma, toma y toma. Hace tiempo que no tenía una erección como esta. Sé que deseas que te la meta bien adentro, en tu culo de puerca.
-No, no, por favor. Mi marido… yo…
-No metas a tu marido en esto.
-Es que hoy es sábado. Y Ramón y yo, los sábados, bueno… es que ahora le gusta mucho metérmela por el culo y follármelo bien.
-No me extraña, tienes el culo muy sabroso.
-Pero si usted me la mete y me da muy fuerte, yo luego… es que me va a doler y lo tendré delicado e irritado y… él se va a enfadar.
-Eso no es cosa mía, anda, calla, puerca, mira que querer engañarme y quedarte con todo el dinero.
-De verdad que no. ¡Ay, oh, por favor!
Él le penetra el ojete sin ningún miramiento y en un momento la tiene hasta el fondo. Empieza un mete y saca tremendo.
-Por favor, ay, don Boscos, ¡vaya con cuidado! ¡Ay, hum!
-Toma, toma el móvil y llama a tu esposo mientras te doy porculo, marrana.
-Sí, sí, deme el teléfono. ¡Ay, hum, oh, ah!
-No, si es que te gusta que te encule, ¡cerda!
-Me duele, pero siento gusto, hum. Ay, calle, un momento, por favor. Hola, querido, sí, sí, ya sé que… ah, que es muy tarde… no, no pasa nada… es que… oh… no, no vengas, no, enseguida vendré… quizá en una hora. Después te explico… ah… hum… sí, sí, yo también te quiero, oh, ¡ahhh! – Julia cuelga la llamada y, avergonzada y aun sin querer, no puede evitar correrse y eyacular abundantes chorros de squirt.
-Puerca, córrete, ¡córrete mientras te doy porculo! Si es que te gusta engañar a tu marido.
-No, ah, oh, ¡me corro, me corro!
Él le agarra el pelo y hace como que la cabalga con su pene metido en su ano.
-Vamos, yegua, cabalga, córrete. ¡Te gusta que te enculen!
-Sí, sí, don Boscos, me gusta, ¡me encanta! ¡Por favor, métamela más adentro!
-¡Serás puta! ¡Si la tienes hasta el fondo! ¡Venga, jamelga! ¡Mueve el culo! Toma, toma, ¡me corro dentro!
-¡Sí, lléneme las entrañas con su leche caliente, por favor!
-¡Ah, oh, cerda, guarra, Julia, toma, toma! – eyacula en su culo mientras la tiene agarrada por el pelo como si fueran las riendas de una yegua.
-¡Me muero, don Boscos, qué bien que me da porculo, por favorrrr!
Me avergüenza confesar que yo me corrí en los calzoncillos y el pantalón viendo y escuchando esa escena. De buena gana me la habría sacado y me habría hecho una buena paja, pero en la calle no podía ser ni tampoco entrar en la farmacia.
Cuando oí que se acercaban a la puerta, yo me aparté para que no me vieran. Escuché que el farmacéutico le decía a Julia:
-Y además de que me quedo con los cien euros, no te creas que te voy a dar nada por haberte follado bien tu culo de cerda.
-Pero don Boscos…
-Es un castigo, Julia. Y un aviso. Como vuelvas a querer engañarme, te voy a echar. Y además le contaré a tu marido lo que haces.
-No, por favor, dos Boscos.
-Pues ya sabes, a ser cariñosa conmigo y a hacer lo que te pidan los clientes.
-Pero sí ya lo hago. Soy mimosa y amable con ellos, dejo que me hagan todo lo que deseen.
-Sí, y te gusta, ¿a que sí?
-No puedo negarlo, don Boscos, me gusta complacerles.
-¡Y correrte como una guarra con todos!
-Eso también, no puedo negarlo.
-¡Y cobrar como una vulgar ramera!
-Bueno, creo que es lo justo. Soy una mujer casada y no iba a dejar que, sin cobrar… No sé qué le voy a contar a Ramón cuando vea que no dejo que hoy me encule como todos los sábados.
-Dile la verdad, que eres una guarra.
-¡Don Boscos!
Me fui a casa decepcionado, triste, apenado pensando que nunca más me acercaría a la farmacéutica. Era una cerda. Engañaba a su marido, realmente sentía que actuaba como una prostituta y que parecía encantarle. Pero ya por la noche, me masturbé pensando en ella y solo deseaba poder tenerla para mí. Tenía que pensar una manera de ganar más dinero y poder cumplir con ella todos mis deseos.
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