La nueva vida (dentro) de Elva (1)

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Elva ajustó la seda negra sobre su cuerpo, acariciando el suave tejido sobre sus curvas. A sus 51 años, nunca se había sentido tan plena, tan radiante. La separación de Daniel había sido un golpe duro, pero lo había liberado. Ahora respiraba con más intensidad, sentía cada latido de su corazón como un tambor a punto de estallar. Su sensualidad, siempre presente, era ahora una llama ardiente que exigía ser alimentada.

La fiesta de cumpleaños de Sofía era el escenario perfecto. Elva sabía que la música vibrante, las luces cálidas y el aroma a vino tinto se mezclarían con el deseo que la inundaba. Un deseo tan acumulado que sentía como si sus pechos, voluptuosos y llenos de una tensión casi tangible, pudieran estallar en cualquier momento.

La fiesta la recibió como una reina. Sofía, con su contagiosa alegría, le dio un beso cálido en la mejilla y la presentó a una cascada de amigos, conocidos y desconocidos. Elva se entregó al torbellino de la noche con una sonrisa pícara que revelaba su intención: divertirse sin ataduras.

El primer acercamiento fue inesperado, un joven arquitecto llamado Mateo, con ojos azules como el mar y un cuerpo esculpido por años de gimnasio. Sus dedos rozaron su brazo durante una conversación sobre arte y Elva sintió una chispa recorrer su columna vertebral. Un rato después, Mateo la llevó a un rincón del jardín, bajo un árbol cargado de luces blancas que se reflejaban en sus ojos húmedos. Su beso fue profundo, húmedo y urgente. Cuando Mateo le deslizó la mano por el vestido, sus dedos encontraron la suavidad de su muslo mientras la otra mano acariciaba los pequeños pezones que se endurecían bajo su blusa.

Elva sintió una punzada de placer al sentir cómo una gota de leche materna goteaba sobre su piel y Mateo la lamió con un deleite silencioso. La pasión fue salvaje, arrebatada, y terminó en el césped bajo las estrellas. Mateo, impulsado por la intensidad del momento, se hundió en ella con fuerza, llenando su interior con un torrente caliente que la hizo gemir. Elva sintió cómo los dedos de Mateo acariciaban su clítoris mientras él la movía rítmicamente, entregándole placer hasta el punto de sentir un escalofrío recorrer su cuerpo al llegar al orgasmo.

La noche apenas comenzaba. Elva se perdió entre los cuerpos, las conversaciones y las risas. Una pareja de amigos le ofreció una copa de champagne en la terraza; dos caballeros la invitaron a bailar al ritmo frenético del jazz. Entre los movimientos sensuales y los susurros cargados de deseo, Elva se encontró abrazada a un hombre musculoso con barba espesa. Miguel, se presentó él mismo, con voz grave como el trueno. Su pasión era lenta, devoradora. Elva se deshizo en sus brazos sintiendo su aliento caliente sobre su piel y la textura áspera de su barba contra sus labios. Los dedos de Miguel encontraron su punto G, haciendo que gemidos escaparán de sus labios.

El ritmo lento y sensual de la música los envolvió como un manto de terciopelo mientras Miguel la sostenía firmemente contra él y hacía que se sintiera completamente suya. Cuando el placer se volvió insoportable, Miguel corrió hacia adentro de ella, eyaculando con una fuerza que le hizo sentir su cuerpo entero vibrar.

Las horas pasaban velozmente. Elva no pudo resistirse al encanto de un pintor con ojos verdes profundos, ni a la ternura del amigo de Sofía que le contaba historias sobre sus viajes por el mundo. Cada encuentro era una explosión de sensaciones; cada beso, un descubrimiento nuevo. La noche se teñía de un aroma embriagador a sudor y perfume.

Un hombre alto y delgado llamado Fernando, con quien había bailado toda la noche, la llevó al baño principal para compartir un beso apasionado que terminó con él enterrando su miembro dentro de ella, mientras sus manos recorrían su espalda y su cadera, sintiendo cómo el placer se extendía por su cuerpo. Elva sintió como sus pechos se llenaban de una nueva oleada de leche materna mientras Fernando se movía rítmicamente, sacudiéndose hasta que con un último gemido eyaculó en lo profundo de ella.

El amanecer la encontró dormida sobre el sofá, rodeada de ropa ajena y con un leve dolor en su vientre. Los cuerpos dormidos a su alrededor la confirmaban: cinco hombres diferentes habían compartido su noche. Su vientre ligeramente hinchado le recordaba la intensidad de sus placeres. Las gotas de leche materna que aún salpicaban su blusa eran un sello indeleble de una fiesta inolvidable.

Una sonrisa cálida se dibujó en sus labios, sintiendo un profundo y dulce cansancio recorrer su cuerpo. Elva se sintió libre, llena de vida y con una promesa palpitante: la aventura recién comenzaba. La misma noche, mientras las luces del amanecer atravesaban las persianas de su apartamento, un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que el dolor en su vientre no era solo por la intensidad de las noches.

Un mes después, Elva se encontró frente al espejo, con un vestido ajustado y una mirada llena de incertidumbre. La prueba de embarazo le había dado una respuesta clara: estaba embarazada. Un nudo de emociones la inundó. Alegría, sorpresa, miedo, deseo… Era un embarazo no deseado, a sus 51 años, sin planificación, pero lleno de posibilidades inesperadas. Mirando su reflejo, Elva sintió una nueva ola de energía recorrer su cuerpo. Su aventura había dado un giro inesperado, una nueva página en la historia de su vida que se prometía apasionante y llena de sorpresas.

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