Julia, la farmacéutica (4)

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He estado varias semanas sin acudir a la farmacia. Fui el lunes siguiente de ese sábado, con la esperanza de que Julia me devolviera el dinero o pudiera hacer algo con ella, pero nada más entrar, el dueño me dijo, muy secamente, que ella no me podría atender, que estaba ocupada, y que a ver qué quería, que me lo serviría él. Yo, claro, no quería nada, ni comprar ninguna medicina ni ninguna otra cosa de la farmacia.

-Bueno, yo, es que no…

-Si no quiere nada, no sé qué hace usted aquí.

-Solo quería ver a Julia.

-Ya le dije que está ocupada. Además ¿tiene usted dinero?

-No, bueno, en realidad…

-A ver, pues si no tiene dinero y no quiere nada…

-Solo deseaba… esto… hablar un momento con ella.

-Nada, ya se puede ir.

-Ah, Julia, ¡hola! – en este momento ella sale de la salita de al lado.

-¡Oh, ay! ¡Don Varisto, qué pillín es usted! – riñe pícara a un señor que sale tras ella y sin disimular le da un pellizco en el culo.

-Julita, no te enfades. ¡Creo que no te puedes quejar, ja, ja, ja!

-No, no. Don Varisto ¡ha sido usted muy generoso!

-Gracias, Julita. Bueno, hasta la semana que viene.

-Adiós, don Varisto.

-¡Adiós, guapa!

-Todo un señor. ¡Hombres como estos sí que vale la pena, don carpintero!

-¡Hola, Julia! Yo quería…

-Es que además de ser rico es muy espléndido.

-Ah, ya. Julia, tendría que hablar un momento con usted. El otro día…

-Julia, ya le dije al carpintero que, si no tiene dinero, no…

-Bueno, es que yo… el sábado…

-Don Boscos, seguro que algo de dinero tiene… entramos un momento a la salita, que tampoco hay ningún cliente esperando.

-Pero solo un momento. Y si no paga, pues nada de nada. Y sin engaños, Julia.

-No, claro que no, don Boscos.

Entramos a la salita. Voy a cerrar la puerta y ella me dice que no, que su jefe se iba a enfadar. Y que debemos salir enseguida.

-Julia, es que yo, el sábado, ya sabe, le di cien euros, pero…

-¿Es que le sabe mal haberme dado ese dinero?

-Bueno es que… yo no… usted ya sabe…

-A ver, creo que me lo gané ¿no? Ya le dije que con lo que hicimos no habría cobrado a nadie menos de doscientos o trescientos euros.

-Pero… usted sabe que… que llegó el señor Boscos y…

-Sí. Y se quedó con los cien euros.

-Eso no está bien.

-Y además… bueno… me avergüenza decir que él… que me castigó.

-¿A sí?

-¡Sí! ¡No quiera saber los detalles!

-Sí, sí quisiera saberlos.

-A ver, no le importa que yo… ¿verdad? – ella saca sus braguitas del bolsillo de la bata, se sienta y se las pone. Yo me esfuerzo y consigo ver su sexo durante menos de un segundo – Es que ese caballero, don Varisto, quiere que siempre vaya sin bragas bajo la bata cuando he estado con él. Pero yo estoy incómoda para atender la farmacia y cuando él se va, me las pongo.

-Ya, claro. Bueno, pues yo le decía que, el sábado le di los cien euros y que usted luego no…

-A sí, ¡pobre de mí! ¡No sabe lo que me hizo el farmacéutico!

-No ¿qué? – en realidad sí que lo sabía porque lo escuché todo y lo vi tras la puerta.

-Me da apuro…

-Hay confianza, mujer.

-¡El muy cabrón me dio bien porculo! ¡Me cabalgó como a una yegua, me dijo de todo mientras me daba fuerte!

-Usted debió de pasarlo mal y llorar ¿verdad? – yo sabía cómo se corrió cuando él le follaba el culo.

-¡Me trató muy mal!

-Ya, me lo imagino, pobre – ella se arregla el sostén bajo la bata y yo trato de verle tantos milímetros como puedo de su escote.

-Y lo peor es que… bueno… que mi marido se enfadó mucho cuando no dejé que esa noche él… ya sabe…

-No, no sé – sí que me imaginaba qué pasó con su esposo– ¿Por qué se enfadó?

-Es que Ramón… bueno… él todos los sábados… yo… vaya, que le gusta encularme. Y a mí también me agrada, no crea, pero es que tenía el ano muy irritado, me dolía por culpa de las embestidas tan fuertes de mi jefe y claro, no dejé que me la metiera por allí. Pero no podía explicarle por qué obviamente.

-Ya, entiendo.

-Se enfadó mucho. El enfado le ha durado todo el fin de semana. Esta mañana ni me ha mirado cuando ha salido para el trabajo.

-¡Vaya!

-Lo peor de todo es que además don Boscos se quedó con mi dinero y no me dio nada por darme porculo. Dijo que me lo merecía por querer engañarle con usted y por ser tan puerca.

-¡Julia, sal ya, que hay clientes!

-¡Sí, ya voy, don Boscos!

-¡Que maleducado!

-Sí, en cambio, este señor con el que he estado ahora es todo lo contrario. Generoso y amable como hay pocos. Mire. Le diré que él es de los que disfruta dándome también porculo. A él le gusta atar mis muñecas al sillón, que yo me ponga en pompa, me quita las bragas, me arremanga la bata hasta la cintura y me la mete suavemente hasta el fondo y luego sacarla y meterla, meterla y sacarla, cada vez más rápido y más fuerte, hasta que yo me corra de gusto. Él nunca eyacula hasta que yo haya tenido varios orgasmos. Es así de generoso. Un caballero.

-¡Sí que…! – yo estoy cada vez más excitado de solo escucharla.

-Pues mire si es atento y amable, que no se ha enfadado cuando le he dicho que hoy no podría metérmela por el culo. Ha tenido un disgusto, pero enseguida lo ha entendido. Solo se la he estado chupando mientras él me magreaba los pechos. Luego yo he seguido chupando su verga y él me ha metido varios dedos en el coño y me ha acariciado el clítoris. Después de que yo me corriera varias veces y que él, al final, eyaculara en mi pecho, con el sostén y todo, pues va él y me dice que me va a pagar lo mismo que si me hubiera follado el culo. ¡Dos mil euros!

-¡No me diga!

-Pues sí le digo, sí. Es todo un caballero. Bueno, debemos salir, don carpintero.

-¿No hay manera de que usted me devuelva los cien euros?

-¡Pero si se los quedó el jefe!

-Ya, pues por lo menos, usted podría…

-Nada, nada, el sábado ya hicimos mucho más de lo que pagan cien euros.

-¡Me siento estafado!

-¡No se enfade! Va, le doy un besito.

Me besa la mejilla y cuando quiero acercar mis labios a los suyos, ella ya se aparta y salimos a la tienda. Don Boscos me mira muy mal. Salgo caliente como un mono y oigo que Julia me llama:

-Don carpintero, espere. De verdad, deseo con ganas que usted tenga el dinero y podamos… pasar un buen rato juntos. ¡Venga enseguida que pueda pagar y así don Boscos no se va a enfadar! ¡Le estaré esperando con ganas!

Así que he estado bastantes semanas sin ir a la farmacia ni ver a Julia. Por suerte, este mes no he tenido gastos extra, ni ninguna fiesta de aniversario, ni multas, ni pagar a hacienda ni nada y creo que en pocos días podré tener unos mil euros para poder follar con Julia. Muy contento me acerco a la farmacia a comprar cualquier tontería y a decirle a Julia que en pocos días tendré suficiente dinero.

-¡Hola, Julia!

-¡Don carpintero! ¡Usted por aquí! Pensaba que ya se había olvidado de mí.

-No, Julia, eso es imposible.

-Pase, pase a la salita. Ahora mismo don Boscos no está y no hay ningún cliente en la farmacia. Si viene alguien, suena la señal al abrirse la puerta y salgo. ¡Qué ilusión, don carpintero!

-¡Y yo! – ella me abraza y me besa en la mejilla y al separarse empieza a desabrocharse los primeros botones de la parte de arriba de la bata -Venía a decirle que en unos pocos días, ya tendré el dinero.

-¿Cómo? ¡Oh! Pero quiere usted decir que… que hoy no…

-No, hoy todavía no. Pero…

-¡Oh, qué desilusión, don carpintero! – vuelve a abrocharse los botones. – ¿No tiene usted por lo menos cien euros? Mire, por ese dinero yo podría…

-Cien euros sí que podría pagarle. ¡Y doscientos!

-¡Pues va! – se pone en cuclillas y me abre la cremallera del pantalón.

-¡No, no, espere, Julia!

-¿Es que no quiere que yo le haga una…?

-Sí, me encantaría, pero… prefiero en pocos días poder pagarle mil euros y así, bueno, ya sabe.

-Ah, claro. Follar conmigo, ¿verdad? – se levanta y se abrocha bien la bata.

-¡Sí, follar por fin con usted!

-¡Me va a encantar! ¿Cuándo?

-Yo creo que, si nada se tuerce, a finales de la semana que viene…

-Oh ¿No puede ser antes?

-Quizá el jueves o el viernes.

-Tendría que ser antes del miércoles. El lunes o el martes.

-El dinero no lo tendré aún.

-¡Vaya, pues no podrá ser!

-¿Por qué?

-Es que desde el miércoles, no estaré en la tienda.

-¿A no? ¿Y cómo es eso?

-Es un poco difícil de explicar… usted sabe que… ya le dije un día que… ay, me da apuro contárselo.

-Julia, mujer, hay confianza.

-Ya, sí, pero… es que… no, no, dejémoslo en qué no estaré en la farmacia unos días y ya está.

-Bueno, pues, podríamos vernos fuera. Y le iba a dar el dinero igualmente.

-No, no, esos días, imposible. No estaré en la ciudad.

-¿Se va otra vez de vacaciones?

-No, no es eso, no. Es solo que…

-¿Qué? Cuente, Julia, cuente.

-Quizá recuerde que un día le conté que… bueno… en alguna ocasión… yo…

-¿Qué?

-Que, aparte de los servicios especiales… yo… alguna vez… pues que hago… unos servicios, digamos que muy, muy especiales.

-Sí, me lo dijo. Pero no sé…

-Solo ha sido un par de veces. Bueno, no, tres.

-¿Y qué son esos servicios tan especiales?

-No se lo voy a decir, no, es muy… me da vergüenza. Uy, la puerta, voy a ver quién es.

Me quedo en la sala. Como siempre que veo a Julia, tengo una buena erección. Me quedo pensando en qué debe ser ese servicio tan especial y qué tiene que ver en qué esté unos días sin ir a trabajar a la farmacia. Por suerte, solo era un cliente y enseguida Julia vuelve a entrar.

-Bueno, don carpintero. Pues… ya está, ya sabe. Más adelante, cuando tenga dinero…

-Espere, Julia, dígame, qué es ese servicio tan, tan especial. Quizá yo… bueno, a mí me interese.

-¡No, eso es imposible! ¡Le costaría, como mínimo diez mil euros!

-¡Diez mil euros!

-¡Depende de qué se tratara, más!

-¿Más de diez mil euros?

-Sí, puede qué más.

-Pero, es que no sé qué…

-Mire… le voy a contar… la primera vez yo dejé que… estuve… aquí en la sala…

-¿Qué, Julia? ¡Dígame!

-Pues yo… hice… bueno, hicimos… vaya, que estuve con dos hombres, uno detrás de otro. Sí, sí, así cómo lo oye. Y me dieron diez mil euros. Y lo mejor del caso es que don Boscos se quedó un porcentaje muy pequeño, sólo un veinte. Así que pude quedarme con ocho mil euros.

-¿Y usted no se sintió mal? Quiero decir…

-No, la verdad es que no. A ver, se trataba de dos hermanos, bastante mayores. Son amigos de don Boscos. Uno es viudo y el otro soltero. Ya había estado alguna vez con ellos por separado y… Un día le dijeron a don Boscos que les haría ilusión hacer un trio conmigo, el me lo dije a mí. Yo le contesté que de ninguna manera, pero me convenció cuando me dijo que me iban a pagar diez mil euros y que él se quedaría solo un veinte por ciento. Nunca había hecho un trío ni me lo había imaginado ni sentía ningún deseo ni interés. Pero la verdad es que fue bien. Ellos fueron muy amables y atentos.

Don Boscos me dijo que no tuviera ninguna prisa, que por ese dinero podía estar toda la tarde si ellos lo deseaban. Así que yo me quité las braguitas delante de ellos, se las di a oler. A ellos les hizo ilusión darme, antes que nada, veinte billetes de quinientos euros. Nunca los había visto así juntos. De manera que eso me decidió a ser muy cariñosa con ellos.

Me senté en este sillón y me abrí de piernas. Me vieron el chocho ya húmedo. Me pasé un dedo por la rajita y lo chupé. Me quité sensualmente la bata y se la tiré a los dos señores. Me quedé solo con el sostén y espatarrada ante ellos. Me metí un par de dedos en el coño y se los di a chupar, uno a cada uno. Me levanté y abracé al más mayor. El más joven me abrazó por detrás.

Sentía sus paquetes pegados a mi cuerpo, el del mayor apretando mi barriga y el otro, mis nalgas. Nos besamos en la boca con el mayor mientras el otro me besaba el cuello. Al cabo de unos minutos, me puse en cuclillas, les bajé el pantalón, les saqué sus miembros de los calzoncillos empapados y empecé una buena mamada, ahora a una polla, ahora la otra, y así un buen rato. Ellos me decían cosas lindas como que qué bien que la chupaba, que era un cielo, que si una buena mamona, que solo por eso ya merecía los diez mil euros y así.

Bueno, acabamos follando, primero con el mayor y luego con el otro. Mientras el mayor me follaba, yo masturbaba al más joven. Eso me daba mucho morbo y me corrí no sé cuántas veces. El hombre no terminaba y yo me movía para darle más placer. La cuestión divertida es que el joven no pudo resistir más y eyaculó en mi mano y, cuando me di cuenta, apunté su pene a mi pecho, así que me llenó el sostén con su lefa. Cuando por fin el mayor vio que le venía el orgasmo, sacó su verga de mi vagina y eyaculó en mi barriga, mi ombligo y también en el sostén. Luego era el turno del más joven, que ya volvía a estar trempado.

Él dijo que no me quitara el sostén, que le excitaba saber que estaba empapado de su semen y el de su hermano. Cada uno tiene sus gustos y a mí no me importaba. Quiso que me pusiera a cuatro, en plan perrito, y me folló bien el coño. Tan bien que no pude resistir lanzar varios chorros de squirt antes que él se viniera en mis nalgas, mientras su hermano nos miraba feliz sentado en ese sillón.

-Vaya, pues sí que…

-Ya ve, don carpintero. Al terminar y vestirnos, yo aún con semen en la barriga, las nalgas y el sostén, ellos, muy amables, me dijeron que me merecía más que los diez mil euros. Sacaron varios billetes más de quinientos y me dijeron que no le dijera nada a don Boscos. Pero yo, muy digna, les dije que eran muy generosos pero que no, que un trato era un trato.

-Muy bien, Julia.

-Quedaron muy satisfechos. Bueno, y yo también, la verdad.

-Sí, por lo que cuenta… Oiga, y… dijo usted que había tenido algún otro servicio muy especial.

-Dos más. Por el segundo, al cabo de un mes o así del primero, cobre también diez mil euros. Bueno, después supe que en realidad ellos dieron doce mil euros a don Boscos, pero él me engañó. No le dije nada para que no se enfadara así que me conformé con quedarme con otros ocho mil.

-¿Y qué hizo? ¿También con esos dos hermanos?

-No, fue muy distinto, pero también muy especial porque estuve con un matrimonio, acudí a su casa, por eso don Boscos les dijo que debían pagar doce mil.

-¡Ah! Pero usted me dijo que solo hacía servicios en la farmacia.

-Y así es, pero ese fue muy, muy especial. Ella es una clienta habitual de la farmacia. Se enteró que yo… bueno, que no solo vendía medicinas y eso y… Mire, ella quería hacer un regalo a su esposo, un regalo muy especial para celebrar su cincuenta aniversario de bodas.

-¡Su cincuenta aniversario!

-Sí, imagínese, la bodas de oro!

-¡Oh!

-Bueno, ellos se habían casado jóvenes, pero claro, ambos pasan de los setenta. Creo que él está cerca de los ochenta.

Imagínese la sorpresa cuando él me ve llegar, vestida yo muy sexy, como una putilla, vaya. La falda era de cuando iba al instituto, pero aún la acorté más para que casi no me cubriera nada las braguitas. Llevaba una camiseta blanca muy escotada y sin mangas que dejaba mi barriga al aire. Les deseo un feliz aniversario y empiezo el servicio.

Primero les hago un estriptis, luego ellos se desnudan y nos metemos juntos a la cama. ¡No veas el hombre qué tranca tenía y ya bien parada! Ellos se besaban abrazados mientras yo, detrás del señor, le acariciaba el cuerpo, luego me apretaba a él, para que sintiera mis pechos en su espalda, después le agarré su miembro por detrás y lo masturbé. Mi sorpresa es que su tranca continuaba creciendo. Y otra sorpresa es cuando la esposa se levantó de la cama y, por detrás, me introduce su dildo enorme en el coño. Me guiña un ojo y vuelve a abrazar a su marido. Se abre de piernas a su alrededor y le acerca su sexo mojado.

Yo, muy excitada con medio dildo en el chocho, acompaño el trabuco del señor hasta la vagina de su mujer y él empieza a follarla. La esposa empieza a suspirar y a gemir y él también jadea. Ella toma el dildo y lo mueve en mi sexo. Yo separo las piernas para que me quepa muy adentro.

No me avergüenza decir que soy la primera en correrme. Y la segunda. Y la tercera. Ellos siguen follando y yo agarro los testículos del señor y los masajeo para darle más placer. Con la otra mano, me saco el dildo del coño y me las ingenio para acariciar el clítoris de la mujer con él. Por fin ellos tienen un orgasmo y quedan abrazados satisfechos. Al cabo de unos minutos, yo les digo que si les ha gustado y ellos me dicen que mucho.

-Bueno, pues yo ya me visto. ¡Felices bodas de oro, son un encanto!

-No, no, hija, espera – dice la esposa.

-¿Ya está no? – pregunto mientras me pongo las bragas.

-No, no te vistas ni te vayas aún.

-¿Es que quieres darle algo de pastel a la chica, Reme? – pregunta inocente el marido.

-No, bueno, si ella quiere, luego podrá comer pastel.

-¡Está muy rico!

-Pero antes… querido… tienes que tener tu regalo.

-¿Un regalo? Pero si ya…

-Calla, Fernandito. A ver, Julia, vuelve a quitarte las bragas y túmbate en la cama y ábrete de piernas para mi esposo.

-Querida, pero si yo ya… yo no… a mi edad…

-Querido, no habré pagado doce mil euros para que no te folles a la chica.

-¿Doce mil? – pregunto.

-Sí, pero los vales, niña. Verdad, ¿querido?

-Y tanto que los vale. Pero yo ya no… mira como la tengo – muestra su pene arrugado y diez veces más pequeño que hace unos minutos.

-A ver, hija, vamos a conseguir que mi Fernandito vuelva a deleitarnos con una erección de su enorme polla, ¿verdad?

-Bueno, no sé… a ver… si le parece a usted, vamos a besarla y a chuparla las dos.

-Vale, sí, pero yo me siento, que las rodillas…

-Sí, siéntese usted. Venga, Fernando, acérquese a la cama.

Le agarro el pene y al poco de acariciarlo ya empieza a estar morcillón. Se lo acerco a la boca de su esposa y le pega un lametón. Luego yo se lo beso y también lo lamo. En menos de un minuto, ya tiene el miembro parado. Ella empieza a chuparlo y yo le tomo las manos y las acerco a mi pecho. Él me agarra las tetas y me las masajea. Su polla no cesa de crecer ahora en mi boca, ahora en la de su mujer. Ella se acerca a la mesilla de noche y saca otro consolador, más largo que el otro y con la particularidad que tiene dos puntas, como dos glandes bastante grandes. Vuelve a mamar su pene mientras se introduce uno de los glandes sintéticos y me acerca la otra punta.

Yo me penetro con ella y me acerco a la señora para que me entre más adentro. Eso, mis tetas y las dos mamadas hacen que el señor empiece a suspirar y a respirar fuerte. Su mujer y yo compartimos el consolador y ya no se ve, lo tenemos completamente oculto en nuestros coños. Yo empiezo a temblar y no puedo evitar a tener un orgasmo tras otro. Grito como una loca. Veo que la señora también gime y suspira aunque su orgasmo es mucho más discreto que el mío. Cuando él ve que ya está muy excitado, sin soltar mis tetas, me levanta, me tumba en la cama y me atraviesa el chocho con su polla enorme.

Me entra con facilidad porque estoy rezumando toda clase de jugos pero aun así, parece que me vaya a partir en dos. Me folla muy duro y al cabo de un par de minutos eyacula su semen caliente en mi vagina. Es tan abundante su lefa que aún con su tranca dentro rebosa de mi sexo. Mientras chillo y me corro, veo que la señora sigue jugando con el dildo en su vagina y que casi lo tiene todo dentro. Y sí, si se lo pregunta, don carpintero, al final los tres comimos pastel. Y bebimos cava.

-Vaya, Julia, estoy sorprendido.

-Pues ya ve.

-Oiga, y… me decía que había tenido aún otro servicio muy especial, ¿verdad?

-Sí, uy ¡ese! Me da reparo contárselo.

-No, mujer, si ya…

-Bueno, mire, solo le diré que por ese cobré veinte mil euros.

-¿Cómo? ¡Uala! ¿Pero qué tuvo que hacer?

-Me da vergüenza, pero se lo voy a explicar. Ese fue hace solo un mes. Mire, el señor Boscos me dijo que… ¡uy, la puerta! Oh, ahora sí que es él que ha vuelto.

-Pero Julia, yo quería saber…

-¡Venga usted mañana y se lo explico, don capintero! Y si tuviese dinero, a mí me encantaría…

-No, mañana no podré pagarle todavía.

-Bueno, pues nada. No sabe cuánto lo siento.

Cuando el farmacéutico nos ve salir a ambos pone muy mala cara. Yo, por lo que pudiera ser, salgo rápido de la farmacia. Espero que no la riñe demasiado ni la castigue.

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